Camarada, compadre, colega y cómplice, Javier Valenzuela se asoma por Fiat Lux para llevarnos a Tánger y para guiarnos por el Tánger Noir. No es la primera vez que lo hace, es reincidente.
La coartada en esta ocasión es “Limones negros”, la segunda novela de Javier Valenzuela. Como “Tangerina”, también transcurre en Tánger, pero esta vez en el actual, el de las obras públicas y las urbanizaciones privadas. Un terreno ideal para las empresas españolas del ladrillo a las que la crisis ha restado negocio en la Península. Sepúlveda, profesor del Instituto Cervantes, va a ayudar a la capitana de la Guardia Civil Lola Martín, de la UCO, en sus pesquisas para averiguar el destino de una fortuna desviada a Tánger por Arturo Biescas, presidente de BankMadrid. Un par de cadáveres y Adriana Vázquez, la femme fatale del Estrecho, se cruzarán en su camino. ¿Quieren verlo?
A partir de ahí, Valenzuela nos mete en Tánger con un relato espolvoreado de claves de “Limones negros” y de apuntes del Tánger Noir, en el que se recrea después con una guía de pistas esenciales para meterse en el Tánger Noir.
Buen viaje, buena lectura.
Sardinillas fritas.
Por Javier Valenzuela.
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Alberto Gómez Font le esperaba de pie, detrás de la barra de madera añejadel Lisba Bar. Tenía delante un botellín de cerveza Stork y a su izquierda, una señora cubierta con un hiyab blanco que le servía una tapa de sardinillas fritas. Sepúlveda lo examinócon aire divertido y dijo:
—Queda claro: no puedes reprimir tu tendencia a hacer de barman.
—No puedo, no. ¿Te sirvo una Stork?
Sepúlveda había quedado con Alberto en el Lisba Bar para tomar el aperitivo de aquel viernes. Se había retrasado un poco porque, a la hora de terminar sus clases de la mañana en el Cervantes, un par de alumnas aplicadas le habían detenido para preguntarle quién era Eduardo Mendoza, del que habían leído en La Dépêche de Tángerque había recibido un premio literario de España. Sepúlveda les había respondido que Mendoza era un escritor excelente y muy divertido. “Tenéis que leerlo. A ver si en nuestra biblioteca encontráis una novela que se llama El misterio de la cripta embrujada; si no, ya os la traeré yo de casa. Seguro que os reís”.
Desde el Instituto Cervantes hasta el Lisba Bar, el camino era de bajada. Sepúlveda tardó diez minutos en alcanzar la Terraza de los Perezosos, girar a la derecha, entrar en la antigua calle Rafael y atisbar la taberna. Aunque el sol barría la ciudad, el interior del Lisba estaba en penumbras y tuvo que quitarse las gafas oscuras para ir reconociendo su aspecto de cabaña de madera, con un carcaj con flechas como principal elemento decorativo. El carcaj estaba flanqueado por retratos fatigados de los fallecidos Hassan II y Bob Marley. Apestaba a desinfectante.
Alberto le sirvió a Sepúlveda su botellín de Stork y fue directo al grano:
—¿Cómo te fue con la dama de la fiesta del Marshán?
—No te lo vas a creer: terminó llevándome a su casa.
—¿A su casa… y también a su cama?
—Sí, tío, sí. Se llama Adriana Vázquez y es la jefa de relaciones públicas del Club de Golf. Todavía no doy crédito. —Sepúlveda le dio un tiento al botellín—. Más que eufórico, estoy mosqueado. No acabo de entender qué puede haber visto en mí semejante Ava Gardner.
—No te infravalores, Sepúlveda. Todavía no estamos tan decrépitos.
Como para ilustrar la decrepitud, tres vejetes locales compartían el local con los dos españoles. Trasegaba cervezas en soledad y con parsimonia, pero los tres parecían hipnotizados por el programa informativo en alemán que se veía en la pantalla del televisor que colgaba de una pared.El Lisba ya era uno de los últimos supervivientes de la multitud de bares, tabernas y coctelerías de los años dorados de Tánger. Habían cerrado el Negresco, el Dean´s y tantos otros de los alrededores del Bulevar Pasteur. Y también habían perecido muchos de los antros al puerto desde que el tráfico de mercancías se desplazara a unas nuevas instalaciones alejadas de la ciudad.
Sepúlveda y Alberto almorzaron luego en El Dorado, entre el Lycée Regnault y el Hotel Chellah. El primero, sardinas; el segundo, salmonetes. Regaron el pescado con vino blanco Cuvée du President. Brindaron en memoria de Chukri, que los contemplaba desde un retrato en blanco y negro. Hablaron de literatura y mujeres.
Volvieron a verse a la caída de la noche en el Number One, justo enfrente del Hotel Rembrandt. El local era uno de los lugares favoritos de la juventud marroquí más moderna y de muchos residentes extranjeros para iniciar el viaje por la noche de Tánger, donde todo estaba prohibido y todo era posible.
Esta vez, Sepúlveda llegó primero. Se encontró en la barra con Farid Othman—Bentría, con quien estaba trabajando en el rescate de la obra del narrador oral Mohamed M´Rabet, el último de los grandes amigos de Paul Bowles.
Farid, melena y barba pelirrojas, estaba acompañado de dos guapas tangerinas en vaqueros y camisetas ajustadas. Le hizo un hueco a Sepúlveda y le preguntó:
—¿Cómo va tu director?
—Mal, parece que no se recupera. —El director del Instituto Cervantes de Tánger estaba hospitalizado en España tras una mala caída por unas escaleras.
—¡Qué putada!
—Pues sí. Mi generación ha llegado a esa edad en la que tiene que agarrarse siempre a los pasamanos.
Desde el otro lado de la barra, Karim, el propietario, le preguntó a Sepúlveda qué deseaba beber. En castellano, por supuesto.
—Una Flag Spéciale. Y ponme, por favor, una tapa de lentejas.
—Uaja, amigo. —Karim miró hacia el equipo de música que había en un rincón—. ¿Reconoces esta canción?
—Claro —respondió Sepúlveda—. If You Love Me, de B.B. King.
Karim alzo su mano y Sepúlveda la palmeó.
Alberto llegó cabo con su cabellera y bigotazo plateados, su chaqueta de tweed y sus relucientes zapatos de cuero marrón. Dio un vistazo a la numerosa concurrencia y se dirigió a las dos muchachas que acompañaban a Farid:
—Pero qué guapas sois las tangerinas.
Las chicas rieron. Farid y Sepúlveda también.
Varias cervezas después, el grupo se había ampliado con la llegada de una profesora española del Instituto Severo Ochoa, un joven pintor francés que vivía en la Medina y una cantante de jazz senegalesa que solía actuar en el Chellah. Pasando del castellano al francés, con incursiones en el dariya, el grupo se planteó dónde continuar la velada. ¿Tenía alguien ganas de cenar? No, los estómagos ya estaban llenos con las tapas del Number One. Entonces, ¿qué tal un salto al Tánger Inn, para rendir tributo a William Burroughs y los beatniks? Las opiniones se dividieron aquí: demasiado ruido y humo para unos, demasiado pronto para otros, qué buena idea para algunos. ¿Y si tomamos tres Petit Taxi y nos subimos a la Kasbah? “Sí, hace tiempo que no paso por el Morocco Club”, dijo una chica. “No, es muy caro”, dijo la senegalesa. “¿Sabéis si ya han reabierto el 555?”, preguntó Alberto. “Aún no, pero no tardará”, informó Farid.
Abandonado el Number One, ya en la acera, el grupo seguía sin haber tomado una decisión. Alberto le susurró al oído a Sepúlveda:
—¿Tienes idea de por dónde andará tu Adriana Vázquez?
—Ni la menor idea. Supongo que en algún sarao en el Club de Golf o en el Hotel Mirage. Me da la impresión de que no es de las que bajan a nuestro territorio canalla.
—Subamos, pues, a su territorio. Te prometo que seré buen chico.
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TÁNGER NOIR: PISTAS
Tánger vive un intenso renacimiento en lo que llevamos de siglo XXI. Mohamed VI la ha convertido en la capital septentrional marroquí del comercio, la industria y el turismo. Muchos de los lugares de su período internacional han cerrado, pero también se han abierto otros nuevos, de modo que sigue siendo una ciudad donde casi todo es posible y, sin duda, la más liberal de Marruecos. Las series de James Bond y Jason Bourne no dejan de rendirle tributo. Aquí van algunas pistas para viajeros noir.
Hoteles.
Adriana Vázquez, la protagonista femenina de Limones negros, prefiere el lujoso Hotel Mirage, fuera de la ciudad, al lado de las Grutas de Hércules, con unas impresionantes vistas sobre el nacimiento del Atlántico. Si no eres un jeque del Golfo o un prominente político o empresario occidental te va resultar difícil pagar sus tarifas. No obstante, vale la pena acercarse a Le Mirage a tomar un té o una cerveza y disfrutar del paisaje. Villa Josephine, en el Monte Viejo, es una delicia, pero también reservada a los que puedan abonar una pequeña fortuna por pernoctar. En cuanto al recién restaurado Villa de France, ya en la ciudad, encima del Zoco Grande, ha quedado algo frío, pero la vista de la bahía de su terraza es espectacular –Sepúlveda y Messi se toman allí unas cervezas Casablanca enLimones negros—y también vale la pena intentar visitar la habitación 35, desde donde Matisse pintó su cuadro Payssagevud´unefenêtre. Para presupuestos más modestos, ahí sigue estando El Minzah, ahora más barato porque las autoridades marroquíes le han quitado temporalmente una estrella. El Minzah es el hotel donde pernoctaban Ian Fleming, Jean Genet y Patricia Highsmith y desde cuya puerta salió Rita Hayworth dispuesta a comerse el norte de África. Deliciosos su patio andaluz, su piscina exterior y su El Caid´s Bar. Aún más asequibles al viajero noir sonel Rembrandt —allí iba Tennessee Williams— y el Chellah—favorito del recientemente fallecidoJuan Goytisolo—, ambos con piscina exterior. En la Medina, frente al puerto, el viejo Continental —Believe me, the Rollings were here… y también Bertolucci y Abelardo Muñoz—merece, como mínimo, una visita y es barato para alojarse.En lo alto de la ciudad, en la Kasbah, el riad La Tangerina —saludos a Farida, Jürgen y Manuel Iradier— resulta muy agradable.
Restaurantes.
Tánger es ciudad de frutas, hortalizas y verduras frescas, de cuscús y pinchitos y, sobre todo, de pescado y marisco fresquísimos, recién cosechados en aguas del Estrecho. Cerca del Lycée Regnault, sin pretensiones y muy tangerino, está El Dorado; y sobre el Paseo Marítimo, el Valencia. En el Chellah Beach (Hotel Chellah) organizan cenas con música en directo y posibilidad de bailar muy divertidas. En la Casa d´Italia (Palais des Institutiones Italiennes) hacen unas pizzas buenísimas y en La Pagode, el favorito de Leila, la novia de Sepúlveda, los mejores nem de gambas de la ciudad. El valenciano Juan Carlos sirve en el Diblú (en la antigua avenida de España, frente a la vieja estación de trenes) unos arroces exquisitos. Quizá el mejor cuscús de la ciudad sea el que ofrecen en el restaurante de El Minzah, con el acompañamiento de música moruna andalusí. Más asequible económicamente, aunque la calidad haya caído últimamente, es el de El Rif, en el callejón que lleva al Hotel Continental. Por todas partes, puede encontrarse zumos frescos de naranjas y otras frutas.
Librerías.
El viajero noir no puede dejar de visitar la Librairie des Colonnes, en el Bulevar Pasteur. Ahora es propiedad de Pierre Bergé y allí trabajó durante lustros la gran Rachel Muyal, que fuera la cicerone de Patricia Highsmith en Tánger. Más reciente, Les Insolites, en la antigua calle Velázquez, se está convirtiendo en otro referente de la vida cultural en la ciudad gracias al activismo de Sthephanie.
Compras.
Los perfumes y colonias naturales de Madini, en la acera frente a la Terraza de los Perezosos, en el arranque del Bulevar Pasteur. Los productos modernos basados en la cultura árabe de Las Chicas, laboutique de la Kasbah que anima la hija de la cineasta Farida Ben Alyazid, que llevó al cine la novela Juanita Narboni, de Ángel Vázquez. Las chupas de cuero de las tiendas de la antigua calle de los Cristianos, que sale del Zoco Chico, haciendo esquina con ese palco de butacas que es el café Tingis. La ropa para nómadas de Salima Abdel-Wahab, en la antigua calle Goya, ahora Prince Moulay Abdellah.
Playas.
El profesor Sepúlveda prefiere las del Atlántico, las que arrancan de las Grutas de Hércules y se extienden hasta Arcila. Su chiringuito playero favorito esChez Abdou, cuyo subtítulo reza, así, en castellano, Paella de Campo. Cuando va mejor de dinero, va al afrancesado y más chic L´Ocean. En los dos casos hay que ir en coche.
Té a la menta.
En el Café Hafa, allí arriba, en el Marshán, donde siempre. Sí, ahora también van turistas, podría incluso estarse gentrificando, pero no te lo pierdas. En el Cinema Rif, en el Zoco Grande, con Wi-Fi gratis. En el Zoco Chico: el Central, el Fuentes, el Tingis, lugares para ver y ser visto, la esencia de Tánger.
Bares.
El Caid´s Bar, en el Hotel El Minzah, es ideal para una copa tranquila. Aquí empezaban sus noches tangerinas los espías, contrabandistas y escritores de la edad de oro internacional. Más vivo en la actualidad, el Number One, frente al Hotel Rembrandt, es un sitio excelente para encontrar gente y ponerse al corriente en un santiamén de lo que se cuece en la ciudad. Au Pain Nue lleva el nombre en francés de la principal obra literaria de Mohamed Chukri. Está en el edifico del Hotel Ritz, no lejos de la calle Goya y el Lycée Regnault. Una escena de Limones negros, la del último encuentro entre Sepúlveda y la capitana Lola Martín, transcurre en este local con un estimulante punto canaillesi se llega a la hora adecuada, o sea, tardía.
Para noctámbulos.
Si eres noir, eres noctámbulo, claro. ¿Hierbas rifeñas? No me pidas un nombre o una dirección, pero, desde luego, si no las consigues allí, no las consigues en ninguna parte. Discreción, palabras susurradas al oído, ausencia de ansiedad, eventualmente una propinilla, todo esto, es la llave para que alguien te las suministre o te diga cómo obtenerlas. Recuerda que el cannabis está oficialmente prohibido en Marruecos: consúmelo sin exhibicionismo y no te guardes nada para llevar en tu viaje de vuelta a España, la cárcel de Tánger está llena de compatriotas gilipollas en esta materia. ¿Nuevas amistades masculinas o femeninas? Existe la posibilidad, claro. No es tan fácil como en La Habana, pero no es tan difícil como en Arabia Saudí. Hasta que la cerraron, la discoteca 555, en el Paseo Marítimo, reunía a chicos y chicas locales guapísimos. Es posible que cuando vayas por ahí –en las próximas semanas o meses— la 555 haya reabierto sus puertas en una isleta del nuevo puerto de yates y veleros. Diversión asegurada en la medianoche del Tánger Inn, en el bajo del Hotel Al Muniría. Créete los mensajes de sus paredes: allí se emborracharon William Borroughs, Allen Ginsberg y Jack Kerouac. Más burgués, y ahora nuevamente de moda, es el Morocco Club, en la plaza de la Kasbah. Y para bailar frenéticamente hasta la madrugada, la discoteca Regine´s, al lado del cine Roxy, muy cerca del Lycée Regnault.