“Max Luminaria estiró la mano: agarró el cuello de la niña y lo fue apretando poco a poco: observaba (¿sonriente?) cómo a la niña se le escapaba la vida: luego el cuerpo tembló, dio un espasmo y murió: Max Luminaria (entonces) tuvo la erección más grande que jamás había conocido y eyaculó ferozmente dentro de sus pantalones: se metió una
mano en el bolsillo, sacó una moneda de veinte duros y la dejó debajo del cadáver: en la oscuridad se oían voces (alguien estaba llamando/buscando a la niña): Max Luminaria volvió a meterse en el coche (en el coche de su padre, que en paz descanse) y desapareció en las sombras de la carretera”.
(Te quiero porque me das de comer, David Llorente, Ed. Alrevés)
-Max Luminaria, ¿por qué vuelve?
-La vida diaria de un cirujano, a pesar de lo que pueda pensar la gente, es muy rutinaria y su monotonía, a veces, puede resultar abrumadora. Yo, afortunadamente, en todos estos años de profesión, nunca he perdido a ningún paciente, ni aun a aquellos que estaban clínicamente desahuciados. No puedo imaginar qué sería de mi vida si, al peso de la monotonía, se le añadiese la llaga de la culpa. ¿Por qué digo esto? Porque un día decidí escribir todos estos pensamientos en un diario íntimo, alguna de cuyas páginas va a publicar Fiat Lux, pensando que podrán interesar, quizá, a mis amigos, los vecinos de Carabanchel, que saben mucho de mí como cirujano, pero bastante poco como persona. Confío en que cuando lean lo que escribo, comprendan que no soy nada especial, que soy, en realidad, exactamente igual que ellos.
-¿Dónde ha estado este tiempo?
-Pues donde estoy casi todo el tiempo: Trabajando en el hospital, arreglando el sótano de mi casa…
-Bueno, creo que usted sabe perfectamente qué he estado haciendo. Ha salido en todos los periódicos y creo, aun a riesgo de resultar presuntuoso, que no es para menos. No hay nada más difícil que un transplante de cara. Fueron dieciocho horas en el quirófano. Se sustituyó la cara del paciente por una de un donante. Tejidos grasos, nervios, vasos sanguíneos… ¿Se da usted cuenta de la precisión milimétrica que se necesita para llevar a cabo una operación así? Y lo más complicado no es eso. Lo más complicado (y a la vez lo más importante) es el tejido muscular. De él depende la expresión de la cara. Es como esculpir un rostro nuevo. El paciente abre los ojos, se mira en el espejo y no se reconoce. Debe adaptarse/acostumbrarse a su segundo rostro.
-¿Y de lo ‘suyo’ ha tenido mucho trabajo?
-No sé a qué se refiere con eso de lo mío. Supongo que habla de eso que se dice por ahí de que a lo mejor pongo un restaurante. Efectivamente, es una idea que lleva mucho tiempo dándome vueltas por la cabeza. No se puede ser cirujano toda la vida (mucho menos el mejor cirujano, si se me permite la inmodestia). Llega un momento en que el pulso falla. Cuando eso suceda, es muy probable que cambie el quirófano por la cocina y el bisturí por el trinchante.
-¿Qué planes tiene ahora?
-El transplante de cara me ha dado mucho trabajo antes, durante y después de la operación. Ahora solo quiero que las aguas vuelvan a su cauce. Me apetece dar largos paseos a la orilla del Manzanares, tomar croquetas con los amigos y ver el fútbol en el bar de la Pepi.
-Nos han chismeado que lo mismo hace televisión o cine, ¿qué hay de esto?
-Es cierto. Hay por ahí unos guionistas que quieren hacer una serie de televisión sobre el barrio de Carabanchel y mantienen que, entre los personajes, no pueden faltar ni Rosendo ni el doctor Maximiliano Luminaria. Para mí es un honor que me coloquen a la misma altura que al autor de Pan de higo.
-¿Del resto de sus compañeros de ‘Te quiero…’ qué sabe?
–No sé mucho. Al final nuestras obligaciones nos absorben y cuando queremos darnos cuenta, pasan los meses y no nos vemos. Sí le diré, sin embargo, que he profundizado en mi amistad con el detective Casimiro Balcells, especialmente desde que llegó de Francia y volvió a encargarse de la investigación del Asesino de la Moneda. Yo intento ayudarle, pero, en realidad, qué puedo decirle yo, que le sirva de algo.
-Y de nuestro común amigo David Llorente, ¿qué sabe, con qué está ahora?
-Precisamente el otro día hablé con él. Entré en una cafetería y me lo encontré en la última mesa, escribiendo, como siempre. Le pregunté en qué estaba trabajando y él, también como siempre, no dijo ni media palabra. Después de un par de carajillos la cosa fue diferente. Se le soltó un poco la lengua y me comentó que lleva trabajando en una novela más de dos años. Me dijo que tenía una versión de 337 páginas y las tiró todas. Retomó la historia con otra técnica literaria y tampoco le convenció demasiado. Volvió a empezar de otra manera y parece ser que ahora anda por el buen camino. No sé. Yo de esas cosas no entiendo mucho.
-Nos ha dicho que a lo mejor pone un restaurante y presume de buen paladar. Si quedáramos los tres, usted, David y un servidor, ¿dónde nos llevaría, dónde nos invitaría a comer y qué comeríamos?
-Pues, mire, supongo que a ninguno de nosotros tres nos sobra el dinero, así que les invitaría a cenar a mi casa. Comeríamos carne (unos filetes finísimos y tiernos como nunca antes los ha comido) y beberíamos el vino que ustedes trajeran.
#07: Max Luminaria reaparece en Fiat Lux
El viernes 13 de marzo, el afamado cirujano de Carabanchel Maximiliano Luminaria comienza a publicar sus ‘Diarios’ en Fiat Lux. Es la reaparición negroliteraria más esperada y llega para quedarse.