Como a tantos otros, descubrí a James McClure gracias a Paco Camarasa de la Negra y Criminal en Barcelona. Le dije que quería algo bueno pero un poquito raro, que venía de leer cosas fáciles, y me dio a McClure. Primero leí el último que escribió sobre Kramer y Zondi, que era una precuela de toda la serie.
“Piel de serpiente” es el cuarto libro de la serie y el último publicado en España. Los publica una editorial con un nombre bonito, Reino de Cordelia, y que se nota que quiere a los libros porque la edición es muy esmerada.
Estamos en 1974 en la Sudáfrica del apartheid y todos sabemos lo que es el apartheid pero pocos somos conscientes de la magnitud de la palabra. Es difícil comprender algo que a muchos nos es tan extraño como creer que se puede hacer vivir a la gente separada porque sí o, lo que es peor, porque creían, y por desgracia algunos siguen creyendo, que las personas que tienen la piel más oscura son más tontos, más inútiles, más lo que sea, pero malo, que los blancos.
Los protagonistas son Tromp Kramer y Mickey Zondi. Kramer es blanco, Zondi es negro. Son amigos o todo lo amigos que pueden ser un blanco y un negro en Sudáfrica en 1974.
Me he pasado todo el libro buscando una frase que convierta a Kramer en un antirracista, como si necesitara una manifestación clara y contundente de su rechazo a esa forma de organizar el mundo. No hay ninguna manifestación de ese tipo. Y esa es una de las cosas buenas de este libro y de lo que hace McClure escribiendo sobre estos dos. Lo contrario de ser racista es creer que la gente es gente y que los hay buenos y malos en todas partes y de todos los colores. Y ya está.
Y luego está la vida y lo que uno tiene que hacer y decir en un mundo de mierda para conseguir lo que quiere conseguir. Y Zondi es de los que sabe lo que hay que hacer para conseguir lo que sea. Los momentos en los que se hace pasar por tonto, o por un subordinado servil y pelota, o por lo que sea que necesita parecer para conseguir que le digan algo, o para que le dejen entrar en algún sitio… son de las mejores cosas que he leído. Zondi es un tipo listo, Kramer lo sabe y lo deja hacer, a su aire. Y eso es lo que ningún otro de sus compañeros blancos de la policía haría. Hay uno que cree que está siendo muy liberal cuando suelta que “algunos negros han empezado a utilizar el cerebro” y otro que pregunta “¿pero los negros tienen cáncer?”.
Eso es el apartheid.
Y luego, McClure consigue meter puñetazos en el estómago en detalles que parecen insignificantes, en frases frías y simples, como cuando se acerca a una iglesia y describe a los niños que siguen a Kramer como de “ojos grandes y vientres abultados”, de lo que se deduce que esos niños pasan hambre. O como cuando después del entierro de un familiar que vivía en una reserva, Zondi se alegra porque será “un pariente menos al que ayudar”, porque los negros con permiso para salir a trabajar ayudan a los que no, porque hay gente que no se puede mover del sitio en el que nació, ni para trabajar.
Y todo eso mientras nos cuenta la investigación sobre la muerte, que parecía accidental pero no lo es, de un bailarina exótica que hacía un número con una serpiente; y unos robos con asesinato que acaban siendo mucho más que unos robos con asesinato. La investigación es un tanto caótica y la manera de escribir de McClure es a veces demasiado enigmática, con saltos de aquí para allá, de personaje a personaje, que pueden desconcertar. Pero te concentras bien concentrado y listo.
Hay que leer a James McClure por muchos motivos. Uno de ellos es el personaje de Tromp Kramer, que en esta ocasión, aparte de investigar la muerte de la bailarina y los robos con asesinato, tiene que lidiar con el complejo de Edipo del hijo de su novia y el miedo de ella a que su hijo acabe siendo un psicópata. Kramer lo resuelve comprándole al chico una escopeta de perdigones, para que se desahogue.
Otro de los motivos es el personaje de Mickey Zondi, un tipo listo que hace lo que hay que hacer para conseguir lo que sea, un superviviente que sabe que por mucho que la novia de Kramer le preste su casa nueva para que la disfrute con su familia cuando ella no esté, es mejor que no acepte porque hay cosas que no podría explicarles a sus hijos. Y cuando Zondi piensa eso y no dice más que “Gracias”, se te cae el alma a los pies porque ¿cómo le explicas a un niño que otros, sólo por su color de piel, tienen derecho a más y mejor, siempre?
Otro de los motivos por los que hay que leer a McClure es porque siguen habiendo muchos, demasiados, apartheid en demasiadas partes del mundo. Aquí en casa y en todas partes. Vallas que separan hay en la frontera de México y Estados Unidos, en la frontera entre España y Marruecos, y luego está el muro que separa Israel y Palestina.
Puede que no toque, habrá quien argumente que no son situaciones comparables, pero a mí me parece que Gaza y los bantustanes de los que no se podía salir ni para trabajar se parecen mucho. Es más, en el caso de Gaza es peor, te caen bombas encima, como ahora, y no puedes ni salir corriendo.
Hay que leer a McClure.
“Piel de serpiente”, James McClure, Editorial Reino de Cordelia