Escritor y periodista, o para ser precisos: novelista, poeta, articulista, columnista, reseñista, antologista, prologuista… José Ángel Barrueco, Zamora-Lavapiés, entra en el territorio Fiat Lux con un relato ‘QuinquiNoir’ en este momento en que esa interesante variante del género vuelve a coger vuelo con, por ejemplo, novelas como las de próxima aparición de Montero Glez o Paco Gómez Escribano y Luis Gutiérrez Maluenda, FiatLuxeros ellos también. Una variante, además, que también hemos tratado aquí con el reportaje “El cura quinqui” que firma Samuel García Arroyo en el actual número de Fiat Lux, y de la que seguiremos ocupándonos.
José Ángel Barrueco, con una decena de novelas publicadas (la última es “Angustia”), contribuye a la causa con este relato, “King Quinqui”, que cierra con un agradecimiento a nuestro colega y #Cómplice David González. Un tándem, David-Barrueco, al que no conviene perder la pista porque lideran (a ellos no les mola esa palabra) una corriente literaria de excelentes escritores que llenan de aire fresco las afueras de los ‘circuitos’ más mediáticos y multinacionales.
José Ángel Barrueco: “King Quinqui”
Me arrepiento cantidá.
El Torete
Así que el que lo lea
que saque las conclusiones
que le salgan de los cojones.
Dum-Dum Pacheco
Yo soy un superviviente, niño, el último mohicano de los quinquis, ¿sabes tú?, no me dirijo a nadie pero me siento aquí a escribirlo, y es como si te contara las cosas ahí mismico, igual que si estuvieras junto a esta mesa, soy el último, decía, y durante años fui rey del tirón en mi barrio de nuestra pequeña ciudad de mierda, pero crié poca fama a nivel nacional, iba con una basca de gochos a las salas de recreativos, a sisar de aquí y de allá, y en los inicios sólo éramos unos chavalicos, cuatro o cinco niñatos que armábamos una peta a la menor ocasión, al principio eran palos chicos, cosa de poca importancia, fuimos manguis de medio pelo y luego pasamos a mayores, niño, ¿sabes tú?, y entonces vino lo gordo, a algunos les dio por castigarse el macarrón con banderillas que se habían pasao unos a otros, y unos acabaron tiraos y otros tocados, dos de los colegas se dedicaron a pasar mandanga y a chorar en los bancos, y a mí me dio por bajar al moro y meterme caramelos por el bul, tú me entiendes, y así agenciarme unas lechugas, que entonces vivíamos en las afueras, en agujeros de mala muerte y no teníamos guita ni para llevar a las chavalas a la feria, y fue en esos años donde todo se vino abajo, cuando mercábamos fuscas y cacharras y empezamos a meternos mierda por la vena, y todos cayeron, todos los colegas del barrio dieron con sus huesos en el cementerio, fue una época dura, niño, ¿sabes tú?, al primero que la palmó lo llamábamos El Ficha, menuda pieza, lo recuerdo como si lo tuviera aquí delante, era un buen chaval, hombre, pero se enganchó al caballo y el día de su muerte, además, se acababa de meter un ajo, y ya ves, iba volao, iba caminando por el centro, y en éstas que pispó una furgoneta de reparto del pan, sin conductor, que éste habría entrado a reponer el género de la panadería, y el muy subnormal se puso al volante para najarse quién sabe a dónde, el caso es que, estando en plena subida, se le debió ir la dirección a apenas unos kilómetros, ya en el cinturón de la city, y se metió la hostia de su vida, un trompazo contra un árbol que le arrancó el jerolo de cuajo, y los pies planos lo encontraron embutido entre hierros y maderas, niño, y también me acuerdo de Chiquito Pirulas, que fue directo al maco porque a una vieja le voló el morro de un buchante con la recortada, ya ves tú qué mala suerte, fue durante un atraco a una sucursal bancaria, siempre dijo que se le disparó el arma y yo siempre creí en sus palabras, en el trullo le pusieron el reble como un tomate, le abrieron el ojal a base de darle por ahí, y el nota se ahorcó, no aguantaba más, y qué te puedo decir de Romero El Tijeras, la tarde en la que su hermano, un tío que iba de legal, la tarde en que se iba a casar con una chorba muy fina, y estaban esperando al Romero, que era el padrino aunque solía ir colgao, pues éste no aparecía hasta que dieron aviso, que la pestañí lo encontró en un descampao, al miserable, con la chuta pinchada aún en una vena de la polla, porque se metió una dosis de blanca adulterada para celebrar el bodorrio, y las ratas del vertedero cercano le estaban comiendo ya los hocicos, niño, ¿sabes tú?, muy asqueroso, aquello, y duro, muy duro, y me acuerdo también de La Ternera, niña guapa ella, muy sincera y con buena presencia entonces, antes de que se le pudrieran los piños, y estuvimos de novios, íbamos mucho al cine con la peña, cuando ya quedábamos pocos y ponían Perros callejeros, El pico, Colegas, Navajeros, Chocolate y esas pelis de los 80, íbamos al cine y nos fumábamos petardos en el gallinero hasta que aparecía el hijoputa de la cabina a ladrarnos, y salíamos al fumeque detrás de las puertas, en los cines, antes, podías fumar atrás, en el pasillo, justo delante de la salida, no como ahora, y a La Ternera la enganché yo pegando la hebra, porque, como decía El Pirri en De tripas corazón: “A una tía se la conquista con la mui”, pobre Pirri, pobre cabrón, menuda muerte tuvo, era mi ídolo de entonces porque era un rubio muy salao y era de verdad, auténtico, un jeta de la calle, niño, ¿sabes tú?, pero voy a terminar con la relación de muertes, que esto se acaba y no tengo paciencia para la escritura, esto iban a ser mis memorias, pero me veo cansao de hundir tecla, el caso es que a Panchito Chocolatero, que lo llamaban así, al Pancho, por lo mucho que le gustaba el hachís, a ese cabrón simpático le metieron dos o tres mojadas durante una pajarraca de las gordas en la trena, por julái, y el pincho le dio en los ojos y en la yugular, un asunto muy feo, la palmó antes de llegar a la enfermería, y luego estaban El Pellejo, La Chucha y El Morcillas, a los que venció el sida, y daba mucha pena verlos tan podríos, con las carnes podres y los huesos partiéndoles la piel, y por eso sólo quedo yo, niño, ¿sabes tú?, que antaño fui rey del tirón en mi barrio, y tuve suerte porque sólo me comí unos pocos años a la sombra, ahora estoy reformado, paso de marrones, y ni siquiera hablo con tanta jerga, que aquí la quise utilizar para que se viera cómo parlábamos entonces, porque las memorias de uno deberían ser así, reflejando bien el pasado, conforme a lo que hubo, así que no queda nada, no quedan los compinches de la tropa, han muerto los amigos con los que salía entonces, ya no existen los pisos donde viví, los tiraron abajo para construir no sé qué, algo para los ricos, sería, y tampoco están vivos mis padres, lo que ves aquí, el menda, es lo que sobrevive, soy como el último mohicano de los quinquis, pero qué quieres… no me arrepiento, yo no, no sé cómo decirte… cómo expresarlo… sí, ya sé: fue una época.
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Agradecimientos: el autor quiere consignar la deuda con la música de Los Chunguitos, la literatura de David González y la documentación del libro Quinquis dels 80, que le sirvieron de inspiración para escribir este relato.