Por Luis Vázquez, (@balborraz)
Se ha dicho mucho aportando poco sobre esta criptográfica novela policiaca de Roberto Bolaño; hay quien niega su condición de novela, mientras otros la asumen excluyendo su pertenencia al género policiaco; acaso sea esa falta de transparencia que nos obliga a ver allende las letras, la que llevó al irónico autor a decir que era la única novela suya de la que no se avergonzaba, “tal vez porque sigue siendo ininteligible». Sus tiznes autobiográficos hacen que ella sea Bolaño en estado puro, pues a pesar de la asiduidad con la que se erige personaje de sus propios libros, en Amberes participa transformado en uno de los muertos protagonistas; quizá para que no se olviden de sus orígenes, de aquel Bolaño que fue, «agoniza en Barcelona un sudamericano en un dormitorio que apesta», se la dedicó a sus hijos.
Escrita veintidós años antes de su publicación, cuando trabajaba en el camping Estrella de Mar de Casteldefels, Amberes es una crítica burlonamente inteligente sobre las injusticias del sistema, el maniqueísmo de los cánones literarios, «díganle al estúpido de Arnold Bennet que todas las reglas de construcción siguen siendo válidas sólo para las novelas que son copias de otras», y la tiranía de la sociedad, en la que a veces podemos callar, pero nunca perder el orgullo, «vivía a la intemperie y sin permiso de residencia tal como otros viven en un castillo», una sátira en pro de una libertad que sólo es para algunos.
Bolaño la definió como «una obra policiaca, aunque no lo parezca, porque el policía tiene algunas dificultades para llegar físicamente al lugar del crimen, el cadáver tiene dificultades para materializarse y los sospechosos tienen grandes dificultades para ser interrogados.» Doctores tiene la Iglesia, pero leída y meditada quizá sea la novela de género que mayor autonomía deja al policía lector, permitiéndole llevar el control total de la investigación. No es tarea fácil, pues pese a tener a disposición las pruebas incriminatorias, la escena del crimen está algo contaminada. Hay que saber escuchar con los ojos y mirar con los oídos y no caer en el desánimo de otros crímenes sin resolver; quizá sea esa la sinestesia a aplicar para, desde la piel del investigador, determinar lo ocurrido.
Cual ráfaga de sangre de un crimen contado por entregas se suceden 56 fragmentos sin orden aparente cuya narración se desarrolla mediante flashazos, recuerdos, espejismos o alucinaciones; imágenes que surgen y se desvanecen, proyectando destellos de fotogramas en los que interaccionan personajes de películas diferentes; «escribí este libro para los fantasmas, que son los únicos que tienen tiempo porque están fuera del tiempo».
Al calor de estas 56 balas perdidas, van ocurriendo sucesos; seis jóvenes mueren en las cercanías de un camping, un muerto en el parque, un policía se desploma tras el vil navajazo de un vagabundo al que estaba prestando auxilio, un cuerpo aparece con varios agujeros de bala, alguien tiene a tiro a un árabe y aprieta el gatillo; entre la morgue Roberto Bolaño, que narra la historia en primera persona: «Un campista me descubrió, paseaba y fue él quien avisó a la policía. Ahora, bajo el cielo nublado, me rodean hombres de uniformes azules y blancos. Guardias civiles, fotógrafos de periódicos sensacionalistas o tal vez sólo turistas aficionados a fotografiar cadáveres. Curiosos y niños. No es el Paraíso, pero se le parece.»
Fluctúan por los aledaños del purgatórico camping un jorobadito que mora en el bosque, un escritor inglés al que le cuesta escribir, y las largas piernas de una pelirroja de 18 años metida en el negocio de las drogas, cuyo cuerpo presta dos veces al mes a la voluntad, ocio y disfrute de un «tira de estupefacientes».
Amberes camina sobre el hilo de alambre que une los puntos equidistantes de la locura y la realidad, «todo me empujó hasta este lugar, el descampado donde ya no queda nada que decir» / «ya no puedo hacer nada, soy mi propio hechizo».
Pendiente del informe pericial que cada forense lector pueda aportar a la causa, concluyo que he encontrado varios cadáveres donde había un solo muerto, un finado que sin llegar a morir, siguió escribiendo y acertó en la predicción del futuro de sus obras; «solo sobreviven los inventores». Si os animáis con su lectura, un consejo; coged papel y lápiz y no desesperéis; yo he disfrutado mucho.
“Amberes”, Roberto Bolaño, Anagrama
1 Comentario
Gracias