Por Aramys Romero (@AramysRomero)
¿Me creerían si les digo que acabo de leer una película de David Lynch? Si, si, de leer. Imaginen al bueno de Lynch sobre una máquina de escribir, vertiendo allí todo su mundo, todo esos lugares desasosegantes, llenos de niebla y soledad; asilos imposibles perdidos en medio de un peligroso bosque, castillos construidos en la más profunda selva mexicana y rodeados por cientos de narcos salvajes. Describiendo línea tras línea a esos seres extraños que tanto le gustan; enanos vestidos de payaso, gigantes ex luchadores de carácter esquivo que viven en medio de una selva inaccesible en ninguna parte, un millonario anónimo tan cruel y despiadado que es prácticamente un cliché de auténtico –y maravilloso una y mil veces- villano de tebeo, un coleccionista que pierde la memoria a cada minuto y que vive rodeado de monstruos de cine y de miles de objetos relacionados con el cine mudo. Personajes maravillosos y excéntricos, misteriosos, oscuros, esquivos, crueles.
Pues ahora imaginen que no es Lynch quien está sentado en esa silla delante de esa máquina de escribir, quien está sentado en esa silla es un tipo con gafas, moreno, mexicano y con cara de no saber muy bien que hacer al siguiente minuto. El mexicano se llama Augusto Cruz y lo que ha escrito en la máquina que tiene delante es Londres después de medianoche.
Mc Kenzie es un agente del FBI retirado –y que fue la mano derecha del implacable Edgard Hoover, fundador y director del FBI- al que un famoso coleccionista de objetos de cine mudo, contrata para que encuentre la primera película americana de la historia del cine de vampiros, -el filme más buscado de la historia- y que se da por perdido desde el final de los sesenta.
La película está envuelta en una oscura leyenda que dice que todos aquellos que tienen algo que ver con ella –actores, directores, cines donde se exhibía, coleccionistas que van tras ella- caen en desgracia, desaparecen, mueren, o algo mucho peor. Mc kenzie no solo tiene la misión de buscar el filme más buscado de la historia, además tiene que sobrevivir a ello.
Mitad realidad, mitad ficción, Londres después de medianoche se basa en una historia tan cierta como ustedes y yo, el filme existe –o existió- y permanece desaparecido. Todos los actores, directores, actrices, que salen en la novela –sobre el film- son reales, toda la documentación de aquellos años es real, los ambientes del cine mudo, todo. Y el señor Cruz partiendo de unos hechos bien misteriosos ha montado una trama bien redonda y consistente, narrada con un estilo algo peculiar –con ese deje mexicano- pero que destila fuerza y ritmo y es onírico y un poco infantil a veces. Y mágico.
Desarrollada en dos arcos temporales –uno en presente con la búsqueda del film y otra en pasado cuando Mc Kenzie era el ayudante de Hoover- Londres después de medianoche funciona como un reloj suizo, donde se alterna una trama llamémosla normal –con Hoover- y otra absolutamente -e insultantemente- deliciosa –la del presente, la búsqueda- donde asistimos a una especie de ensoñación llena de –como les decía al principio- seres extraños, castillos, pueblos fantasma, monstruos, sombras, narcos, y una suerte de aventuras que harán las delicias de todos aquellos ávidos de género.
Londres después de medianoche mezcla hábilmente el género policíaco –no dejen de prestar atención a la búsqueda, pero sobre todo a esa trama donde Edgar Hoover es el protagonista, donde verán al gran hombre del FBI, conocerán sus métodos, sus secretos- el género fantástico –hay unas sombras que…y unos ruidos, y unos bosques…y…- y las aventuras -no les repetiré los paisajes y los bosques, pero todos ellos son remotos y los viajes a lugares imposibles son la norma- .
Augusto Cruz ha escrito una primera novela sobresaliente, una primera novela que a mí me recuerda a la maravillosa El libro de las ilusiones de Auster , un poco a Alicia en el país de las maravillas, y un poco, si me dejan, a Twin Peaks –entren ustedes al asilo y me dicen-, una primera novela muy redonda y bien servida.
Aunque no me hagan mucho caso, no soy un tipo de fiar…
¨Un televisor sintonizaba sólo estática, a pesar de lo cual un par de ancianos sentados en un sofá lo miraban con atención. Otro, en un extremo de la habitación, escuchaba en un viejo tornamesa un disco de vinilo con lecciones para aprender italiano en tres meses, según lo aseguraba el texto de la caja¨.
Londres después de medianoche, Augusto Cruz, Seix Barral/Biblioteca Breve