SE ACABÓ EL PLAZO para la presentación de originales al I Concurso de Relato Breve NegroCriminal y Policiaco de Fiat Lux. Los relatos premiados se darán a conocer durante la primera semana de septiembre. Hoy publicamos los últimos textos presentados: “Fantasmas en la noche”, de Carlota Alonso Rodríguez; “Keira”, de Jordillo; “La sangre en la boca”, de Ferdinand Jacquemort; y “Una venganza con fecha”, de Alyama.
Gracias a todos los participantes. Y ¡suerte!
FANTASMAS EN LA NOCHE Carlota Alonso Rodríguez
El peso de la noche caía sobre sus espaldas. Y llovía. Llovía como solo puede hacerlo los días que son tristes. Mientras caminaba, las finas gotas de agua se deslizaban despacio por su rostro, confundiéndose con unas lágrimas que, inconscientemente, se afanaba en ocultar. Hacía ya demasiados años que el Inspector Paredes dedicaba su vida a aquel oficio hostil y los últimos acontecimientos hacían ahora mella en su viejo corazón y en unas piernas cansadas de recorrer oscuros caminos sin salida, sin salvación posible. Se paró en seco junto a una farola y se agarró a ella como si el suelo fuera a desaparecer bajo sus pies. Iluminado por aquella luz tenue, solo pudo llorar desgarrado por todo el dolor, por todo el sufrimiento que llevaba escondido bajo su vieja gabardina. Porque la vida le devolvía ahora los innumerables golpes que, cegado por la ira, había dado en calabozos inmundos, donde la esperanza era una pesadilla más. Con la luna llena como testigo, el Inspector Paredes repasó las últimas horas vividas, que lo habían cambiado todo…
Habían quedado en reunirse en aquel antro, donde la oscuridad reinaba a sus anchas, donde las agujas del reloj parecían detenerse para siempre, donde las colillas humeantes reposaban despreocupadas en los ceniceros repletos. El soplón había prometido darle el ansiado nombre allí mismo, el nombre por el que había trabajado tan duro, el nombre que le proporcionaría su codiciado ascenso.
Mientras esperaba impaciente, bebió un trago de su copa, buscando aquella desagradable cara llena de cicatrices, repleta de miseria. De pronto, lo vio. Aquel yonqui se acercaba a él resuelto, aunque con la mirada ausente. Pasó por su lado y durante un segundo le sonrió con una mueca siniestra.
Y como si jamás se hubiesen visto antes, le dejó un papel sobre la mesa. Después, siguió su camino. Esperaba no volver a cruzarse con él en la vida, esperaba no volver a ver aquel cuerpo frágil e inestable, ataviado con todo el tufo de la desesperanza.
Allí estaba, en aquella nota sin futuro, el nombre de su hijo.
Después, todo era sangre. Había buscado y matado al cabrón del yonqui. Tuvo que hacerlo. Por su hijo.
El Inspector Paredes estaba solo en mitad de aquella calle, cuando decidió lanzarse sobre un coche que circulaba en mitad de la noche equivocada. Y llovía. Llovía como solo puede hacerlo los días que son tristes.
KEIRA Jordillo
Era justo el momento en que los dados volaban que el fuerte ruido me despertó. Aún aturdido, con la imagen del tapete verde difuminándose rápidamente ante mis ojos, oí:
-“Te voy a matar hija de puta”.
Ruidos de muebles moviéndose o cayéndose, y de cristales rotos precedieron a un:
-“¡Te cacé! Maldita bestia”.
Pegado el oído a la pared, de donde creía que provenía todo el jaleo acerté a escuchar, en voz ya más baja, casi como susurrando:
-“¿Creíste que podrías escapar de mí, no? ”
Evidentemente no susurraba, cómo iba a oírle sino. Mi vecino tenía una voz grave. Una buena voz, que le sirvió para trabajar en radio y cine como doblador. Y claro, gracias a este mundo conocer a Margot. Margot. Su mujer. De la que me había enamorado a primera vista…. Si, ese día, en que la música de mi vecino no me dejaba concentrar en la partida de póker online. Ese día, que fui, piqué a su puerta con fuerza, y me abrió ella. Para mí que era Keira Knightley. Eso me pareció. Que belleza. Apenas si pude balbucear un:
-“Por favor…”
Entonces apareció él, y me dijo que qué narices quería. Me cerró antes que pudiera decir algo.
Pensar que ese bárbaro, esa voz a un cuerpo pegado, había hecho daño a mi Margot-Keira, me puso extremadamente nervioso. Mejor dicho, incrementó mi estado nervioso, bastante maltrecho tras 20 horas seguidas de Póker y dados. Y 15 mil euros perdidos. ¿Pero qué era el dinero? ¿Qué significaba ante la muerte, la violenta muerte de mi ángel, en manos de un sátiro con voz de Mel Gibson?
-“Esta vez no me cerraras las puerta en las narices.” – Me dije.
Lo que vino a continuación fue fácil. Me abrió y me dijo:
-“Qué pasa vecino. ¿También tú tienes cucarachas?”-
Pase decididamente, sin hacer caso a sus palabras. Cuando hubo cerrado la puerta, le clavé la primera puñalada. Luego vinieron muchas más. No recuerdo cuantas. Lo que recuerdo fue la silueta de Margot-Keira en la puerta. La había abierto suavemente, y había empezado a decir:
-“Querido, este insecticida, sino la mata, nos matara a nosotros. Me ha costado más de diez euros, y….”
Eso dije en el juicio. ¿Cómo si no, iba a explicarles, que cuando Keira me abrió la puerta, con un cuchillo sangrando en sus manos, mirándome con ojos tristes, estaba más guapa que nunca?
LA SANGRE EN LA BOCA Ferdinand Jacquemort
La piel, la boca, la sangre. La sangre. El sudor en la piel. La sangre en la boca. El frío. La hierba, fresca. El olor a hierba cortada. Olor de juventud, de infancia. De parque, de jardín. La sombra. La sombra sobre el cuerpo. El cuerpo sobre la hierba. La luz, la sombra, la oscuridad. El deseo. Ponerse en pie, caminar. Abandonar el horizonte, recuperar la verticalidad. Caminar. El polvo. La tierra. La tierra, la sangre. La sangre en la boca. Ese sabor. Ese último sabor. Ese último olor. Las últimas cosas. El puño que se cierra. La impotencia que no puede ser rabia.
El hilo. El hilo que estira y estira, que se tensa, que quiere romperse.
No le mira. No le va a mirar. No quiere que esa sea la última imagen, una más de esas últimas cosas. Allá donde acaba la sombra, empieza el cuerpo. El cuerpo del asesino.
Y sin embargo, todo había salido bien.
El robo. Los gritos, las amenazas, el silencio. Entonces asesino y víctima habían sido una misma cosa. Una misma cosa que busca una misma cosa. El dinero. Mucho. Demasiado. El ruido del motor se escucha cada vez más lejano, pero el coche sigue ahí, mientras espera. Espera su muerte. Piensa que no está ya muy lejos. Su muerte, su espalda. La mano que busca su espalda, bajo el cuerpo pesado, ligero de vida. Los párpados pesan, la sangre se aleja. Los ruidos de la naturaleza que le rodea se apagan. Todo el espacio está ocupado por sus propias sensaciones y sonidos. Quiere creer que la mano está cerca.
La sombra. La sombra del traidor. Sobre el héroe. No.
Todo salió bien. Y luego, la traición. El disparo. En aquel lugar remoto. Vuelo de pájaros, el viento que mece las ramas, que mueve la hierba. El agua de algún río cercano.
Ya está. Siente el frío del metal. Toda su voluntad está ahí. Su última voluntad. Un último gesto. Un disparo. Una sombra que cae. Piensa: es justo. También: es suficiente. Es todo.
La piel, la boca, la sangre. La sangre. El sudor en la piel. La sangre en la boca. El frío. Su cuerpo de asesino junto al otro cuerpo de víctima. Todo iba a salir bien. Ya no.
UNA VENGANZA CON FECHA Alyama
Vestida con un traje de CocoChanel color marfil, un moño italiano y una cautivadora sonrisa, Emma entraba en la sala con paso sereno y firme. Su presencia hechizaba.
-Señora Collins, se le acusa del asesinato de su marido. Por favor, tome asiento y relátenos esa noche fiel a los hechos -le pidió el joven fiscal.
-Admito que las ausencias de mi marido, su falta de sinceridad y las llamadas anónimas a casa me hacían imaginarme momentos preocupantes. Últimamente su vida encerraba demasiado misterio. Él nunca me contó nada. Pero, no, le juro que yo no maté a mi marido aunque todo apunte a lo contrario -confesaba ella con firmeza mientras miraba directamente a los ojos del fiscal que la bombardeaba con duras preguntas.
-Remítase a contar los hechos, por favor -pedía el juez con gesto serio mientras giraba su mano izquierda para mirar la hora, dejando entrever bajo la toga un lujoso y brillante Bulgari.
-El 23 de agosto de 1996 me pidió que le dejara mi BMW 507. Sorprendentemente esa noche me besó en el recibidor de nuestra casa como un amante caliente, pero sin serlo. Parecía una despedida en toda regla. Cogió las llaves y salió de casa. Eran las 23:55 exactamente en el reloj de la pared. Esa fue la última que vi a Derek -comentaba.
-Pero, según su criado, usted partió con él. Además, se encontraron restos de su adn en el cuerpo carbonizado de su marido. ¿Cómo lo explica?
De repente, su abogado interrumpió al fiscal y dijo: “Señoría, pido la aceptación de una nueva prueba clave para la defensa de mi acusada y alegar que no era el cuerpo de su marido’’.
Tras estas palabras y unos segundos de silencio entró con rápido movimiento un hombre alto, gabardina gris con cuello levantado y el rostro oculto bajo un sombrero. Avanzó decidido y a dos metros del juez se paró. Giró la tapa izquierda de su gabardina y sacó un rifle de cañones recortados. Sin mediar palabra, apuntó a Emma entre los ojos con increíble puntería.
A las pocas semanas, el asesino, Derek Collins, cumplía condena por los asesinatos de su mujer y del amante de esta. Tenía las pruebas. Ella lo arruinó, lo engañaba y pensaba escaparse. Derek admitió su culpa y además desveló que el juez, el día del disparo, estaba al tanto. Lo sobornó.
Una venganza con fecha.