“Ella”, de Agustín García Meana, y “Hombre muerto”, de Francisco Miguel Espinosa, son los nuevos relatos seleccionados de la nueva remesa de participantes al I Concurso de Relato Breve NegroCriminal y Policiaco de Fiat Lux.
Recuerda que puedes participar enviando tus escritos a ficcionnegra@revistafiatlux.com. Consulta las bases.
ELLA Agustín García Meana
Está al llegar. Sé que le gustará encontrarme. Ella lo desea tanto como yo. Seguro que piensa en mí cuando está con él. Él es el impedimento. No, nena, ya no; te alegrará saber que ya no hay obstáculo entre nosotros.
Oigo la llave girar dentro de la cerradura. Ahí está. Viene de regreso de la oficina. Vestirá ese conjunto ejecutivo blanco, con esa chaquetilla, con esa falda ceñida a sus caderas, y esos tacones. Siento que me aprieta el pantalón a la altura de la entrepierna.
Somos cómplices de un deseo. De una pasión nacida en el portal y alimentada en el ascensor. Día tras día; desde aquel primer día. ¿Cuánto hace que somos vecinos de puerta? Tres meses, dos semanas, cuatro días, dieciocho horas, veinte… No, veintidós minutos. Sí, exactamente veintidós minutos cuando tus tacones llegan a la altura de la puerta del salón.
Me ve. Estoy sentado en uno de los sofás, frente a ella. Hará una hora que la espero; tres o cuatro cigarrillos y media botella de un Rioja que encontré en el mueble-bar. Ardo en deseos de comunicarle que él, al fin, ha comprendido que era un estorbo. Pero, pareces asustada. ¿Por qué, nena? Sé que te alegras de verme, no disimules. No corras. ¿A dónde vas? ¿Por qué gritas su nombre? Yo te diré lo que ha sucedido.
Estuvimos hablando. Sí, vine a tu casa para hablar con él. Y comprendió. De verdad que comprendió. ¿No lo viste? Estaba conmigo en el salón, sentado en el otro sofá. Y no dijo nada. A él le parece bien.
Ah, quieres jugar, ¿verdad? Te escondes para que te encuentre. Pues te pillé. Y ahora sí. Ahora dame tus labios. Sí, nena, fúndete conmigo. Arrancaré los botones de tu chaquetilla, rasgaré tu falda, apartaré tus bragas y te haré mía tal y como tú quieres. Sí, lo haré. Aquí, sobre tu cama, como tú has elegido.
¿Por qué gritas? ¿Por qué te mueves? Disfruta. Solo disfruta. Sé que te gusta. No, no, así no. Nena, no lo hagas, no hagas como él, no quieras dejar de respirar. Deja de gritar. ¿No ves que la sangre resbala por la hoja del cuchillo?
HOMBRE MUERTO Francisco Miguel Espinosa
Maté a un tipo hoy.
No entré a valorar las consideraciones filosóficas del asunto, ni siquiera las morales. Ocurrió como ocurren las cosas: por inercia, por casualidad. Un detonante que provoca una reacción en cadena que hace que todas las posibilidades se reduzcan a una drástica sentencia: tú sobras y yo no.
Me gustaría que no me tomasen por loco, todavía.
A estas alturas, no podía permitirme no hacerlo. Había comprado un arma: un 38 Victory, un revólver para auténticos hombres. Como el que usó aquel tipo para disparar a Lennon. Ni siquiera lo pensé, en su momento, en el callejón, mientras cambiaba dinero por el aparatito de matar. Divertido de tener en las manos, al principio, después caminé por la calle como si llevase una bomba atada a los muslos. Pensé que todo el mundo me leía el pensamiento. Que todos podían ver el arma escondida, en la parte de atrás de los pantalones, rozando con mi culo. Metal frío contra piel caliente y todas esas dicotomías. No; estaba seguro de lo que quería hacer. Lo que no era tan seguro, es que pudiera.
Aguanten hasta que acabe lo que tengo que decir.
El caso es que pensé que, siendo la primera y posiblemente última víctima, debía elegirla con cuidado y esmero: que no fuese una elección azarosa, no dejes que la vida te viva a ti y todo eso. Pensé que quizás debía sentir una conexión especial con la persona que fuese a asesinar. Que quizás nos uniese algo profundo que saldría a la luz cuando nuestras miradas se encontrasen, en un callejón, tal vez frente a la pizzería, puede que en el tren. Pero lo cierto es que me estaba poniendo nervioso. Sospechaba que todo el mundo sabía que llevaba un arma, un arma para hombres, un aparato de matar y pum pum a la mierda todo.
Descarté las mujeres y me centré en los hombres.
Y allí estaba, iluminado por un chorro de luz celestial.
Aquel tipo se me parecía un poco. Supongo que tendría familia y eso casi me puso triste. Me hubiese gustado verle la cara; compartir el momento. Me acerqué y le disparé en la nuca. Pensé en la conversación que tuve antes de comprar el arma:
– ¿Lo ha entendido?
– Tumor cerebral. Inoperable. Un mes de vida.
Siempre he pensado que no hay nada tan oportuno en la vida como la salida de ella.