Por Marta Marne Fernández (@atram_sinprisa)
Por favor, las señoritas remilgadas y los caballeros pudorosos que abandonen la sala antes de comenzar nuestra sesión. El siguiente libro puede herir la sensibilidad de los lectores y quien no se sienta preparado es mejor que dejen nuestras instalaciones.
Días de guardar no es una novela especialmente dura, ni especialmente violenta, ni especialmente sanguinaria. Pero no es una novela negra al uso. No lo es porque no hay ni policía, ni investigador, ni detective. El protagonista, Antonio Domínguez, sabemos desde la página uno que es un ladrón. Más concretamente, un atracador de bancos. Y será él en primera persona quien nos relate sus aventuras que transcurren del lunes al viernes de una semana de su vida, cerrando con un breve epílogo del sábado para rematar.
La magia de la novela no reside solamente en el propio protagonista nos narra sus golpes a los bancos, sino que toda la novela es un monólogo, una disertación en la que el autor habla de tú a tú con el lector y sin un solo pelo en la lengua. La diferencia reside en el uso del lenguaje y en lo desvergonzado de nuestro personaje. Maleducado, machista, salido, soberbio, bruto y toda la clase de calificativos que se os ocurran de este tipo.
Antonio es un ratero con una personalidad llevada al extremo. Y funciona. La novela es increíblemente divertida, muy ágil y con un lenguaje mucho más meditado y cuidado de lo que puede parecer en un primer momento. Nada mejor que una muestra para que entendáis de qué estoy hablando:
“Y, sin embargo, se mueve. La muy hijaputa se mueve. No sólo se mueve, sino que pone su mano sobre mi pecho y la va bajando hasta dar con mi picha, que, después del castigo que la muy carbona me infligió durante la noche, está más apagada que la puñeta. Juega un poco con ella y yo la dejo hacer. Pero cuando intenta pasar a mayores y dirige su boca a mi herramienta, que se ha ido animando con el toqueteo a que la ha sometido, le arreo una hostia en toda la jeta, que la deja alelada de cojones. Me mira sin comprender y veo cómo la sangre empieza a aparecer en la comisura de sus labios. Se lleva las manos a la cara y la muy bragazas comienza a llorar. Lo que me faltaba.”
Creo que no es una casualidad que Reino de Cordelia nos haya rescatado esta joya precisamente ahora. Las novelas de barrio están proliferando, novelas protagonizadas por maleantes, quinquis, yonquis y desheredados. Y es que es la realidad que vivimos muchos o con la que hemos crecido. Los antihéroes están de moda precisamente porque su forma de ver la vida y de sobrevivir, aunque llevada al extremo, se parece mucho más a nuestro día a día que el de un detective afincado en la soleada California.
A pesar de lo bajo de su escalafón social y sobre todo moral, Antonio nos deja una serie de reflexiones en las que no puedes hacer otra cosa que asentir y darle la razón. Al fin y al cabo ha sido la escuela de la vida, como diría Extremoduro, la que le ha dado la sabiduría que te da el fracaso:
“Que yo sepa, en esta vida sólo hay tres formas de hacerse rico. A saber: 1) Que le toque a uno la lotería o cualquier otro juego; 2) Teniendo una empresa y explotando a la gente a base de bien, y 3) Atracando Bancos u otros sitios donde hay pasta.”
Días de guardar fue la primera novela del ya fallecido Carlos Pérez Merinero, y os aseguro que no parece una primera novela. Fue guionista durante muchos años y ensayista de cine, y esas tablas se notan en la novela. Se publicó por primera vez en 1981 y os aseguro que ha envejecido muy bien. Quizá porque desde entonces no han cambiado tanto las cosas como nos pensamos.
“Días de guardar”, Carlos Pérez Merinero, Ed. Reino de Cordelia