“La mosca”, de Rodrigo Padilla Sierra, y “El breve espacio en que no estás”, de Raimon Battaglia, son los nuevos relatos seleccionados de la tercera remesa de participantes al I Concurso de Relato Breve NegroCriminal y Policiaco de Fiat Lux.
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LA MOSCA Rodrigo Padilla Sierra
El detective Flores se secaba el sudor que profusamente corría por su frente. Le habían encargado un caso y lo debía resolver; el problema era que no sabía como. Ya había revisado todas las pistas posibles excepto una y pensaba que la oportunidad de conseguir un culpable se le iba de las manos. Esta, su única oportunidad, se llamaba Julián Hernández. El era el único que conocía a las muchachas desaparecidas, sin embargo el no contar con un cuerpo hace difícil conseguir un culpable. Un caso de personas desaparecidas no es nada más que eso y no conduce sino a un callejón sin salida. Ensayó el ya conocido ritual de preguntas: ¿Qué hacía usted el 5 de julio? ¿Cuándo fue la última vez que vio a la señorita Ester? A cada una de sus preguntas Hernández respondía con tono firme y sin mostrar ninguna de las conocidas señales del mentiroso: no titubeaba al responder, se notaba franco en sus palabras. Flores terminó su taza de café y no pudo pensar nada más que ya había perdido la oportunidad de hacer algo por el caso. Tendría que retirarse de casa de Hernández y decirle a sus superiores que no podía hacer más. Indicó con un gesto a sus compañeros que ya era hora de retirarse y tomó el camino hacia la puerta. Cruzarían el jardín para llegar a la salida de la propiedad cuando notó algo que le fue extraño: el señor Hernández se veía diferente. Había cambiado radicalmente de ser aquel hombre calmado a convertirse en alguien sumamente nervioso ¿Por qué tanta inseguridad? Por un momento sintió que algo grande vendría pero no sabía ni imaginarlo.
Ya casi llegando a la puerta principal sintió un ruido molesto. Una mosca se le posó en la frente. Pudo ver esa diminuta criatura zumbando en su cara. Sacudió la mano para asustarla pero la mosca se paró en su anteojo derecho. Pudo ver que no se trataba de un insecto pequeño; sus colores brillantes le llamaron la atención. En medicina forense se sabe solo una cosa de estos bichos: acompañan a la muerte y de pronto se le aclaró todo: la casa de Hernández… era un cementerio.
EL BREVE ESPACIO EN QUE NO ESTÁS Raimon Battaglia
Cuando abro la puerta lo entiendo todo. El sonido ronco y la luz me desvelan las respuestas a mis pocas preguntas. A través de la puerta puedo ver las sábanas deshechas, el dinero encima de la cama, la maleta a medio hacer. Y su sonrisa, nada brilla más que su sonrisa.
El plano contrapicado me permite acomodar mejor mis ideas, darme cuenta de sus mentiras, de cómo me llevó por el camino que ella quería.
La conocí en el bar de las almas perdidas, apareció entre mi último trago de whisky, siempre pensé que la vida me devolvía toda la mala suerte que había sufrido. Sus caderas no me dejaron ver la realidad.
Un leve dolor acompaña el charco que se forma en torno a mi cabeza.
Estuvimos varios meses juntos, sexo, bares, todo era exactamente como cabe esperar de la lotería de los perdedores. Una mañana me lo propuso, no era difícil, era una sucursal pequeña, desatendida, me prometió que el guarda de seguridad era un viejo aún mas acabado que yo.
Tardamos varios días en conseguir el arma, controlar los horarios, esperar el momento oportuno. Me dijo que entrara yo, que se sentirían más intimidados si el que gritaba era un hombre. Me convenció con más sexo y alcohol.
Empiezo a no sentir partes de mi cuerpo, me cuesta respirar.
Entré en el banco una mañana gris de marzo, con el arma y el valor que ella me había dado, no dudé ni un momento, conseguí llevarme más de cien mil dólares. Íbamos a fundirlo en Las Vegas, ella esperaba al volante de un viejo coche.
La luz baila en torno a mis ojos, veo sus piernas alejarse de la puerta, veo como cierra la maleta.
No dejábamos de besarnos mientras ella conducía, me propuso dormir en un motel de carretera, el champan necesitaba hielo y fui hasta la máquina del fondo, esa que nunca funciona, al volver abrí la puerta y vi el arma.
Ella pasa sobre mí, como si fuera la alfombra, lo último que veo antes de morir son sus bragas entre sus piernas, sonrío. Lo último que pienso es en el pobre imbécil que me encontrará en unas horas, en las dos líneas que va a ocupar mi vida en los periódicos de mañana, en que abriría la puerta mil veces por rozarla de nuevo.