SE ACABÓ EL PLAZO para la presentación de originales al I Concurso de Relato Breve NegroCriminal y Policiaco de Fiat Lux. Los relatos premiados se darán a conocer durante la primera semana de septiembre. Hasta entonces vamos a ir publicando los últimos textos presentados. Hoy: “El último día”, de Weinstein Perske; “En medio del camino había una piedra”, de Carlos Barros; “Pelos”, de Rubén Ibáñez González; y “Predicciones incompletas”, de César.
EL ÚLTIMO DÍA Weinstein Perske
Sonó el despertador. Ella abrió los ojos, y se quedó mirando confundida la pared. Otro día más. Otro día igual.
Dejó la cafetera preparando café y se fue a la ducha. 5 minutos, no más. Un café solo, cargado, con sacarina. Una rebanada de pan tostado. Sin acompañamiento, no estaba de humor. Se vistió y se miró en el espejo. Su reflejo un día más. No podía soportarlo, quería acabar con todo, poner punto y final. ¿Alguien la extrañaría? ¿Alguien notaría su ausencia? Si le pasase algo un viernes por la noche, nadie la echaría en falta hasta el lunes cuando no llegase a la oficina.
Se lavó la cara, se cepilló el pelo, se vistió y se calzó unas zapatillas. Simplemente quería pasar desapercibida. Algo que cada vez le costaba menos.
Se sentó un minuto en el sofá. Reflexionó. ¿Y si no iba a trabajar? Nunca había buscado excusas falsas para faltar a su trabajo, pero el hecho de pensar en pasar 9 horas allí metida le provocaba una tremenda angustia, era como sentir un enorme peso sobre su pecho, le costaba respirar, los ojos se le empañaban en lágrimas y no podía tragar.
No, iba contra sus principios. Quizá algún día necesitase una excusa de verdad, quizá algún día no fuese capaz de levantarse de la cama. Cogió las llaves de su coche y salió hacia el garaje.
Abrió la puerta, bajó la rampa. Mierda. Otro día más. Los estúpidos sensores de la luz no funcionaban. Tendría que recorrer el camino hasta su coche a oscuras, con la luz de su móvil como linterna, que no servía para nada en un espacio tan grande. ¿Cómo lo hacían el resto de vecinos? ¿Ella era especialmente torpe, y no conseguía caminar sin hacer aspavientos, temiendo chocar contra algún objeto inexistente? No era tanto el miedo a la oscuridad, como a ese ridículo a encontrarse con algún vecino, justo cuando la luz se encendiera y ella fuera caminando como un mimo.
Quedaban pocos metros, activó el mando del coche para iluminar un poco más el camino, y vio una sombra junto a su coche. Se le escapó un grito ahogado, y en unos segundos sintió el filo de una navaja en su cuello.
Algo dentro de ella la hizo sonreír.
– Por fin, ha llegado el día – pensó –. Alguien hará el trabajo sucio por mí.
EN MEDIO DEL CAMINO HABÍA UNA PIEDRA Carlos Barros
Jackie entra muy rápido al supermarket.
Lleva una media velada color beige puesta y una Springfield .45 en la mano. Conoce a Lucho, el dependiente, quien intenta sacar su Smith & Wesson calibre 38, pero Jackie le mete un balazo en el cuello. Ahora solo queda la mujer de Lucho. Ella está ubicada detrás de la caja registradora. Llama a la puta policía, ordena Jackie. La mujer tiembla. Aun así hace la llamada y le dicen que en 5 minutos llegan. La hizo salir del mostrador. No era muy alta y sus 7 meses de embarazo tampoco le impresionaron. Le pide que se arrodille y que no abra la boca. Para apaciguar la espera, toma un paquete de papas BBQ. Se alza la media para masticar las papas. Come un poco y tira el paquete al suelo.
Las dos patrullas que llegan las observa por el panorámico principal del supermarket. Los policías se alinean y uno de ellos sale con la bocina para decir que deje salir a la señora. Jackie sonríe y les hace un lindo vete a la mierda con el anular de la mano izquierda. Le dice a la mujer que se levante. Se alza la media otra vez y le susurra que por qué diablos le tuvo que dar un hijo. La mujer no comprende la situación, así que solo se limita a cerrar los ojos. Jackie quería decirle que Lucho no era lo que ella pensaba. Pero no estaba para dar explicaciones. Le dispara dos veces. Un impacto en la cabeza y el otro en la columna. La lluvia de tiros por parte de los policías no se hace esperar. Jackie cae al suelo con 14 agujeros de bala. Lo último que pensó era en por qué se había enamorado de la persona equivocada.
PELOS Rubén Ibáñez González
Por mi parte, era amor, de ese al que llaman romántico. Ella, sin embargo, me mostró su más absoluta repugnancia. La muy zorra. No se podía haber metido la lengua por el culo, no, tuvo que soltarlo delante de todos, para que la humillación fuese completa.
― ¿Quedar contigo? ―me dijo con cara de asco tras mi tímida pero sincera proposición, sacando a relucir todo su sarcasmo―. ¡Ni borracha! No te ofendas, eres majo… muy atento y tal, pero… no me va la zoofilia.
― ¿Perdón? ―balbucí sin comprender.
― ¡Que no me gustan los putos chimpancés, y menos si están calvos, capullo!
Abandoné el local abochornado, reprimiendo las lágrimas y sin pagar las consumiciones. Al llegar a casa me planté frente al espejo. Cierto es que en la lotería de los genes no salí demasiado bien parado. Alopecia prematura por línea materna e hipertricosis corporal cortesía, al parecer, del cabrón que la dejó preñada y luego se largó a desflorar a otras ingenuas. Madre ya pagó por semejante herencia. Sobredosis de pastillas, dictaminó el forense, sin sospechar, dada su tendencia a la depresión, que alguien pudiera haber cambiado “accidentalmente” algunos fármacos. De Padre nada sé, sólo conservo una fotografía de cuando era joven, así que el muy hijo de puta sigue impune, seguramente repartiendo sin reparo sus infaustos cromosomas allá por donde pasa. Al menos compartió conmigo su porte esbelto, los ojos color aceituna y una nariz perfecta. Desde luego, feo no soy, y además me cuido. Tal vez el tupido vello oscuro oculte mis marcados abdominales, pero ahí están. Puede que mi cuidada barba se fusione con el poblado pecho y que algunos matojos rebeldes se asomen desde la espalda por el cuello de la camisa, pero no por eso tengo que aguantar los insultos de ninguna niñata, por muy buena que esté. Al llamarme mono firmó su sentencia de muerte. Pienso meterle mi verga simiesca por todos los orificios de su cuerpo, antes y después de asesinarla con mis propias manos. Pero he de hacerlo bien. Cierto es que el pelo puede ser un grave impedimento. Si quiero retozar tanto con ella podría dejar miles de pruebas. Debo quitarlo de raíz.
― ¡Jodeeeeeeeer! ―chillo y rabio cada día, para después abandonarme al fracaso.
Las cremas depilatorias me causan reacciones alérgicas. Las bandas de cera duelen. A la depiladora eléctrica la estampé contra la pared del baño.
Y ella, mientras, sigue viva.
PREDICCIONES INCOMPLETAS César
El ataúd bajaba desnivelado, primera señal nefasta. Y además hacia la izquierda. Segunda. Joaquín sonrió: no hay dos sin tres. Pasó el resto de su vida esperando la tercera. ¿Paciente u obstinado?
Sin duda rencoroso, además de supersticioso y fiel amante de su echadora de cartas. Quería confirmar el viaje al infierno del cámara que los filmó accidentalmente.
Se leía claramente en el papel la secuencia diabólica que le aseguraba el destino merecido…: una mano de mujer bendecirá la tumba.