Siete relatos siete en la penúltima entrega del concurso antes de que falle el jurado.
Los autores seleccionados hoy firmaron sus originales con los siguientes nombres: Marco Antonio Núñez, Ripley, J.R. Saura, Roser Ribas Detective con Licencia Oficial 2.845, Chema Pozas, María Cristina Chiama y Néstor Quadri.
Entramos así en los últimos metros de la recta final del II Concurso de Relato Negro Fiat Lux que hemos organizado junto con la librería SomNegra. El próximo 1 de julio es el último día para la presentación de originales en la dirección de correo ficcionnegra@revistafiatlux.com, recuerda, por si acaso, las bases y los premios.
#HazFiatLux
“El beso”, por Marco Antonio Núñez
Porque ella estaba allí mismo. Como una cariátide bajo el peso abrumado del mundo, con esa expresión de los seres que no requieren justificación, que son y se manifiestan sin esfuerzo y sin más propósito que el de hacerle sentir a uno el abandono. La soledad es mía, el abandono, tuyo. Mordía él durante las primeras noches apurando botellas.
Abrió los ojos de nuevo.
La imagen pareció plegarse sobre sí misma sin desvanecerse, persistiendo, intensificando el dibujo de los contornos que ceñían la luz en movimiento del cuerpo. Ella había convertido la distancia física en una magnitud temporal. Ahora, al inclinarse junto a él en el sofá, suturaba la herida de un año, esa sucesión confusa de intervalos discontinua en la que su memoria nunca se libró de la imagen de aquel cuerpo abatido, de unas lágrimas, una excusa, sosteniendo aún el arma humeante.
Luego, simplemente desapareció. No volvió a saber. Y fue entonces, sin embargo, cuando supo. De donde venía y cuál era el destino que se había impuesto. Comprendió que él era un escalón más. Igual que lo habría sido ese pobre diablo al que sostenía la mirada en el vacío mientras cavaba en un claro del bosque una tumba para los dos.
En los meses siguientes a aquello, aprendió a perdonar, ya que el olvido era imposible. Los días pasaban sin novedad ni ruido a la espera del siguiente, difusos bajo el tamiz del vodka. Esta tarde había llegado temprano y ebrio. Aguardó escuchando el pitido de sus pulmones, pero el sueño no iba a llegar. Lo supo, era porque ella estaba allí mismo, etérea y sin motivo, enviando su olor hasta el sofá. Un olor que él sintió dulce en el paladar y agresivo a la entrepierna. Sentía el latido de su cuerpo próximo bajo el poco sol que filtraban los visillos y se pegaba a su piel emputecida. Una sombra le oscureció rostro cuando apenas estaba a unos centímetros del suyo:
-Esto es un sueño. -Preguntó entonces Sal.
Irina le pellizcó la mejilla, lastimándole con aquellas afiladas uñas postizas.
-No soy un sueño, soy yo. He vuelto.
-Entonces debe ser un sueño. Contempló de nuevo el brillo de su sonrisa en aquellos ojos ambarinos y sintió que el porvenir ya era irrelevante, no importaba. No le pertenecía. Ella había vuelto, eso era todo. La lágrima le produjo un ligero escozor. Besar de nuevo esos labios, quizá no tan frescos, quizá no tan deseables, esos labios embusteros que ya se abrían en abismo, tan cercanos, de vuelta en casa, con su historia sórdida, con nuevas súplicas, un perdona, varios te quiero; pero todo eso sería después, ahora venía el beso.
Y entonces, el rostro intruso de aquel pobre diablo que dejó enterrado hace exactamente un año en un claro del bosque, se perfiló en el recuerdo.
Seguro que Irina también logró hacerlo así de feliz.
“Fiesta privada”, por Ripley
En el bar conoció a una de esas mujeres diseñadas para dinamitar el corazón de los hombres. Raúl se fijó en las prodigiosas curvas y en la minifalda, que se ceñía como un guante a sus caderas. Se llamaba Kim, estudiaba literatura en la Universidad de Salamanca y procedía de Edimburgo. Tras tontear y darse unos cuantos besos, decidieron finalizar la velada en su piso.
—¿Te apetece un vodka con limón? —dijo él, tras prepararse una generosa copa en la cocina.
—Sí, pero no muy cargado —replicó ella en un más que aceptable español.
Se tomaron la última en la sala de estar. De fondo se oía un viejo éxito de los Dire Straits. Él la miró con ese aire de fascinación que envuelve a los niños pequeños cuando descubren sus regalos de Navidad frente al árbol.
—Eres muy guapa, ¿te lo había dicho?
Kim esbozó una sonrisa y dio unos cuantos tragos a su bebida. Se quiso hacer la interesante. Se colocó un mechón rebelde detrás de la oreja y miró los volúmenes que se apilaban sobre los curvados anaqueles de la estantería.
—¡Vaya, veo que te gusta la novela negra!
—Sí… sobre todo las femme fatales como tú —dijo entre risas.
—¿De verdad?
—Ajá. Me recuerdas a Bárbara Stanwyck.
—Si quieres puedo ser mala… malísima.
Él la observó con deseo. Casi podía desvestirla con la mirada. De repente, ella empezó a sentirse mal. Se llevó la mano a la frente, notó un sabor amargo en la boca y experimentó una sensación terrible, como si le faltase el aire y en su garganta se hubiese quedado atrapado un hueso de pollo.
Observó a Raúl sin entender muy bien qué sucedía. Intentó ponerse en pie, pero su vista no tardó en nublarse. Finalmente, le fallaron las fuerzas y cayó de espaldas sobre el sofá.
Raúl levantó a la joven y la llevó a su habitación. Tras tumbarla en la cama, la desnudó lentamente, recreándose en su cuerpo. Deslizó su mano por su torso desnudo y acarició con suavidad sus nalgas. Hundió la cabeza en su vientre y lamió unos pechos que le supieron a sal.
Enseguida, notó una erección en la entrepierna.
Después, sacó la cámara de vídeo que guardaba en el tercer cajón del armario, forró la habitación con plásticos, se quedó en calzoncillos y trajo un cuchillo de sierra de la cocina.
“La noche maldita”, por J.R. Saura
Una fuerte lluvia caía sobre el parabrisas del coche de Mery, no podía ver casi la carretera, una comarcal muy estrecha en dirección a un pueblecito de montaña en la provincia de Lleida, donde había quedado con unos amigos para pasar el fin de semana. Había salido tarde de trabajar y después de conducir unas dos horas, el reloj le marcaba ya las 00,30 h, de pronto un fuerte ruido procedente del motor hace que Mery detenga el vehículo, se lamenta, intenta arrancarlo sin conseguirlo, llama con su móvil a sus amigos, pero no hay cobertura, la noche está muy cerrada, la lluvia no cesa, de pronto un fuerte relámpago ilumina todo el parabrisas, Mery exclama un fuerte grito, ha visto el rostro deformado de una chica, sale del coche corriendo, despavorida, gritando, histérica, corre por el centro de la carretera, ve las luces de un camión y le hace señales, pero Mery sigue paralizada por el miedo en el centro de la calzada con los brazos abiertos indicando al camión que pare, pero el camión a la velocidad que lleva no se detiene, impacta en el cuerpo de Mery que sale despedido hacia el arcén, el camionero intenta detener el camión frenando varios cientos de metros después, cuando por fin lo detiene sale corriendo buscando el cuerpo de la chica, pero lo único que encuentra son las huellas de los neumáticos de su camión.
El inspector Vázquez no daba crédito, el camionero jura y perjura que golpeó a una chica en medio de la carretera con los brazos en alto, y donde cojones está el cuerpo, le comentaba a su compañera Graciela, el vehículo está averiado, parece que se le fue la correa, y hemos encontrado en el arcén un collar con el nombre de Mery, contestó la inspectora.
Han pasado tres días de la desaparición de Mery, los inspectores han llamado a comisaría a una hermana llamada Silvia. Mi hermana Mery es la segunda de tres, yo soy la pequeña, era la primera vez que iba a ese pueblo, no creo que conociera la carretera, no solía correr mucho, le tenía mucho respeto a la velocidad, pero hay una cosa que no me deja dormir, mi hermana mayor Caterina desapareció hace 2 años en esa misma carretera, en otro accidente, ella no conducía iba en el asiento de atrás con un amigo, el vehículo se salió de la calzada, dio varias vueltas de campana, el conductor se quedó parapléjico, los demás heridos, y de mi hermana no hemos sabido nada de ella, ellos juran que iba en el coche. El inspector Vázquez miró atónito a Graciela, y al mismo tiempo preguntó a Silvia, ¿en qué fecha sucedió lo de Caterina? En la madrugada del 9 de Abril de 2010, contestó Silvia, tu hermana Mery desapareció el jueves, 9 de Abril, dijo Graciela.
Han pasado cinco años de la desaparición de Mery, y siete de Caterina, no hay pistas, no hay nada, Silvia vive en una profunda depresión pero tiene claro una cosa, no pisar nunca esa maldita carretera.
“Magnolias de sangre”, por Roser Ribas Detective con Licencia Oficial 2.845
Tras la sombra negra de sus recuerdos, María conciliaba el sueño a duras penas. Su agonía no cesaba, sus lágrimas la envolvían, mientras su ser se consumía. Había perdido al hombre de su vida. Ese hombre al que tanto amaba, que tan lejos ya estaba…
¡Ay Alfredo! ¡Qué tiempos aquellos! Alfredo era un hombre apuesto, atento y educado. Todo un caballero. María aún recuerda aquel día de frío enero, en el que una mujer acabó con todo aquello y se llevó su corazón entero. Arrodillada en el suelo del ambiente oscuro, rememoraba el último latido de Alfredo, cuyo bombeo acabó con el blanco de las magnolias mientras su cuerpo daba paso a lo etéreo. Magnolias teñidas de sangre, magnolias que eran un regalo de Alfredo.
Si no fuera por ella… Si no fuera por ella ¡él todavía estaría aquí! La sed de venganza se posaba sobre el pecho de María, quien aguardaba la muerte de Virginia, una arpía que por Alfredo era consentida. Una muerte que tarde o pronto llegaría de las manos de María. ¡Ay María! ¡Yo no quería! Le diría Virginia. Pues bien que te posabas sobre sus muslos, le diría María. Esa frase absurda es un cuento y está muy vista por estos lares, querida Virginia. Te voy a agarrar el cuello y te voy a convertir en un mero recuerdo, aunque la sangre que derrames no será suficiente para aliviar la rabia que tengo dentro. Todavía guardo las magnolias teñidas con la sangre de Alfredo, un hombre que de tu amor fue prisionero. ¿Sabes Virginia? Si no fuera por ti Alfredo seguiría en esta vida, por eso voy a acabar contigo tras terminar con esta charla ¡tan aburrida! Sí… María hacía uso de su imaginación día tras día, aguardando la escena homicida que tan merecida tenía Virginia.
Y tras una larga espera por fin llegó el día. María aguardó la llegada de Virginia en las inmediaciones del prostíbulo. Escondida, aguardó hasta que la arpía finalizara su jornada laboral con el objetivo de seguir sus pasos hasta un lugar lo suficientemente oscuro, solitario y llano en el que cumplir la sentencia que le había dictado. Y así fue. La arpía se condenó a sí misma al acceder a una callejuela sin salida. María, detrás. El silencio se rompió y la noche ayudó. Virginia gritó de dolor tras recibir el golpe que María le propinó. «¡Estás loca!», exclamó Virginia. «Loca de amor…», pensó María. «¿Qué es lo que quieres? ¿Volver a la cárcel?», le preguntó Virginia. María recordó entonces cómo mató a Alfredo tras enterarse que intimaba con Virginia; cómo las magnolias que le había regalado se tiñeron con la sangre que derramó por su cuello. Pero la culpa era de Virginia, fue ella quien contribuyó a la muerte de Alfredo, pensaba María. Y por eso, en ese mismo instante, cumplió con su propia sentencia, siendo ella la única dueña de la justicia. «Adiós Virginia», concluyó María.
“Margaritas a los cerdos”, por Chema Pozas
Hace una hora que le llegaron las flores. Sus preferidas. Un ramo de margaritas blancas y amarillas. Lo se por el mensaje confirmándome el envío. Le puse una tarjeta sin firmar: tu admirador casi secreto. Y ni por esas.
Es cierto que se había acabado, tan cierto como que hemos vuelto a acostarnos después de cinco meses, y que fue como volver a casa después de un montón de noches en una pensión de mala muerte. Y, más cierto aún, que luego no le puse las cosas nada fáciles. No me fiaba de lo que hubiera estado haciendo por ahí. Digamos que es una chica llamativa. Necesita que le hagan sentirse especial y le pierde convertirse en el centro de atención. En un garito, en una fiesta, o en la cama. Por lo demás es perfecta. Aunque haya tardado en caer en la cuenta.
Necesitaba tiempo. Eso es lo que le dije. Y eso es lo que ha habido de por medio. Y otra mujer, aunque haya sido uno de esos menús exóticos que te hacen valorar más la comida casera.
Pero hubo personas que me calentaron los sesos. Le exigí: dime la verdad, prefiero saberlo todo del tirón que irme enterarme de a poco. Y ella me aseguró que no había estado con nadie. Que ni siquiera había salido. Solo aquel día en el que nos encontramos fortuitamente. Qué casualidad.
Discutimos bastante fuerte. Me vino ese gusto a cepillo de dientes, a repollo, a mandarina, a rebufo doméstico que tienen las broncas de pareja. Hacía mucho que no teníamos una. La agarré de la cintura. Se soltó. Me acerqué para que se dejara caer sobre mis pectorales de gimnasio, que endurecí en un acto reflejo. Me puso perdida la camisa. Rimmel, rouge, toda esa mierda. Los dos dijimos cosas que no pensábamos pero sí sentíamos. Sin ponerles ningún filtro. Lo clásico.
Desde entonces no me coge el teléfono, ni responde a mis mensajes, y tampoco el ramo ha surtido efecto. Claro está que la tarjeta era una trampa. No doy puntadas sin hilo. Si no contesta es que piensa que no soy yo. Y si no soy yo ¿quién más sabe cuáles son sus flores favoritas?
Me miro en el espejo y veo a Otelo pálidecer por momentos. No me aguanto entre cuatro paredes. Salgo, me deslizo entre las calles, la gente camina ajena a la tormenta que relampaguea en mi cabeza. Solo soy uno más entre la multitud. Uno con un revolver. Dejo que mis zapatos caminen por mí. No estoy para tomar decisiones. Y por lo que se ve, ellos tampoco. Cuando se detienen de un taconazo, estoy delante de su portal. La luz de la ventana está encendida. Distingo su silueta. Al poco aparece otro perfil que no es el suyo.
Me meto la mano en el bolsillo, todavía conservo el juego de llaves. El llavero es un medio corazón. El otro medio debe estar ahí arriba, con las mías. Decido subir por ellas.
Escojo las escaleras. Acaricio los peldaños, me pego a la pared, como si no me esperase nada bueno. No en vano soy un profesional. Me planto delante de su puerta. Abro con cuidado. Estoy dentro. Tengo el hierro en la mano. El sigilo me lleva en palmitas hasta su dormitorio.
Me ven. Ella grita mi nombre. Él también. Casi al unísono. Hasta el momento le tenía por un buen amigo.
Disparo.
Amartillo.
Disparo.
Una chica desnuda sale del cuarto de baño. Dudo por un momento. Es una preciosidad. Grita.
Culatazo.
Disparo.
No dejo las flores. Sería como echarles margaritas a los cerdos.
“Orgullo”, por María Cristina Chiama
Curiqueo Sosa no supo explicarse, pobre indio qué va a saber si apenas habla el castilla entrecortado de Epuyén adentro. Nadie sabe qué pasó con certeza. La cosa es que Tránsito Cayulef apareció apuñalado por la espalda un día después de lo del Julito, como si fuera una venganza. Curiqueo Sosa le dijo al comisario que lo único que sabía es que todas las tardes, después de pasar las vacas del otro lado del río para que pudieran hacer el tambo, Tránsito Cayulef le enseñaba a escondidas al Julito a vistear. El padre del Julito ni lo imaginaba, patada en el culo le hubiera dado al bueno de Tránsito que lo hacía para que el señorito aprendiera a cuidarse ahora que se iba para la ciudad a estudiar. Entre ambos simulaban un duelo a cuchillo del que el Julito no salía mal parado. El alumno iba saliendo bueno y para mejorarlo en vez de una ramita cualquiera, empezó Tránsito a quemar la punta de palitos, para que dejaran marca en caso de tocarse alguno de los dos. Y sí, que aprendió el Julito, visteaba bien cuando se fue para la ciudad en el trocha angosta.
Pero una mañana de esas muy heladas en el sur, Tránsito Cayulef escuchó los gritos de los patrones apenas llegó la policía. Se ve que había malas nuevas. Era un radio, le contó el peoncito del tambo, Curiqueo Sosa, los anoticiaban que el Julito estaba muerto, así nomás, muerto en un puerto, con un cuchillo, el matador era un estibador, que no se la había llevado de arriba no, era una pelea con seguridad por una falda o vaya a saber qué. Tránsito Cayulef guardó silencio y sintió orgullo por su alumno, se había sabido defender su pollo. Por eso fue al patrón y le dijo que lejos de ser torpe, el Julio era bueno para la pelea con cuchillo, que él mismo le había enseñado los secretos del visteo.
“Un relato desde el más allá”, por Néstor Quadri
Unas figuras de la zoología fantástica aparecieron sorpresivamente en la pantalla de mi computadora. Son dos enormes víboras con caras humanas putrefactas, una de hombre y otra de mujer, que me miran con sus ojos brillantes y aterradores, mientras se contornean danzando muy aferradas una a la otra…
Ya no pude escribir más, porque la imagen de esos seres me hipnotizaron y comenzaron a dominar mi voluntad musitándome: “¡hazlo ya!…” o por siempre atormentaremos tu conciencia. Todo estaba oscuro y la habitación era iluminada por el mover de esas figuras, que con sus horribles caras, me miraban con sus ojos humanos, brillantes y amenazadores.
Una brisa helada movió las cortinas sobre el sofá y no me cabían dudas que eran ellos. Para vengarse, me instigaban mediante esas imágenes, porque yo hacía un año que los había matado. Al descubrirlos juntos en el sofá sin que me vieran, busqué sigilosamente un revólver, irrumpí sorpresivamente en la habitación y apunté con certeza sobre sus cuerpos desnudos.
En realidad no había usado todo el cargador, porque la última bala la había reservado para suicidarme, pero luego me arrepentí y cambié de idea. Efectué la excavación en forma prolija y ordenada. La alfombra quedó impecable y nadie podría imaginar que allí, bajo ese sofá, yacían dos cuerpos humanos uno arriba del otro, tal cual los había encontrado. Fue un crimen perfecto y la gente conocida aceptó la hipótesis de que se habían fugado juntos.
La fría oscuridad me oprimía y la incitación de eliminar esa angustia de mi mente se acrecentaba cada vez más, mientras esa imagen me incentivaba, repitiéndome: ¡hazlo ya!… ¡hazlo ya!… y al fin, mi mano se desplazó hacia aquel revólver que había escondido en un compartimiento de la mesa de la computadora, y luego me disparé un tiro en la sien. No sentí dolor, ni hubo tiempo para eso, solo emití un suspiro con una leve exclamación y ellos fueron suficiente. La figura fantástica comenzó a desvanecerse lentamente de mi vista, hasta que sólo quedó el texto que había escrito en el monitor. En aquella habitación en penumbras tan solo habían quedado soledad y muerte.
De pronto, todo cambió en mi existencia. Era como si se hubiera producido una revolución en el universo, porque las estrellas brillaban más de lo normal y las penumbras estaban cubiertas por una especie de niebla blanca y semitransparente. Repentinamente, la niebla me trajo unas voces que me llamaban por mi nombre y al volverme, noté que provenían de unos seres demoníacos que se acercaban rápidamente. De inmediato me aferraron con firmeza y en medio de mi desesperación, esos seres infestos me trasladaron prestamente hacia este otro mundo del más allá, donde me encuentro ahora envuelto en un calor infernal.
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Distinguidos Miembros del Jurado:
Hemos recibido desde el más allá el relato algo chamuscado de este escritor para intervenir en el certamen de literatura fantástica que hemos convocado. Los dos primeros párrafos que conforman el relato, es el texto hallado por la policía en el monitor de su computadora, junto a su cuerpo sin vida, el que provocó tanta conmoción en la opinión pública. Como ahora ha decidido completar su obra desde el más allá, la remitimos para su respectiva evaluación.
Por último y luego de deliberarlo bastante, hemos considerado que era nuestra obligación ética y moral, enviar una copia de este relato al Departamento de Policía, para verificar la veracidad o no del crimen pasional descripto en la narración. Sin otro particular, saludamos a los distinguidos miembros del Jurado, muy cordialmente.
Firmado: Miembros Organizadores del Concurso