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Cuentos Completos, Carlos Pérez Merinero


“No era un hijo de puta; era un nieto de puta. El muy cabrón tenía pedigrí”.

Mientras un genio escribía eso (‘La mano armada’), aquí estábamos con que si Marta tiene un marcapasos Al calor del amor en un bar con El Tonto Simón en La Puerta de Alcalá. 1986.

 

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Claro, que eso no es nada. Porque mientras aquí andábamos con El baile de los pajaritos, el genio escribía:

“Y, sin embargo, se mueve. La muy hijaputa se mueve. No solo se mueve, sino que pone su mano sobre mi pecho y la va bajando hasta dar con mi picha, que, después del castigo que la muy cabrona me infligió durante toda la noche, está más apagada que la puñeta”, (Días de Guardar).

 

Carlos Pérez Merinero, grande entre los grandes, vuelve a este territorio Fiat Lux  porque acaban de publicarse sus Cuentos Completos por el desvelo de su hermano David.

Hoy llegan aquí con un buen amigo, el periodista, escritor e investigador en la Universidad Complutense, Carlos Rodríguez Crespo.

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Deseo de ser guionista

Por Carlos Rodríguez Crespo

 

Aparquemos el debate sobre el postfeminismo, la pornografía de la pobreza, Gandía Shore, el suave discurso de la forma elegante, variaciones, polite, de lo lingüísticamente exigible, tan en boga en este tiempo líquido de la transmodernidad. La corrección que olvida un desahucio hasta el primer suicidio, mercantiliza el trabajo, desconsidera los cuidados. Olvidemos el desprecio que manifestaba Benet por la literatura tabernaria. Pensemos en el estilo coloquial. En Salinger. En el Galdós que reivindicaba Chirbes a partir de esa deliciosa lectura de Cernuda. En los cuentos de Baroja. En un país entre dos tiempos. Añadamos una sexualidad expansiva, no exenta de misoginia, sexo gratuito como angustia y reivindicación de la individualidad (el Schopenhauer que citaba Umbral en su único libro recuperable, Travesía de Madrid), el sexo de los pobres. Pistolas. Atracos. Policías corruptos. Matones del régimen. Coprofilia. Agitémoslo todo en la intersección de las calles José del Hierro y Ángel Larra, donde aún resiste la carnicería que, día tras día, durante años, abría y cerraba el propietario con un golpe de brazo. Todos los puticlubs cercanos a la comisaría de Ventas. El de la calle Londres. Avenida Donostiarra. Ya tenemos a Carlos Pérez Merinero. Un autor desaparecido del panorama narrativo.

Y por qué.

Maldito entre malditos, desplazado paulatinamente del panorama editorial por la pujanza de otros autores, y autoras, más jóvenes, su caso ejemplifica como ningún otro los esfuerzos por regular el gusto,tan bien estudiado por Bordieu y Foucault. Para Óscar Urra, la aparición, en 1981, de Días de guardar (ahora en Reino de Cordelia, desde septiembre de 2014), supuso la renovación del género negro en España, junto con otros títulos, entre los que destacaré uno, Los mares del sur, de Vázquez Montalbán, por su calidad literaria y arrojo contra la historia no evidenciada. La mano armada, cuya reedición, en este país, está lejos de materializarse, dada la pacatería y el conservadurismo inconsecuente del mercado de las letras, y Salido de madre, conforman un corpus dogmático que debe figurar en la biblioteca de todo amante del mal llamado género negro. Los temas de estas novelas, como puede identificar cualquier lector atento a la obra de nuestros grandes, están ya prefigurados en los cuentos de Merinero, que hace unos meses han visto la luz, gracias al tesón de su hermano David, con prólogo del editor Manuel Blanco Chivite e ilustraciones de Ion Arretxe, un proyecto, minucioso –transcripción de folios manuscritos, paciencia de escultor, un año, dos–, que da carpetazo al programa narrativo de Carlos.

Merinero da la voz a un delincuente, pero no al modo de Genet, sino para evidenciar conflictos de clase y caracterizar, con ironía, la concepción de la sexualidad en la praxis de la dominación masculina. Filtra fantasías sexuales del imaginario varonil modelado durante cuarenta años de misas y antiintelectualismo militante. Presenta ejercicios de metaliteratura (“Los buenos principios”). Se obsesiona con el sexo y la muerte, la gratuidad del crimen, el asesinato sin costuras (“Otro cuento de Navidad”). Escenas de cine porno, tan difíciles de componer en literatura. Concesiones a planteamientos que entroncan con la crítica social y política, simpatía por los de abajo. Y todo ello con un estilo discursivo de construcciones sintácticas simples, trufadas de continuas referencias a la parole, la jerga y los marcadores sociolingüísticos característicos de las clases populares, que el autor maneja, salvando excepciones, con maestría barojiana. Deseaba siempre ser guionista.

Alguien le ha emparentado con Jim Thompson. No lo sé. Ese tipo de opiniones recuerdan el complejo que sienten narradores continentales, por no citar la acrítica crítica, con la buena salud de la que disfruta el género más allá del Atlántico. Leyéndolo, evoco tradiciones como la representada por Galdós y el Baroja de los cuentos, Risa en la oscuridad, de Nabokov, o los temas descarnados, sexualmente radicales, de Elfride Jellinek. Alguien, también, le ha acusado de machista. Sólo recordaré ese pasaje de Ventajas de viajar en tren, la feliz novela de Antonio Orejudo, donde refiere con ironía la diferencia entre el autor y el narrador, entre el narrador y los personajes, sentado un canon ciertamente divertido.

Decía Bolaño que alguien que pretenda escribir un buen cuento no puede leer a Cela ni a Umbral. “Ni en pintura”, escribió el maestro. Hoy por hoy, cuando algún torpe y matutino profesional de las publicaciones habituado a mecanografiar antes que a escribir, por parafrasear a Capote, ha cuestionado el estatuto de la narración breve en el concierto del arte literario, antes de retractarse por el aluvión de críticas cualificadas que recibió en los siguientes quince segundos, la apuesta de Garaje, y de su hermano David, por estos cuentos supone una buena noticia no para la novela negra, sino para la literatura en sentido amplio.

 

 

Foto portada: Arantxa Oltra

 

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    Diana Laffond dice: 10 mayo, 2016 a 20:08

    Fabulosos tanto el libro como el analisis

    • Avatar
      Ana Esmeralda Vila Mateo dice: 12 mayo, 2016 a 16:08

      Buenísimo artículo

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