Agentes corruptos, prostitutas hormonadas, fajos de billetes que desaparecen sin dejar rastro y un confidente turbio como pieza clave.
Sentados en una mesa del hotel Fira de Barcelona, muy cerca de la plaza de España, Carmelo Sanz y Javier Martín Pujalte cierran los últimos flecos de un negocio. Es julio, son las seis menos cuarto de la tarde, y hace bastante calor:
– ¿Cómo hacemos el pase?
– Deja el sobre encima de la mesa, le indica el inspector del Cuerpo Nacional de Policía.
Carmelo obedece y Javier recoge el sobre y se lo guarda en el bolsillo interior de la chaqueta, que lleva, incomprensiblemente, a pesar de ser verano. Es una reunión breve porque ya han acordado los detalles en dos citas previas. Carmelo intentó pagar entre 1.500 y 2.000 euros como máximo a Javier, miembro de la Unidad Contra las Redes de Inmigración y Falsedades Documentales (UCRIF). Pero este apretó hasta los 3.000, que ahora se lleva en el sobre, a salvo, en su bolsillo.
Ha sido cuestión de minutos. Ambos se despiden, con el trabajo cumplido. Pero al dejar atrás el suelo de mármol del hotel y poner un pie en el asfalto, un grupo guardias civiles da el alto a Javier, que echa a correr hacia un Renault Megane, su coche oficial, que ha aparcado encima de la acera al llegar y se da a la fuga. La persecución duró menos de dos kilómetros. La Guardia Civil lo atrapó en el cruce de la calle de Gran Vía con Entenza, por extorsionar al dueño del burdel Saratoga a cambio de su protección.
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