Por Ricardo Bosque, @ricardo_bosque
Hay ofertas que uno no puede rechazar. Por ejemplo, que te inviten a participar en una mesa redonda en Getafe Negro. De qué hablar es lo de menos, lo importante es poder estar disfrutando de un festival más consolidado a medida que pasan los años, siete ediciones ya y la vida que tiene por delante.
«Que me han dicho que estás muy puesto en novela negra japonesa» -afirma más que pregunta David Barba, coordinador de la programación literaria hace unas semanas-. «Claro, la duda ofende» -respondo sin pensarlo tras recordar que sí, que cuatro o cinco títulos han caído en mis manos en los últimos años.
Me pongo las pilas, refresco mis conocimientos de japonés -que nada tienen que envidiar a los de inglés de Annie Bottle-, busco, pido, robo y leo todo lo que puedo encontrar y consigo un récord de ocho nuevas lecturas en unas cuatro semanas.
Ya con los ojos rasgados, me pongo en contacto una semana antes del evento con los cuatro sujetos a los que me toca moderar. En los correos que intercambiamos para poner unas cuantas ideas sobre la mesa salen a relucir colegialas, braguitas enlatadas, love hotels con habitaciones decoradas como bufete de abogados, quirófanos o en plan Mazinger Z y Afrodita A, salas de juego, katanas, rituales de atadura y no sé cuántas perversiones, filias y fobias más.
Me digo, demasiado tarde, que a estos cuatro -Carlos Bassas, Andrés Pascual, José Andrés Espelt y José Luis Ramírez- no hay Buda que los modere. Habrá que apechugar, claro.
La cosa se calma por fin y llegamos a la conclusión de que todo lo anterior, sí, esta presente en la mayoría de los títulos de novela negra japonesa que se pueden leer en España, pero que no dejan de ser anécdotas, que lo que realmente la caracteriza es el ritmo más pausado de la narración, las tramas perfectas, los rituales, el individualismo combinado con una extraña solidaridad derivada del sentimiento de obligación que muestran los nipones, la discriminación de la mujer, su sometimiento familiar y su imposibilidad de hacer carrera laboral, la crítica social por la mera descripción de hechos denunciables -corrupción o presencia de la yakuza detrás de todo tipo de negocios más o menos consentidos, por ejemplo- sin que el autor se posicione al respecto…
Y, por supuesto, la casi incomprensible -para un occidental- combinación de frialdad y pasión: como dice Andrés Pascual a lo largo de la charla que se celebra en Getafe el pasado viernes 24, «los japoneses no es que piensen diferente, es que sienten diferente». Y como aclara Carlos Bassas en la misma charla a modo de resumen de casi todo lo que se ha puesto sobre la mesa «en Japón, lo público es contenido, pero lo privado es salvaje».
Sale uno del salón de actos poco antes de las doce del mediodía con la sensación de que el público se ha quedado con ganas de leer novela negra japonesa. Perfecto, eso es lo que queríamos, que la charla sirviera, entre otras cosas, para animar a los lectores de buen género negro a adentrarse en un mundo fascinante por desconocido y sorprendente por su alta calidad literaria. Y consideramos que podemos cerrar con un bis, ofreciendo al respetable una recomendación concreta por barba. A saber:
–El expreso de Tokio, de Seicho Matsumoto, recomendada por Andrés Pascual.
–Hanshichi, de Okamoto Kido, recomendada por José Andrés Espelt.
–La sombra del Kasha, de Miyuki Miyabe, recomendada por José Luis Ramírez.
-El ladrón, de Fuminori Nakamura, recomendada por Carlos Bassas.
-Out, de Natsuo Kirino, recomendada por un seguro servidor.
Domo arigato gozaimazu, que, como bien dice don Mariano, significa “muchas gracias”. Y que disfruten todos ustedes con estas cinco novelas y con todas aquellas que puedan caer en sus manos.