Expedientes: El palo a la joyería Aldao
Reescribimos la Crónica Negra, la traducimos al fiatluxiano y la servimos ribeteada en ficción noir. Rastreamos archivos ataviados de espíritu elcaso2.0 a la búsqueda de sucesos que en su momento parecieron extraídos de una novela y los ficcionamos sin alterar su esencia para recuperar el sabor del mejor periodismo sucesero.
#Expedientes se llama esta sección por la que pasarán grandes firmas y cuyo valedor es uno de los primeros que se unió a esta banda: el escritor Ignacio Barroso Benavente.
La primera entrega, fechada en Madrid, llega desde el 8 de mayo de 1956.
El palo a la joyería Aldao
Por Barroso-Benavente.
Bueno, seamos objetivos: la cosa no pinta bien ni para ti ni para tus tres colegas de aventura. Un plan descabellado que presentaba flecos desde el principio y que acaba como acaban estas cosas. Los picoletos cercando la puta finca en la que habéis tratado de atrincheraros y haceros fuertes. Esto parece la guerra muchacho, y algo me dice que a los de verde, bigotazo y paquete de ducados asomando en los bolsillos de la guerrera, no les sirven banderas de rendición ni polladas de esas. De cuatro que erais al fugaros del talego no sabes nada de nadie. Os dispersasteis para despistar, o eso decíais. Parecíais cuatro putas liebres asustadas en mitad de un coto de caza. Y claro, vosotros en plan divide y vencerás y los del tricornio sonriendo y jugando al tiro al pardillo.
Tratas de cambiar de postura. Tanto rato sin moverte hace que los miembros se te entumezcan y la cosa es incómoda, y ridícula. Imagínate salir por piernas, los civiles vaciando cartuchos y tú con los pies dormidos. Desentonaría mucho y quedaría de pena. La comidilla del cuartelillo durante un par de generaciones de picoletos de mirada vidriosa y piel curtida.
Dejando a un lado el posible miedo escénico que la tumefacción podría acarrear contienes la respiracióny tratas de acomodarte. Resbalas. Puto rocío mañanero. Temes haber hecho demasiado ruido. Cierras los ojos, aguzando el oído. Nada. O los civiles no andan tan cerca como pensabas o directamente pasan de ti y no tienen prisa por acabar lo que empezaron el día anterior. Porque esa es otra, ¿a quién se le ocurrió liarse a tiros con ellos? ¿A los dos chavales a los que comisteis el tarro tú y el Marcelo con esa labia tan argentina vuestra? ¿O la cosa fue del pelotudo del Marcelo? O, ¿tal vez la primera bala salió de tu arma?
Suspiras tratando de sofocar el dolor. Sigues sangrando como un cerdo y la sensación de soledad y miedo hace que no pienses en nada más que no sea mantener los ojos abiertos y que no se te olvide respirar. Siempre oíste decir que uno antes de morir ve pasar su vida en diapositivas y no sabes si es por eso o por qué, pero en tu cabeza empiezan a reproducirse recuerdos que tienen un mismo punto de origen:una pensión de la calle Esparteros― la Avenida de José Antonio―un Seat 1400 matrícula 0621-ET―dos alias― pasaportes falsos―dinero―un día de mayo…
Casi tres años antes. Diez de la mañana. Tú y tu compadre con pasaportes falsos: tú llamándote César Eugenio Cruz y él Enrique Alarcón Ruiz. Varias semanas de trabajo de campo. Controlando semáforos, vías de escape y la cantidad de plata que había en el escaparate de la joyería que vais a atracar. Un Seat 1400 negro robado la noche anterior. Placas del ejército de tierra para evitar demasiados problemas. Los dos vestidos de militares del ejército del aire. Un tercero esperando en la puerta, en plan chófer, con el coche en marcha preparado para salir de allí quemando ruedas.
Un plan de la hostia. Sabéis perfectamente cuánta gente hay dentro y qué tenéis que hacer. Os bajáis del coche. Marcelo con un revólver en el bolsillo y tú con un paquete entre las manos. Dentro, una escopeta de aire comprimido a la que le habéis pegado con cinta aislante un cargador. Una metralleta de palo, pero no tenéis previsto matar a nadie. Sólo pillar las joyas y salir de allí. Hace unos días estuvisteis de turismo por Tánger y ya tenéis un par de peristas para darles salida rápida a lo que afanéis. Todo aséptico y perfecto. Sin sangre. Ni muertos ni viudas de llanto fácil saliendo en televisión para clamar justicia con la voz entrecortada por el llanto y los hipos propios de la histeria.
Entráis. Como teníais previsto cuatro personas dentro, el dueño debe estar apurando el carajillo o arreglando papeles en el despacho. Sin problema, no tiene ni porqué enterarse. Todo ensayadocon precisión militar. Marcelo te mira. Abres el paquete y la herramienta sale a la luz. Es una chapuza de cojones, se nota que es más falsa que el brazo incorrupto de Santa Teresa; pero bueno, cuando a uno le encañonan no tiene demasiadas ganas de jugar a los peritos de armas y deja que el pánico sea el que actúe.
Marcelo deja el fusco en una vitrina y abre la mochila que llevaba a cuestas. Extrae una espumadera metálica y empieza a limpiar el escaparate. No lleváis más de diez segundos dentro y todo va como la seda. Le miras de reojo. Cabronazo, qué bien lo había planeado todo, piensas. Y claro, atracar y pensar a la vez no son cosas demasiado compatibles. La hija del dueño de la joyería, el señor Fernández Aldao, se ha dado el piro hacia la trastienda a dar la voz de alarma.
Ajenos a todo, tu compinche y tú dais por terminada la faena. Él se incorpora. Tú vuelves a amenazar a los presentes con la escopeta de feria. Un momento. La tía esa no estaba ahí antes. Se ha movido. Miras hacia Marcelo, pero éste está ya en la puerta. No hay tiempo para jugar al quién es quién. Ves su Colt en la vitrina, donde lo ha dejado antes de ponerse manos a la obra. Pelotudo. Vas a darle el queo, pero no hay tiempo. Oyes ruidos en la trastienda. Se te seca la garganta y te sudan las manos. Todo parece irse al carajo. No hay tiempo. A la mierda el Colt de Marcelo, a la mierda la tía que se ha cambiado de sitio, a la mierda el notas que aparece como de la nada frente a ti empuñando una Luger alemana y a la mierda la puta que les parió a todos. A toda prisa te acercas a la puerta. Marcelo ya está cruzando la acera hacia el coche. Aprietas el paso. Oyes disparos a tu espalda. Algo impacta contra ti. Te trastabillas como si estuvieras borracho. Ahora sí que te falta el aire. Pero te compones. Duele. Aprietas los dientes. Ya sabes cómo va esto, camina o revienta. Disparas por retener al pistolero dentro de la tienda y ganar algo de tiempo. Tu arma suena a mariconada barata. Parece un puto caniche ladrando a un pastor alemán. La sangre te empapa el uniforme. Echas a correr. Te montas en el coche. El que conduce acelera. Desde la tienda os vuelven a disparar. Marcelo responde sacando una pistola de la guantera. El motor ruge. La calle es vuestra. Ha sido un gran golpe. Todo ha salido de puta madre, casi ocho kilos en joyas. El único pero es la herida de bala por la que sangras y por la que empiezas a preocuparte demasiado. ¿Cuántos litros de sangre tiene el cuerpo humano? No lo sabes, pero a juzgar por cómo estás dejando el asiento debes de estar casi en la reserva.
Las prisas no son buenas, dicen. Y menos para unos atracadores vestidos de militares y con un coche que lleva placas falsas del ejército de tierra. Pero a estas alturas no se puede improvisar. Seguís con el plan. Os cambiáis de carro cerca de la calle Menéndez Pelayo, donde teníais otro esperando. Perfecto. Con la prisa os dejáis las armas, y tú media vida. No hay tiempo para darse la vuelta y eliminar pruebas. Solo lo justo para pillar la mochila con las joyas y tratar de que no te dejes el alma por el camino.
Siguiente parada, la tía esa que conocisteis a vuestra llegada a Madrid. Un pibonazo llamado Tita Alemany, que además de estar como un tren era enfermera. Tu única esperanza de dar con un matasanos que te zurza el pellejo y no largue a los de gris que ha cosido a un suramericano herido de bala que, curiosamente señor comisario, es clavaíto a la descripción que han soltado en Radio Nacional sobre los atracadores de la joyería Aldao, en plena Avenida de José Antonio.
Pero no. No hay suerte. El único médico que se mostraba interesado en el tema se ha rajado a última hora. Llega el momento de volverse creativo y poner pies en polvorosa. Tita pilla algo de penicilina y yodo en una farmacia del centro y monta su propia consulta en el asiento trasero del coche. Te pincha y desinfecta mientras Marcelo conduce hacia la casa que habéis pillado por El Escorial y a esperar que la cosa escampe. Mala idea. Tu estado no está para hacer demasiados planes de futuro. Toca darse media vuelta y volver al hervidero de maderos de uniforme y chivatos de paisano en que se ha convertido Madrid. Aunque no lo sepas sois las putas estrellas del momento. Portada en los periódicos de mayor tirada y un grupo de fans que entran en vuestra pensión tan pronto como ponéis un pie dentro. Tal vez no sean fans propiamente dicho y si agentes de la BIC pero que os vais a hinchar a firmar papeles eso fijo, tal vez no sean autógrafos y sí declaraciones pero coño, ¿qué esperabais?
Del resto qué quieres que te cuente. Un juicio que se llevó por la justicia militar (una idea cojonuda esa de los uniformes) y una condena que os hizo temblar como putos colegiales. Un abogado enrollado y una condena menor. Al final veintitrés años de condena y un día de propina en el Puerto de Santa María. Demasiado tiempo para dos balas perdidas como vosotros. Un par de chavales que cumplían condena currando como mecánicos. Amistad interesada. Vosotros comiéndoles la oreja. Ellos que sí pero que no. A uno le faltaban pocos meses para salir del trullo y no quería complicaciones. Pero claro. Tanto va el cántaro a la fuente que ésta se queda sin agua y los pobres diablos acabaron por acceder. Y en esas estáis.
Antonio Ramírez y Evelio Peña (así se llaman tus colegas de fuga, por si no te acuerdas) se encargaron de montar el cisco. Cuando terminaron de arreglar el 600 de la prisión se encargaron de dejar fuera de juego a los vigilantes, tangarles las armas y daros el aviso. Libertad. Ansiada libertad. Carretera, manta y rumbo a Madrid. Pero las cosas no estaban por salir como teníais pensado (otra vez); el chivatazo desde la prisión había sido demasiado pronto. Los civiles pisándoos los talones. El 600 hecho mierda y el Buick de un militar de la base de Rota cambiando de dueño a punta de pistola y vuestra huída cambiando también. En lugar de hacia Madrid, ahora tocaba enfilar hacia Portugal. No sabes si para comprar toallas o pillar un barco de vuelta a la Patria Chica, eso aún no lo habías hablado con el Marcelo.
Y tampoco vas a tener tiempo de hacerlo. Los picoletos os habían preparado una fiesta sorpresa. Capotes y tricornios escondidos. Un Celtas apagado en la boca y un naranjero apuntando. Como en el 36 pero aquí la batalla iba a ser breve. Vosotros sin oleros la tostada y pumba. El coche convertido en un colador y vosotros por piernas.
… y así es como has llegado a estar como estás. Las cosas pintan chungas. El cerco se estrecha. Se empiezan a oír disparos. De tu izquierda suenan tiros aislados. De tu derecha un tropel de plomo y voces rocas dando órdenes. Acaricias el tambor de tu revólver. El suicidio no se te antoja demasiado cobarde. Aprietas el gatillo. Mal asunto: no te quedan balas. Se escuchan pasos cerca de ti. Parecen dos pares de botas. Cierras los ojos con resignación, como dando por hecho que no los volverás a abrir…
…y mira por dónde, por una puta vez en tu vida delictiva las cosas salen como tenías previsto.