Otro canario se une a la banda, viene con flamante premio en la solapa: Javier Hernández Velázquez, premio Wilkie Collins de Novela Negra por la obra “Los ojos del puente”, un nuevo caso del detective Mat Fernández.
Hernández Velázquez está siendo interrogado en estos momentos, y, como en otros casos, antes de leer sus confesiones vamos a leer un pedacito de su obra en este relato negro que ha redactado para Fiat Lux.
A modo de apunte sobre su expediente, sepan que es abogado y funcionario y que entre su obra destaca “Un camino a través del infierno” con la que fue finalista del premio internacional de Novela Negra L’H Confidencial 2013.
Javier Hernández Velázquez: “Cajonera City”
¿Por qué aparecieron ella y el cuervo de Poe en mis presagios? Me pregunto cómo tuve el valor de ir a su encuentro. Siempre existe un margen en el que opera la causalidad y no fue un fantasma quien surgió entre la niebla, sino yo. Empezaré por el principio.
Grag-grag-grag. El cuervo emitió sus graznidos al posarse en el alféizar de la ventana. Me miró y descifré el augurio. «No hagas caso, los córvidos mienten». Sentí miedo. ¿Qué conozco acerca de él? Que está hecho de plumas. Algunos poetas comparan su densidad con el aire. Flota en el espacio y viste a los pájaros. Me asomé al balcón. No era un barrio bello, pero volver y distinguir en el horizonte la silueta del cementerio, hacía que mi corazón dejara de latir».
La policía estuvo ayer en el piso. No me presionó. Logré escabullirme: «Pasé la noche en casa de una amiga… No… salvo que sea necesario prefiero no desvelar su nombre… está casada». El agente sonrió con esa clase de sonrisas que me encantaría borrar con una bofetada. Cuando se marcharon regresé a la ventana. Deseé arrojarme, pero el ruido del oleaje me narcotizó antes de plantearme el suicidio.
Cerré la ventana y regresé al dormitorio. Esa noche tuve un sueño reiterativo. Estaba en un lugar extraño pero, al mismo tiempo, familiar. Después, al despertar olvidé casi toda aquella pesadilla de pingüinos azules y ataúdes flotando (temática perfecta para tumbarse en un diván con una psiquiatra que interprete). Desconfío del delirio. Mi temor crónico acontece en este pueblo, Cajonera City, denominación que empleaba un poeta maldito. No le falta razón. Refleja la sensación claustrofóbica que provoca estar ante el acantilado con cuervos en el horizonte.
Dos semanas antes
Despertarme es constatar mi soledad. Dicen que a través de las palabras, el dolor se hace tangible, pero no encuentro la frase que lo defina. El desamor es una cruel tortura. Pasé dos años amando a una mujer que amaba a un tipo que la despreciaba. Miré el futuro con esperanza y con una cicatriz que me dejó aquella ruptura (un tajo de cuchillo en la cadera). No me preocupa la certidumbre. Sigo coleando, como un pez que conserva la fe de regresar al agua. Busco metáforas de agua cuando mi hábitat de cuervo es etéreo. En la película de Brandon Lee decían que cuando alguien moría, un pájaro negro se llevaba el alma y su espíritu no descansa. Entonces, el córvido traía de vuelta el espíritu, para enmendar el mal. Yo me encomiendo a la protección del cuervo para que con su guía enlace el mundo de los vivos con el reino de los muertos.
Monterrey, sótano con ambiente caldeado. Luces, chasquido de dedos. Tabaco, jazz, alcohol, espejos. Sudor. Madrugada. Humedad. Calles mojadas. Pies sobre el piano. Tono quedo del saxo. Ram Bowen sobre el escenario. Todo falso, seguía en el Monterrey. Centré mi atención en la barra. La marea del océano cambió de curso.
-¿Quién es? –pregunté a Igor, propietario del antro. Se encogió de hombros y abrió sus manos: «¿A quién te refieres?» Levanté el brazo y señalé hacia «ella».
-¿Te gusta la camarera?…-«Llevo años buscando a una mujer así»-. Necesito que hagas un trabajito.
Fue al grano, quebrando mi espejismo. El encargo tenía relación con ella. Cerramos el negocio con un brindis. Igor me miró a través de los cristales de los vasos. Cuando se marchó, la conciencia me alertó: «¿Has puesto alguna vez un gusano en un anzuelo? Los peces acuden al mal olor. De niño, guardaba los gusanos en una lata y los dejaba al sol. Abría la lata y la olía. Eso te dará una idea de cómo huele el negocio que acabas de cerrar». Ignoré mis advertencias y me acerqué hasta ella.
-¿Qué hace una chica como tú en un local como éste? –pregunté, admitiendo que mi originalidad tenía el día libre.
No contestó. La analicé. Tenía los ojos oscuros e inquietos de las sudamericanas. Resultaba intensa, violenta y exuberante. Entre la inocencia (no más de veintidós años) y la perdición. Me quedé en espera mientras recogía las mesas. Cuando levanté los ojos del vaso, no la encontré. Salí afuera. Calle abajo, sus pasos se perdían. Olvídala, tienes que concentrarte. Respiré el aire fresco mezclado con sal. Decían que era bueno para la salud. Yo compensaba sus efectos benéficos destrozando mi hígado con alcohol.
En la calle había decenas de mujeres con vidas de mierda que corrían por la noche. Deseaban un instante. Escapar de la gris rutina de ser esclava de un hombre irrespetuoso que las agració con un escuadrón de niños.
Me levanté temprano. Mi desayuno: seis cigarrillos y cuatro tazas de café negro. Mi padre solía beber cualquier cosa que encontraba a mano, ya fuera un tónico para el cabello, un líquido para lustrar muebles o alcohol para las heridas. Ya en la calle. Cajonera City era una aburrida población en 1998, cuando la conocí. Entonces, hacía más calor, el día tenía 24 horas, pero parecía más largo. Nadie tenía prisa. Recientemente, el poeta maldito dijo que Cajonera City se temía.
Al vaivén de las olas, me pasé el día indagando, hasta obtener su retrato: inmigrante venezolana perdida en una maraña marginal, bordeando el precipicio. Vivía en la playa, en el embarcadero de los pescadores. Constaté un pedido en la única librería de la localidad. Una antología poética de William Blake. Ella leía a Blake y yo a Kundera.
Esa tarde, quedé con Ingrid, cajera del supermercado. Pensaba llevarla a cenar y luego a las afueras. Aparcar en el mirador y trajinármela. Me recordaba a Scarlett Johansson: los ojos, la piel, los labios carnosos y sensuales. Fuimos al cine. Llevó falda y blusa de colores chillones capaces de repeler a los tiburones. La defraudé. Me interesó más la película (Mónica Bellucci) que meter mis manos en su húmeda ropa interior.
Después del fiasco, regresé al Monterrey. Atmósfera sofocante. Aire denso. No jugué con el tiempo. Me senté en la barra frente a ella y la miré.
-¿Qué quieres?
-Invitarte a bailar.
-No sé bailar.
-¿Y si te invito a cenar? –Mi sugerencia la alertó. Siguió ignorándome. Tragué todos los vasos que pude de una botella recién estrenada, hasta que quedó vacía.
-Deberías parar.
-Intento ahogar penas. Pero aguanto la bebida como un adolescente, y vomito antes de llegar al olvido.
Se acercó. Alargué la mano hacia el cristal vacío y lo cogí entre las manos. Ella me lo arrebató.
-Examinemos la bolita mágica –propuso. Ahuecó las manos encima del vaso y lo observó-. Veo, veo…
-No es más que un vaso vacío.
-Espera.
-De acuerdo. ¿Qué ves?
-A ti y a mí.
La afirmación fue un impacto de bala. Miré el vaso, que ahora no era más que cristal que habría que llenar. Acerqué mis labios a los suyos.
-¿Te quiero?
-No basta. No quiero enamorarme, ni pasar por eso otra vez. Además, no me conoces… Me violó –escupió en mi cara. Me sentí como si frenara en seco sobre asfalto mojado. Ni siquiera pregunté quién, lo daba por supuesto.
-¿Por qué me lo cuentas?
-¿Por qué me sigues todas las noches cuando cerramos?
-No te sigo, simplemente callejeo.
Sonrió. Una mujer incomprensible. El viejo poeta maldito suele decirme que escape para que me sigan. Señaló hacia el fondo y me llevó a una habitación donde amontonan las cajas de bebidas.
-Es un asunto personal. ¿Sientes tanta curiosidad? Acepto tu invitación para cenar. Podríamos cogernos de la mano. Besarnos. Tal vez permita que me metas mano. Por la manera en que me miras, es como si ya estuvieses allí.
-A cambio de que me cuentes qué pasa.
-No es tu problema….Me ha dejado preñada.
Cribar la manada es una lección vital. El mundo te desilusionará. Matar lo que amas, si no puedes tenerlo, es natural. El mundo sigue girando, lo único inalterable son las estrellas que en noches de luna llena quieren comerme. Me encuentro mal. Engaño al pesimismo con alcohol. Al Chacho, otro poeta del barrio, que merodeaba por las calles pidiendo dinero para droga, lo encontraron muerto con el cuerpo como un colador. Parecía un tampax. Está en el sitio perfecto, pero termina manchado de sangre. Necesito un valium y sábanas limpias. Haré lo correcto. Mi decisión me costará. «Solo cuando baje la marea sabremos quien nadaba desnudo», escuché a Warren Buffet. Todos hablan de crisis como aquel tipo tomando el sol en el vertedero de la portada del vinilo Crisis what´s crisis? de Supertramp.
El mar está en calma, huelo a salitre. Tiempo de reunirme con Igor.
-La mitad ahora, y el resto al regreso. Me voy a Londres con mi mujer a que se gaste mis ahorros en Harrod´s. Toma -depositó un par de billetes sobre mi mano.
-No hace falta –dije mirando el color violeta del papel.
-¿Necesitas pistola?
-No creo en ellas.
-Yo tampoco en el ratoncito Pérez y le deja veinte euros a mi hijo debajo de la almohada.
Lo miré intentando descifrar si hacía igual con los desgraciados a los que sus matones apaleaban por incumplir con los pagos de los préstamos.
Londres
Calles mojadas. Me envolvió el esmog. Recuerdo historias de Holmes, con instantes congelados en la estación del tiempo perdido. Deambulé por las salas de la National Gallery. Me absorbió un gentío arremolinado alrededor de las guías. Inserto en un combate de boxeo. Esquivando y manteniéndome lejos del oponente. Aunque tendría que lanzar un puñetazo. Cuando me cansé de ver lienzos me dirigí a la catedral de St Paul en busca del Chino Gordon. Ellos, en un siniestro homenaje a la camarera, buscando la tumba de William Blake. La crueldad tiene corazón. Blake reposaba en un sótano del templo. Encontré una placa en su memoria: Artist-Poet-Mystic. Debajo, una estrofa de Auguries of Innocence: Para ver un mundo en un grano de arena. Y un cielo en una flor salvaje. Toma la infinitud en la palma de tu mano. Y la eternidad en una hora. No estaba para planteamientos filosóficos, acosado por fragmentos de melodías publicitarias, canciones pop con frases subliminales. Mis ojos pasaron como una gaviota sobre el poema al tiempo que hundía el cuchillo en su espalda y abrazaba su caída. «¿Qué?», preguntó. La violencia es un chute de adrenalina; mezcla de fuerza y astucia.
Cajonera City
Regresé. Brindé una ofrenda al silencio, que hizo que el jable crepitara bajo el vuelo oscuro de la coruja y el mar tragara un rumor de agonía. Al llegar al piso, me puse unos stilettos mágicos. Con ellos no pierdo el equilibrio, ni resbalo bajo la lluvia. Hacen que mis piernas lleguen al cielo y me convierten en un pájaro mitológico con afiladas patas de serpiente. A esa altura una mujer se vuelve sensual, y hace que hombres y mujeres les entren ganas de enjaularse conmigo.
-El espejo está roto –avisó mi camarera desde el lavabo.
-Lo sé. Así me veo tal y como me siento. ¿Crees que soy una asesina?
-¿Valdría de algo mi opinión?
Me acerqué y la besé.
-Veamos, no estás embarazada y tampoco te violó, ¿verdad?
-Pensé que me casaría por dinero –reconoció-. Y aquí me tienes. Ignoro por qué mataste a Igor y me asusta lo que siento por ti.
-Me gustan las mujeres y me gustan los hombres –dije-. Pero mi compromiso es con una persona, no con un género. ¿Me entiendes?
-Estoy confundida, ¿por qué estás aquí?
-Me gustas desde el día en que te vi en el bar. Y si te quedas conmigo me propongo olvidar. ¿Te gustaría más si fuera un hombre?
-Me gusta tal y como eres.
-Estamos solo tú y yo –llegué a la pregunta definitiva-. ¿Sabes guardar un secreto?
-Depende de lo que ocultes.
-A quien maté fue a la mujer de Igor.
-¿Y eso qué significa?
-Tengo su dinero, él es sospechoso de la muerte de su mujer, y tú eres libre.
-¿Por qué lo hiciste?
-Hay que tener fe en algo, y yo la tengo en ti.