“Casi podríamos llegar a decir, y que me perdone Lemaitre, que Camille Verhoeven es un peligro público. Y todo porque los malvados delincuentes de sendas novelas solo quieren cometer los asesinatos que nos son narrados para doblegar el intelecto superior de un señor que no llega al metro y medio. Debe ser frustrante para los antagonistas ser derrotados por un señor bajito y calvo, con muy mala leche y una habilidad natural para el dibujo”.
Nuevo informe de Juan Enrique Soto, profiler de Fiat Lux, Jefe de la Sección de Análisis de Conducta de la Policía: «Mientras los demás buscan los indicios físicos, yo busco conductas».
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Serie Verhoeven, Pierre Lemaitre.
Por Juan Enrique Soto.
El policía, Camille Verhoeven
Para diseccionar psicológicamente la serie de novelas protagonizadas por el Comandante Camille Verhoeven hay que aludir necesariamente al concepto de homeostasis. La homeostasis es el conjunto de fenómenos de autorregulación, conducentes al mantenimiento de una relativa constancia en la composición y las propiedades del medio interno de un organismo. Si lo prefieren de otro modo, me refiero al concepto de equilibrio. Es consustancial a los seres vivos la búsqueda permanente del equilibrio. La necesidad vital de compensar los cambios en el entorno mediante el intercambio regulado de materia y energía con el exterior es lo que hace que todos los seres vivos se movilicen, cada uno a su manera, para lograr un estado óptimo, teniendo en cuenta que óptimo no se refiere a máximo rendimiento sino a ausencia de problemas. Por eso, cuando un ser vivo carece de algún elemento esencial para su metabolismo, genera la sensación, por ejemplo, de hambre o sed, lo que pone en marcha toda una serie de mecanismos conducentes a la obtención de nutrientes y líquidos que hagan desaparecer la alarma y regresar al equilibrio.
Y qué es esta sino una estupenda perorata para afirmar que Camille Verhoeven es el vivo ejemplo de búsqueda permanente del equilibrio porque los seres humanos, que también dependemos de la homeostasis, tan afanados como somos en complicar los fenómenos, hacemos de este concepto, fundamentalmente metabólico, algo puramente psicológico. Porque no nos engañemos, todos, sí, todos, buscamos el equilibrio, con mayor o menor fortuna. Cada momento de nuestras vidas no es sino un empeño en compensar carencias (de virtudes) y excesos (de defectos). Conscientes o no de nuestras debilidades y fortalezas, nos esforzamos por compensarlas y eso, poco a poco, va forjando nuestra personalidad, ante los demás y ante nosotros mismos.
Camille Verhoeven es comandante de la Brigada Criminal, en París. Y todo él es compensación. Es más, las historias creadas por Lemaitre a su alrededor, son pura compensación. Porque Verhoeven mide un metro y cuarenta y cinco centímetros a pesar de sus cerca de cincuenta años. Un dato, solo uno, y basta para definir al personaje. Su corta estatura es un rasgo evidente, físico, que todos pueden apreciar y que condiciona su relación con él, ya sea un sospechoso, un compañero, un jefe, el juez de instrucción o el mismísimo asesino en serie de turno. Además, está totalmente calvo y usa gafas, y se gasta una mala leche de espanto, lo que acentúa su edad y el contraste con la estatura. De ahí que cada acto de Camille sea una compensación porque, si bien es tan bajo como un niño de catorce años, es muy inteligente, intuitivo y constante, virtudes que le permiten solucionar los casos que los demás (aunque midan la media nacional) no pueden y que le han permitido crear un estilo propio a la hora de desenvolverse no solo en la esfera profesional sino también en la personal.
La causa de su congénito defecto, que Verhoeven achaca, y con razón, a su madre, una afamada pintora que no dejó de fumar durante todo su embarazo, se funde con la culpa que, a su vez, supone pensar mal de una madre. Eso también lo compensa el comandante al haber heredado una asombrosa pericia para el dibujo, habilidad que resultará útil incluso en su labor de investigación. Siempre es la misma historia. Lo que la naturaleza nos quita por un lado, nos lo da por otro si somos lo bastante hábiles para apreciarlo.
El segundo elemento esencial del análisis de Camille Verhoeven es algo más delicado. Se refiere al hecho de que, tanto en la novela de Irene como en la de Camille, el factor personal condiciona el profesional. Desde cierto punto de vista, la personalidad de Verhoeven es tan potente y «llamativa» que se convierte en un reclamo para el malo de la trama. Casi podríamos llegar a decir, y que me perdone Lemaitre, que Camille Verhoeven es un peligro público. Y todo porque los malvados delincuentes de sendas novelas solo quieren cometer los asesinatos que nos son narrados para doblegar el intelecto superior de un señor que no llega al metro y medio. Debe ser frustrante para los antagonistas ser derrotados por un señor bajito y calvo, con muy mala leche y una habilidad natural para el dibujo.
Así, lo personal se entreteje en lo policial; ambos factores devienen inseparables. El metro y medio apenas Lemaitre lo ha convertido en la esencia de la serie Verhoeven y tanto Camille Verhoeven como los asesinos a los que persigue lo saben. Cada interacción narrada entre el comandante y los demás personajes pivota alrededor de su defecto morfológico. Es por ello que no podemos separar a Verhoeven, ni a sus asesinos, de su condición personal. O como dice el propio Lemaitre en una reciente entrevista con Fiat Lux, «Camille Verhoeven tiene un trabajo que le permite exorcizar su existencia. Es un hombre que sufre y que de forma permanente se ve confrontado con el sufrimiento y el dolor de los demás. En cierto modo, entonces, su profesión es el antídoto que él necesita para que su vida no esté envenenada por su propia historia».
Unan pues los dos elementos, la compensación psicológica y la esfera personal fundida con la profesional y tendrán a uno de los más especiales personajes del género policiaco. Lemaitre lo ha logrado. Ha creado un ser que trasciende sus novelas; que trasciende a los asesinos que captura; que puede trascender a su propio autor. Quizá, es por eso que Pierre Lemaitre ha decidido cerrar la serie Verhoeven con el reciente título Camile, de este 2016.
Los asesinos
He leído tres novelas de la serie Verhoeven, Irène, Alex y Camille. En las tres se producen asesinatos como delitos principales de la trama. En Irène, el malvado sigue un móvil temático para cometer sus atroces crímenes. Se basa en la literatura para reproducir en la realidad novelada muertes que han sido relatadas en otros libros. Y hasta que los policías no logran establecer la conexión entre literatura y crimen como el móvil principal de la serie de muertes, la investigación anda dando palos de ciego. En Alex, una serie de puntos de giro llevan la trama en diferentes direcciones hasta que el asesino, ¿o debería decir la asesina?, ¿o quizá es la víctima?, parece padecer un alocado frenesí mortal ritualizado con ácido sulfúrico en los gaznates de sus víctimas, aunque solo lo parece. En Camille la verdadera trama está escondida en una serie de acontecimientos que ni la aguda inteligencia de Verhoeven es capaz de intuir aunque algo en su interior (recuerdan aquello de compensar) le dice que debe apostarlo todo, absolutamente todo, para seguir adelante, huyendo si es preciso de todo y de todos, con tal de solucionar el enigma. Y hasta aquí puedo leer para no reventarles la emocionante lectura. Déjenme solo señalar cómo lo personal supera lo profesional una vez más. Lemaitre no puede olvidar que Verhoeven es el factor que todo lo domina, el eje sobre el que da vueltas todo su imaginario detectivesco.
Los asesinos de estas tres novelas, cada uno a su modo y según su estilo, son inteligentes, muy inteligentes. Qué bien se aprovecha de ello Lemaitre. Con asesinos así, cómo no lograr que deslumbre el policía que los captura. Quizá, sea en Alex donde encontramos al asesino más inteligente (¿O debería decir la asesina? ¿O acaso era la víctima?), porque es la única que no se toma la estatura de Verhoeven como algo personal y eso le permite seguir con sus planes sin distracción. Pero los asesinos que nos relata en Irène y en Camille están dominados por sus egos. Y es que, al final, siempre, se trata del ego, del maldito ego, esa fuerza descomunal de la naturaleza humana que nos lleva a cometer las mayores fechorías y las más altruistas proezas. ¿No me creen? Pues léanse estas tres novelas, vean los telediarios de cada día, miren a su alrededor y díganme si me equivoco o no.
El autor de la serie Verhoeven, Pierre Lemaitre
Pierre Lemaitre nació en París en 1951. Estudió Psicología y durante un tiempo la ejerció en la formación de adultos, así como en temas de comunicación y cultura hasta que se introdujo en el campo de la literatura, primero como profesor y luego como escritor. Como psicólogo que soy, me resultaría fácil señalar que esos estudios de psicología han ejercido una poderosa influencia en la generación de sus personajes, pero eso sería tanto como sugerir que los escritores que no han cursado la ciencia que estudia el comportamiento humano no son capaces de crear buenos personajes literarios. Líbrenme los dioses de tal afirmación. Pero no me resisto a afirmar que algo han tenido que ver y que tal acercamiento a la comprensión del ser humano le ha llevado a crear la figura, tan psicológicamente profunda, atormentada y existencialista, que es Camille Verhoeven. Lo demás es literatura policiaca basada en buenas historias, la de este genial autor francés para quien lo importante es contar historias, no generar teoría literaria.
Ganador de numerosos y prestigiosos premios literarios, Lemaitre no quiere sucumbir a Camille Verhoeven y quiere abrir distancia entre ambos. No quiere ser engullido por un amargado policía de metro y medio. Me pregunto si entre ambos, Lemaitre y Verhoeven, no se habrá desatado una guerra de egos como la que ha llevado a prisión o a la muerte (ficticias) a los asesinos a los que ha perseguido con la vehemencia del que es consciente de que todo el mundo le mira por encima del hombro.
El veredicto hipotético
Declaro al comandante Camille Verhoeven culpable (involuntario pero culpable al fin y al cabo) de que haya asesinos que asesinen y provoquen muerte y dolor solo por ser capaces de afirmar que han doblegado a un policía de 1,45 metros de estatura, totalmente calvo, con gafas y muy mala leche, cuya mera existencia les amarga la suya. Ya que ni los jefes ni los jueces son capaces de jubilar a tan peculiar y excelente policía para evitar que se sigan cometiendo crímenes ligados al drama personal de Verhoeven, lo que le convierte en un peligro público, ha tenido que ser el propio Lemaitre quien tome cartas en el asunto.