Por Marta Marne Fernández (@atram_sinprisa)
Octavio es uno de esos hombres castrados como tantos. Con una mujer opresora a la que se ha sometido y que le ha hecho llevar una forma de vida y sobre todo de pensar que odia. Lleva años planeando su muerte y cómo deshacerse de ella. Pero como buen hombre castrado, le falta mucho valor para poder llevar a cabo algo así. El destino o la suerte quieren que Octavio cambie de rumbo, y Dorita muere. En Marrakech, a la hora de la siesta. En un lugar extraño y alejado de su casa en Barcelona. Hasta le fastidia en eso.
Ese es el momento en que Octavio sufre una transformación. Esa castración deja de ser tal, y el mejor modo de mostrarlo es descubriéndose con un pene de tamaño desproporcionado. Deja a Dorita bajo la cama escondida y se va a recorrer la ciudad con una cierta angustia de qué hacer con el cuerpo de su esposa, ya que no confía demasiado en que la policía del lugar no le vaya a culpar de su muerte.
Pero se topa con Soldati, un argentino con una filosofía de vida muy diferente a la suya. Todo aquello que quiere, lo coge. «Si hay miseria, que no se note», repite una y otra vez. Por lo que no duda en coger prestado todo aquello que necesite para conseguirlo. A partir de este momento, comienzan las andanzas de estos dos personajes a los que se sumará un Carlos Gardel que no murió cuando todo el mundo piensa y que vive obsesionado por matar a Julio Iglesias. Así de disparatado es este libro.
Con Camino de ida puedes hacer dos cosas. La primera, leerlo como una novela convencional y tratando de analizar cada giro de la trama, cada momento y cada circunstancia. Mal. La otra opción es dejarse llevar, ver normal que aparezcan cantantes muertos, que todo se solucione con un trozo de alambre, que un boliviano te quiera matar, que lleves un arma oxidada que te hace recobrar una confianza que habías olvidado que tenías, que puedas congelarte en medio del desierto, que una nube te persiga y que tengas un coche y un gato con nombres de personas.
Si habéis leído alguna novela de Carlos Salem habréis visto que la búsqueda de la propia identidad es uno de sus leitmotiv. Ese continuo escapar de las ataduras que tú mismo te has ido imponiendo con los años y con las responsabilidades que asumes. Sus novelas son una vía de escape de la vida real. Ese «¿y si…?» que todos tenemos en mente en muchas ocasiones. ¿Y si dejo mi trabajo para dedicarme a algo que me guste? ¿Y si hago la maleta y me voy a una ciudad donde nadie me conozca? ¿Y si apuesto por ese amor loco e imposible, pero que da la vida? ¿Y si…? Salem cumple precisamente esos ¿y si…? de nuestras vidas con las propuestas más descabelladas y extravagantes. Y funciona.
Salem consigue en Camino de ida un binomio que no es fácil de conseguir: lograr que una novela divertida no se quede solo en la superficie. Sino que te haga reflexionar, que te deje dando vueltas a lo que acabas de leer y que al rato te des cuenta de que te has comido 250 páginas de filosofía mientras te reías. No esa filosofía que estudiábamos en el colegio, sino esa otra que aprendíamos en el patio del mismo: la que te salvará el culo en más de una ocasión.
– Estás triste – le dije sin necesidad.
– Sí.
– Yo estuve triste muchos años. Y no me sirvió de nada. Después de tanto tiempo, he descubierto que todo el camino es de ida…
– ¿Hacia dónde? – preguntó acariciando a Jorge Luis, que ronroneó.
– Eso es lo que menos importa – respondí -. El caso es ir, hacer, reír, llorar, vivir. Son verbos, acciones. Si te equivocas, mala suerte. Pero si no decides por tu cuenta, la suerte, buena o mala, siempre es ajena. ¿Entiendes? No se puede vivir echándole la culpa a los demás de lo infeliz que eres, porque ser un infeliz también es una elección, pero una elección de mierda.
Camino de ida obtuvo el Premio “Memorial Silverio Cañada” de la Semana Negra de Gijón en 2008 a la mejor primera novela negra escrita en español. Y fue finalista del Prix 813 de la Asociación europea de Literatura Policíaca a la mejor novela extranjera publicada en Francia.
“Camino de ida”, Carlos Salem, Navona Negra