El Diario de..., Libreria

El Diario de Farlopero López. Por Claudio Cerdán

Claudio Cerdán se hace de nuevo presente aquí en La Casa Del Género Negro con la segunda dosis de El Diario de Farlopero López, un pájaro (dijimos) con muchas horas de vuelo y que promete dar mucho juego.

Para que refresques neuronas y reagites sabores y sensaciones, el primer capítulo fue El Milagro de la Puta.

Hoy llega el segundo.

A disfrutarlo.

El Diario de Farlopero López.

Por Claudio Cerdán.

  1. DEJAD QUE LOS NIÑOS SE ACERQUEN A MI.

            Aurora peinaba al recién fallecido. Jesucristo entró por la puerta, seguido de Cerullo.

—Levántate y chúpame la polla —dijo.

—¡Hágase su voluntad! —gritó el discípulo.

La chica los miró con recelo. En otra vida podría haber sido supermodelo. Ahora sólo era la exprostituta novia de López.

—Venga, tía —continuó el Salvador—. No puede ser peor que maquillar fiambres de viejos con lepra, ¿no?

—Joder, si está empalmado. —Cerullo señaló la entrepierna del abuelo: un enorme bulto sobresalía de forma alarmante.

—A ver si va a estar vivo.

—¡Lo has resucitado, colega!

La chica soltó el cepillo y encaró a los dos intrusos.

—Que me dejéis en paz, capullos. Este tío está muerto, no va a resucitar.

—Entiendo… —dijo Jesús.

—Menos mal. —Aurora soltó un bufido.

—Te lo vas a follar a él, ¿verdad?

—¿Qué?

—Prefieres a ese viejo cipotón. Míralo, la tiene como un pastor belga.

—¡No me voy a follar a un muerto!

—Yo me suicidaría si supiese que después me ibas a chupar la polla —añadió Cerullo.

—Iros a la mierda, colgados. López está en la oficina.

—Le voy a contar que te tiras a los cadáveres —aseguró Dios.

—Me importa tres cojones.

*     *     *

Pasaron unas puertas y llegaron hasta el despacho de Farlopero López. Lo encontraron rajando zombis del Resident Evil.

—Ey, tíos. —Dejó el mando y les estrechó la mano—. Pensaba que no vendríais. Me ha costado un huevo dar con vosotros.

—Se me estropeó el móvil —se jactó Cerullo—. Tendré que robar otro.

—¿Qué tal está Carroña? —preguntó Jesucristo.

—En la cárcel por ir con vosotros. La policía le reventó la cara. En un mes o así lo sueltan.

—Le echamos de menos. Sus paranoias eran dignas de oír.

—Pues yo estoy de lo más tranquilo sin ese cabrón por mi casa.

—¿Puedo tomar una copa? —preguntó el discípulo.

—Ni hablar, que te ventilas las botellas.

—Venga, tío, tengo que entrenar. La competición etílica es la semana que viene. Queda poco tiempo.

—Joder, está bien. Tengo una botella de coñac en el escritorio.

Cerullo se acercó a la mesa y sacó el licor.

—¿Para que querías vernos?

—Quiero probar una nueva droga que he inventado.

—Ni hablar. —Cristo sonó rotundo—. No pienso probar ninguno de tus inventos. ¿Ya no recuerdas lo que ocurrió la última vez?

—Eh, que el pigmentador de esperma funciona. Lo vendemos en varios sex-shops de la ciudad.

—Joder, tío: pero si produce nauseas. Estuve echando la papilla tres días.

—Ya, los efectos secundarios los ponemos en el prospecto. Pero el tema es que vuestra semilla salió de colores.

—Sí, rojo sangre. No veas que mal rollo.

—La mía era verde fosforito —añadió Cerullo—. Y brillaba en la oscuridad.

—Yo paso de probar nada que hayáis tocado Carroña o tú, López. Lo siento.

—Espera a que te lo enseñe.

Farlopero López se acercó a un mueble y sacó un pequeño paquete de la parte de arriba. Dios se acomodó en una butaca. Cerullo se sentó al lado de su maestro y dejó la botella sobre la mesa de cristal. El dueño de la funeraria abrió la bolsa y dejó caer un poco de polvo blanquecino. Después sacó la tarjeta del banco y comenzó a hacer dos rayas.

—¿Qué es?

López sonrió.

—Cocaína mentolada.

—¿Cocaína mentolada? —dijeron al unísono.

—Lo que oís. Carroña lleva trabajando en esto medio año. Ahora está en la cárcel, y como ya no me drogo, he pensado en ofrecérosla a vosotros, a ver que opináis.

—Joder, ¿y por qué mentolada?

—Te despeja la nariz.

Cerullo bebió un trago largo de alcohol. Jesucristo se quedó pálido.

—Bien pensado… —dijo por fin—. Muy bien pensado.

Farlopero enrolló un billete y se lo pasó a los dos politoxicómanos. Cada uno aspiró su dosis. Echaron la cabeza hacia atrás y se quedaron mirando al techo. López tamborileaba sus dedos contra el cristal.

—¿Qué tal? —preguntó.

El salvador sonrió.

—Y vio que era bueno…

*     *     *

—No entiendo qué hacemos aquí —preguntó Cerullo.

—Ya lo sabes. López nos ha dado unos gramos para que veamos la reacción de la gente. Quiere hacer un estudio de mercado.

—Joder, debo ir drogado, porque es flipante. ¿Un estudio de mercado de productos ilegales?

—Es lo que ha dicho.

—¿Por qué no vamos a ver a los colegas del barrio? Esos fijo que se la toman sin pestañear.

—No tienen un duro. Y tenemos que venderla.

—Vale, pero, ¿por qué estamos en la puerta de un colegio?

Dios sonrió.

—Los niños son el futuro.

Sonó la campana de salida. Los menores comenzaron a abandonar el recinto escolar. Un pequeño con cara de empollón pasó por su lado.

—Ey, chaval —llamó el Salvador—. Tengo cocaína mentolada.

—Te despeja la nariz —confirmó Cerullo.

El niño se quedó pensativo.

—Pero eso es droga, ¿no?

—Claro que es droga. Anda, mejor ahora que aún tienes salud que cuando seas mayor y trabajes diez horas al día.

—Las drogas son malas.

—A ver, chico. Tus colegas fuman, ¿a que sí? —El crío asintió sin mucha convicción—. Y por eso son los más chulos y se enrollan con las mejores pavas de la clase. Pues con esto te aseguro que las chicas se te van a comer. Serás el puto amo del recreo.

—¿Seguro?

—Claro. No tienes ni que tomártela. Ofrécesela a los más gamberros del curso y quedarás como un señor. Entrarás en su grupo de navajeros. Y por sólo 30 euros de nada. Es un regalo.

—Es que…

—Si no la quieres, que te den por el culo. Se la venderé a los macarras. Luego no te quejes si te dan de palos por ser tan tonto.

—No, no, está bien. Te la compro. ¿30 euros?

—Eso mismo.

El chico sacó tembloroso la cartera de la mochila y les entregó un billete de 50 euros. Los dos vendedores se quedaron estupefactos.

—¿Esto es lo que os dan de paga cada semana?

El niño los miró extrañados.

—Claro. Tenemos que comprarnos juegos para la Play. Cuando saquen el chip nuevo podremos piratearlos, pero mientras tanto…

—Lo siento, chaval, no tengo cambio. Te tengo que devolver en mercancía.

Jesucristo le pasó una bolsita de plástico con medio gramo, y otra a medio consumir.

—Y de esto ni media palabra a nadie. Volveremos por aquí, y si te has chivado, te rajamos la cara.

El crío se quedó blanco, asintió, y se fue corriendo con la sustancia que le convertiría en un hombre.

*     *     *

Cerullo le dio un codazo a su maestro.

—Mira a esa… —resopló— ¿Y aquella? Si es que están todas buenísimas.

—Éntrale a alguna. Tú aún eres joven, no te dirán nada por follarte a una tía siete años menor.

—Es que hacen la comunión y ya te las puedes follar.

Una quinceañera de culo prominente y pecho plano se acercó a los mercaderes. No era ni guapa ni fea, sino todo lo contrario.

—Hola nena —dijo Cerullo—. ¿Cómo te llamas?

—No te importa.

—Vamos, guapa, quiero ser tu amigo.

—Te crees que soy gilipollas. —Escupió la chica—. Si me quieres comer el coño son 15 euros, pero me conformo con que me deis lo que estáis vendiendo a los demás.

Se hizo el silencio.

—¿Qué? —preguntó el discípulo.

—Si, la mierda esa de Vicks Vaporub en polvo. Te lo cambio. Polvo por polvo. Es justo, ¿no?

—Joder, ¿pero no deberías estar viendo los Lunnis o algo así?

—Vamos, tío. He chupado pollas para aprobar matemáticas. Sé como funciona esta vida. Así que tú verás. ¿Lo tomas o lo dejas?

Las pupilas de Cerullo estaban dilatadas como platos. Su mandíbula se movía sin demasiado control y su aliento apestaba a coñac. Tardó varios segundos en reaccionar.

—Aceptamos barco.

La niña lo agarró de la mano.

—Vamos al colchón del descampado. Espero que no te importe hacerlo con la regla.

Jesucristo miró como se alejaba su discípulo. Una serie de infantes que intentaban aparentar ser peligrosos se le acercaron.

—Eres tú el que vende la coca, ¿verdad?

—Dejad que los niños se acerquen a mí —dijo con media sonrisa.

*     *     *

Decenas de estudiantes de primaria se reunían alrededor de Dios.

—Hola, soy Coco y os voy a enseñar a haceros rayas.

Agarró la poca cocaína que le quedaba y la desparramó sobre la carpeta forrada de los cantantes adolescentes de moda que le había dejado una chica. Con la tarjeta sanitaria de otro, machacó las piedras de droga, aplastándolas con su parte plana. Luego la trituró aún más con el canto mientras iba formando una serie de rayas. Con paciencia, fue controlando el grosor y la longitud de cada una.

—¿Veis? —explicó—. Es sencillo. Lo tenéis que dejar fino, que sea casi polvo. Esta está mojada y cuesta un poco más. Y los tiros que sean iguales para todos. Después se enrolla un billete y para dentro.

Cuando hubo terminado, sacó 50 euros, hizo un canutillo, y se la metió en el cuerpo. Los jóvenes murmuraban entre ellos.

—Sssssssí… —Dios estaba eufórico—. Directa al cerebro. Ah, y os despeja la nariz. Si pilláis por otro lado u os metéis speed, notareis que la garganta se os seca y os sabrá a caucho quemado. Pero esto es otra historia.

—¿Y nos bailará mandíbula, como a Calamaro? —preguntó el más alto.

—Eso es ley de vida, chaval —contestó—. Mañana a la misma hora y os enseñaré a meteros cocaína en los cigarrillos.

En apenas dos segundos, la multitud de menores se dispersó en todas direcciones. Cristo se quedó solo, sentado en el suelo.

—¿Pero dónde coño vais…?

No hizo falta respuesta. Un policía gordo, harto de dirigir el tráfico en el paso de cebra, se acercaba con pasos de pato hacia el camello. Jesucristo se levantó y le esperó con la carpeta bajo el brazo.

—Buenos días agente —saludó.

—¿Qué está pasando aquí? —jadeó.

—Le estaba vendiendo droga a los chavales.

—¿Qué? —Los ojos del uniformado le miraron con recelo.

—Mejor yo que otro, ¿no?

—A ver, saque todo lo que tenga en los bolsillos.

Cristo rebuscó en sus vaqueros sucios, y un pestañeo después el policía tenía la navaja en el cuello. El frío acero del filo contrastaba con el orín que se le escapó al guardia.

—No me mates, por favor —pidió clemencia—. Tengo mujer e hijos.

—¿Un gordo de mierda como tú? No me jodas. Ni siquiera llevas alianza.

El sebo le goteba de la frente al suelo. Los coches pasaban sin detenerse. Los estudiantes se carcajeaban desde lejos.

—Es… es cierto, no valgo una mierda. Pero, por favor…

Cristo le desarmó. Con un rápido giro de muñeca, le quitó el revolver que tenía sujeto a la cintura.

—Y dame la placa.

—Me expulsarán del cuerpo. Esa arma está registrada y…

—¡Que me des la placa, cojones!

Los dedos morcillones del madero asieron con torpeza la identificación como funcionario del estado y se la pasó a su atracador.

—Ahora bájate los pantalones y ponte a cuatro patas.

—¿Para qué quieres que haga eso?

—Te voy a dar por el culo.

—¿Qué? —preguntó.

Jesús le puso el cañón del arma en la frente.

—¡Te voy a dar por el culo porque soy un puto yonki psicópata y encima maricón! ¿Te parece bien?

—Por favor… —dos lagrimones corrieron por las mejillas del uniformado.

—¡Que lo hagas, joder!

El policía obedeció. Con temblores por todo su cuerpo, dejó su culo peludo y fofo al descubierto y se agachó en el suelo. Cerrando el ano con todas sus fuerzas, espero el envite final. Pero no llegó. Cuando se atrevió a abrir los ojos, varios estudiantes estaban fotografiándole con sus teléfonos móviles.

—¿Dónde… dónde se ha ido? —preguntó el agente.

*     *     *

Aurora terminaba de maquillar a su cadáver. Se había pasado con él toda la mañana y, después de tantas horas, había conseguido darle color al rostro del anciano fallecido.

Se escuchó un estruendo y la cabeza del muerto explotó. La sangre se desparramó por las paredes. La chica tenía restos de cráneo y sesos por toda la cara.

Jesucristo reía desde la puerta. En su mano sostenía un revolver humeante y en la otra mano una carpeta rosa con fotos de tíos buenos.

—¡Soy Dios! —gritó—. ¡Soy el puto Dios!

La mujer, con una calma infinita, se levantó de su silla.

—Yo paso de todo esto —dijo mientras se marchaba por una salida al otro lado de la estancia—. Dile a López que esto lo resuelve él solo. Yo me doy una ducha y me largo al cine.

Jesús entró a la oficina de Farlopero como un John Wayne cualquiera. López se enfrentaba al monstruo final. Puso el juego en pausa y se dirigió a su amigo.

—¿Qué tal ha ido?

El Salvador sacó varios cientos del bolsillo.

—De puta madre. Nos lo quitaban de las manos. Esto va a ser un bombazo. Gran idea lo de la cocaína mentolada.

—¿Qué te dije? —preguntó—. ¿Eh? ¿Qué te dije? ¡Vamos a revolucionar el mercado!

—Ya lo creo. Esto ha hecho que vuelva a tener fe en las drogas.

—¿Por qué dices eso?

Cristo se tiró al suelo y miró la lámpara del techo.

—En esta vida hay tres cosas sobrevaloradas. Una son las drogas. Y no me refiero a los éxtasis o a los alucinógenos. Yo me refiero a las “de verdad”, las que colocan. Te prometen el oro y el moro, pero sus efectos duran poco, y a cada rato tienes que estar metiéndote más mierda. Es un asco.

—Me sorprende que pienses así. El colocón es tu estado natural. No te recuerdo sin haberte puesto hasta arriba de todo.

—Ey, el que lo haga no quiera decir que no crea que está sobrevalorado. Igual que el sexo.

—¿El sexo?

Cristo escupió hacia arriba y el gargajo volvió a caer en su boca.

—El sexo es otra de las grandes mentiras de nuestro tiempo. Siempre es lo mismo: meter tu rabo en un agujero. Da igual las posturas que tomes, que siempre se reducirá a eso. Me da risa los que dicen: “joder, vaya polvo le eché a mi novia el otro día, fue brutal”. Follar es como las drogas, y depende del momento mental que tengas.

—Pues a mi me encanta.

—Y a todos. Pero está sobrevalorado.

—¿Y lo tercero?

—Pues no lo he pensado —continuó—. Pero supongo que las lentillas. Dicen que ves mejor, que no las notas, y es mentira. Se ve peor que con gafas, y parece que tengas un confeti pegado al ojo. Pero hay que justificarlas, ¿no? Si dices que las usas sólo por estética quedas como un capullo.

—Nunca te he visto llevar gafas.

—Es que uso lentillas.

—Claro…  —López abrió una nevera camuflada en un pequeño armario y sacó whisky del caro—. Por cierto, ¿dónde está Cerullo?

Los ronquidos de Dios fueron su única respuesta.

—Otro que toma cocaína para dormir. Al final tendrá razón con que las drogas están sobrevaloradas…

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