“El extraño mutis de Herminio Macías”, de Rafael Sastre Carpena, ha sido el relato ganador del I Concurso de Relato Breve NegroCriminal y Policiaco de Fiat Lux. El premio consiste en una suscripción a Fiat Lux y un libro, novela negra por supuesto. ¡Felicidades Rafa!
El segundo premio ha sido para el relato “Ojo por ojo”, de Raúl Mateos Barrena. El premio consiste en un libro.
Y el tercer premio ha sido para el relato titulado “El error de su vida”, escrito por Felisa Moreno. El premio consiste en los cuatro números publicados hasta ahora de la revista Fiat Lux.
Enhorabuena a los premiados. Y las felicitaciones también al resto de autores que han participado en este I Concurso de Relato Breve NegroCriminal y Policiaco de Fiat Lux. En total se han presentado 39 originales de gran calidad literaria; relatos que has podido ir leyendo en semanas anteriores y que si quieres puedes releer a través de los enlaces al final de esta página.
Los tres relatos premiados volvemos a publicarlos a continuación.
Gracias a todos. Nos ponemos a preparar ya la próxima convocatoria.
EL EXTRAÑO MUTIS DE HERMINIO MACÍAS Rafa Sastre
De uvas a peras los viejos del pueblo se acuerdan de él y no pueden evitar preguntarse dónde bailará Herminio, más conocido como El Tuercas. Precisamente esta mañana en el casino, Ismael hacía cuentas e informaba que, hace ahora treinta años, aquel vecino se esfumó de repente sin volver a dar señales de vida.
Salvador El Gitano lamentaba que hubiera abandonado a su mujer y a cuatro niños pequeños largándose con una fulana de la capital, tal y como se rumoreó durante meses tras el extraño mutis. A eso replicó con énfasis el Blas que, en calidad de amigo íntimo de Macías, siempre ha sostenido que el susodicho amaba demasiado a su familia como para renunciar a ella por cualquier pelandusca, que alguna irreparable y misteriosa desgracia debió acontecerle.
Luego Marcial intervino para rememorar la maestría del presunto prófugo en el juego del ajedrez y Luisito El Gallego alabó también su destreza reparando radios y televisores, que es a lo que se dedicaba.
Toño, el alcalde, envalentonado por la tercera copa de cazalla, aseguró que hablaría con el Sargento Ramírez, de la Guardia Civil, para ver si era factible reabrir el expediente de su desaparición. «Ahora, con internet, el GPS, los satélites y todos esos artefactos electrónicos a lo mejor pueden localizarlo», especulaba el muy tarugo.
Mientras los demás seguían dale que te pego con El Tuercas, yo no dejaba de pensar en ese pozo seco escondido en la espesura del robledal, donde hace ya mucho tiempo se habrán podrido sus malditos huesos. Nunca soporté las tremendas palizas que me propinaba, después de haberme ofrecido blancas y regalado su reina.
OJO POR OJO Raúl Mateos
El viejo reloj de la plaza estaba a punto de dar las diez. Oculto bajo los desgastados arcos de medio punto, amparado en la oscuridad de la noche, alternando la mirada entre el reloj y el portal del número seis, David aguardaba con impaciencia la aparición de su víctima. No habían sido pocos los días dedicados a estudiar sus movimientos, sus costumbres, sus compañías. Y, por fin, había llegado la hora. Había llegado el ansiado momento de hacer justicia y consumar su venganza. Iba a matar al asesino de su padre.
Las diez campanadas sonaron lentas y profundas extendiendo su eco por los tejados del pueblo. El portal del número seis se iluminó tenuemente y la puerta se abrió despacio ante su atenta mirada. Quedó sorprendido al ver a su víctima acompañada de un niño. No contaba con ello. En ninguna ocasión durante sus jornadas de seguimiento se había dado esa circunstancia.
David vaciló un instante. Sólo un segundo. Sacudió la cabeza con determinación apartando de su mente cualquier duda que pudiera asaltarle. Nada en el mundo era capaz de detener ese odio que brotaba irreprimible de sus entrañas. Aquel asesino no tendría la menor oportunidad. No sabría quién le había matado, ni siquiera de dónde había surgido el disparo. Cuando sintiera la bala penetrar en su cuerpo, comprendería. Quizá ni siquiera se sorprendiera. Debería saber que un día u otro aquello iba a ocurrir. Tampoco su padre tuvo ninguna oportunidad. Un traicionero tiro en la nuca… a quemarropa… un coche en marcha esperando…
Con pasos rápidos y silenciosos, David se acercó por la espalda de la pareja, extrajo de un bolsillo de la chaqueta una pistola y apuntó a la nuca de su víctima. El disparo resonó como un cañonazo y el criminal se derrumbó como un fardo sobre el empedrado. Durante unos segundos, los ojos de David se encontraron con los del pequeño, que le miraba a través de un mar de lágrimas. Guardó la pistola, giró sobre sus talones y corrió apresurado, desapareciendo por una de las oscuras callejuelas del pueblo. Mientras corría, sintió que el odio acumulado abandonaba su cuerpo. Sintió también la mirada del niño clavada en sus pupilas, una mirada que rebosaba odio y rabia, una mirada que clamaba: “Has matado a mi padre”.
EL ERROR DE SU VIDA Felisa Moreno
El tipo cometió el error de su vida al tocar mi cuello. Me invitó a una copa en el bar del mismo hotel donde se celebraba el ciclo de conferencias. Acepté porque me gustaron sus ojos grises y porque creo que todo el mundo merece elegir su destino. Él se ajustaba como un guante al prototipo de mis víctimas: hombres de mediana edad, seguros de sí mismos, casados y con hijos; donjuanes trasnochados que aún se creían atractivos. Dueños de dedos hábiles que acarician cuellos inocentes, como el vecino de enfrente del piso de mis padres. Yo había perdido la inocencia hacía bastante tiempo, demasiado; y sabía cuáles eran las intenciones de aquel hombre desde que intercambié con él las primeras miradas, aún así, le di una oportunidad: Si no me toca el cuello lo dejaré vivir. Claro que él eso no lo sabía. En la segunda copa, su mano se deslizó desde mi nuca hasta el escote. Un escalofrío antiguo recorrió mi espalda.
No me gustan las muertes violentas. La sangre lo ensucia todo, mancha ropa y zapatos carísimos, que luego hay que tirar. Prefiero los venenos, son más sutiles y eficaces, y no tan difíciles de conseguir como piensa la gente normal. Solo hay que tener algunos conocimientos básicos para mezclar ciertos elementos. Y yo soy muy buena en química.
Matar es fácil. La primera vez crees que no podrás hacerlo, que después los remordimientos no te dejarán dormir, pero no es así. Con cada asesinato me sentía mejor, más poderosa y segura de mí misma. Cada fiambre me ayudaba a olvidar aquellos otros dedos adultos que rozaban sin pudor mi cuello de niña.
Contemplé como el tipo se retorcía en la cama de la habitación de su hotel. El veneno que le había suministrado en la copa de cava era rápido y doloroso. Lo tenía bien atado y amordazado, minutos antes le había prometido que jugaríamos a algo muy excitante y se había dejado hacer. Solo podía mover sus ojos, que me miraban incrédulos y suplicantes, creo que no se dio cuenta de que iba a morir hasta que escuchó mis palabras: “no deberías haber acariciado mi cuello, capullo”.
Una vez comprobado que estaba muerto, me ajusté bien la peluca rubia, retoqué un poco el maquillaje excesivo que me había puesto para la ocasión y me marché con la agradable sensación del deber cumplido.