Por Marta Marne Fernández (@atram_sinprisa)
No os voy a mentir: la primera vez que vi la portada de esta novela me horrorizó. Sí, está plagada de significado y el mensaje que manda es claro, pero había algo que me espantaba en ella. Sin embargo, tenía muchas ganas de leerla por quien la había escrito.
Conocí a Escribano en la Semana Negra de Gijón del año pasado. Compartimos mesa en un par de cenas cuando yo no conocía a nadie y me acogieron como a una más haciéndome un hueco. Y es el mejor modo de conocer a alguien, entre cañas y copas, con un buen plato de comida y una charla distendida, hablando de gustos literarios y de literatura. Volvimos a coincidir en Getafe y ya vi que Paco era un habitual de estos encuentros.
Paco es un hombre corriente, sencillo, al que le gusta comer y pasar un rato tranquilo con los amigos. Y la novela desprende parte de ese carácter. A pesar de todo lo que pasa en la novela, Yonqui es una historia reposada, una de esas historias que te podría haber contado el propio Paco en una sobremesa tras una buena comilona.
Paco es de Canillejas, un barrio de Madrid donde transcurre su historia. La trama es una historia de yonquis, de delincuencia, de vida en las calles, de miseria y sobre todo de muerte, de mucha muerte. Como bien dice en su libro, su generación fue la primera que no fue llamada a luchar en la guerra y hubo tantas bajas o más como si hubiesen ido al frente. Narra la historia de el Botas, un chaval de 16 años de un barrio plagado de miseria, donde las oportunidades de llevar una vida considerada normal apenas existen. Los descampados están plagados de droga, de alcohol y de delincuencia. Cuenta la perspectiva de unos chavales a los que la idea de trabajar ni se les pasaba por la cabeza, por el simple hecho de que es lo que han visto en casa.
El Botas no tiene padre, murió de cirrosis en la bodega del Joaqui con una copa de Veterano en la mano y un pitillo de Rex en la otra. Su hermano mayor Paco murió con diecinueve años de hepatitis C. Su hermana María está en una comuna jipi en Ibiza y hace dos años que no saben nada de ella. Y su madre se pasa el día alcoholizada y pegada a la botella que más a mano le pille en casa.
La rutina de el Botas es meterse de todo a todas horas, beber, fumar y dar palos para conseguir dinero para más droga. Con un historial delictivo de miedo, le salva el pellejo el hecho de ser menor de edad. Así pasa los días hasta que dos aspectos marcarán un punto de inflexión en su vida: Lola y la música.
Vimos un charco en forma de esperanza.
Cogí agua, la calenté en la cuchara con el caballo, la absorbí con la chuta y me la metí en la vena. ¿Cielo o infierno? Elegí cielo. Ya habría tiempo para caminar por el infierno. El Pumby también se metió su pico con la misma chuta. Nos quedamos sentados con la espalda apoyada en una roca flipando, con el mundo a nuestros pies, bajo un manto de estrellas.
Yonqui es una historia de perdedores y de luchadores. La realidad que nos muestra es muy dura, gran parte de los personajes que vamos conociendo van cayendo como moscas por la droga, por navajazos o por disparos de la policía. Son chavales sin muchas opciones ni muchas salidas, pero el Botas tiene aspiraciones. No como las que tengamos cualquiera de nosotros, de tener una casa, una familia, una vida considerada normal. Sino la aspiración de dejar la heroína, de no necesitar dar palos para conseguir dinero para droga, de pasar sus días entre amigos tomando cerveza y fumando canutos. Y esas ambiciones poco a poco irán creciendo.
La historia está contada por el propio Botas directamente hacia el lector, de tú a tú. Y en ese caso no servía utilizar un lenguaje culto o académico. El lenguaje es de la calle, con un argot propio de ese momento y ese ambiente, perfectamente entendible y muy directo. Evidentemente, no hay grandes diálogos ni grandes discursos, pero no por ello deja de haber un gran mensaje en lo que nos cuenta.
Uno se siente muy valiente recién chutao. Después viene el día siguiente. Y el de después. Y la impotencia que sientes cuando te das cuenta de que tu vida es una mierda. De que puedes pasar de comer, hasta de respirar, pero no puedes pasar del caballo.
Yonqui es una novela de esas que te lees en una tarde del tirón, que a pesar de la crudeza de lo que te cuenta está planteada con un humor inmenso que te hace sonreír en más de una ocasión. Una historia de barrio, muy real y que muestra una realidad que muchos hemos visto de cerca. Y para los que no la habéis vivido, será una ventana a los barrios más olvidados de nuestro país.
“Yonqui”, Paco Gómez Escribano, Ed. Erein