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Los doce del patíbulo: la leyenda de la sangre eterna


 

Vivió 54 años y mató a 650 personas, por hacer la media: una al mes si hubiera nacido asesinando. Pero sólo matar le sabía a poco y por ello, buscando sabor, se bebía la sangre de sus víctimas. Dicen que lo hacía buscando la eterna juventud y porque “se dio al vicio de enamorarse de sí misma”. Fuera como fuese, lo que sí hizo fue rendir honores a la hemoglobínica región de Transilvania donde nació.

Se le dijo La Condesa Sangrienta, se llamó Elizabeth Báthory de Ecsed, y Fiat Lux ha hablado con ella.

Elizabeth Báthory, la leyenda de la sangre eterna.

Por José Aurelio Martín y Cristina Ramírez.

Ante mí su cabeza siempre erguida. Su mirada es profunda y se clava, traspasando la mía, con toda la soberbia del relámpago de sus ojos. Su voz arde de orgullo y no baja de su noble altanería. La piel blanca, sin raspor. Es la condesa Isabel Báthory de Ecsed, perteneciente a una de las familias más poderosas de Hungría, que acaba de ser condenada a consumirse emparedada en una estrecha habitación hasta el final de sus días. Esta mujer de alta alcurnia mató y torturó buscando la eterna juventud. Tengo ante mí a la condesa sangrienta, antes de perderse para siempre en las tinieblas.

Se ha negado a declarar durante todo el juicio. ¿Por qué vuecencia no se ha defendido?

Soy la condesa Elizabeth Báthory, viuda del conde Ferenc Nádasdy. Mi tío materno fue rey de Polonia, y mi familia es una de las más influyentes en Hungría. Hablo cuatro idiomas y poseo una cultura que ninguna mujer, e incluso pocos hombres nobles, tienen. Defenderme, ¿de qué?, ¿en una sala ante veinte jueces y llena de plebeyos?… Mi voz allí no merece ser escuchada.

Se le acusa de hechos muy graves…

¿Graves?, ¿quién osa decirme cómo debo llevar la vida dentro de mi castillo?, ¿quién se atribuye la autoridad para juzgar si mi comportamiento está bien o no? Han sacado a relucir unas cartas donde en las largas ausencias de mi esposo, él me daba las directrices para llevar nuestra economía y el recto comportamiento de los sirvientes. No sé por qué tanto escándalo cuando mi esposo me aconseja qué hacer para que mis lacayos me respeten y no caigan en la disipación ociosa. Castigar con latigazos, dejar a una criada en invierno desnuda refrescándola con cubos de agua helada o poner agujas entre sus dedos y uñas como recordatorio de a quién no deben robar, son medidas sin importancia. Deberían estar agradecidos, les dimos techo y alimento, lo único que tenían que hacer era obedecer, y si no lo hacían ya sabría yo cómo recordarles quién era la dueña del castillo. El caso no merece más atención, es simple como un cuchillo.

Sabe bien que mi pregunta anterior no tiene nada ver con lo que me ha contestado, lo que vuecencia me cuenta me parece muy grave, pero de sobra sabemos que vuestro sadismo no conoció límites.

¿Qué significa sadismo?, ¿por qué lo dice?

Sadismo significa obtener placer con el dolor infligido a una persona. Y lo digo por los artilugios y máquinas de tortura que se encontraron en el sótano de vuestra casa, por todas las muertes que se le imputan, y porque de sobra sabe que vuestros ayudantes han sido condenados a muerte siendo previamente torturados.

Las personas con las que trato están bajo mi pie, por tanto yo soy dueña de su dolor. Y si no he dicho nada en el juicio, por qué piensas que contigo puedo tener esa gracia.

Porque cuando termine esta entrevista, vuesa merced cruzará esa puerta que vemos ahí y será emparedada. Vuestra voz jamás será de nuevo ni oída ni escuchada, se la comerán los gusanos. Vuestras últimas palabras serán para mí…

…(Silencio).

¿Quién la introdujo en el mundo de la brujería?

Brujería no, alquimia. Le conmino a que use bien los términos. Mi nodriza…, mi primera nodriza. Desde la infancia he estado ligada a la alquimia y al esoterismo, me apasiona el conocimiento oculto del estudio experimental de los metales.

¿Eso tiene relación con la búsqueda de la eterna juventud?

Sí, eso era lo más importante para mí. No envejecer. No quiero envejecer, y si hay remedio para ello por qué no hacerlo. Lo encontré y lo puse en práctica. Me he llevado media vida buscar ese remedio y al final tuve la suerte de lograrlo… Media vida persiguiéndolo, y lo tenía delante de mis narices día tras día.

¿Cuál es?

La sangre viva.

¿La sangre de quién?

La sangre humana, de jóvenes. Bañarse en ella da la eterna juventud. No falla. Un día la estúpida de mi doncella, mientras me peinaba, me dio un fuerte tirón en el pelo, me volví y le di un gran bofetón en la cara. Le hice daño, mucho daño. Su nariz reventó y me salpicó la cara. Por supuesto ordené que se la llevaran inmediatamente fuera de mi vista, entonces me acerqué al espejo donde antes me estaba contemplando mientras me peinaba, y lo vi.

¿Qué vio?

La superficie de mi cara salpicada de sangre se volvió más clara y lisa. Era hermoso ver esa pureza en mi cara. Supe en ese momento qué era la felicidad y cuál era su valor. No dudé. Fue imperativo meter a esa sirvienta en una bañera y cortarle las venas hasta que se desangrara. Fue mi primer baño. Lo recuerdo con gran placer, sobre todo al salir, no quise secarme con ninguna tela, no quería que se perdiera ninguna propiedad de la sangre, de modo que hice que mis otras sirvientas me lamieran la piel hasta secarme. Mantuve esa costumbre hasta el final, quería revivir para siempre ese momento casi místico. Aquella doncella fue la primera de una larga carrera sangrienta. Busqué con mis ayudantes por los alrededores a niñas plebeyas. No es difícil convencer a unos padres idiotas que creen que al ir al castillo, sus hijas, les sacarán de la pobreza. Se las conducía directamente al sótano. No tengo paciencia para la espera. Allí, enseguida, las torturábamos con varios aparatos. La doncella de hierro es mi preferido. Consiste en un sarcófago con púas que se incrustan en el cuerpo al cerrarse, pero sin llegar a tocar ningún órgano vital. Al elevarse, te pones debajo y una densa lluvia de sangre te resbala poco a poco por la piel.

¿Eran todas plebeyas?

Al principio sí, todas plebeyas. Después pensé que la sangre azul podía ser de mejor calidad para mi piel. Entonces, empecé a secuestrar a jóvenes de la nobleza. Y, claro, a un plebeyo no se le escucha, a un noble sí. Se puso a las autoridades en sobreaviso y empezaron a indagar. Una noche asaltaron mi castillo. Había en el sótano cientos de jóvenes colgadas con varios cortes desangrándose lentamente en cubos. Encontraron cientos de cadáveres. Aquella misma noche fuimos arrestados mis ayudantes y, por supuesto, en contra de mi estirpe, yo, la condesa de Báthory.

Tras ser encerrada para siempre, ¿se arrepentirá de las 650 muertes que se le atribuyen?

Eso no se lo voy a decir. Dentro de unos minutos me encerrarán hasta que entregue mi alma a dios. No habré conseguido la eterna juventud pero sé que de mí hablarán escritores y cronistas, seré la inspiración de pintores y escultores, estaré en boca del pueblo ignorante. Me convertiré en mito, y de alguna manera, como todas las leyendas, seré eterna…

Y una última cosa, ¿a qué huele, a qué sabe la sangre?, ¿lo sabe?

A vida eterna…

La condesa se gira sin agachar la cabeza. Su altivez no flaquea ni en la puerta de hierro que la despide de este mundo. Se para y amaga volverse para ver un último rostro humano pero, a diferencia de Orfeo, se lo niega y se precipita en la oscuridad. Ella sabe, desde ese momento, que tiene que alimentar una leyenda, la leyenda de la condesa sangrienta.

Cristina Ramírez (documentación)  y José Aurelio Martín (escritura).

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