Ninguna guía de viajes muestra la cara B de las ciudades, sus territorios Black & Noir. Y para que no te lo pierdas, ya lo hace Fiat Lux.
Mal Viaje lo llamamos y lo escribimos desde el otro lado de la ley: putiferios, trapicherías, timolandias, las calles del crimen, los márgenes del delito… No te invitamos a que los explores pero sí te incitamos a que medites si hacerlo o no, siempre por supuesto bajo tu responsabilidad, no vayamos a tenerla después.
En el Mal Viaje de hoy te llevamos a Bamako, capital de Mali, ciudad que “representa los contrastes y contradicciones de África” según precisa nuestro cronista viajero: el escritor Jon Arretxe, creador del detective burkinés (y gigoló, cantante de ópera, adivino, buscavidas y adicto a meterse en líos) Mahamoud Touré. Su última aventura, Juegos de cloaca, sucede, precisamente, en Bamako.
Jon, bienvenido a la banda.
Lector, feliz Mal Viaje.
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Mal Viaje: Bamako.
Por Jon Arretxe.
Se me acerca un tío por la calle, sollozando.
-Ayúdame, por favor.
-¿Qué te pasa?
-Mi mujer, ha tenido un accidente doméstico y se ha quemado toda la cara con aceite hirviendo –hace una mueca de horror-. Me ha dicho el médico que tengo que ponerle una pomada ahora mismo.
-¿Y?
-No tengo dinero aquí para comprarla. Préstame algo y te lo devuelvo luego, en el hotel.
-¿En qué hotel?
-En el tuyo. ¿No me reconoces? Trabajo allí, nos hemos visto esta mañana, te he ayudado con el equipaje.
-Sí, creo que ya me acuerdo –el tipo sonríe, parece aliviado. Sabe que a los blancos todos los negros nos parecen iguales-. Ya sé lo que vamos a hacer, te acompaño a la farmacia, te compro la pomada y la llevas a casa, ¿vale?
-No –parece desconcertado-. Es mejor que me des el dinero y vaya a comprarla yo solo, así lo haré más rápido. Es que mi mujer…
-¡Hala, vete a tomar por el culo!
Le doy la espalda y me largo de mala leche, estoy hasta las narices de timadores. El otro día me la metieron con una historia similar, aún más desgarradora: una hijita que se estaba muriendo de fiebre porque necesitaba una vacuna urgentemente. La misma historia de que trabajaba en mi hotel. Yo, pringado de mí, me lo tragué y le solté la pasta. Más tarde, ya en mi habitación, esperé como un tonto a que alguien viniera a devolverme el dinero, incluso pregunté en recepción por aquel tipo. ¡Menuda cara de gilipollas que se me quedó!
Cada vez que me separo de mi amigo Aliou me sucede algo parecido; en esta ciudad el color de mi piel atrae a estafadores de todo tipo, vendedores pesados, supuestos guías, cambiadores de dinero, prostitutas…
Precisamente anoche estuvimos en un puticlub muy popular, un Bar Chino, como los llaman por aquí, pues son chinos los que llevan el negocio. La mujer de Aliou se puso histérica cuando se olió a dónde nos íbamos, casi le saca los ojos a su marido. Más tarde él mismo me confesó que no zanjó la discusión con un par de bofetadas porque estaba yo delante. Es jodido ser mujer en África, tu marido puede hacer lo que le salga de los huevos, pero tú formalita en casa, cuidando de los niños y de las labores domésticas. Y que no se te ocurra protestar si no quieres llevarte una buena paliza.
Pero aún es peor ser mujer y prostituta, claro. Son muchas las que caen bajo el control de la mafia nigeriana, un monstruo cuyos largos tentáculos se extienden por todo el noroeste de África. Antes captaban chicas solo en Nigeria, ahora su radio de acción llega a otros países de la zona, siempre buscando negocio donde más vulnerable es la gente. Las jóvenes que se aventuran a iniciar el largo camino hacia el supuesto paraíso europeo invierten una media de dos años en alcanzar su destino y son acompañadas por un maromo al que ellas llaman “marido de la ruta”, un cabrón que las explota de mala manera mientras dura la travesía. Así, por ejemplo, te las puedes encontrar en cualquiera de los puticlubs populares de Bamako, casi un centenar en toda la ciudad, donde estas mujeres son obligadas a ejercer la prostitución, cobrando unos cinco euros por polvo, de los cuales apenas una ínfima parte llega a sus bolsillos. Pero esta no es la única oferta de la capital, los puteros que prefieren carne blanca y se lo pueden permitir tienen la opción de acudir a otros locales más chic, normalmente regentados por libaneses, negocios de prostitución camuflados bajo la apariencia de pastelerías u hostales, donde trabajan chicas francesas con una tarifa diez veces superior a la de sus colegas africanas. El mito de la piel blanca, una vez más.
Ejerciendo de perfecto anfitrión, Aliou también me ha llevado a visitar a un adivino, un echador de caurís que vive en un poblado a las afueras de Bamako. Fuimos en su vieja moto, comiéndonos los baches del camino y tragándonos el humo del caótico tráfico, esquivando coches, motos, bicis, peatones, repartidores con carros… Estuvimos a punto de darnos un hostión varias veces, hasta que conseguimos salir de la ciudad. Fue un alivio pasajero, porque al de pocos kilómetros, cuando pasábamos junto a una aldea, tuvimos un doble pinchazo; el suelo estaba, casualmente lleno de cristales y alambres. También casualmente, al instante aparecieron unos jóvenes que nos arreglaron las ruedas amablemente y nos timaron con el precio de la reparación. Un blanco y un rico de la ciudad, buenas piezas. ¡Cabrones!
Nos consolamos pensando que, al menos, no nos habíamos topado con los temidos asaltantes de caminos, tan abundantes últimamente. Algunos de ellos alquilan el uniforme a la policía para darte el palo, otros simplemente te asaltan y te lo mangan todo, y si te resistes te dan un par de machetazos. Cada vez proliferan más, debido al descontrol que hay por todo el norte de Mali. Allí andan a hostia limpia los tuareg independentistas, idolatrados por los blancos y odiados por los negros debido a su tradición esclavista; los soldados franceses, a los que lo único que les interesa es proteger los intereses económicos de su país; los soldados malienses, una banda de pringados con una preparación y un armamento lamentables; y los más fuertes en estos momentos, los yihadistas. Estos últimos incluso han sido capaces de enviar a la capital a un grupo de zumbados con el único objetivo de reventarse dentro del mejor de sus hoteles, causando una auténtica masacre después de liarse a tiros y cargarse a todos los blancos posibles y a algunos negros que pasaban por allí, ¡qué más da si eran cristianos, musulmanes o animistas!
Animista es, claro, el adivino de confianza de Aliou, al igual que lo es, en el fondo, la mayoría de la población, por mucho que las estadísticas citen un 90% de musulmanes. Nos costó varias horas llegar hasta su aldea, aunque no se encuentra a demasiados kilómetros de la capital. A pesar de la incomodidad del trayecto, mi amigo acude con frecuencia al vidente. Para mí tampoco era la primera vez. Yo no creo en milongas, pero ese viejo tiene algo. No sé cómo coño lo hace, pero sana las enfermedades con hierbajos, quita males de ojo e incluso adivina el futuro. Conmigo lo hizo, no me lo podía creer. Simplemente echa los caurís e interpreta lo que estos le transmiten. Luego te sugiere que sacrifiques un cordero para que todo vaya bien. Así lo hicimos después de la última visita. Fuimos al mercado, donde Aliou tuvo que regatear duro para que no nos volvieran a engañar, y es que ir acompañado por un blanco eleva automáticamente los precios. El cordero era en realidad una oveja de casi un metro de altura, lo llevamos a casa, el marabut del barrio le cortó el cuello –luego se llevaría un generoso trozo de carne-, y un voluntario, que vino detrás de nuestra moto corriendo en chancletas desde el mercado, lo despellejó y lo descuartizó con su machete, siempre bajo la atenta mirada del hijo mayor de Aliou, vigilante por si al tipo se le ocurría esconder alguna tajada entre sus ropas andrajosas. Al que trocea el animal solo le corresponde la piel y, con un poco de suerte, si se porta bien, un pedacito de carne.
Dejo Bamako tras una larga estancia, y confío en que los designios del adivino vuelvan a cumplirse. La capital de Mali me trae recuerdos agridulces. Es fea, está contaminada, llena de timadores, rodeada de peligros y tiene unos cuerpos de seguridad lamentables que no pueden protegerse ni a sí mismos. Sin embargo, yo la siento muy adentro, incluso la quiero, quiero a sus gentes, al pueblo llano que la vive y la sufre día a día. Esta ciudad representa los contrastes y las contradicciones de África, que a pesar de los pesares me atrae como un imán. La necesito y estoy seguro de que algún día volveré.