Víctor Serrano y SBMontero son los culpables de estos relatos que publicamos hoy: “Malas Noticias” y “Satisfacción Profesional”.
Son los que han sido seleccionados entre los envíos que no cesan de llegar a este territorio creativo, II Concurso de Relato Negro Fiat Lux, que hemos organizado junto con la librería SomNegra, para relatos escritos pero también en vídeo o en audio.
El próximo 1 de julio es la fecha final para la presentación de originales en la dirección de correo ficcionnegra@revistafiatlux.com , y aquí tienes las bases y los premios.
#HazFiatLux
Malas Noticias de Víctor Serrano
TO: robles@homicidios.policia.es
FROM: serrano@homicidios.policia.es
ASUNTO: MALAS NOTICIAS
Reconozco a la perfección ese olor mezcla de óxido, sangre y azufre que desprenden las víctimas de un disparo, pero lo último que esperaba es estar oliendo mi propia herida y eso es lo que estoy haciendo ahora mismo.
Me acaban de pegar un tiro en la cabeza y estoy escribiendo este correo electrónico mientras la sangre me chorrea por delante de la oreja derecha. En un principio, al notar la humedad mojando mi cara, mi hombro y descendiendo por mi brazo he creído que me había mojado con algo. Pero no, se trata de mi sangre. La bala no ha salido y está alojada en algún punto que desconozco dentro de mi cabeza, puesto que no me duele. Siento como arde, escuece y duele el orificio de entrada, pero en el interior de mi cabeza no tengo más que una bala y la pregunta “¿Por qué sigues consciente?” repitiéndose sin parar.
Al llegar me ha parecido que el pijama que tiré por la mañana sobre el sofá no estaba en la misma posición, pero ha sido un milisegundo de duda que se ha esfumado en cuanto he ido al baño a mear. El caso es que no le he visto venir, no le he visto la cara, no le he visto disparar… de hecho, aunque me ha parecido que la agresión ha durado cerca de un minuto es posible que no durase más de dos segundos. Primero la detonación y después el pitido que todavía permanece silbando en mi oído, después la caída de mi cuerpo sobre el suelo y la humedad de la que te hablo.
Recuerdo la pregunta que tantas veces he hecho y me salen más de una docena de candidatos a sospechoso en este nuevo caso. Si me muero antes de concluir la redacción de este email sabrás donde buscar mirando en mis libretas rojas. Están todas guardadas debajo del fregadero, detrás del cubo metálico rectangular.
Desconozco cómo se ha colado en casa y aunque después de caer he oído la puerta cerrarse, puede que el tío siga dentro. Tampoco tengo muy claro que me ha empujado a sentarme aquí a escribirte, creo que la razón es que eso es lo que iba a hacer justo antes de que me matase ese hijoputa. Ahora me doy cuenta de que la sangre parece haber dejado de salir. Es como si la herida se hubiese cerrado, aunque el silbido y una especie de latido caliente en el orificio siguen ahí.
Al grano. En las libretas encontrarás las nuevas direcciones de algunos de nuestros clientes que han salido antes de lo previsto del talego y que seguramente vendrían a pegarme un tiro sin dudar o pagarían a alguien para que lo hiciese. Joder! Ahora oigo un ruido en el baño, pero no me pienso levantar de esta silla hasta que acabe de escribirte o me levanten los del anatómico con el forense apuntándote con su pluma alguna señal sobre mi cara. Podía haber ido al perchero a buscar el móvil y llamarte, pero he visto que me sentaba delante del ordenador y seguía consciente y no he podido evitar escribirte para contarte esta mierda.
Ay, Robles… 33 años en la empresa, 16 en homicidios y me pica billete alguien que ha entrado en mi casa sin que le vea, que no tengo ni idea de si sigue dentro y que lo más probable es que no le atrapéis ni con un croquis. Jajajaja!!! Me cago en mi vida, Robles… Me cago en mi puta vida.
Lo más seguro es qu
Satisfacción Profesional de SBMontero
—Perdone, ni siquiera le he ofrecido café… —en realidad es ella quien quiere café, está nerviosa.
—Preferiría té, si no es molestia.
—Por supuesto que no —dice sonriendo al levantarse.
A sus cincuenta y cuatro años sigue siendo muy guapa, tiene pecas y las uñas cortas. Lleva un vestido suelto, de esos de andar por casa que se abotonan por delante y le disimula el contorno. Usa una peluca muy bien peinada, modelo Anna, creo que color 613F, tal vez le iría mejor el 135/27, pero quién soy yo para criticar la coquetería de una mujer en su situación.
El piso luce muy limpio, ya está en la fase “debes seguir con tu vida normal, esto no es excusa para abandonarse”. Huele de forma tenue a lejía, viene del baño, la medicación no perdona y no es extraño que odie el olor a vómito.
Pone la bandeja en la mesa de centro del salón y me tiende una taza labrada con un infusor de pinza, huele a té rojo, pu-erh con canela, agradable, muy agradable.
—No sabía que hicieran esto —dice al sentarse.
—Bueno, nos gusta interesarnos por los pacientes —por un momento la taza tiembla al llevársela a la boca, pero se sobrepone —. También sabemos que hay dudas que los pacientes prefieren plantear en casa —la taza vuelve a temblar, sólo es un momento.
Esta parte del trabajo es muy dura, pero la prefiero, me hace estar en contacto con los enfermos, me hace sentir más humano.
No siempre disfruté de mi profesión. No es fácil disfrutar cuando día tras día lo único que haces es aguantar la interminable perorata de los familiares al hacer la ronda, escucharlos en la sala de espera, sonreír y estrechar manos de gente que ni conoces, ni te importa. La carrera, la especialización, los exámenes, todo para terminar haciendo aquello, era ilógico. Lo peor es que, aunque no quieras, eso se traslada a tu vida privada, ese aburrimiento, ese tedio se convierte en algo normal en el resto de tu vida; sales de trabajar, vas a casa, pones la tele y ves la vida pasar mientras te pudres tumbado en un sofá sueco, made in China, que, por mucho que te digas lo contrario, es incómodo y tétrico, como un cepo en medio del salón que te amarra y no te suelta. Entonces llega ese momento en que pasas de ser el oncólogo brillante que tanto promete a ser uno más que trabaja en paliativos.
—Si no funciona… si el tratamiento al final no… ¿Cóm… cómo será? —pregunta sacándome de mis pensamientos. No lo sabe todavía, pero con ella no ha funcionado.
—Para cada persona es diferente, aunque le aseguro que será indoloro, tranquilo y en compañía de sus seres queridos —miento, sólo puedo mentir —. Disculpe, ¿Tiene leche?
—Sí, claro —contesta circunspecta. No tardo nada en vaciar la cápsula en su café.
Cuando vuelve esboza una tímida sonrisa, da un par de sorbos más antes de empezar a notar que algo va mal, primero somnolencia, una ligera arritmia, respiración agitada. Le cojo la mano y se tranquiliza. No tarda demasiado en desmayarse y apagarse, tal vez dos o tres minutos.
Es hermoso verlos dejar de sufrir, muy hermoso. Acaricio su mejilla, se la ve tan tranquila. Uno de los botones del traje me deja vislumbrar parte del pecho y un escalofrío me recorre la espalda mientras desabotono el traje, sólo un poco, sólo para admirarla, para ver, para poder tocar a los pacientes y sentir su piel pecosa y caliente…
… Sí, no siempre disfruté del trabajo… ahora es mucho mejor.