El Diario de... 2

La vida en negro. Por Rosa Ribas


“Si me acompañan, les contaré un poco sobre el trabajo de una escritora de novela negra, rituales, costumbres, manías, encuentros y desencuentros…”.

Rosa Ribas, cómplice desde antes del primer momento, nos lleva a una tienda de libros de segunda mano en la segunda entrega de su diario para Fiat Lux: La Vida en Negro.

Lean, síganla.

 

La Vida en Negro.

Por Rosa Ribas.

 

Muerte y resurrección.

No comparto la devoción por el olor a tinta de la gente que se extasía al abrir un libro nuevo, aunque, sinceramente, la prefiero al tufo que desprendía uno de los libros que leí hace poco. Olía a tabaco. A tabaco fumado hacía cierto tiempo. Era un libro de segunda mano.

Lo encontré en la librería de intercambio que hay en una plaza de mi barrio. Es un armario alargado de metal, abierto dos lados y con dos gruesas puertas de vidrio que en los años que llevan allí han protegido el contenido de la lluvia, del viento y de la nieve. No del yonqui que de vez en cuando arrambla con todo lo que encuentra dentro para revenderlo. En el interior de esta librería hay cuatro estantes. El más bajo queda a la altura de los ojos de un niño y es para que la gente ponga los libros infantiles. Los dos siguientes suelen contener los de bolsillo y en la estantería de arriba se ha establecido la costumbre de depositar los de tapa dura.

Dejo con frecuencia libros allí.

Como la mayoría de los lectores tiendo a la acumulación de libros, pero el espacio es limitado. Así que me deshago de los que no quiero. Podría haber escrito “me desprendo”, pero el verbo ‘desprender’ puede significar por una parte ‘liberarse” de algo molesto; por otra, expresa renunciar a algo y, hay libros a los que no renuncio, es que no los quiero en casa. No me cuesta hacerlo. Desde hace un tiempo tampoco termino todo lo que empiezo a leer, y eso que se trata de una enseñanza paterna adquirida casi a la vez que la potente máxima materna de acabar lo que se tiene en el plato.

Tengo estanterías llenas de libros que probablemente no vuelva a leer. Pero de los que disfruté o aprendí algo en su momento. Y, ¿quién sabe? Tal vez llegue el momento de su relectura. Esos los conservo. En cambio, si un libro no me ha gustado, pues, me deshago de él. Tal vez encuentre a alguien que lo disfrute. La culpa del desencuentro no siempre es del libro, puede ser que no estuviéramos hechos el uno para el otro. Pero a mí me pareció malo. Los espantosos los tiro directamente al contenedor de papel porque son eso, papel entre tapas.

Dicho esto, tengo que reconocer que siempre me acerco a la estantería con cierto temor. ¿Y sí hoy me encuentro allí uno los libros que he escrito yo? ¿Qué hago? ¿Lo dejo? ¿Me lo llevo?

¿Por qué tendrías que llevártelo?

En esas situaciones siempre aparece una voz que me hace preguntas. A veces tardo en encontrar una respuesta que darle, lo que me sume en una breve parálisis de ojos abiertos e inmóviles, un especie de catatonia a lo Poe.

Lo mínimo será sacarlo y mirar si está dedicado, le respondo por fin a la voz.

¿Para qué quieres saberlo?, me inquiere y argumenta diciendo que tampoco es cuestión de ponerse a buscar a su dueño y pedirle explicaciones. Explicaciones que en el fondo tienen una altísima probabilidad de no gustarte. Recuerda que ya te pasó una vez.

Cierto. ¿Cómo lo voy a olvidar?

Sobre el trauma de encontrar un libro dedicado a alguien que conoces personalmente en una tienda de segunda mano ya les contaré otro día. Lo tengo superado, de verdad. No, no es nada, es que se me ha metido algo en el ojo. ¿Por dónde iba?

¿Qué se le pasa por la cabeza una escritora cuando encuentra uno de sus libros en una librería de segunda mano? Lo primero y más natural es pensar que al lector no le gustó. Un libro tuyo en una librería de segunda mano se convierte de inmediato en una crítica indirecta. Una crítica negativa, claro. Recibir malas críticas es parte de nuestro oficio. Tenemos que convivir con su posibilidad y sobrevivirlas lo mejor que podamos, oscilando entre el magnánimo “la opinión es el derecho del lector” y la posición de Harry el Sucio “Opinions are like assholes. Everybody has one“.

Bien. Pongamos que ahí está tu libro. Una crítica negativa materializada en ese ejemplar rechazado. ¿Qué hacemos ahora? Mientras observas qué libros rodean al tuyo, por si encuentras alguna clave, empiezas a escuchar otra voz que te quiere animar –tal vez sea la misma que hablaba antes, tal vez sea otra, ya sabemos cómo es eso de las voces en la narrativa–. La voz, basándose en cierta similitud entre los libros que acompañan al tuyo, comienza una frase: Igual es que se mudó de casa y se desprendió de todo lo…

¡Calla!

Crees detenerla a tiempo, antes de que pronuncie la palabra.

¡No la digas!

Pero no es posible frenarla, una vez empezada la frase hay que terminarla.

Igual es que se mudó de casa y se desprendió de todo lo superfluo.

Esa palabra me lleva a cuestionarme lo que estoy haciendo. ¿Es relevante  para alguien? ¿Aporta algo? Con la mirada clavada en el libro abandonado, despreciado, rechazado, quedan dos opciones lanzarse de cabeza en una espiral de autoflagelación o buscar una explicación diferente.

Contemplo el lomo del libro, las finas líneas que indican que fue abierto, que fue por lo menos empezado. Empeñada en no perdonarme ese libro desechado, me acerco para poder ver si las estrías llegan hasta el final o tal vez lo abandonaron a media lectura y el lomo sigue terso y virgen. A pocos centímetros una parte de mí todavía espera una explicación que sea mejor que el látigo de siete colas que me espera si, además, el libro no fue leído hasta el final.

¡La tengo!

¿Sí?

Sí. Se murió.

¿Quién?

El lector. Falleció y sus herederos, esos ignorantes, han vaciado la casa y han vendido sus libros.

Miro entonces algo compungida al libro huérfano. Le acaricio el lomo, también la parte tersa que cubre las páginas lo leídas, y le digo que no se preocupe, que pronto lo comprarán, lo leerán y vivirá en una estantería con otros libros de autores cuyos apellidos empiezan por erre.

Con la autoestima algo abollada pero recomponiéndose, me alejo lamentando la muerte del lector anónimo.

Sí. Yo, por mis libros, mato.

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2 Comentarios

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    Joaquín dice: 10 mayo, 2016 a 11:49

    Rosa ¿no lo tenías superado? Jajjajajjs

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    Daniel Rojo dice: 13 mayo, 2016 a 08:08

    Me encanta tu relato, aunque no comparto tu idea de fracaso por encontrar alguna de mis novelas en librerías de segunda mano , creo que son oportunidades de nuevos lectores, supongo que son puntos de vista diferentes…como yo soy muy optimista veo el lado positivo de todo lo que me pasa.
    De todas formas el relato me enganchó de principio a fin, tienes una prosa rica y fácil de leer, continúa con la pluma que más de uno te leerá.

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