Investigando por los barrios (esencias de vida y ciudad) con nuestro zahorí literario, al llegar a Vicálvaro (Madrid) se echó mano al bolsillo, sacó un libro, lo abrió y señaló una palabra; sabía y olía a barrio:
Cholar: Dícese del acto de robar, hurtar o sustraer en ámbitos barriales. Goza de la ambigüedad que el robo tiene en el pobre. Así, «he cholado unas zapatas muy guapas» es positivo y «me han cholado la bici» es negativo. Cholar implicaba emplear artes de la sustracción cuando era positivo, y violencia cuando era negativo.
Cerró el libro, mostró la tapa y leímos: «Diccionario de nosotros mismos», de Antonio Lópezpiña y José Aurelio Martín. Sabor de barrio, olor a barrio. Y Llorente dijo: «les conozco, son de los nuestros».
Uno de ellos se une a la banda. Con el barrio siempre por bandera. Es José Aurelio y promete entrevistas, muy Fiat Lux, con asesinos y verdugos. De entrada, como tarjeta de visita, este relato.
Si eres pobre, quédate quieto.
Por José Aurelio Martín.
Tu padre se cruzó con tu asesino unas diez veces cuando iba cada mañana a dejar flores al lugar donde fuiste asesinada, en el cerro, cerca de la cementera. Tu padre no se resignó a aceptar la investigación lenta y protocolaria de la policía y él mismo comenzó a recolectar pruebas. Tú bajaste en la estación de tren el miércoles 27 de septiembre y apareciste muerta tres meses después. La estación estaba lejos del pueblo y tu padre volvía siempre empapado y con los zapatos llenos de barro cuando llovía, porque no había árbol que le diera cobijo, tan solo un chabolo con tejado de uralita. Una cadena de hierro ataba con candado resplandeciente la puerta verde de chapa.
Tu cara salía en la tele todo el rato, también la de tu padre, la de tu madre y la de tu hermano. Una mujer joven desaparecida en un descampado por la noche es un buen escenario para entretener a la gente en las noches de frío.
Venías de trabajar, tu madre te decía que cogieras el autobús hasta el pueblo, pero tú le decías que no querías gastar un billete para solo dos paradas. Habías conseguido un trabajo de ensueño: intérprete en una discográfica. Empezaba a caer el relente aquellas noches de finales de septiembre, pero a ti se te olvidó coger una rebequita o algo, así que los brazos se te helaron cuando pusiste el pie en la estación oscura. Te acuerdas que bajaste con dos o tres personas más, a la gente no le gustaba coger el tren, preferían el autobús, lo llamaban la camioneta, pero a ti te venía bien el tren desde tu trabajo. Te frotaste los brazos para deshacerte de la humedad. La cafetería de la estación tenía esa noche algunos clientes, trabajadores o camioneros, gentes de ropa sucia.
Tu madre y tu hermano también salían en la tele, ya no valía una cara rota, la de tu padre, que expresara la desazón de una joven desaparecida, la tele devora y necesita más caras, más dolor, tu madre no se recuperaría nunca, tu hermano era joven y siempre salía mirando la foto que empapelaba todo el barrio y los barrios cercanos. Tú salías en una foto de estudio con tus mejillas y labios palpitantes y tu pelo sano. La foto era muy neutra, tú no sabes que a mí me gusta la fotografía y el cine, pero a pesar de que era una simple y correcta foto de estudios, tú la llenabas. La gente te quería y se movilizó para encontrarte. Todo el barrio estaba consternado. Tu foto persistía en los telediarios.
Tu padre con los zapatos polvorientos habló con el asesino, buenos días, usted es el que sale en la tele por lo de la chica, a ese le van a encontrar, ya verá, vuelva a casa porque van a dar con ese hijo de la gran puta. Tu asesino era deficiente y alcohólico y tenía los ojos torcidos, lo conocías, todo el barrio lo conocía, ese es un colgao decían, creía que era torero y salía en las fiestas a marear la vaquilla, todo el mundo se descojonaba de él. Tu padre se acercaba todas las mañanas al escenario del crimen. Un día fue por la noche, no le dio miedo. Se apañó una linterna y a medida que exploraba el terreno se le anudó la rabia en la garganta, si me encuentro a alguien lo mato, juro por mi hija que lo mato. La desesperación produce monstruos, la linterna hizo rebrillar algo, tu padre se acercó creyendo que aquello era una pista, la clave de tu asesinato, limpió la arena con la punta del zapato y eran tres pilas, de esas gordas, entonces tu padre no pudo aguantar la noche, la humedad y el miedo y vació las pocas lágrimas que le quedaban. Se sentó en una piedra y tuvo que sujetarse la cabeza para no despeñarse.
Tú tenías frío aquella noche, tenía que haber cogido una Rebequita, pensabas. Ese día sí que cogerías el autobús aunque solo tuvieras que pagar para dos paradas. Aquella noche el autobús tardaba y entonces tu asesino, con un amigo, pasó por delante con un coche desportillado, vamos parriba, súbete que te vas a quedar helada, tú reconociste al torero del barrio, ese está colgao decían, no gracias, espero el autobús, a mí me da que el autobús va a tardar, hace mucho frío mujer, sube, no te vamos a cobrar nada. Tú cogiste el pomo metálico de la puerta, entonces eran metálicos y estaban congelados en invierno, en la cuesta se pararon en un semáforo, no había ningún coche y el amigo se cambió atrás, entonces el torero dio un volantazo y tú dijiste qué haces tío, ¿estás loco?
Tu novio no salió tanto en la tele, apenas salió, recuerda que lo dejasteis unas semanas antes, había alguien en el trabajo que te gustaba más, que era más moderno, más rockero, tú novio estaba más bueno pero era muy aburrido, tú querías ir a más conciertos, a más bares de música buena, a más festivales, a tu novio solo le gustaba El último de la fila, a ti también pero te gustaba más la música en inglés, la americana, la londinense, además la entendías, tienes que abrir más tu mente, aquí en España la música está atrasada, lo nuevo lo están haciendo los americanos. Tu sueño era ir a New York y a Nashville, a tu novio le daba mucha rabia que pronunciaras correctamente New York y Nashville, por qué lo dices así, porque se dice así, tío, yo no tengo la culpa, se dice New York y Nashville.
Cuando tu padre se encontró con tu asesino por quinta vez le preguntó por qué siempre andaba por estos andurriales, entonces tu asesino dijo a ver si entro en la cementera, la cosa está muy mala y si entrara en la cementera me las apañaría mejor. La cementera daba trabajo a la gente del barrio, no mucho, pero era una posibilidad para alguien que no tenía estudios, que no sabía casi leer y que además estaba falto, le podían poner para descargar camiones o traer y llevar material, cualquier trabajo de bestia de tiro. Un día tu padre vio que el torero se metía en el chabolo del candado grande y la puerta verde con el tejado de uralita. El torero no vio que le vigilaban. Entonces tu padre fue atraído al chabolo como un imán, asordó la pisada para que el torero no le oyera acercarse y metió la mirada por una de las ventanas rotas.
El amigo de tu asesino puso un cepo en tus muñecas con sus manos grandes y obreras, llenas de grasa, tu asesino dijo ahora te vas a venir con nosotros, a mi casa, que te vamos a invitar a unos cubatas para divertirnos un rato, tú intentaste salir del coche en marcha pero el amigo de tu asesino era un mulo, resollaba, tenía el aliento caliente y agrio, en los ojos una fosforescencia amarilla, claro que gritaste, puede que dijeras socorro, luego es posible que intentaras ablandar a esos dos animales que llenaron el coche de olor a mierda, no me hagáis nada, por favor, os lo pido por favor, el miedo huele a mierda, tu asesino y su amigo estaban asustados.
Tu padre se asomó por el ventano, tenía problemas de vista pero el miedo le agudizó la mirada, el torero se había echado boca arriba y vestido en un colchón azul, sin sábanas, estaba derrengado, o borracho, soldó la mirada en el techo y se dejó arropar por el sueño, que era lo único que le podía calentar en aquella mañana de noviembre. Entonces tu padre pudo inspeccionar el chabolo y al mismo tiempo que veía la montaña de latas de cerveza oxidadas, la ropa dispersa y sucia, la mierda en un barreño y los vasos turbios, casi opacos, con rebaba de cerveza reseca, pensó que ese animal era el asesino de su hija.
Te metieron por el cerro, por un camino de cabras, el coche cabeceaba con violencia, el amigo de tu asesino te fue dando hostias en la cara para calmarte, tu asesino lo iba viendo por el retrovisor frontal y se le iban asalvajando los ojos, tenía ganas de llegar y descincharse el pantalón, no llegaron al chabolo, lo pactado era parar en mitad del carril, detrás de un montículo, el olor a mierda se compensó con el olor a tierra y a paja mojada cuando tu asesinó abrió la puerta, no había llovido pero la humedad era intensa. Tú volviste a revolverte como un animal, dando patadas y gritos, tu asesinó te subió la camiseta negra para taparte la boca y la cabeza, entonces lo viste todo negro y no entendiste que una luz intensa te alumbrara mientras unos dientes te desgarraban los pezones, era yo, necesitaba luz abundante para grabarte bien y coger buenas tomas.
Tu padre no quiso aquel día hablar con la policía, ni siquiera con tu madre y tu hermano, y menos con tu novio, con tu ex, se lo calló y lo rumió por la noche, quería espiar al asesino de su hija antes de que lo detuvieran. A la mañana siguiente volvió, tu asesino se había marchado y había atado la puerta con la cadena grande de hierro y el candado resplandeciente, se le pasó por la cabeza ir a casa a por la cizalla para romper la cadena, pero no, prefirió ser paciente. A las tres horas tu asesino volvió con una bolsa del súper, abrió el chabolo y se metió, tu padre se acercó y lo vio de nuevo tirado en el colchón, borracho, incorporando la cabeza cada vez que le pegaba un trago a la cerveza. En medio del silencio, la explosión del metal y el gas liberado de cada lata que abría estremecían a tu padre. Antes de dormir intentó masturbarse pero estaba demasiado borracho y se le quedó la polla fuera del pantalón, como un animal muerto.
Tu asesino quiso meterte la polla por el culo pero la tenía demasiado blanda. Quita maricón, le dijo el amigo de tu asesino, su polla de caballo sí te desgarraría. Tu asesino se enfureció y te arrancó el sexo a mordiscos, estaban cumpliendo con lo pactado, la sangre hacía charco y era oscura, apenas te movías y me acerqué con la cámara para tomar primeros planos, entonces con la poca energía que te quedaba tiraste una manotada y con tus uñas largas me arañaste toda la cara. Tu asesino no se esperaba ese último estertor, cogió una piedra con las dos manos, la levantó y la impactó contra tu cráneo, entonces el hueso se desgajó con una sola fisura, como si se abriera un coco contra una piedra. Le dije qué haces animal y apagué la cámara. La tapa de la linterna estaba floja y se me cayeron las pilas. Nos quedamos a oscuras y supe marcharme a toda velocidad.
Tu padre acudió a la policía, le metieron en un despacho al fondo de la comisaría y les explicó a los policías y a los investigadores que ya tenía al asesino de su hija, que todas las pruebas encajaban, el asesino de mi hija es un loco del barrio al que llaman torero, es un poco deficiente y se emborracha todos los días, vive como un animal en un chabolo cerca del montículo donde apareció reventada mi hija. Los policías se reunieron a solas, planificaron el cierre del caso e hicieron casar todas las pruebas en un relato convincente y muy bien atado. Había cabos sueltos que los periodistas tratarían de explotar, como que entre tus uñas hubieran encontrado restos cuyo ADN no correspondía al de los asesinos. Era el mío. Era mi ADN.
Mi padre me decía que si eres pobre, mejor quédate quieto en casa. Nunca le hice caso. No me gustaba nada salvo la fotografía y el cine. Quería ser director, contar cosas con imágenes. Pero era pobre. Debí quedarme quieto y hacer lo que tocaba. Ser albañil o fontanero y estarme quietecito. Me voy a morir pronto, parece que tengo cosa mala, y quería contarte esto. No es que quiera disculparme. Yo solo grabé un encargo. Alguien me contrató para conseguir ese material. Era mucho dinero, quizá el suficiente para arrancar una película o un proyecto. El que me contrató no era el último en la cadena, era otro intermediario. Yo alargué la cadena y engolosiné a esos dos desgraciados en una noche de finales de septiembre en la que ya asomaba el frío. Fue fácil engañarlos, encima que folláis os pago, qué más queréis, esto no lo ganáis ni en un mes de trabajo. Tampoco fue difícil inculparles, les hice quedar cerca de su chabolo, detrás de aquel montículo. Nunca vi aquella película. Entregué el material tal cual lo había grabado. A veces pienso que claro que fui director de cine y filmé la película más realista de la historia. Pero también pienso que hubo más directores desesperados como yo y entonces la decepción y el fracaso me abruman.
Jose Aurelio Martín Rodríguez
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