Crónicas, Expedientes 0

Sinatra y La Mafia

Rescatamos del archivo este suculento reportaje de Javier Márquez Sánchez publicado originariamente en la edición impresa de Fiat Lux.

Es un viaje tan temerario como documentado sobre las amistades peligrosas de quien para Márquez fue el último don. Sabremos las que no son leyendas urbanas de Sinatra y le veremos con los Kennedy, con Marilyn, con Giancana, en los casinos de Las Vegas o con su Rat Pack.

Es recomendable poner ambientación musical de fondo, Fiat Lux sugiere Frank Sinatra, obviamente, y el Rat Pack.

Que lo disfruten.

 

Sinatra y La Mafia.

Por Javier Márquez Sánchez.

 

La del 11 de noviembre de 1981 ha sido una tarde de un frío tan artificial como lo es todo en la ciudad de Las Vegas. La CNN ha retransmitido el espectáculo en directo. Interés nacional. Con todo, no han faltado curiosos agolpados a las puertas del ayuntamiento de la ciudad para ver en persona al protagonista de la jornada.

Ha resultado una velada larga, cerca de cinco horas. Por la mesa de declaraciones han pasado gente como Ava Gardner, Gregory Peck, Kirk Douglas o el sacrosanto Bob Hope. Las leyes del Estado de Nevada establecen que sólo puede adquirir una licencia de juego aquella persona que demuestre ser “intachable, de carácter íntegro y honesto, que no suponga una amenaza para el interés público”. Y esas respetadas estrellas de Hollywood estaban ahí para dar fe de que el señor Frank Sinatra cumplía con tales requisitos. El artista ha contado incluso con el apoyo del sheriff de Los Ángeles, Peter Pitchess, que, en vista de esta sesión de investigación del Consejo de Control del Juego de Nevada, declaraba a la prensa: “Si el señor Sinatra es miembro de la Mafia, entonces yo soy el padrino”.

En 1981 casi puede decirse que Frank Sinatra es toda una institución americana. Ha llegado dos veces a lo más alto de la industria del espectáculo, ha conocido los trances más amargos, vendido millones de discos, hecho docenas de películas, dirigido discográficas y casinos, además de recorrer medio mundo con sus canciones. Pero a pesar de todos los logros, su supuesta relación con la Mafia sigue siendo una cuestión muy presente en cada entrevista, artículo o semblanza que se le pueda dedicar desde cualquier periódico del planeta.

Para eso, según ha asegurado, ha accedido voluntariamente a declarar ante esta comisión. Para limpiar de una vez su imagen y desterrar toda sospecha. Aunque cuando de leyendas se trata, es difícil que cualquier evidencia se imponga a unas historias que vienen contándose desde hace demasiados años.

Con expresión severa y ajeno a cuantas voces le rodean, de apoyo en su mayor parte, Sinatra sale del ayuntamiento de Las Vegas parapetado tras sus gafas de sol y embutido en un traje de corte impecable. Le acompañan su mujer Barbara, su amigo y asistente por décadas, Jilly Rizzo, y varios abogados y publicistas. Se mete sin demora en el coche que le aguarda a la entrada, y cuando le cierran la puerta, su mirada se pierde a través de la ventanilla, indiferente al alboroto alrededor del vehículo. Quizás piensa en el concierto que dará esta noche, o tal vez reflexiona sobre las palabras que le han obligado a pronunciar. A él, un hombre de honor que veinte años atrás perdió su licencia y por extensión su casino, el Cal-Neva, cuando denunciaron la presencia en él del mafioso Sam Giancana. “Es mi amigo, puede venir cuando quiera. ¡Que se vayan al infierno!”, fue su respuesta cuando le advirtieron del riesgo de acoger a Sinatra.

Hoy, en 1981, ante la comisión, ha declarado: “Jamás tuve nada que ver con Giancana en lo que a negocios se refiere y en contadas ocasiones tuve trato social con él. No existió ninguna conexión entre los dos”. Poco antes, al entrar de lleno en el tema del crimen organizado, el presidente del Consejo le preguntaba: “¿Conoce a alguien que pertenezca a la Mafia?” Tras la respuesta negativa y tajante del artista, el interrogador matizaba: “¿Conoce a alguien que sea miembro de alguna organización que entrara dentro de la categoría de crimen organizado?”. Nueva negativa. Al no estar bajo juramento y no ser éste un proceso judicial, no cabe incurrir en perjurio.

Absorto en sus pensamientos mientras el coche se aleja, tal vez piense Sinatra en el error de haberse tomado aquella fotografía, la que hoy han esgrimido contra él. Fue años atrás, en 1976. Frank acudió a dar un concierto al teatro Westchester Premier, en Tarrytown, Nueva York. Tras el espectáculo, el dueño del local y unos amigos accedieron al camerino para hacerse una foto con el artista. Hasta ahí todo normal. Lo inquietante era que el dueño del teatro no era otro que el jefe de la familia Gambino, el poderoso Carlo Gambino, en sociedad con otros dos hampones, Gregory DePalma y Richard Fusco. Los tres adquirieron el Westchester en 1974 con el objetivo de desviar dinero sucio de la familia. Sinatra actuó allí varias veces en el 76 y otras tantas en el 77, llevando con él a su amigo Dean Martin. Aquel día de 1976 el capo Gambino se presentó en el camerino acompañado por su hijo Joseph, Gregory DePalma, Richard Fusco, el ‘padrino de padrinos’ Paul Castellano o Jimmy Frantianno, entre otros gángsters reconocidos de Nueva York. Cuando unos años después se abrió una causa contra los Gambino, el tema del teatro salió a relucir, y al menos un par de testigos acusó a Sinatra de cobrar dinero negro del Westchester. El juicio, celebrado en 1979, fue declarado nulo.

Mientras se aleja del ayuntamiento, en dirección al legendario Strip de Las Vegas, tal vez el gran cantante y actor se pregunte cómo han podido cambiar tanto las cosas en apenas veinticinco años. Él vio nacer aquella ciudad. Él ayudó a hacer de Las Vegas lo que es hoy. Mejor de lo que es hoy. Eran los días en los que nadie se atrevía a acusarle de nada, y menos aún a sus poderosos amigos. Esos días, de los años cincuenta y sesenta, en los que Sinatra gozaba de relaciones con elementos mafiosos como ningún otro ‘civil’.

Pero todo había sido tan natural… La gente hablaba de la Mafia y de los mafiosos como algo extraño, peligroso, ajeno a la vida del ciudadano medio. A Frank, sin embargo, le cuesta recordar una etapa de su vida en la que convivir con ellos no fuese algo normal. Era un adolescente en Hoboken y ya conocía a algunos gángsters de poca monta que intimidaban a unos y cobraban protección a otros. Y luego estaba Joe Fischetti, claro, su amigo de la infancia. En enero de 1947 propuso a Frank que le acompañase a un viaje a La Habana para disfrutar del sol, las mujeres y, de paso, conocer al gran capo Charlie ‘Lucky’ Luciano. Sinatra aceptó. Y Luciano se frotó las manos. Tras la última cumbre de la Mafia, en Chicago, en 1932, hacía falta poner un poco de orden en la organización, y Luciano, exiliado por aquel entonces en Cuba, convocó a todos los capos del país para poner a cada uno en su sitio y, de paso, autoproclamarse capo di tutti capi. A aquella cita acudieron, entre otros, Frank Costello, Mike Miranda, Augie Pisano, Joe Adonis, Albert ‘El ejecutor’ Anastasia, Joe Volado Bonano o Tommy ‘Tres dedos’ Lucchese. El amo y señor de los bajos fondos de Chicago, Tony Accardo, llegó acompañado de Rocco y Charlie ‘Gatillo fácil’ Fischetti, hermano de Joe Fischetti.  En su autobiografía, el propio ‘Lucky’ Luciano explicaba la idoneidad de la visita de Sinatra: “Si alguien hacía preguntas, había un motivo perfectamente legal para justificar el encuentro entre todos nosotros: se trataba de rendir homenaje a un chaval italiano de Nueva Jersey llamado Frank Sinatra, el cantante que se había convertido en el ídolo de las adolescentes de todo el país”. Y ellos, en cierto modo, habían jugado su papel en la historia.

En los años de la Segunda Guerra Mundial no había en Estados Unidos orquesta más famosa que la de Dorsey, y pocas voces más aplaudidas que la de su joven cantante, Frank Sinatra. Tras grabar varios discos de patente popularidad, el artista decidió emprender carrera en solitario, pero Dorsey se negaba a dejarle ir. Durante años se contó que un gángster de New Jersey, Willie Moretti, había intercedido llegándole a poner a Dorsey una pistola en la cabeza para que renunciara al contrato que le unía a Sinatra. Hasta su asesinato en 1951, Moretti se jactó repetidas veces de haber hecho ese favor al cantante, aunque parece ser que la gestión no resultó en realidad tan ‘salvaje’; Moretti sólo tuvo que recordarle a Dorsey que buena parte de los mejores escenarios del país estaban en manos de amigos suyos que apreciaban al joven artista, y que, si quería seguir actuando, más le valía “dejar volar al canario”.

Algunos años después, a finales de los 40, cuando Sinatra pasó de ser ‘La Voz’ a ser señalado como “el que le lleva las maletas a Ava Gardner”, algunos de aquellos amigos se mantuvieron a su lado y le ayudaron, contratándolo en sus locales cuando nadie más confiaba en él. Y entre aquellos tipos estaba, naturalmente, Sam Giancana.

Recorriendo Las Vegas en el asiento trasero de su coche, viendo aquella ciudad que ya no es su ciudad, Sinatra tal vez piensa que digan lo que digan de él, Sam siempre fue un buen amigo. ‘Momo’ Giancana, lo llamaba. ‘More Money’. Nacido en 1908, Giancana tenía un historial que para sí querrían los más terribles villanos literarios. A los veinte años ya se le adjudicaban tres crímenes, y varias fuentes apuntaban a que pudo ser el conductor y uno de los pistoleros de la trágica matanza del día de San Valentín, en 1929, con lo que se habría ganado la confianza de Al Capone. Con el paso de los años Giancana llegó a tener intereses en negocios sucios por todo el país, aunque sus actividades (protección, extorsión, apuestas, lotería clandestina…) se centraban, como heredero de Capone, en Chicago y Las Vegas, con participaciones en los hoteles Riviera, Desert Inn y Stardust. En 1960 el FBI lo tenía catalogado como uno de los doce capos de la Cosa Nostra, con cerca de seiscientos asesinatos presumiblemente ordenados por él.

Sinatra y él se conocieron en 1953. Algunos dicen que fue en el Hotel Fontainebleau de Miami, pero parece más probable que fuera Paul ‘Skinny’ D’Amato, el dueño del 500 Club, quien los presentara tras una de las habituales actuaciones del cantante en el local. Se hicieron amigos rápidamente, y aquella relación se tradujo en una serie de favores mutuos que se ofrecieron y cobraron a lo largo de unas décadas. A veces, Sinatra llamaba a Giancana y le contaba que un periodista no le dejaba en paz, que no paraba de atosigarle. “Deja de lloriquear, Frank. No tiene importancia”. A ‘Momo’ le encantaba soltar aquella frase: “No tiene importancia”. Quería decir que el problema se solucionaba con una llamada telefónica. “Métele un dolorcito de cabeza”, le decía a alguno de sus hombres tras explicarle el problema. Sinatra no tenía que volver a preocuparse por el asunto. Así que cuando Frank tenía un problema acudía a ‘Momo’. Y cuando otra mucha gente necesitaba algo, consciente de esa relación, acudía a Sinatra. Por ejemplo, la familia Kennedy.

A veces, a lo largo de los años que siguieron a aquello hechos, Frank había lamentado haberse visto en el centro de una compleja red de favores y conspiraciones que acabó por no darle más que quebraderos de cabeza y profundos sentimientos de culpa. Todo comenzó en febrero de 1960, cuando Joseph Kennedy, el patriarca del clan, se reafirmó en la decisión llevar a su hijo John a lo más alto del poder, empresa que no era nada sencilla. El entonces senador por Massachusetts tenía que derrotar en las primarias a Hubert Humphrey y después enfrentarse a Richard Nixon. El joven Kennedy tenía a su favor un pasado de héroe de guerra, su poderosa familia y el cariño popular por su esposa, Jacqueline Bouvier. Pero arrastraba consigo el pesado lastre del catolicismo, una circunstancia por la que buena parte de los analistas le daban por derrotado antes siquiera de comenzar la campaña. Para salvar la situación, el viejo Kennedy decidió aprovechar la amistad de su yerno Peter Lawford con la gran estrella del momento, Frank Sinatra.

Como de costumbre, en aquel encuentro el ex embajador en Inglaterra fue escueto y directo: necesitaba que Frank le hiciese dos favores. El primero, el personal, era el más sencillo. Quería que aprovechase toda su capacidad de convocatoria, tanto de artistas como de público, para convertir a John Fitzgerald Kennedy en un nombre conocido y relacionado con los ambientes más sofisticados. “No hay problema”, le respondió Frank entusiasmado y comprometido. Pero entonces llegó el segundo favor: las cifras de los últimos sondeos daban por perdidas las primarias en Virginia Occidental. Si eso no se solucionaba no habría comicios generales para los Kennedy. Todo dependía de que ‘los amigos’ de Frank en Chicago pudiesen dar la vuelta a esos resultados electorales.

Según algunas fuentes, de hecho, Joseph Kennedy era un viejo conocido de Sam Giancana, con quien habría tenido tratos en los días de la Ley Seca. Gracias a sus influencias, el católico irlandés había conseguido que su compañía de importación fuese la única empresa autorizada para introducir en el país ginebra Gordon y whisky Dewars con fines medicinales, y parte del cargamento habría ido a parar a manos de Giancana a cambio de la correspondiente comisión. Fuese cierta o no esa historia, los Kennedy no podían pedir a la Mafia favor alguno de forma directa. Pero para eso estaban los amigos.

No del todo convencido, sintiéndose más bien acorralado, Frank aceptó pedir aquel favor personal a Giancana, con el que pasaría a estar inevitablemente en deuda. “No tiene importancia”, le dijo ‘Momo’. Y todo fue bastante sencillo. Le encargó a ‘Skinny’ D’Amato, buen conocedor de la región que se encargara de que Kennedy saliera elegido en Virginia Occidenta. El dueño del 500’s Club aprovechó su contacto con sheriffs de diversas localidades que apostaban ilegalmente en algunos de sus garitos, y les sugirió que aconsejaran a los sindicatos de mineros de carbón y a otros colectivos influyentes en la región que votarán la candidatura de John F. Kennedy. Al final, el senador por Massachussets se metió Virginia en el bolsillo.

Para la segunda y definitiva ronda, además de votos, Kennedy necesitaba fondos. Bastantes. Y ya puestos, Giancana no tuvo problemas en apoyar la causa. Convenció a sus socios de que ayudar a colocar a un hombre en la Casa Blanca podría constituir ‘el’ gran negocio, y una importante suma de dinero sustraída del fondo de pensiones del sindicato de camioneros fue a parar a la campaña de Kennedy a través de generosas donaciones de Sinatra. Al final, el 8 noviembre de 1960 John Fitzgerald Kennedy vencía a Richard Nixon por el margen más estrecho registrado en la historia del país, 118.574 votos. A los republicanos no les salían las cuentas en algunos Estados. El 20 de enero, en un momento de su discurso durante la gala inaugural de su presidencia, entre promesas y reconocimientos a compañeros y maestros, el nuevo líder político anunció: “Todos estamos en deuda con nuestro gran amigo Frank Sinatra”. Toda una declaración que debió hacer sonreír a Giancana como pocas veces se le solía ver, dado que, en su caso, era Frank quien estaba en deuda con él y su gente.

Pero ya antes de entrar en el Despacho Oval, la relación de Kennedy con Giancana, vía Frank Sinatra, alcanzó un curioso y sórdido estado. Por aquel entonces, Kennedy se escapaba cada vez que podía a correrse una juerga con Frank y sus amigos del Rat Pack –Dean Martin, Sammy Davis Jr, el ‘cuñadísimo’ Peter Lawford…-, hasta el extremo de que la prensa rebautizó al grupo de cantantes juerguistas como el ‘Jack Pack’ (La pandilla de Jack). Una noche, tras la actuación de rigor, Frank se sentó a disfrutar de la fiesta con John Kennedy y le presentó a una joven morena muy atractiva: Judith Campbell Exner. Comenzaron una relación que se prolongaría durante dos años, incluyendo visitas a la Casa Blanca –según consta en los registros de acceso- cada vez que la primera dama y los niños salían de viaje.

Pero lo interesante llegó cuando, un par de meses después de comenzar el idilio, Frank le presentó Campbell a Giancana con la frase: “Ésta es la nueva chica de futuro presidente”. Con veintiséis años recién cumplidos, Judith Campbell pasó a compartir cama con dos de los hombres más poderosos del país. Y fue sólo cuestión de tiempo que Kennedy se enterase y decidiese aprovechar la situación. Décadas después, la propia Campbell, admitiría haber servido de mensajera entre el político y el mafioso para ‘tantearse’ en materias como la posibilidad de que la Mafia atentase contra Fidel Castro. Aquella comunicación terminó en diciembre del 62, cuando la joven se quedó embarazada y viajó a México para abortar.

En cualquier caso, ya en esos días Giancana y los suyos estaban para pocas relaciones con los Kennedy. De hecho, el sueño de contar con un ‘simpatizante’ al frente del Gobierno no había durado demasiado. Una de las primeras decisiones del nuevo presidente había sido nombrar a su hermano Robert Fiscal General, algo que no sentó demasiado bien en Chicago, donde sabían que el joven Kennedy se tomaba la causa anti mafia como una verdadera cruzada personal. Como consejero del Comité Kefauver para la lucha contra el crimen organizado, Bobby Kennedy había iniciado tiempo atrás una dura campaña contra Jimmy Hoffa, y todo apuntaba a que su actitud no iba a cambiar. De hecho, el mismo día de su nombramiento, el nuevo Fiscal General leyó en un discurso televisivo una lista de sujetos a los que estaba decidido a “neutralizar”. Entre ellos había nombres de peso, como Jimmy Hoffa y Roy Cohn, y sobre todo había conocidos de Sinatra, como Mikey Cohen, Johnny Roselli y, con mención especial, Sam Giancana. Cuentan que, al oír su nombre en boca de Bobby Kennedy, ‘Momo’ Giancana le quitó el revólver a uno de sus hombres e hizo volar su televisor de un disparo.

Los buenos tiempos iban quedando atrás. Incluso para Frank, al que los mafiosos que antaño le admiraban y aplaudían ahora se referían a él despectivamente como ‘el loro’. A mediados de 1962 el FBI intervino una contundente conversación telefónica entre Giancana y Johnny Formosa. Este último planteaba: “Que sepan quienes somos. Tenemos que demostrar a esos maricas de Hollywood que no pueden jugárnosla y luego actuar como si no hubiera pasado nada. ¡Carguémonos a Sinatra! Y de paso, nos cepillamos también a Lawford y a Martin ¡Ese prima donna! Incluso podría coger al negro y hacerle un trabajito en el ojo sano!” Pero Giancana, que podía ser tan tranquilo en unas ocasiones como colérico en otras, respondió: “No. Me gusta como canta Frank. Además, Dios no me ha dado permiso para arruinar una voz como la suya. No, tengo otros planes para ellos”.

Pero el FBI no era el único cuerpo de investigación con informes acerca de las peligrosas amistades de Frank Sinatra. Para forzar a su hermano a distanciarse de su amigo, Bobbie Kennedy le presentó al presidente un documento elaborado por el Departamento de Justicia en el que, entre otras lindezas, podía leerse: “Sinatra ha tenido una larga y amplia relación con matones y mafiosos que parece proseguir. Ocasionalmente, la naturaleza del trabajo de Sinatra puede ponerle en contacto con personajes del hampa, pero eso no justifica su amistad y/o relación financiera con gente como Joe y Rocco Fischetti, primos de Al Capone; Paul ‘Skinny’ D’Amato, John Formosa y Sam Giancana, todos los cuales figuran en nuestra lista de mafiosos. Ningún otro artista es nombrado con tanta frecuencia por los hampones. La información de que disponemos indica no sólo que Sinatra está relacionado con los mafiosos antes mencionados, sino que suelen mantenerse en contacto. Ello sugiere una posible coincidencia de intereses entre Sinatra y los mafiosos en Illionois, Indiana, Nueva Jersey, Florida y Nevada”.

Veinte años después, alcanzando ya la entrada del Caesar Palace, su hotel de residencia en Las Vegas a comienzos de los ochenta, quizás Frank Sinatra vuelva a pensar una vez más en la inevitable conclusión de que, aquel fatídico 22 de noviembre de 1963, Giancana y los suyos decidieron cobrarse por las bravas la deuda contraída. No en vano Johnny Roselli era el enlace de Giancana con la CIA para las diversas operaciones en el extranjero en las que la Agencia había contado con la colaboración de la Cosa Nostra. “La Mafia y la CIA somos las dos caras de una misma moneda”, escribió ‘Momo’ en 1956. “Estamos en el mismo bando, trabajamos por las mismas cosas, simplemente parecemos distintos. Nuestro gobierno nos necesita. Algún día seremos socios en todo”.

En noviembre de 1981 ya no está ninguno de ellos. A los Kennedy les dispararon, al igual que a Giancana en la cocina de su casa. A Rosseli también, en 1976. Antes lo estrangularon, y después le cortaron las piernas, lo metieron en un bidón y lo lanzaron al río. Ocurrió unos días antes de comparecer ante una Comisión para ofrecer información sobre el asesinato del presidente Kennedy.

A finales de los cincuenta Frank Sinatra había intentado hacerse con el papel de ‘Lucky’ Luciano en una película que el mafioso estaba dispuesto a producir. El proyecto no llegó a puerto. Y, además, Luciano prefería a Dean Martin para el papel. También el gran capo estaba muerto. Ahora, mientras se prepara en el camerino antes de salir al escenario del Caesar Palace, puede que Frank observe su imagen en el espejo mientras toma un sorbo de Jack Daniels para preparar su garganta, y se diga que, después de todo, él es el último de una gran época. El último don. Y que a pesar de todo lo ocurrido, nunca ha dejado de hacer las cosas a su manera.

 

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