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Análisis de Conducta: La víspera de casi todo, de Víctor del Árbol

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“Si me ciñera a Germinal, qué injusto sería con La víspera de casi todo, con Víctor del Árbol y con Black Profiler. Porque en esta maravillosa novela, escrita con una profundidad  humana inusual en el género, cada personaje es, a su modo, malvado, por mucho que, legalmente, les podamos aplicar atenuantes e, incluso eximentes”.

 

Nuevo informe de Juan Enrique Soto, profiler de Fiat Lux, Jefe de la Sección de Análisis de Conducta de la Policía: «Mientras los demás buscan los indicios físicos, yo busco conductas».

 

La víspera de casi todo, Víctor del Árbol.

Por Juan Enrique Soto.

Cuando comencé la lectura de esta novela, pensé que seguramente me esperaba un policía en apuros morales que hace frente a un asesino despiadado y en cuya investigación el policía redime sus pecados o los hace más imperdonables. Casi parece un resumen del género negro. El caso es que no me equivoqué… demasiado.

El policía en cuestión es el Inspector Germinal Ibarra, un veterano amargado en un matrimonio en el que no es precisamente feliz, que tiene un hijo castigado con el síndrome de Williams, una mutación genética que le produjo un rostro peculiar además de otros síntomas mentales y físicos. Germinal ha pedido el traslado a A Coruña huyendo del «éxito» que le supuso esclarecer el asesinato de la hija de un potentado a manos de un pederasta. Sí, llegó a detenerle y después le mató a golpes con su Beretta. No, no les destripo nada a los lectores. De este infeliz evento se nos informa en el prefacio. El abuelo de la víctima logró que nadie investigara la muerte del asesino de su nieta. Poderoso caballero es don dinero.

Desde entonces, Germinal es el poso prescindible de su conciencia. En la ciudad gallega arrastraría su experiencia entre las sospechas de sus compañeros y la desidia de los remordimientos. Hasta que un nuevo caso cae en sus manos.

Una mujer ha sido brutalmente golpeada, una mujer cuya desaparición ha sido denunciada. Dan una importante recompensa por su paradero. No es una delincuente, es el pasado que viene, como un tren sin conductor, rumbo a colisionar con los recuerdos irreconciliables de Germinal.

Podría quedarme en los entresijos de la mente de Germinal porque del pederasta poco se nos dice, salvo que en su diario parecía escribir más para el Inspector que para él mismo, como si en vez de un monólogo íntimo fuese un diálogo irrenunciable con el policía, el único tipo que sería no solo capaz de detenerle, sino de comprenderle. El pederasta, cuyo nombre despectivo durante toda la novela, incluso cuando se relata su más tierna infancia, es el de «hombrecillo», como si la devaluación de su físico pudiera contrarrestar la maldad de su perversión, es un fantasma en la trama, un fantasma mental que sigue atormentado y atormentando a los personajes que, inevitablemente, hace Víctor del Árbol aparecer en escena. Sí, podría, decía, quedarme en la maraña de la mala conciencia del inspector, en como una decisión tomada en caliente marca a cualquiera de por vida.Un acto impulsivo, primitivo, visceral… humano. Si no lo hubiera hecho Germinal, otro lo haría, parece traslucir el texto. El mal engendra el mal. La justicia de los hombres es irreflexiva, por muchas leyes que nos demos, por muchos códigos éticos que juremos respetar.

Pero si me ciñera a Germinal, qué injusto sería con La víspera de casi todo, con Víctor del Árbol y con Black Profiler. Porque en esta maravillosa novela, escrita con una profundidad  humana inusual en el género, cada personaje es, a su modo, malvado, por mucho que, legalmente, les podamos aplicar atenuantes e, incluso eximentes.

Así, la hospitalidad sagrada que le tributan a la mujer desaparecida se produce en una casa donde anidan otros fantasmas, almas atormentadas que arrastran sus gemidos desde la Escuela de Mecánica de la Armada, un Centro Clandestino de Detención en la Argentina, donde fueron torturados, asesinados y desaparecidos miles de personas durante la dictadura militar que tomó el poder en 1976.

En episodios magistralmente narrados, Víctor del Árbol nos introduce en la cruda mente de víctima y verdugo, en algunos de los pasajes más impactantes de la novela. La excusa de la obediencia debida esgrimida por los torturadores se nos antoja solo eso, una excusa, y muy mala. Más bien, es una razón oficializada para que el sadismo de ciertos tipos se cebe con la vulnerabilidad y el terror de sus conciudadanos, con los que incluso pudiera haber tenido alguna relación personal. Esto era más bien un acicate. Resolución de viejas cuentas, oportunidad de hacer realidad la perversión soñada, compensar antiguas envidias. Todo cabía, incluido el sadismo más básico en la razón oficial para obtener una confesión subversiva.

El terror más absoluto en la mente de los torturados, donde lo físico queda relegado, después de destruido, a lo psicológico, cuando la víctima diría lo que fuera con tal de que su torturador le haga una caricia o le dedique una sonrisa. La destrucción humana total.

La trama argentina reclama su resolución en la trama y Germinal es rozado por ella, como la leve ala de un águila que se ha lanzado en picado sobre una presa renunciando a otras menos suculentas.

Y, por si no fuera bastante, incluso nos deleita el autor con un Trastorno de Identidad Disociativo (TID), esa entidad controvertida que no se encuentra en todos los manuales porque el cine le ha proporcionado un aura inverosímil, más cinematográfico que real, pero que existe. Individuos, personas vulnerables que, debido a un trauma, generan personalidades alternativas, alter egos que toman el control en ocasiones y que actúan como seres independientes que comparten un mismo cuerpo. Hablan distinto, reflejan personalidades distintas, incluso pueden padecer enfermedades físicas distintas. Y todo ello en una misma persona.

La víspera de casi todo literariamente todo un placer; psicológicamente, todo un reto. ¡Chapeau!

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La pertinente y supuesta detención y el interrogatorio subsiguiente

Si tuviéramos que detener a cuantos en la novela cometen o planifican cometer un homicidio, necesitaríamos unos cuantos abogados de oficio que, además, tendrían que agotar su creatividad y capacidad de persuasión aduciendo motivos legales que nos llevaran del simple atenuante a la inimputabilidad más evidente. Todo un arco de posibilidades legales que no hacen sino retratar la complejidad del drama humano.

Interrogarles a todos sería como componer un puzle en el que una de cada dos piezas está en blanco, o en negro, porque ciegos estamos siempre a lo que se gangrena en lo más profundo del corazón humano. El retrato final sería, a todas luces, o debería decir, obscuridades, injusto.

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El autor de La víspera de casi todo, Víctor del Árbol

Víctor del Árbol ha sido galardonado con el Premio Nadal 2016 por esta obra. De él sabemos que, según él mismo cuenta, de pequeño quería ser mayor, que no es otra cosa sino querer hacer siempre algo más allá de lo que uno puede, un afán por ir más lejos, por arriesgar, por crear. Y en ese empeño, no solo crecer él, sino que los demás crezcan con él.

Con La víspera de casi todo, Víctor quería «arañar el alma del lector». ¿Acaso no es esa la voluntad de todo escritor?

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El veredicto hipotético

Declaro a todos los seres que arrastran sus miserias y su melancolía por las páginas de esta novela, culpables de ser humanos.

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