No hay peor muerte que el olvido. No hay peor tortura que te roben los recuerdos. Si quien lo hace, lo uno y lo otro, es alguien, siempre puede quedar el utópico consuelo de la venganza. Pero, ¿qué pasa si eres tú mismo quien ejecuta y no conserva, quien alienta el olvido y abandona los recuerdos?
Pasear por esta galería de disparos es un viaje sin destino…
¿Dónde fueron, dónde buscamos las miles de historias que dejaron escapar quienes abandonaron esas casas convertidas en esqueletos de vida?
¿Dónde fueron, dónde buscamos los cientos de diálogos que mantuvieron los del 146 y los del 144?
¿Dónde fueron, dónde buscamos los besos que se dieron en el corazón grabado en el mojón que fue límite y señal?
¿Dónde fueron, dónde buscamos los millones de ratos de vida vividos tras las desvencijadas puertas sarcásticamente blasonadas con candados y cadenas que ni guardan ni retuvieron?
Campanarios, tejados y vallas rastrean inasequibles los horizontes invocando memorias y desamores. Sobre la mesa, entre el cañón que dispara y la mirada que guía la bala, el ojo de la venganza tatuado en el martillo anticipa el castigo y la condena: muerte por inanición de recuerdos en la cárcel del olvido.
Fotos de Marta Fernández Moreno
Maravilloso relato acorde con las fotografías, un placer haber colaborado con vosotros.
El placer es nuestro, Marta. Las fotografías son maravillosas, no merecían menos. 😉 Un abrazo.