“Venganza cruel”, de Néstor Quadri, y “El cadáver”, de Benito Olmo, son los nuevos relatos seleccionados de la nueva remesa de participantes al I Concurso de Relato Breve NegroCriminal y Policiaco de Fiat Lux.
Recuerda que puedes participar enviando tus escritos a ficcionnegra@revistafiatlux.com. Consulta las bases.
VENGANZA CRUEL Néstor Quadri
El mafioso, se encontró de pronto maniatado, inmerso con su cuerpo dolorido dentro del oscuro espacio de un ataúd. Recordó los golpes propinados por unos matones de la banda rival y pensó que para vengarse, lo habían enterrado vivo.
El aire era escaso y seguramente moriría asfixiado. Por suerte logró liberar un brazo para golpear fuertemente con su puño la tapa del ataúd. En un momento dado la madera crujió y finalmente, con su puño ensangrentado, logró abrirse paso a través de un hueco y empezó a sentir la humedad de la tierra entre sus dedos.
Pero por el agujero comenzó a entrar un montón de basura con un líquido pestilente y como de la nada, apareció una enorme rata hambrienta dispuesta a atacarlo, mientras emitía un chillido siniestro. Sintió sus patas sobre su cuerpo y sus ojos brillaban en la oscuridad. Entonces, desesperado y con sus pulmones a punto de estallar, trató de girar su cuerpo para reingresar la mano a fin de defenderse.
Ese esfuerzo lo hizo rodar sobre el húmedo piso del pozo nauseabundo lleno de basura en la cual lo habían arrojado. Exhausto y atado de pies y manos, la imagen fue cobrando realidad ante sus ojos. Con el corazón palpitante, respiró honda y profundamente durante unos segundos para tratar de reponerse de aquella terrible pesadilla.
Pero no tuvo tiempo, porque volvió a escuchar aquellos chillidos y la enorme rata reapareció frente a él y se le acercó sigilosamente con esas patas blandas y pegajosas. El silencio era tan profundo que sentía el respirar de aquellos pequeños pulmones, mientras su garganta emitía chillidos y de su boca sobresalían los filosos colmillos. Entonces, al encontrarse inmovilizado, comenzó a sentir esa particular y ominosa sensación angustiante que produce el miedo, mientras el corazón le palpitaba con fuerza. Lleno de terror, quiso gritar pero no pudo, y finalmente se desvaneció.
Una vibración de placer sacudió a aquella rata maloliente mientras se acercaba agitando su cuerpo, y al olfatear ese olor flácido, el apetito se hizo tormenta en su vientre. Entonces, disfrutó hasta el hartazgo, primero comiéndole los ojos y luego, saboreando su tierna carne. Le deleitaba el sabor cálido de la sangre, mientras latía al unísono su corazón con los de ese ser agonizante, que ahora era su preciado alimento. Días después, y ante una denuncia anónima, encontraron en el pozo los restos del mafioso, dispersos entre la basura.
EL CADÁVER Benito Olmo
—¿Quién lo ha encontrado?
—Unos críos que jugaban por la zona.
Asentí como si hubiera esperado una respuesta similar y desvié la mirada hacia el cielo, donde gruesos nubarrones anunciaban la tormenta que estallaría en unas horas. Después volví a mirar la masa sanguinolenta que descansaba a los pies de Julián, tan machacada que costaba trabajo creer que alguna vez hubiera sido un ser vivo.
—Se les escapó hacia aquí la pelota —explicó—, y cuando vinieron a buscarla se encontraron este “regalito”.
Julián acompañó el comentario con una sonrisa triste que no tardó más de un par de segundos en borrarse de su rostro, como si nunca hubiera estado allí. Sin duda los padres de los críos que habían encontrado el cadáver iban a tener que gastarse una pasta en psicólogos que mitigasen el impacto que la visión de aquel cuerpo putrefacto ocasionaría en sus mentes infantiles, demasiado jóvenes e ingenuas como para comprender lo infame que podía llegar a ser el mundo que les rodeaba.
Un trueno lejano me sacó de mis ensoñaciones. La inminente tormenta arrasaría con cualquier huella que hubiera podido dejar el asesino, algo que probablemente habría tenido en cuenta al elegir aquel lugar para deshacerse del cuerpo, sin importarle que en las inmediaciones hubiera un parque infantil.
—El que lo ha hecho es un sádico —sentencié.
—Ya te digo. Lo han matado como a un perro.
—¿Quién puede haber hecho algo así?
—Ni idea, pero de algo estoy seguro: lo mató con sus propias manos.
—Habrá que esperar a ver qué dicen los de la científica.
Julián me fulminó con una mirada suspicaz, incapaz de creer que dudase de su criterio. Estuvo de punto de protestar cuando el sonido amortiguado de unas pisadas interrumpió la conversación, y supe de quién se trataba antes incluso de darme la vuelta y enfrentarme a su mirada acusadora.
La visión del cadáver torció su rostro en una mueca de repulsión y escepticismo. Luego nos habló a los dos, pero sólo me miró a mí al hacerlo.
—¿Se puede saber qué hacéis aquí? —Rugió—. Dejad esa porquería y volved antes de que empiece a llover.
Crucé una mirada con Julián, que se encogió de hombros con desgana. «Así son las cosas» parecía decir aquel gesto, y la certeza de que nunca sabríamos quién había matado a aquel chucho me hizo proferir un suspiro antes de contestar.
—Sí, mamá.