“Interrogatorio”, de Jordi Navarro Montes, y “Hasta las varices”, de Guillermo Pardo, son los nuevos relatos seleccionados de la nueva remesa de participantes al I Concurso de Relato Breve NegroCriminal y Policiaco de Fiat Lux.
Recuerda que puedes participar enviando tus escritos a ficcionnegra@revistafiatlux.com. Consulta las bases.
INTERROGATORIO Jordi Navarro Montes
Comisaría del barrio de la Luna, Barcelona. Martes, 15 de julio del 2014. Yo, inspector Orravan, inicio el interrogatorio al sospechoso de asesinato de Lucía Lumen.
I- Empecemos por el principio, poco a poco y buena letra, ¿puede decir su nombre y apellidos?
S- ¿Cómo sabe que tengo buena letra?, ¿tengo que escribir mi nombre o puedo decirlo en voz alta?
I- Puede decirlo, con voz alta y clara.
S- Me llamo Luciano Sol Luzón.
I. ¿Usted es el hijo del asesino Lucas Sol, el ‘asesino del sol’!, ¡increíble!, de tal palo, tal astilla.
S- Sí, pero no lo conocí.
I- Vayamos directo al grano, ¿mató usted a la señorita Lumen?
S- Es una historia complicada. No se responde con un sí o un no.
I- No hay más cera que la que arde, ¿la mató o no la mató?
S- Creo que sí, la maté, pero yo no la quemé, no sé qué dice de arder con cera.
I- ¿Podría usted poner hilo en la aguja y explicar cómo ocurrió todo?
S- Conocía a la señorita Lucía, pero no era costurera, jamás le vi coser, ni con aguja ni a máquina. Como le decía, la conocí, me gustaba y hacía unas semanas que salíamos juntos. Nos gustaban las mismas cosas, las mismas series y películas, las de asesinos y criminales. Desde pequeño, siempre me han llamado la atención los asesinatos, la sangre, los muertos.
I- Árbol que crece torcido, nunca su tronco endereza.
S- Perdone, ¿qué dice de árboles?
I- ¡Nada, nada!, siga, pero recuerde que a buen entendedor, pocas palabras bastan, que hay que ser breve y soy buen entendedor.
S- Un día, viendo una serie, un artista del crimen explicaba la sensación de quitar la vida a alguien con sus propias manos. Decía que era una increíble sensación de poder, que te hacía sentir por encima de Dios. No estaba seguro, tenía mis dudas, el corazón parecía que iba a explotarme y…
I- ¿Y qué hizo?, me tiene en ascuas.
S- Entonces le dije que podríamos jugar como en la televisión, la cogí del cuello con mis propias manos y apreté con todas mis fuerzas mirándole a la cara y se hizo la luz. Sentí lo mismo que explicaba ese personaje de la tele.
I- Me deja sin palabras.
S- ¡Será la primera vez!, inspector. Acabaré yo el interrogatorio a su estilo: Hombre refranero, hombre puñetero.
HASTA LAS VARICES Guillermo Pardo
He matado a mi hermana gemela, ¿y qué? Lo tenía merecido, por fisgona y entrometida.
Se había convertido en una obsesión. Para más inri, me imitaba. Si yo me calzaba unos tenis, se los calzaba ella. Que me ponía un pantalón, se enfundaba en él.
A veces nos metíamos en una tienda con afán de aprovisionarnos de novedades informáticas. Ya sabes, para estar al día. Ella incluso pretendía probarlas. Bueno, pues ya me dirás cómo vas a mirar si funciona o no un portátil cuando lo que quieres es mangarlo y darte el piro. Me ponía de los nervios su falta de profesionalidad. ¡Cagoenlaputa!
No creas que cuando me apetecía mojar el canutillo se mostraba considerada… ¡Y una shit!, que dice el Peta. Se colaba, a la chita callando, entre las piernas de la pava y, hala, a follar. En un suspiro te veías de lleno en un trío: la puta, mi hermana y yo.
Y luego estaba el momento de planificar el curro. Mira que poníamos cuidado en evitar que nos junasen. Nada, se las arreglaba para colarse. Como si fuese una más de la banda.
Lo que más me irritaba, sin embargo, era que se metiese en la cama conmigo. Bueno, lo de la cama es un decir. Daba igual un cajero que un portal o un catre en una chabola. Ella, a lo suyo: se echaba con nosotros y a sobar. No me la podía quitar de encima.
Era así siempre, con todo.
Hasta que se me hincharon las varices y tomé la decisión.
Encontré el momento el día que huíamos de la pasma por la vía del tren. Cuando se acercaba el convoy, la zancadilleé. Se quedó aprisionada en los raíles. Al ver aquel monstruo de hierro viniéndosele encima, se asustó mucho. Trató de zafarse. Me abalancé sobre ella y descargué todo mi peso sobre su silueta. Las ruedas hicieron el resto. Amputaron el pie izquierdo de nuestro hacedor.
Entonces recuperé mi libertad.
Una sombra es una sombra. Así, en singular.