“Si me acompañan, les contaré un poco sobre el trabajo de una escritora de novela negra, rituales, costumbres, manías, encuentros y desencuentros…”.
Rosa Ribas, fiatluxera pata negra, nos sitúa en el espejo frente a los errores literarios, después de haberse anotado el dicho radiofónico el que se equivoca y corrige, se equivoca dos veces. Tercera entrega del diario para Fiat Lux: La Vida en Negro.
Lean, síganla.
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La Vida en Negro.
Por Rosa Ribas.
Los ojos de Marcelino Soto
Este era el título de una conferencia que iba a pronunciar en la Universidad de Salamanca en 2015 durante un congreso de traductores. No llegué a hacerlo porque una huelga de controladores aéreos en Francia me dejó plantada en Frankfurt. Como era la conferencia de clausura del congreso, era imposible cambiarla de hora y mi charla quedó muda entre las tapas de mi cuaderno de notas. Allí desaparecieron otra vez los ojos de Marcelino, pues de eso se trataba, de unos ojos perdidos.
Por lo menos lo están al principio de mi novela Entre dos aguas, la primera de la serie de la comisaria Weber-Tejedor, donde en la primera página escribí lo siguiente:
“[…] el gallego muerto resistía, empecinado, los embates del agua. Ayudaba el que su pie izquierdo se hubiera enganchado en una de las argollas fijadas en la base del pilar para sujetar embarcaciones. Porque en realidad el cuerpo había empezado a flotar más arriba, aunque ahora, cabezonamente, se empeñara en quedarse atracado en el Alte Brücke, con una hermosa vista a la derecha a la torre del Commerzbank; una vista de la que no habría podido disfrutar aunque lo hubiera querido porque era de noche y además le faltaban ya los ojos. A pesar de la contaminación, en el Meno hay peces.”
¿Por qué me parecen tan importantes los ojos de este gallego muerto que flota en el río Meno? Pues porque reaparecen pocas páginas después. No como tal vez lo estén imaginando los aficionados a las variantes más gore del género: no los veremos en la colección de trofeos de un maníaco ni los recibirá su viuda en una cajita de laca china ni el investigador, brillante pero alcoholizado, se los encontrará sobre el escritorio acompañados de una nota macabra al estilo de “te veo, chato”. Nada de eso. Aparecen sin más:
“–¿Cuánto tiempo crees que lleva muerto?
–En el estado en que se encuentra, es difícil decirlo, pero yo diría que no demasiado, puede que un día o dos. Antes de que llegaras hice una punción para tomar muestras de humor vítreo para el análisis.
Ante la mueca de disgusto que se le escapó a Cornelia, el forense sonrió y le dio un golpecito en el brazo.
–Ya sabes que soy un fanático del humor vítreo.
La comisaria rio al escucharlo”.
No me di cuenta. Tampoco lo vieron el editor ni el corrector. Y tal vez todos habríamos vivido ignorantes de estos ojos de quita y pon de no ser por dos personas cuya vista fue más aguda, la forense que me asesora en estos temas y mi traductora al alemán. Ambas me escribieron casi la misma pregunta: ¿De qué ojos piensa extraer el humor vítreo si se los han comido los peces?
En realidad el humor vítreo tiene la culpa de este error. Cuando estaba trabajando en la novela, me di cuenta de que necesitaba documentarme en temas forenses. Una amiga doctora me puso en contacto con la forense Mercè Subirana y quede muy impresionada por su profesionalidad y su humor, que se manifestaba en frases como “Los únicos casos en los que se puede dar la hora exacta de una muerte es cuando la víctima es arrollada por un tren, a ser posible en Suiza”, que me apresuré a poner en boca del forense Winfried Pfisterer. Lo mismo que hice con mi frase favorita: “Soy una fanática del humor vítreo”. No podía dejar escapar esta frase y, por lo tanto, aproveché la primera oportunidad que me ofrecía la historia para colocarla, olvidando por completo lo que había escrito al principio de la novela, unos párrafos que tenía en esa misma forma desde que había empezado a escribirla y que no volví a tocar. ¡Error! ¡Error! ¡Error!
Con la agudeza insobornable propia de la forma de leer de su profesión, Kirsten Brandt, la traductora al alemán, cazó el error al instante y, tras consultármelo, lo corrigió, de modo que en alemán Marcelino Soto sigue sin ojos cuando lo sacan del río y el forense dice algo así como “si tuviera ojos le haría una punción para analizar el humor vítreo. Ya sabes que soy un fanático del humor vítreo”.
Me gusta mucho citar esta anécdota cuando doy charlas o hago lecturas de mis novelas. Por un lado porque permite reivindicar la tarea de los traductores; por otro, porque me parece simplemente divertida.
La conté también durante una charla que ofrecí para alumnos del I.E.S. Baldiri Guilera en el Prat de Llobregat y comenté que esperaba que algún día me llegara la oportunidad de corregirlo en una nueva edición de la novela. Intervino entonces una alumna y dijo que, en su opinión, sería una pena que lo hiciera, porque entonces el error se perdería para siempre y ese error era en el fondo también parte de la novela, de su historia. Esta reflexión me caló. Tras darle muchas vueltas, cambié de postura y decidí no corregirlo al reeditar la novela.
Creo y espero estar dando un paso adelante con cada obra que publico. Lo que entrego a mis editores, lo que ofrezco a los lectores es lo mejor que puedo brindar en ese momento. Cada nueva novela lleva implícita la promesa de que la próxima será mejor. Entre dos aguas soy yo en 2007. Eliminar ese error sería como modificar con Photoshop las gafas de culo de botella con las que aparezco en las fotos de mi adolescencia o cambiar los peinados espantosos de cuando tenía veinte años. Esa no sería yo.
De modo que los ojos de Marcelino Soto van a seguir reapareciendo milagrosamente en la página 27. Quién sabe, quizás en realidad los peces del Meno no tenían tanta hambre.
Roser nunca dejarás de sorprenderme… Esa cabeza que tienes es una olla a presión… Si esto es lo que sale por la presa… Que debe de haber dentro!!!!
Muchas gracias, Ferran. Así me siento generalmente, me falta tiempo, no ideas.
Nuevamente impresionada… me voy rápidamente a “Entre dos aguas”, necesito leer lo comentado.
Me gusta mucho que compartas estos temas, además es una forma de conocerte mejor a través de tu trabajo. No solo vemos cómo evoluciona Cornelia, novela tras novela. Te vemos a ti, a la escritora, a la autora del personaje, a tu forma de hacer y de ser.
¡Gracias Rosa!
Te agradezco mucho tu comentario, Pili. Es muy agradable saber quién está al otro lado de la pantalla, leyendo este diario.
Larga vida, Rosa Ribas! disfruto enormemente de tus libros, los cuales acabo de conocer.