Por Marta Marne Fernández (@atram_sinprisa)
Campiña inglesa, aire libre, tazas de té, jornadas de caza, mariposas, rincones recónditos en un bosque. Ese es el escenario de «Pero… ¿quién mató a Harry?», una magnífica obra de intriga con toques costumbristas y pinceladas de un humor muy mordaz.
Una buena mañana el pequeño Abie de tan solo cuatro años de edad sube por la vereda del bosque que llevaba a Sparrowswick Heath con una escopeta de juguete en la mano. Abie conoce el terreno, conoce el camino y sabe a dónde se dirige. Hasta que oye el estampido de una explosión atronadora que rompe la calma de la mañana de verano. A pesar del susto, Abie sabe que era el nuevo capitán que había salido de caza y que no le hará nada a propósito, pero con la emoción de la caza quizá le disparase sin querer. Comienza a arrastrarse por el suelo para esconderse hasta que… se topa con un cadáver. Un hombre tumbado, mirando al cielo, con una herida sobre un ojo del que brota sangre.
Así arranca «Pero… ¿quién mató a Harry?». A partir de este punto no vamos a tener una investigación para hallar al culpable como suele ser lo habitual. Sino que tendremos culpables que surgirán hasta de debajo de las piedras debatiendo sobre quién de ellos es el responsable del muerto. Un disparo de bala, un golpe con una botella de leche, un zapatazo en la cabeza… Las posibilidades más disparatadas surgen una detrás de otra.
Y entre discusión y discusión iremos conociendo el lugar, lo extraño de sus gentes, el humor inglés tan característico que tienen, e iremos enterrando y desenterrando al cadáver. Quien cree que es culpable lo entierra, pero al darse cuenta de que no lo es, lo desentierra, no quiere cargar con esa culpa. Unos se esconden ante la aparición de otros, unos están convencidos de que son los culpables, otros de que no lo son.
«Tenemos que dejarlo enterrado. Por otra parte, tanto si lo mató usted como si no, se ha incriminado usted solo. Será mucho más complicado explicar por qué ha enterrado un cadáver al que no mató que explicar que lo mató sin querer y después lo enterró. No es normal enterrar los cadáveres que se encuentra uno, resulta muy sospechoso. Hay que llevarlos a la policía o anunciarlo o algo.»
Quizá lo más sorprendente de toda la situación es ver la naturalidad con la que se habla de un cadáver y de la muerte. A nadie impacta, nadie parece sentirse impresionado, es como si hubiesen visto una especie de muñeco o de cuerpo disecado. Hablan del muerto como de un paquete de tabaco. Y es que el humor y la ironía colman los resquicios de la novela. Con esta historia con tantos giros y cambios de dirección cuesta pensar que el final pueda estar a la altura, pero desde luego que lo está, haciendo que se cierre el círculo a la perfección.
Seguro que muchos recordáis la magnífica adaptación cinematográfica que hizo del libro Alfred Hitchcock. Es una de esas adaptaciones que los amantes de los libros adoramos: totalmente fiel, tanto que sorprende hasta en el escaso cambio que hace en los diálogos. Quitando un par de aportaciones, es igual al libro palabra por palabra. Creo que incluso la elección del reparto es magnífica, destacando la interpretación de una jovencísima Shirley MacLaine, con ese aire desgarbado que ya tiene el personaje del libro. Es una lástima que sea una de las grandes películas olvidadas de Hitchcock, porque el guión es magnífico, la música escogida para la trama es perfecta y la fotografía es increíble. Quizá me ciega mi amor por la obra de este director, pero es que todo lo que tocaba lo convertía en una obra maestra.
Es curioso que fuese una de las películas de su etapa americana en que más libertad tuvo, y sin embargo no tuvo demasiado éxito. Quizá no se entendió bien el humor británico, quién sabe. Desde luego en Francia se estrenó en un pequeño cine de los Campos Elíseos con una previsión de proyección de dos semanas y la sala se llenó durante más de seis meses. Quizá la sensibilidad europea era más acorde a esta trama tan localista.
“Pero… ¿quién mató a Harry?”, Jack Trevor, Alba Editorial
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