“Me gustan los hombres”, de César, “Ojo por ojo”, de Raúl Mateos, y “Venganza burlada” de Andrei Kuklinski, son los nuevos relatos seleccionados de la nueva remesa de participantes al I Concurso de Relato Breve NegroCriminal y Policiaco de Fiat Lux.
Recuerda que puedes participar enviando tus escritos a ficcionnegra@revistafiatlux.com. Consulta las bases.
ME GUSTAN LOS HOMBRES César
Podría ser una manía como cualquier otra, la gente es muy rara, oye. O una sufridora y celosa crónica, de esas que le gustan tener un marido súper guapo y súper seductor que sólo para en casa a la hora del desayuno y a veces. La frase da para mucho: me gustan los hombres de los que no puedo fiarme. Pues no, ya ves lo que son las cosas. Rodrigo es el octavo, aunque te parezca mentira, que saca del arcón congelador, troceado como para el ajillo.
OJO POR OJO Raúl Mateos
El viejo reloj de la plaza estaba a punto de dar las diez. Oculto bajo los desgastados arcos de medio punto, amparado en la oscuridad de la noche, alternando la mirada entre el reloj y el portal del número seis, David aguardaba con impaciencia la aparición de su víctima. No habían sido pocos los días dedicados a estudiar sus movimientos, sus costumbres, sus compañías. Y, por fin, había llegado la hora. Había llegado el ansiado momento de hacer justicia y consumar su venganza. Iba a matar al asesino de su padre.
Las diez campanadas sonaron lentas y profundas extendiendo su eco por los tejados del pueblo. El portal del número seis se iluminó tenuemente y la puerta se abrió despacio ante su atenta mirada. Quedó sorprendido al ver a su víctima acompañada de un niño. No contaba con ello. En ninguna ocasión durante sus jornadas de seguimiento se había dado esa circunstancia.
David vaciló un instante. Sólo un segundo. Sacudió la cabeza con determinación apartando de su mente cualquier duda que pudiera asaltarle. Nada en el mundo era capaz de detener ese odio que brotaba irreprimible de sus entrañas. Aquel asesino no tendría la menor oportunidad. No sabría quién le había matado, ni siquiera de dónde había surgido el disparo. Cuando sintiera la bala penetrar en su cuerpo, comprendería. Quizá ni siquiera se sorprendiera. Debería saber que un día u otro aquello iba a ocurrir. Tampoco su padre tuvo ninguna oportunidad. Un traicionero tiro en la nuca… a quemarropa… un coche en marcha esperando…
Con pasos rápidos y silenciosos, David se acercó por la espalda de la pareja, extrajo de un bolsillo de la chaqueta una pistola y apuntó a la nuca de su víctima. El disparo resonó como un cañonazo y el criminal se derrumbó como un fardo sobre el empedrado. Durante unos segundos, los ojos de David se encontraron con los del pequeño, que le miraba a través de un mar de lágrimas. Guardó la pistola, giró sobre sus talones y corrió apresurado, desapareciendo por una de las oscuras callejuelas del pueblo. Mientras corría, sintió que el odio acumulado abandonaba su cuerpo. Sintió también la mirada del niño clavada en sus pupilas, una mirada que rebosaba odio y rabia, una mirada que clamaba: “Has matado a mi padre”.
VENGANZA BURLADA Andrei Kuklinski
Mientras el cuerpo se tambaleaba por la descarga eléctrica del Taser, la afilada hoja del cuchillo se posó sobre su cuello y cortó la piel muy lentamente, con más fuerza desgarró la carne y de un solo tajo seccionó la yugular. Luego, solo dos palabras conmovieron el macabro silencio que embutía la roída habitación del hotel: «Jódete cabrón». En unos segundos, Connor se desplomó contra el suelo y una atroz expresión llenó sus facciones. Laika se estremeció, le pareció que la atmósfera se hacía intolerable. Apretó sus dientes enfurecida, se agachó, y dejó caer el cuchillo con tanta fuerza que destrozó el corazón de su padre. Todo había terminado, los maltratos, los abusos sexuales… Ahora debía darse prisa, aun era de noche y estaba convencida que el recepcionista estaría dormido. Antes de entrar en el lavabo hizo un guiñó a su perro que, aterrado, seguía escondido debajo de la cama. Abrió la ducha, todo su cuerpo chorreaba sangra. El agua fría se llevó la suciedad por el desagüe. Cuando salió, el charco de sangre llegaba hasta la puerta de la habitación y su perro lamía el viscoso plasma. «No hagas esto —gritó alterada—. Es una inmundicia del diablo» Al escuchar los gritos, el perro dio un brinco y se enredó entre las piernas de su dueña haciéndola caer de bruces al suelo. En unos segundos todo su plan se había ido al traste. El perro huyó por la puerta entornada y su mirada se clavó en los ojos de su padre que parecían contemplarla tendido a su lado. El flujo sanguíneo, ahora oscuro y espeso, seguía emergiendo a borbotones por las heridas abiertas. Un temor espeluznante invadió su espíritu, intentó levantarse, pero una fuerza desconocida paralizó sus movimientos. Era como si cientos de brazos sujetaran su cuerpo y la arrastraran hacía un pozo profundo lleno de pegajosos brebajes rojizos. Hizo un esfuerzo supremo para comprender lo que ocurría. No hubo respuesta, el frío de la muerte invadió su alma y un terror atroz enmudeció su garganta. Luchaba para escapar de las tinieblas eternas que la envolvían, pero la mirada aterradora de su padre, fue como un fuerte picotazo de veneno mortal que la atravesó de parte a parte.
Fuera de la habitación, el perro ladraba con fuerza. De repente, un grito terrorífico acompañado de una cruel y despiadada carcajada llenó todo el hotel.