Estrenamos sección. Es potente. Es tan verosímil como inverosímil. Van a pasar por ella desde el asesino del rol o el asesino de la baraja, a Charles Manson a Al Capone. Y así, hasta doce, Los Doce del Patíbulo. Lo mejor de cada casa.
Los responsables de esta sección, que no dejará a nadie indiferente, son la documentalista Cristina Ramírez (a quien damos la bienvenida) y el escritor (a quien ya has leído aquí José Aurelio Martín, conocido también por sus entrevistas a por ejemplo Góngora o Alejandro Sawa.
Entre los dos, mano a mano, sentarán en el patíbulo de Fiat Lux y ajusticiarán a una docena de protagonistas (conjúguese la palabra en todas sus declinaciones) del crimen, la mayoría (si no todos) indeseables.
El primero de sus vis a vis va a ser el último verdugo español, que en sus 26 años de trabajo pasó a garrote, entre otros, a Jarabo o a Puig Antich. La entrevista no tiene, y nunca mejor dicho, desperdicio.
Antes de que te lances a ella, dedica un minuto apenas a conocer, según sus autores, el ideario de esta sección: Los Doce del Patíbulo.
Si tuvieras a un asesino en frente lo único que podrías hacer es preguntarle. Poco más, a menos que quisieras tener problemas con la justicia. Pues eso hemos hecho nosotros, preguntar. Hemos sentado a diferentes monstruos a lo largo de la historia y nos hemos asomado al abismo de su ser. Y les hemos preguntado algunas cosas, sin miedo, sabiendo quiénes eran y sabiendo que ellos nos responderían; al fin y al cabo, cualquier ser humano, necesita hablar y explicarse, comunicar y expresarse. Ni un asesino puede resistirse a la tentación y al reto de una pregunta, por muy mala que esta sea, o incómoda o inocente o profunda. Hemos intentado, a veces, preguntar a la altura del estómago, como una puñalada, para que ellos también sintieran lo que es una herida y sentir que el estómago se te vacía de vísceras y de sangre. El resultado es diverso y por tal, creemos, que merecedor de atrapar a un lector sin escrúpulos. Suerte.
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UN CORAZÓN MUY DURO (el último verdugo español).
Por José Aurelio Martín y Cristina Ramírez.
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Antonio López Sierra fuma escondiéndose el cigarro. Tiene las manos gordas. Se peina para atrás. Tiene un peine con algunas púas rotas en el bolsillo de la chaqueta arrugada. La camisa blanca le ahorca un cuello que se le desborda por el peso de la edad. Tiene los ojos pequeños, agotados. Habla a golpes cortos. Tose. Nunca se ríe, perdió la sonrisa hace tiempo. A veces se queda cogido en algún recuerdo, pensativo. Es también un hombre, además de un verdugo. El último verdugo que hubo en España.
¿Cómo se ganó usted la vida?
Soy funcionario.
¿Se la ganó honradamente?
Cualquier funcionario hace un trabajo honrado. Yo trabajé para el Ministerio de Justicia. En mi caso, ejecutaba sentencias, era el brazo que ejecutaba las leyes.
¿Leyes justas?
Ahí no entro. Eso es cosa del juez.
¿Es inapropiado llamarle verdugo?
Ejecutor de sentencias. Ese es mi puesto, ya se lo he dicho.
¿Cómo consiguió el puesto?
Un policía secreta me preguntó si quería trabajar de esto, yo le dije que lo mismo me daba ser albañil o lo que fuera, con tal de comer…
¿Con tal de comer, uno es capaz de matar?
Uno es capaz de todo cuando tiene muchas bocas que alimentar.
Entonces, el régimen se portó bien con usted.
Y yo con el régimen. Mire, yo tuve algún tropiezo con la justicia y caí preso. Luego, como en Badajoz solo había hambre, me tuve que presentar voluntario en la División Azul, di la vida por España. Tuve suerte que no caí a la primera de cambio, como muchos compañeros. A la vuelta me cerraron las puertas, es verdad, no encontraba faena y tuve que ir a Alemania, allí me pusieron de barrendero. Una vida de perros allí, con un frío del demonio, no me entendían y dije que padecía de sífilis, de venéreo, porque me dijo uno tú si algún día quieres volverte de Alemania, di que tienes eso y te pagan el billete de vuelta. Al llegar a Badajoz me harté de ir de un lado a otro y nada. Tres bocas que alimentar. Después el policía secreta este que le digo fue muy bueno conmigo y me ofreció el puesto.
Explíqueme qué lleva en el maletín.
Esto pesa siete kilos nada menos. Hay unos hierros y una manivela que va a rosca. El madero tiene una bisagra como si dijéramos para ajustar la altura. Después se echa la abrazadera por la garganta, se pone un cinturón y con dos medias vueltas que des eso está listo. El aparato no tiene ninguna complicación, no es como la guillotina o la silla létrica esa, esto es una muerte artesanal. Para que usted me entienda, es como si usted coge un jamón y lo taladra en la tabla esa que hay para cortarlo más cómodo, ¿me sigue?
¿Se puede ejecutar sin estar borracho?
Yo necesito unas copillas de coñac, no se trata de estar borracho, solo hay que armarse de valor, el justo para que no se te doblen las piernas y el brazo responda a la palanca. El hueso está duro y hay que reunir un poco de fuerza.
¿Sueña con alguna mirada de algún reo de muerte?
El primero fue Macario, yo le dije a Bascuñana, que entonces, por el cincuenta, era el que sabía el oficio, tú me tienes que enseñar a mí esto, eh, esto no tiene nada me dijo, tú le echas el collarín, le das dos medias vueltas y te puedes ir tranquilamente que eso está hecho, bueno, pues el Macario este le sentaron en la silla y se intentó escapar, le volvieron a sentar, le eché el collarín, le dije perdón, los ejecutores tenemos esa costumbre, me lo dijo Bascuñana, y tuve la mala suerte de que el reo me mirara, eso también me lo dijo Bascuñana, rehúye la última mirada del reo, no te lleves eso que te complica las noches, pues sí, tuve la imprudencia de mirarle y en un mes no pensaba en otra cosa, vamos que no se me iba de la imaginación…, luego aprendí y no me volví a tropezar con ninguna.
¿Se aprende a matar?
No, a poner los aparejos sí, bueno tampoco, eso lo hace cualquiera, cuando ves los hierros ya sabes cómo va eso. No se aprende a matar, oiga usted, solo hay que tener un corazón muy duro, muy duro.
¿Puede vivir uno sabiendo que mata?
Yo no mato, ejecuto. No sea cabezón. El reo ya viene muerto, yo solo le doy la puntilla, pero el reo viene muerto desde que el juez le condena. Desde que la palabra sale de la boca del juez, el reo está muerto.
¿Pero había indultos, no?
Sí había, pero no, eso era un cebo para aliviar la angustia de los reos, hágame caso, indultos yo no tuve ninguno, decían que había, pero no, mentira, yo creo que eso era mentira.
Usted tiene el honor de haber agarrotado a la última mujer que murió en el garrote en España, Pilar Prades.
¿Esa es la muchacha aquella tan joven? Sí, veinte o veintipico años, sí, aquello fue…, allí lloraba todo el mundo, lloraban hasta las ratas, aquel día necesité más de media botella de coñac, yo dije vamos a liquidar esto rápido, y ella me dijo, qué pasa, ¿tan rápido quieres matarme? No, mujer, le dije yo, pero no quiero que sufras más, y entonces me dijo una cosa que me sentó como una puñalá, ¿usted tiene hijas? Eso me dijo.
Pero según los testigos presenciales, le tuvieron que atiborrar de tranquilizantes y alcohol, se dice que se le desfallecían hasta las piernas y que al final, con la ayuda de todos, tuvo fuerzas para hacer girar la manivela.
Que digan lo que quieran, yo hice mi trabajo lo mejor que supe, firmé el recibo y me llevé las 500 pesetas, vamos, como siempre.
Se necesita una preparación física para hacer girar la palanca, ¿no es cierto?. Parece que con Jarabo tuvo algún problema.
¿Con Jarabo? Ese es el chulo americano que vestía de traje, ¿no? Bueno ese reo era jaquetón, tenía el cuello de un mulo. Fue en traje al asunto. Allí se vendieron entradas para verle morir agarrotado. Hasta mil quinientas y dos mil pesetas se cobraron. A mí tanta gente me puso nervioso, tuve que beber para quitarme la vergüenza, pero vamos aunque tardara un poquito más, al final allí quedó, como todos, con el cuello como un acordeón.
¿Sabe que este hecho ha dado lugar a una famosa película que se llama El verdugo de Luis García Berlanga?
No conozco a ese señor. A mí solo me gustan los toros.
Si le tocara ejecutar a un hermano, ¿cumpliría con su deber?
Y hasta a mi padre, eso es así.
Piénselo antes de contestar, imagine que pone el collarín a un hermano suyo. ¿Usted tiene hermanos?
Claro que los tengo, y hermanas.
Piense que yo sea verdugo y he ejecutado a una de sus hermanas, piénselo, ¿podría hablar conmigo así, tan tranquilamente?
Hay cosas que mejor no pensar hasta que vienen…
¿Y si usted también fuera víctima?
No, yo soy verdugo, yo no soy víctima.
Digo si fuera víctima de otro verdugo, el que manda matar pero no se mancha las manos…
No sé, no le entiendo, esto es más sencillo, igual que usté tiene su oficio, el zapatero el suyo y el albañil el suyo, yo tengo este oficio, no le dé más vueltas y embarulle más, así me gané la vida, no me quedó otra, qué hubiera hecho usted, ¿se hubiera dejado matar de hambre?, ¿a que no?, pues eso.
¿Sabían su familia y amigos que usted mataba para vivir?
Sí que lo sabían, mi familia digo. Amigos nunca puede tener un verdugo. Amigo era mi amigo Copete, que también era verdugo. Nadie más. La gente le sentaba mal que llegara a algún sitio a ejecutar, alguno hasta me tiraba piedras, y a mí me encorajinaba porque no me podía explicar, no podía decirle, animal, ¿no te das cuenta de que el reo ya está muerto, de que yo solo giro el manubrio? ¡Es que no lo ves, cacho de mulo!
Si es usted falangista, ¿qué ha hecho el régimen por usted?
A mí me dio la vida, esa es la verdad.
¿Le dio la vida a cambio de…?
No siga por ahí y no me juegue a las palabritas, esto es serio, parece hasta mentira que sea capaz de decir eso.
¿A qué huele la muerte?
Mal.
Una última pregunta, ¿cree que el ser humano es bueno o es malo por naturaleza?
Yo ya no creo en nada, se me quitaron las ganas de creer en algo.
Cristina Ramírez (documentación) y José Aurelio Martín (escritura).