Por Ignacio del Valle, (@ignaciodevalle)
Esta obra del escritor Don Carpenter es difícil de catalogar, se trata de una isla literaria sin adscripción posible a movimientos o intelligetsias, una novela negra de aquella manera, podríamos decir. Es sólida, es contundente, una historia de delincuencia y redención, muy americana, que en ciertos momentos parece la película “El Buscavidas” y en otros “La fuga de Alcatraz”, todo sembrado por profundas y jugosas digresiones sobre la vida, su sinsentido y sus recompensas. Los protagonistas son “rolling stones”, “cuando estás sin blanca, te vienen a la cabeza las ideas más desquiciadas para ganar dinero… arrollar borrachos, vaciar cajas registradoras… incluso tratar de conseguir un trabajo”, gente con talento en algunos casos, pero mala estrella o que sencillamente son incapaces de encajar en el molde de la sociedad bienpensante. Tres décadas en las vidas de Jack Levitt y Billy Lancing narradas a través de reformatorios, drogas, prostitución, alcoholismo… personajes muy parecidos a aquel Carlito Brigante interpretado por Al Pacino en “Atrapado por su pasado” -y novelado Edwin Torres-, que por mucho que se esfuercen en integrarse parecen darle la razón a los clásicos griegos acerca de un destino burilado ya en mármol. “Todas las cosas que me gustan tienen un número en el Código Penal”, escribe Carpenter, y a partir de ahí comienza una carrera frenética por dejar un bonito cadáver, animales siempre al borde de la locura, que, no obstante, aunque saben que las cartas estaban marcadas, aunque saben que el whisky les enterrará y que su final será brutal, también disfrutan de esos momentos de calma sobrenatural que hay en el ojo del huracán, vislumbrando la vida que quizás podrán merecer en otra reencarnación: “Sally regresó esa misma noche, muy tarde, y lo encontró tumbado en la cama como una piedra; besó su cuerpo y le susurró su amor al oído e hizo que volviese a la vida, asegurándole que no había querido decir eso, que ella nunca podría pensar algo así, que solo quería herirle de la peor manera posible y sabía que ésa era la adecuada, que se odiaba a conciencia por haberle dicho algo así y que ahora sí que quería el bebé, pues ya lo amaba y lo deseaba con locura, el hijo de él, el hijo de ella, y querría a ese hijo eternamente, como también le querría también a él; y finalmente, Jack volvió a la vida…”.
Dura la lluvia que cae, Don Carpenter, Duomo Ediciones