Por Ricardo Bosque (@ricardo_bosque)
Terminé recientemente de leer las cuatro estaciones protagonizadas por el napolitano comisario Ricciardi -serie que se completa con la novela Con mis propias manos, ambientada en época navideña, y que algún día caerá- y quedé fascinado con la prosa de su autor, Maurizio de Giovanni (véase Fiat Lux 3), capaz de escribir sobre asesinatos con cierto toque poético; con el escenario en el que se desarrollan las historias, la fascista Nápoles de los años treinta del siglo pasado; y, cómo no, con el protagonista, ese comisario que, desde niño, sufre lo que denomina el “Asunto”, a saber, su capacidad para escuchar las últimas palabras de quienes mueren en condiciones violentas.
Recibí pues, con gran alegría, la noticia de que el padre de aquel extraordinario personaje estrenaba serie con nuevo protagonista, el inspector Giuseppe Lojacono, ambientando los casos en esta ocasión en la Nápoles de nuestro tiempo.
Lojacono, siciliano de Agrigento y desterrado a un puesto sin trascendencia en una comisaria de Nápoles después de que un arrepentido de la Mafia declarase que el policía le pasaba regularmente información sensible. Lojacono, que se ve señalado por sus vecinos, marcado por todos sus conocidos y repudiado por mujer e hija. Lojacono, que a pesar de todo no deja de ser un investigador de raza, con instinto, un Montalbano como cariñosamente se refiere a él el único de sus nuevos compañeros que le dirige la palabra.
Resignado a su destino, invisible para sus nuevos vecinos, pasando las horas jugando a la escoba en el ordenador de la comisaría, una noche en la que está de guardia se ve obligado a desplazarse al lugar en el que acaba de descubrirse un cadáver, el de un adolescente. Un tiro en la cabeza, muerto en el patio de su casa, junto a su ciclomotor.
Una presencia la suya en el lugar de los hechos que no dura más que unos pocos minutos, los necesarios como para que los policías competentes lleguen al escenario del crimen y asuman sus funciones, relegando de nuevo a Lojacono al ostracismo administrativo. Unos pocos minutos, los suficientes, para que el siciliano descubra unos pañuelos mojados -las lágrimas del Cocodrilo, como bautizarán al asesino en la prensa más sensacionalista- tras la puerta en la que debía permanecer oculto el criminal.
A partir de aquí, el reconocimiento, la intuición del inspector de que el Cocodrilo es alguien tan invisible como él mismo, uno de esos tipos que pueden moverse a sus anchas porque nadie quiere verlos, un tipo al que le sobra el tiempo y le basta con apostarse en su ciénaga a la espera de que la víctima se acerque a beber.
El método del Cocodrilo incide en las ya conocidas bondades descubiertas en la serie Ricciardi, con Nápoles como una protagonista más, con un estilo de narrar brillante, elegante, un punto por encima de lo que suele ser habitual en el género. Y, como las anteriores, esta novela es, además de un reto a la inteligencia del lector -que podrá ir siempre un paso por delante del investigador- una narración dramática, doblemente dramática por el carácter de los personajes principales -Lojacono y el apodado Cocodrilo- que culmina con uno de los más tensos desenlaces que he leído en los últimos tiempos.
Por si fuera poco, esta serie que arranca con El método del Cocodrilo cuenta con unos potentes secundarios que, estoy seguro, darán lo mejor de sí mismos en posteriores entregas. Los tres principales, Giuffré, otro apestado de la policía, condenado al trabajo puramente administrativo; Laura Piras, la jueza sarda que confiará en el instinto del inspector desde el principio, ajena a los prejuicios derivados de su supuesto pasado; y Letizia, propietaria del restaurante en el que el policía suele comer con cierta frecuencia.
Para comprobarlo tendremos que esperar, supongo que no mucho pues ya hay otras dos novelas de la serie editadas en Italia. Cuestión de tener paciencia. Como la del Cocodrilo, como la de Lojacono.
El método del cocodrilo, Maurizio de Giovanni, Roja & Negra