“La noche del combate”, está en el libro “Ocho relatos de boxeo”, de Ediciones Lupercalia, y es del escritor donostiarra Alexander Drake, al que convendría que siguieses la pista…, nos lo agradecerás.
La noche del combate
Chicago, 1953
Dos de los mejores pesos wélter del momento se iban a enfrentar por primera vez. Hacía días que la radio y los periódicos no hablaban de otra cosa. El registro de Marvin Webber era de 32 combates, 29 victorias, 24 por K.O., 2 derrotas y un empate. Zack Patterson llevaba 37 encuentros, 33 victorias, 22 por K.O. y 4 derrotas. El estadio estaba a rebosar. Nadie quería perderse la pelea. En cuanto los púgiles hicieron su aparición la muchedumbre empezó a rugir. En las primeras filas estaban sentados los peces gordos de la ciudad; gangsters en su mayoría. Joe Baxter, Franky Di Paolo, Salvatore Sposito, Tony Gianetti, Mike Dowling, Craig McKenna… Incluso Ron Mancuso estaba sentado ahí con un puro en los labios y una chica-trofeo a su lado. Una rubia escultural 20 años más joven que él, vestida con un abrigo de pieles y dispuesta a representar su papel a cambio de una vida de lujo. Webber subió al ring y bailó unos segundos sobre la punta de sus pies mientras agitaba los brazos golpeando al aire. Después uno de sus ayudantes le quitó el batín descubriendo un cuerpo lleno de músculo y odio. A continuación subió Patterson. Giró la cintura un par de veces con la guardia alta y sacó unas cuantas manos con rapidez demostrando que estaba en plena forma. El combate había sido pactado a 12 asaltos. Marvin Webber llevaba calzón negro. Zack Patterson vestía pantalón blanco con una franja lateral negra. Ambos boxeadores se acercaron al centro del cuadrilátero mientras el árbitro les advertía que quería una pelea limpia. Después chocaron sus guantes y fueron a sus esquinas. Segundos más tarde sonaba la campana. Patterson fue el primero en tomar la iniciativa. Webber parecía no tener prisa. Se limitaba a intentar esquivar los golpes y estudiar la situación. Durante los últimos días se había corrido el rumor de que Webber se había lesionado la mano derecha en uno de los entrenamientos. Su equipo lo había desmentido en un par de ocasiones, pero lo que sí era cierto es que después de aquello las apuestas se habían decantado claramente en su contra. El primer round transcurrió sin grandes sorpresas, aunque los puntos habían favorecido a Patterson. En el segundo llegaron varios impactos precisos por parte de los dos púgiles y el ambiente del estadio empezó a calentarse. Al inicio del tercer asalto Marvin dio varias vueltas alrededor de Patterson tratando de sorprenderle con algún movimiento inesperado. Zack era un boxeador zurdo y eso complicaba las cosas. Uno tenía que modificar sus golpes y replantearse la estrategia. Por otro lado, el problema de ser zurdo es que dejabas el hígado demasiado expuesto y eso era peligroso. Lo único que tenía que hacer Webber era atacar arriba para obligar a Patterson a subir la guardia y después lanzar la izquierda al costado para tratar de acabar con él. Marvin decidió insistir con aquella táctica. Zack volvió a subir los antebrazos frente a su cara a modo de escudo para bloquear los impactos; entonces Webber lanzaba con furia un par de puños a los costados intentando machacarle las costillas. Aun y todo Zack se hizo también con el cuarto round, pero el quinto y el sexto fueron para Marvin. En mitad del séptimo Patterson consiguió llevar a Webber contra las cuerdas y sacó una ráfaga de golpes directos a la cabeza. Marvin trató de cubrirse y salir hacia un lado pero le llegaron un par de manos bastante peligrosas antes de que pudiera escapar de allí. Al poco sonó la campana. Webber se sentó, le sacaron el protector de la boca, le pusieron la botella de agua en los labios, se enjuagó y escupió en el cubo. Su entrenador empezó a darle las indicaciones mientras uno de sus ayudantes le masajeaba el cuello. Sonó el timbre de aviso. Volvieron a meter el protector en la boca de Webber y éste se puso en pie dispuesto a matar a su oponente. Sonó la campana. Comenzaban otros 3 minutos de violencia. El público estaba maravillado. El combate siguió adelante con un ritmo infernal. Aquellos tipos eran como dos kamikazes golpeando sin descanso en medio de un intercambio suicida. La gente aplaudía y chillaba histérica desde las sillas animando a cada boxeador a que acabara con el otro. Este último asalto había desgastado claramente a los dos púgiles. Patterson se desplomó sobre el taburete. Bebió un poco, le pusieron el hielo sobre la nuca y la vaselina en la cara. Su entrenador se apresuró a darle unos cuantos consejos alzando la voz antes de que empezara el noveno round. Patterson salió de nuevo dispuesto a todo. Hizo algunas buenas combinaciones y metió un par de ganchos con la izquierda que descolocaron a su adversario. Era el riesgo que Webber debía asumir si quería entrar en la distancia corta y seguir castigando los flancos a su rival. Era un trabajo lento y peligroso pero a estas alturas del combate Patterson tenía las costillas destrozadas y se notaba que empezaba a faltarle el aire. Después fue él quien trató de llegar al cuerpo de Webber, pero éste bloqueó la mayoría de los golpes con los codos. Más tarde Webber contraatacó con fiereza y tras un intercambio de puñetazos alcanzó la mandíbula de su contrincante con un derechazo demoledor. Patterson perdió el sentido por un instante y cayó a la lona como un saco de cemento. El árbitro empujó a Marvin hacia una esquina neutral y comenzó a contar. Patterson consiguió recuperarse y se puso de pie en el 5. El árbitro le cogió por los guantes, le miró a los ojos y le preguntó si estaba en condiciones de continuar. Zack asintió con la cabeza y el árbitro reanudó el combate. Entonces Webber salió a su encuentro como un misil teledirigido y le lanzó con todas sus fuerzas otro derechazo terrible que le estalló en pleno rostro. Patterson volvió a caer al suelo; esta vez completamente fulminado. El público rugía extasiado y rompía en aplausos. El árbitro hizo un gesto con los brazos y paró la pelea. Después de aquello nadie diría que Marvin tuviera nada lesionado, y menos aún su mano derecha. Mucha gente había perdido su dinero. Sin embargo, los pocos que habían apostado por Webber lo habían hecho con una diferencia de 7 a 1 a su favor. En las primeras filas se veían algunas caras satisfechas. Incluso Salvatore Sposito y Tony Gianetti se reían a carcajadas y se gastaban bromas mientras Ron Mancuso daba grandes caladas a uno de sus puros al lado de aquella rubia de ensueño.