Reunido el Jurado del II Concurso de Relato Negro Fiat Lux ha fallado los siguientes premios:
Relato Escrito:
Primer premio: “Satisfacción Profesional”, de Santiago Benítez Montero.
Segundo premio: “Gordo”, de Pablo H. Pérez.
Tercer premio: “Casi cadáver”, de Iñigo Sota.
Relato Audio Visual:
Primer premio: “Giro”, vídeo relato de Alberto Pérez.
Segundo premio: “Dañino”, audio relato de Josefa González y Juan Antonio Penalva.
Tercer premio: “El objetivo”, vídeo relato de Daniel Soler.
Felicidades a los premiados, gracias a los participantes. Y gracias también a la librería SomNegra que ha colaborado con Fiat Lux en este segunda #FicciónNegra.
RELATOS PREMIADOS
“Satisfacción Profesional”, por Santiago Benítez Montero
—Perdone, ni siquiera le he ofrecido café… —en realidad es ella quien quiere café, está nerviosa.
—Preferiría té, si no es molestia.
—Por supuesto que no —dice sonriendo al levantarse.
A sus cincuenta y cuatro años sigue siendo muy guapa, tiene pecas y las uñas cortas. Lleva un vestido suelto, de esos de andar por casa que se abotonan por delante y le disimula el contorno. Usa una peluca muy bien peinada, modelo Anna, creo que color 613F, tal vez le iría mejor el 135/27, pero quién soy yo para criticar la coquetería de una mujer en su situación.
El piso luce muy limpio, ya está en la fase “debes seguir con tu vida normal, esto no es excusa para abandonarse”. Huele de forma tenue a lejía, viene del baño, la medicación no perdona y no es extraño que odie el olor a vómito.
Pone la bandeja en la mesa de centro del salón y me tiende una taza labrada con un infusor de pinza, huele a té rojo, pu-erh con canela, agradable, muy agradable.
—No sabía que hicieran esto —dice al sentarse.
—Bueno, nos gusta interesarnos por los pacientes —por un momento la taza tiembla al llevársela a la boca, pero se sobrepone —. También sabemos que hay dudas que los pacientes prefieren plantear en casa —la taza vuelve a temblar, sólo es un momento.
Esta parte del trabajo es muy dura, pero la prefiero, me hace estar en contacto con los enfermos, me hace sentir más humano.
No siempre disfruté de mi profesión. No es fácil disfrutar cuando día tras día lo único que haces es aguantar la interminable perorata de los familiares al hacer la ronda, escucharlos en la sala de espera, sonreír y estrechar manos de gente que ni conoces, ni te importa. La carrera, la especialización, los exámenes, todo para terminar haciendo aquello, era ilógico. Lo peor es que, aunque no quieras, eso se traslada a tu vida privada, ese aburrimiento, ese tedio se convierte en algo normal en el resto de tu vida; sales de trabajar, vas a casa, pones la tele y ves la vida pasar mientras te pudres tumbado en un sofá sueco, made in China, que, por mucho que te digas lo contrario, es incómodo y tétrico, como un cepo en medio del salón que te amarra y no te suelta. Entonces llega ese momento en que pasas de ser el oncólogo brillante que tanto promete a ser uno más que trabaja en paliativos.
—Si no funciona… si el tratamiento al final no… ¿Cóm… cómo será? —pregunta sacándome de mis pensamientos. No lo sabe todavía, pero con ella no ha funcionado.
—Para cada persona es diferente, aunque le aseguro que será indoloro, tranquilo y en compañía de sus seres queridos —miento, sólo puedo mentir —. Disculpe, ¿Tiene leche?
—Sí, claro —contesta circunspecta. No tardo nada en vaciar la cápsula en su café.
Cuando vuelve esboza una tímida sonrisa, da un par de sorbos más antes de empezar a notar que algo va mal, primero somnolencia, una ligera arritmia, respiración agitada. Le cojo la mano y se tranquiliza. No tarda demasiado en desmayarse y apagarse, tal vez dos o tres minutos.
Es hermoso verlos dejar de sufrir, muy hermoso. Acaricio su mejilla, se la ve tan tranquila. Uno de los botones del traje me deja vislumbrar parte del pecho y un escalofrío me recorre la espalda mientras desabotono el traje, sólo un poco, sólo para admirarla, para ver, para poder tocar a los pacientes y sentir su piel pecosa y caliente…
… Sí, no siempre disfruté del trabajo… ahora es mucho mejor.
“Gordo”, por Pablo H. Pérez
—Lo lamento, querida —le digo desconcertado a la mujer que descansa desnuda sobre la cama a mi lado. Sí, es verdad que durante los últimos dos años hemos pasado tardes memorables juntos, pero decididamente la de hoy no ha sido una de ellas. La razón es que he sufrido problemas de erección y además no he logrado eyacular.
Sandra se levanta de la cama, se enfunda una blusa y prende un cigarrillo.
—Lo que pasa es que estás poniéndote gordo —dice haciendo una boquilla con los labios y bufando una columna de humo.
Al escuchar eso siento como la ira asciende por mi cuello, se adueña de la cara y me hace palpitar las venas de las sienes. Y es que si hay una cosa que realmente me toca los 00 es que una mujer ponga en entredicho mi potencial sexual.
Para rebajar la ira imagino durante un segundo que agarro mi pistola y le pego tres tiros a bocajarro.
No me malinterpreten, nunca he sido un hombre violento, si llevo pistola es para mí protección. Me da igual si no me creen, lo importante es que siento un gran alivio al imaginar la escena. Me siento mejor que si hubiera echado el mejor polvo de mi vida.
Me visto, me despido de Sandra y decido volver a casa con mi mujer. Sí, puede que yo tenga un lío con otra mujer, pero en lo referente al amor la sigo queriendo con la pasión del primer día.
Cojo el autobús y al llegar a mi parada bajo y me encuentro con dos adolescentes. No hay nadie más en la calle, son casi las once. Ellos se acercan y me piden fuego.
—No fumo —les digo. Entonces siguen andando y cuando están a algunos metros dicen algo que no logro entender.
—¿Qué? —pregunto volviéndome hacia ellos.
—Nada —dice el más bajito.
—Que eres un puto gordo —dice el otro.
Entonces, por segunda vez en apenas una hora, siento el rostro arderme de cólera. Aprieto los dientes con tanta fuerza que puedo sentir los empastes a punto de explotar, pero no logro sosegarme.
No lo pienso más, saco la pistola y me lío a tiros con ellos. Debe ser la falta de práctica, pues no le doy a ninguno. Les persigo calle abajo, están cagados de miedo. Luego, cuando les pierdo de vista, me detengo y trato de respirar fuertemente. Estoy agotadísimo, y entonces pienso que tal vez Sandra tenga razón. Tal vez deba seguir una dieta o hacer ejercicio.
Suspiro. Me siento muy desgraciado. Pero no por admitirme que Sandra pueda tener razón, no es eso. Me siento así porque no he abatido a ninguno de los dos cabrones. Comprendo entonces que a partir de ese momento no recuperé la paz interior hasta dar muerte al siguiente hombre o mujer que ponga en entredicho mi condición física. No toleraré, bajo ningún concepto, que nadie cuestione mi figura.
Matar es todo lo que deseo.
Lo que más deseo.
Bueno, el caso es que esa noche, al llegar a casa, agarro la pistola y con especial cuidado la dejo en el cajón de la mesilla de noche. Luego me pongo el pijama y cuando me meto en la cama descubro que mi mujer está desnuda bajo las sábanas. Su mano comienza a acariciar mis muslos por encima del pantaloncillo, pero la sangre todavía me quema por dentro y lo último que deseo en ese momento es hacer el amor.
—Esta noche no me apetece, querida —le digo dándole la espalda—. Estoy cansado.
—Eso es porque te estás poniendo gordo —contesta ella.
“Casi cadáver”, por Iñigo Sota
«Inicio de grabación.
Estamos en la sala de estar. Son las once cuarenta de la noche. El casi-cadáver parece dormido, pero no lo está. Acaba de despertar, así que me dispongo a asegurar los amarres y hablar por última vez.
Hola, Valen. Te ha gustado la cena, se te nota en la cara. Lástima que el postre te haya sentado tan mal. Habrán sido las frambuesas, no sé. El caso es que te he preparado un buen colofón, muy digestivo. Y sabroso. Deja de gritar y de mirarme así, anda.
Tomo la tijera y corto la gargantilla por la mitad, dejando que los diamantes caigan en la palangana. Precioso tintineo. Cojo el vaso de agua, ha llegado el momento. Valen, no vas a volver a ser el mismo. Abre bien la boca, te voy a dar las dos primeras piedrecitas para que las tragues de una vez. Creo que será mejor así, de dos en dos, o de cinco en cinco. Supongo que preferirás que esto no se alargue mucho. Y deja de quejarte, anda, o en la grabación quedarás fatal.
Valen acaba de escupir y ha manchado mi vestido, así que optaré por calmar sus ánimos. Tomo el bisturí y hago una incisión. Uy, creo que he tocado el hígado o algún órgano importante porque Valen se está retorciendo. Ahora grita. ¿Para qué coño digo que grita si lo está recogiendo la grabadora del smartphone?
¿Vas a tragar ahora los diamantes, Valen? Deja de escupir, joder. Ahora creo que es por el dolor, no por prepotente, ¿me equivoco?
Voy a proceder a la ingesta, por tanto. A la segunda va la vencida. Valen, cuanto antes empecemos, antes acabamos, como solías decirme antes de que me dejara joder por ti. Tenías que verte, menuda cara de gilipollas se te está quedando. ¡Traga!
Escupe otro diamante, así que procedo a hacer una nueva incisión.
Dejo el bisturí hundido en la carne. A la próxima, Valen, te corto otra cosa.
¿Qué dices? Valen implora, pero no entiendo lo que dice. Hablas muy bajito, cariño.
Son las doce treinta y uno. Valen ha tragado la mayoría de piedrecitas. Me he quedado sin la gargantilla, pero he conseguido que el putero que tenía por novio por fin sea una persona bella por dentro. Es mi creación, mi creación original. ¡Brillas por dentro, Valen!
Jamás subestimes lo que un diamante puede hacer por ti. Este es mi legado.
Procedo a cortar la yugular.
Fin de la grabación».
Vídeo relato: “Giro”, por Zar Alberto
Audio relato: “Dañino”, por Josefa González y Juan Antonio Penalva