“Hágase la luz”, de Maurice Etcheverry, y “¿Razonamiento lógico?”, de El Procónsul, son los nuevos relatos seleccionados de la cuarta remesa de participantes al I Concurso de Relato Breve NegroCriminal y Policiaco de Fiat Lux.
Recuerda que puedes participar enviando tus escritos a ficcionnegra@revistafiatlux.com. Consulta las bases.
HÁGASE LA LUZ Maurice Etcheverry
El madero apura el expresso, sale del bar haciendo un leve gesto al camarero y coge el coche para dirigirse allá donde la busca le exige. Al apearse advierte el corrillo habitual en estos casos. Sin prisa, placa en mano, se hace un hueco en primera línea. Observa: varón, veintipocos, medio cuerpo colgado del asiento de conductor, goteando sangre al asfalto por los orificios de innumerables balazos que también salpicaron todo el lateral del utilitario que conducía. La inerte y oblicua mirada del joven es testigo de cómo el agente, tras un suspiro cansado, procede a preguntar y anotar en su libreta la información que sonsaca a los presentes. Datos fútiles de gente arremolinada en torno al morbo, teóricamente cansada de violencia pero extasiándose a su vez con ella, aceptándola como aliciente para esta cálida noche de verano. No tardan en llegar más curiosos, policía, prensa, fotógrafos, la ambulancia y, con ella, la manta que cubre al difunto en un penúltimo instante de calidez. Algunos acuden al anónimo agente, que indefectiblemente ahuyenta las preguntas, educadamente primero, con un displicente gesto de mano después. A la espera que centralita verifique la identidad del finado, la mente del funcionario repasa lánguidamente los motivos de rigor: drogas, ajuste de cuentas, intromisión en negocios ajenos, otros. Marque la casilla correspondiente y archívese cuanto antes. Burocracia mental. Hastío bajo su tez morena e hirsuta cabellera. Mientras espera una señal del busca que no llega, coloca una cinta policial delimitando el lugar del crimen y comienza a despachar mirones hasta que allí sólo quedan quienes viven, de una u otra manera, de la sangre: periodistas, policías, el juez de guardia y algún político local arrastrando palabras de pesadumbre. No está mal para una aldea sureña. El campanario marca las dos de la madrugada y, cual premeditada epifanía, comparece el párroco, que traspasa la cinta policial hasta situarse junto al cadáver. Su oración, tan silente como breve, acaba tras una apenas perceptible genuflexión. Todas las miradas se posan en su curvada figura, que lentamente va dejando atrás al infeliz ametrallado y sus improvisados veladores. Cuando está a punto de traspasar la cinta sus labios murmuran «Fiat lux», mas las palabras no encuentran mayor consuelo que el haz de una farola y menguantes flashes fotográficos. Sólo un periodista repara en la marca del auto, acribillado en un territorio donde la noche no acaba nunca. Aunque llegue el alba.
“¿RAZONAMIENTO LÓGICO?” El Procónsul
Al llegar la policía y luego el fiscal, todos coincidieron en que algo no encajaba. La intuición detectivesca de los agentes y el “olfato” propio de un letrado cuya labor es hallar evidencia para demostrar quién es el culpable, indicaban que la escena del crimen había sido cambiada.
El cadáver aún estaba tibio y el orificio en su nuca, con el correspondiente halo de Fish, demostraba que el disparo había sido efectuado desde atrás y a una distancia considerable; lo llamativo era que el cuerpo fue encontrado a la entrada de una finca rural, reducto de perdices y patos salvajes, a unos 80 km de la ciudad. Sin árboles y con matorrales que apenas llegaban a la altura de las rodillas, el homicida no tenía dónde ocultarse y habría sido fácilmente advertido por la víctima, quien fue sorprendida sin poder defenderse o al menos intentar escapar.
Estaba claro pues que el asesinato se había cometido en otro sitio, quizás muy lejos de aquel paraje y que el o los delincuentes habían transportado al fallecido allí para despistar a los investigadores; de ahí entonces las sospechas sobre cambios en el lugar del hecho.
La autopsia del forense confirmó lo dicho en cuanto al deceso y así las cosas, todo se centró en encontrar en el occiso, huellas digitales de terceros. El resultado fue desconcertante: ninguna.
Pero las suposiciones parecieron tornarse concretas cuando el hijo de uno de los fiscales del caso, contó a sus padres que en la fiesta de cumpleaños de su amigo Luis, escuchó al tío de éste contar cómo se le disparó accidentalmente el rifle mientras estaba de cacería… a 80 km de la ciudad.