“Mi alma no pesa más, pesa mejor”
Muchos le habrán conocido ahora, nosotros ya le teníamos fichado. Por eso apostamos por él y por eso (también) acertamos.
José María Espinar Mesa-Moles es profesor universitario, es poeta, es novelista, es mago, es (fue) torero (anoten el dato los wikipédicos: el primer torero que escribe novela negra), es uno de los pocos autores que con su primera novela se calza dos premios (Getafe Negro y Silverio Cañada de Semana Negra), y es un tipo cojonudo. Puro Fiat Lux, en suma.
José María, además, es padre (de tres chavales preciosos) de un tipo fetén al que no deben/debemos perder de vista: el detective Milton Vértebra (que nos dará, seguro, muchas novelas (tardes) de gloria), otro de los nuestros.
A ambos les hemos cazado entre Gijón, Granada, La Orotava, Madrid y un barrancazo; y a los dos les hemos sentado en su sillón Fiat Lux.
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XXX Semana Negra. Gijón. 14 de julio de 2017.
Premio Memorial Silverio Cañada a la mejor primera novela de género negro.
El peso del alma. (Ed. Edaf). José María Espinar Mesa-Moles.
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“La literatura es una guerra de inacabables batallas. La imaginación es mi arma y la honestidad mi escudo”.
-¿Cuánto pesa tu alma con un Silverio a cuestas?
-El Silverio ha sido una nave espacial que, rompiendo la fuerza de la gravedad, me ha llevado más allá de esta atmósfera llamada rutina. ¡He flotado! ¡He volado! Me he sentido rotundamente feliz. Y la felicidad me lleva al agradecimiento. Soy un enano a hombros de gigantes. Mi alma no pesa más, pesa mejor.
-¿A qué sabe ahora tu alma?
-Todavía a la terraza del don Manuel, a gintonic y a buena conversación con los mejores hasta las tantas. Mi alma sabe a cachopo, pero a «cachopo de oro» que diría mi admirado Paco Gómez Escribano.
-Milton (Vértebra) ¿qué opina?
-Me ha susurrado al oído: «¡hijo de puta, me lo debes todo, pero no te voy a pedir nada! Disfrútalo con honor y no intentes imitarme, tienes una mujer fantástica y tres hijos como tres cortijos».
-Milton te habrá dicho: «ahora a por el Hammett, torero». ¿Tú qué le has dicho?
-Un título: 7 niños gitanos. Ahí queda eso.
-Ha sido tu primera semana negra, ¿nos cuenta la experiencia?
-Han sido indiscutiblemente las 72 horas con más densidad de mi vida como escritor. He conocido a verdaderos titanes. Me llevo buenos amigos. La organización me trató de maravilla. Aprendí, compartí, reí, paseé, bebí, escuché, hice magia, aplaudí. Menos sexo (por claros motivos de fidelidad marital), Gijón me ha regalado toda una vida en tan solo tres días.
-…y la de Milton cómo fue, cuál fue.
-Milton se lleva en su corazón la noche del viernes en el don Manuel. Cuando me disolví pacíficamente a eso de las tantas de la madrugada recé (soy una persona muy religiosa). Recé para dar las gracias por la compañía que había tenido. Lo pasé del diez. Pocos en este mundo podrán decir que han hecho de toro para el increíble David Llorente.
-Semana Negra, Gijón…, ¿plaza conquistada?
-Vini vidi vici. Eso sí, el conquistado he sido yo. El espíritu de la SN me ha hecho ver el mundo de otra forma. Volveré sin lugar a dudas, y lo primero que haré será clavar mis rodillas en el suelo y decir: «aquí está, ¡oh, Gijón!, este humilde escritor al que una vez proclamaste príncipe de los ingenios». La literatura es una guerra de inacabables batallas. La imaginación es mi arma y la honestidad mi escudo. Nací para el combate. Soy valiente porque venzo mis miedos, no porque no los tenga.
-Y después de todo eso/esto, ¿qué?
-El maestro Antoñete dijo que «en el toreo el único amigo del torero es el toro». En literatura el único amigo del escritor es el libro (que está escribiendo). El peso del alma ha sido un comienzo. Ahora toca escribir más, arriesgar más, buscar ese pellizco que arranque aplausos desde las entrañas. Lo llevo en la sangre, busco la puerta grande sin importarme acabar en la enfermería. El movimiento se demuestra andando, el escritor escribiendo. Como dijera José Martí: «no hay más que una gloria cierta, y es la del alma que está contenta de sí».
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El peso del alma, José María Espinar.
Por Luis Artigue.
El tremendismo es una técnica literaria narrativa que se desarrolló, fundamentalmente, en la novela española de los años 40 del siglo pasado. Se caracteriza por una especial crudeza en la presentación de la trama (recurriendo a situaciones violentas), el tratamiento de los personajes (habitualmente, seres marginados o con defectos físicos o psíquicos –prostitutas, criminales tarados, etc-.) y un lenguaje desgarrado y duro: todo como correlato del contexto social transtbélico.
Nunca creí que se pudiera fusionar el tremendismo (en versión posmoderna y casi indie) con la novela negra pura y dura de detective de turbiedad enfática, y que la cosa funcionara… Pero aquí está El peso del alma.
A la hora de comenzar a glosar esta novela, recordemos que el filósofo racionalista francés René Descartes nos aseguró que existe el alma, y que está en el cerebro, y que biológicamente a ésta se accede a través de la glándula pineal… Y recordemos que el guionista Guillermo Arriaga y el director de cine Alejandro González Iñarritu nos certificaron con pareja inspiración también que existe el alma, y, pásmense, hasta nos dijeron cuanto pesa (en su película a tal efecto titulada 21 gramos)…
Como aunando estos dos puntos aquí llega José María Espinar Mesa-Moles (Granada, 1974) con su detective sórdido y su lirismo y su sarcasmo como de un Raymond Chadler tremendista e hispánico, a alborotarnos toda certidumbre mediante El peso del alma (Ed. Edaf, XX Premio de Novela Getafe Negro).
Milton Vértebra (un tipo con una masculinidad saturada y arquetípica pero caduca y queremos creer que de otro tiempo –por estar ya tan pasada de moda como los sombreros y los cigarrillos sin filtro-) es, a la par que una mezcla en coctel de Philip Marlowe, Jules Maigret, Pepe Carvalho y algún personaje perdido de La Colmena de Camilo José Cela, un investigador descreído, gañán, justiciero, caótico, ingenioso, y sobre todo adicto al alcohol, las mujeres, el tabaco, las noches con sombras y el egoísmo cuartelero. Tras los estragos autoinflingidos de su vida, este excomisario de la policía nacional expulsado y devenido en detective, a causa de un pertinaz banquete de excesos, debe narrar en primera persona un caso que marcó su existencia para, así, saldar una copiosa deuda que dejó en un bar-restaurante (fue a causa de sus muchos vicios aquí descritos con demorado y truculento impudor confesional, a la par que glosados con multitud de argumentos justificativos muy emparentados con la postmoral y la postverdad de moda hoy).
Pasa a contarnos pues el narrador así, con lo que Lorenzo Silva ha calificado como “una voz provocadora, irreverente y aplastante”, que todo comenzó con la llamada de Luis del Corral, un viejo compañero de clase, ahora reputado neurocirujano, el cual acaba de culminar el que supone que será uno de los grandes descubrimientos de la historia de la neurología…
Ese neurocirujano necesita los servicios de Milton Vértebra: últimamente está recibiendo amenazas de muerte antes de que anunciae su gran hallazgo médico y, además, ha desaparecido su ayudante Tancin Cadman.
Milton acepta el caso. Y, mientras nos presenta a sus amigos y sus conquistas femeninas y sus parroquianos del bar Airiños do Miño, se topa con una serie de muertes rituales ejecutadas con demorado sadismo en las cuales las víctimas apareen con el cerebro ensangrentadamente extraído. Y todo se convierte en una desasosegante carrera contrarreloj para encontrar al asesino múltiple en la cual ni Milton ni el lector se pueden fiar de nadie porque el propio Milton, nuestro detective narrador, tampoco es de fiar…
Estamos ante uno de esos detectives de novela negra que funcionan, no por su realismo, sino por ser más reales que la vida.
Estamos ante una novela de personaje más que de mundo –una novela cuyo protagonista rezuma un reconocible clasicismo de género-, la cual contiene en sus páginas un ejercicio de estilo con vocación de autoría, y aforísticos chispazos introductorios de cada capítulo con textura de cita literaria, y hondura filosófica, y autoindagación casi psicoanalítica, culturalismo erudito, tensión, ingenio en los diálogos y una crítica tan sutil como contundente de esta mediocridad social nuestra en la que, como se prima el éxito a cualquier precio, el egoísmo disfrazado de individualismo es uno de los corceles amarillos del Apocalipsis.
Luis Artigue