Nueva novela para la librería de Fiat Lux. La trae Sergio Vera, uno de nuestros prescriptores de cabecera y un tipo que sabe de lo que escribe, un compinche de lux al que acaban de premiar porque el club de lectura que dirige, Las Casas Ahorcadas de Cuenca, ha sido elegido el mejor club de lectura de Castilla La Mancha.
La novela que trae es Hambre a borbotones, de Álber Vázquez. Está nominada al premio Silverio Cañada de la Semana Negra de Gijón y según la apuesta de quien firma este artículo tiene muchas probabilidades de ganarlo. Sepamos porqué.
Hambre a borbotones, de Álber Vázquez.
Por Sergio Vera Valencia.
No sé vosotros, pero yo empiezo a estar hasta la porra de género policíaco.
No porque lea demasiado (¿o sí?), sino porque cada vez tengo mas la sensación de estar leyendo la misma novela.
Una y otra vez, una vez y otra.
El Larsson de Villaconejos, el Camilleri de Arrancacepas, la Agatha Christie de Torremolinos…. Repitiendo las mismas fórmulas, tratando de inventar la pólvora.
Una y otra vez, una vez y otra.
Porque no sé vosotros, pero creo (y esto es solo una hipótesis) que yo empecé a leer novela negra de forma compulsiva, porque me resultaba llamativa. La oveja negra de la literatura. Y sin embargo,cada vez más, tengo la impresión de que ahora la mayoría de ovejas que llegan a mis manos son teñidas y prefabricadas, tan auténticas comoDolly.
Pero, ¿cuáles son las claves de una buena novela negra?
Las mismas, creo, que las de cualquier novela: quién, qué, cómo y dónde, o lo que es lo mismo, personajes, trama, estilo y ambientación.
Personajes que por su humanidad, su complejidad o su rareza, te lleguen a la patata. Que te acuerdes de ellos con una sonrisa nostálgica meses, incluso años después de haberles perdido de vista, como viejos amigos. Y no sé vosotros, pero a mí los maderos que protagonizan la mayoría de novelas que llegan a nuestras estanterías no me dicen nada. Y menos, si están en tratamiento psicológico por no sé qué trauma.
Y qué decir de las tramas…. Que me parece que nos estamos empezando a creer demasiado eso del realismo social. Que si todos los autores se ciñen a lo que nos rodea, todas las historias terminarán por parecerse. Eso, y que muchos están olvidando el componente lúdico del género. Que la novela negra es denuncia, sí, pero ante todo, la novela negra es literatura de género, evasión. Y que contar las mismas historias termina por aburrir hasta el más incondicional de los lectores.
Y más, si las contamos siempre del mismo modo. Jim Thompson decía que solo había un argumento, pero que existían 33 formas de contarlo. Y sin embargo, muy pocos crímenes de cuantos llegan a mis manos están perpetrados con estilo. Y menos, con novedosos modus operandi.
Lo que sí suele variar es el escenario, aunque Barcelona siga siendo el paraíso criminal de nuestras letras. Pero claro, con todos mis respetos, ¿y a mí que carajo me importa la comisaría de Lepe?Eso, por no hablar de que muchas veces el entorno es de cartón piedra, poco más que un continente sin contenido, un paisaje sin paisanaje.
No sé si lo dicho se debe a que faltan ideas, si es que los editores de raza están en peligro de extinción o, simplemente, a que debería dejarme de pajas mentales y echarme novia de una puta vez.
Sea como fuere, el caso es que, en lo que llevamos de 2016, solo ha habido un puñado de novelas que me hayan entusiasmado.
Y que Hambre a borbotones es una de las que más.
¿Por qué?
Por el carisma de sus personajes. Y es que, no sé tú, pero yo no recuerdo ninguna novela protagonizada por una familia de caníbales, tres para ser más exactos. Una galerista de postín que se enamora de un asesino en serie vigilado por la policía. Un chaval sin demasiadas luces que pierde la cabeza por una camarera con un plan maquiavélico para dejar la barra. Y otra preciosidad, por supuesto antropófaga, dispuesta a todo por su nuevo amor. Y no hablo más de ninguno de ellos, para no estropear las muchas sorpresas que nos depara su trama.
Porque la trama es la segunda razón de mi entusiasmo. Ya que cuando todo estos especímenes humanos empiecen a amarse y odiarse, a apoyarse y traicionarse, a matarse a polvos y a puñaladas…. el lector no tendrá más remedio que tirar el libro a la basura (porque ojo, está plagado de escenas escabrosas y cuasi pornográficas que no serán para todos los paladares) o rendirse ante la audacia narrativa de Vázquez, que en todo momento huye de soluciones ramplonas y lugares comunes como de la peste negra.
Vale, el argumento promete, los personajes parecen curiosos, pero ¿y el estilo? ¿Qué hay del estilo?
Pues qué quieres que te diga, Vázquez tiene para dar y regalar. Un lenguaje tan natural al oído, que solo puede estar sobrenaturalmente cuidado al teclado. Y mezclando la tercera, la primera y hasta la segunda persona sin tropezones.
En definitiva, un justo finalista al premio Memorial Silverio Cañada a la mejor primera novela policíaca escrita en castellano.
¿Se puede pedir más?
Sí, una segunda parte.
Y con un poco de suerte, la habrá. Y una tercera, si las ventas lo permiten. Porque estamos ante la primera novela de una trilogía. Una trilogía que, al menos yo, espero como agua de mayo.