“Walther P38”, de Óscar Brox, y “Negra y criminal” de Guillermo Pardo, son los nuevos relatos seleccionados de la nueva remesa de participantes al I Concurso de Relato Breve NegroCriminal y Policiaco de Fiat Lux.
Recuerda que puedes participar enviando tus escritos a ficcionnegra@revistafiatlux.com. Consulta las bases.
WALTHER P38 Óscar Brox
Apenas unos segundos bastaron para que la palanca de hierro calentada sobre un brasero eléctrico provocase una intensa rojez sobre el pómulo de Georges Dendrick. Lo peor, pensó mientras recuperaba el aliento, no fue ese primer contacto y el chisporroteo que produjo al rozar la piel; no, lo peor fue la ilusión de sentir cómo se le desprendía la carne al retirar el hierro con violencia. Pratt reía, le habían encargado vigilar a aquel hombre, director de recursos del BNP en Lyon, por unas horas. Pratt era un individuo extraño, en la frontera de los cuarenta, desgarbado y con una barriga que empezaba a acumular grasa, con la boca tontamente entreabierta. Tal vez extraño no era el concepto adecuado, tal vez era solo un mecanismo de autodefensa que el lenguaje proporciona cuando te enfrentas a alguien con la mirada vacía. Pratt era un amoral, un indiferente, no conocía la piedad porque, en cierto modo, no creía estar haciendo el mal por torturar a Dendrick.
El bulto sobre el pómulo adquirió un color carmesí que, con el paso de los minutos, adivinaba unos ligeros tonos violáceos en sus puntas. Casi fuera de combate por el dolor, Dendrick escuchó lo que Pratt le explicaba a Norman, el tercer personaje que completaba la escena. Colocados de espaldas al director de recursos del BNP en Lyon, Pratt describía los elementos de la Walther P38 que habían desmontado en la mesa. Una pistola alemana, le decía, como la Mauser. Le enseñaba la corredera, la guía y el muelle recuperador, le indicaba qué era el guardamonte, y así hasta presentarle cada detalle del arma. Norman asentía con la cabeza, Dendrick no oyó en ningún momento el sonido de su voz. A Pratt parecía deleitarle explicar las diferencias entre un cañón fijo y un cañón móvil, el largo y el corto retroceso y el movimiento de arrastre del cartucho interior.
Dendrick dejó de escuchar la voz de Pratt, irguió su cabeza para contemplar una escena que habría preferido ignorar. Norman apuntaba el cañón de la pistola a un palmo de su rostro tumefacto. Con los ojos entrecerrados, el hombre encontró a su asesino. Miró una y otra vez, se dijo que aquel niño, que tendría la edad de su hijo menor, no podía ser un monstruo. Norman apretó el gatillo y la cabeza de Dendrick cayó, temblorosa, a un lado. El niño miró a Pratt. Ambos rieron.
NEGRA Y CRIMINAL Guillermo Pardo
Era mi último deseo y trataba de aprovecharlo, como una bocanada de aire que sabes necesaria para prolongar un segundo la esperanza. Pero no la tenía.
Me concentré en disfrutarlo mientras el matón retiraba el seguro de su pistola para acabar con mi vida de mercenario. Así que me sumergí imaginariamente en las heladas aguas de Minnetrista Falls esperando un pronto final. Nunca sabes lo que dura un instante hasta que te ves en la certeza de que puede ser el último. Quizá por esa razón ese baño mental me resultó el más largo de mi vida.
El sujeto que me apuntaba a la cabeza había sido más magnánimo conmigo de lo que jamás había sido yo con mis víctimas. Fui implacable. Desde luego, nunca se me ocurrió concederles un deseo. Siempre pensé que sería un sufrimiento innecesario. El tipo que iba a matarme me demostraba, sin pretenderlo, cuán equivocado estaba yo. Disponer de un minuto para pensar en lo que te gustaría hacer por última vez es un privilegio al alcance de pocos. Incluso para un asesino como yo.
Dicen que cuando estás a punto de palmarla te descontrolas, te arrepientes de tus pecados e imploras clemencia. Gilipolleces. En aquel momento tan crítico no tuve el menor remordimiento por el peso que cargaría en el infierno. Si vives de la muerte, no puedes temerla. Si lo haces, dedícate a otra cosa. De modo que me dispuse a viajar al otro mundo.
Apreté los puños y le espeté a mi verdugo:
-Estoy preparado.
Oí cómo tomaba aire y se aprestaba para darme boleto.
De repente, un estruendo lo cambió todo. Sorprendido, el fulano se volvió. Giré la cabeza y vi lo mismo que él: Negra y Criminal atravesaban el pasillo, en veloz persecución.
No sé cómo sucedió, pero de pronto me vi agarrando con la izquierda su mano armada y con el codo derecho golpeando sus testículos. Soltó un quejido y cedió la fuerza con que empuñaba la pistola, que dirigí hacia su estómago, donde disparé a placer.
Me erguí y descargué el último tiro sobre su frente.
Repuesto y relajado, encendí un pitillo y me asomé a la ventana. Negra, mi gata, lanzaba un zarpazo nada amistoso al morro del buscapleitos Criminal, mi otra mascota.
Los perros deberían calcular mejor dónde meten el hocico.