Escribano. Revista Fiat Lux.
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Manguis, Paco Gómez Escribano


El guardian del barrio noir, Paco Gómez Escribano, vuelve a las calles. A todas, empezando por las de Canillejas. Y lleva novela nueva bajo el brazo: Manguis, publicada (de nuevo) por Erein.

 

Manguis. Reseña. Paco Gómez Escribano. Fiat Lux. 2016.04 (3) Manguis. Reseña. Paco Gómez Escribano. Fiat Lux. 2016.04 (8)

No vamos a hablar de ella a fondo, de momento no; ni vamos a hacer reseña, ni de las de verdad ni de esas otras que se extraen de portada, contraportada, solapas e información promocional de la editorial. No. Aquí (eso) no.

Lo que hemos hecho es pedirles a los protagonistas de Manguis que nos hablen de Manguis en uno de los escenarios principales de Manguis. Que sean ellos los que cuenten la novela…, lo de que reseñen no lo entenderían y hasta se mosquearían si oyeran ‘reseña’. Este es el resultado.

Javier Manzano.

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Los manguis de Manguis presentan Manguis.

Paco Gómez Escribano.

            El Sardina estaba sentado en una silla. Sobre la mesa, un vaso de tubo lleno de cerveza caliente que había perdido la presión, la espuma y el deseo de ser deseada por cualquiera de los borrachos que estaban en la bodega del Mirlo. El Sardina apoyaba los codos sobre la mesa. Su mirada atravesaba el vaso de cerveza y se perdía sobre la superficie de madera manchada de quemaduras de cigarrillo y de otras sustancias ya fosilizadas. Sus ojos no tenían vida. Por si fuera poco y, para completar el cuadro, un hilillo de baba se le escurría por la comisura de los labios e iba a aterrizar sobre la mesa, formando una costra asquerosa y viscosa.

            Al fondo de la barra estaba el Mediokilo. Sostenía en su mano izquierda, en precario equilibrio, un vaso de vino y alzaba la otra, abierta, meneándola para adelante y para atrás mientras cantaba mirando hacia su radiocasete estéreo de doble pletina y cantando, acompañando a Juanito Valderrama en un intento de entonar correctamente la canción de “El emigrante”.

Manguis. Reseña. Paco Gómez Escribano. Fiat Lux. 2016.04 (5) Manguis. Reseña. Paco Gómez Escribano. Fiat Lux. 2016.04 (7)

            En ese momento entró en el garito el Manguta, un niñato de dieciséis años que se dedicaba a mangar loros de los coches para venderlos. También era experto en hacerse cabinas, pisos y estancos.

            Yo estaba sentado dos mesas más allá del Sardina. El crío oteó el panorama, me vio y vino a sentarse conmigo después de pedirse un botijo.

            -Qué pasa, Rana –me dijo.

            -Hola, Manguta –le contesté-. Qué ¿cuántos loros te has hecho hoy?

            -Eh, hoy ninguno, tío. Hoy descanso porque tengo guita, y además están los maderos que no veas, tronco, así me dejan en paz.

            Me pasó un peta y lo cogí, qué coño, al fin y al cabo yo tampoco tenía nada que hacer, salvo ver pasar la vida y vaguear todo lo que pudiera. Era la ventaja de ser mayor, que los niñatos, en función de tu fama, venían a hacerte la pelota y a hacerse colegas. Todos habíamos pasado por eso de chinorris.

            -Oye, ¿se sabe algo del Torre?

            -Ni puta idea, tío.

            -Dicen que se fue de la ciudad. Algunos dicen que se piró del país, tronco. El Torre es la hostia, es lo más del barrio. El tío con los cojones más bien puestos que yo he visto.

            -Sí, que de mayor quieres ser como él.

            -¡Yo ya soy mayor, tío!

            El niñato se había ofendido, así que decidí darle un poco de jabón. Allá él si quería seguir los pasos del Torre. A mí me la sudaba.

            -Claro, tío, perdona. Pero comprende que con dieciséis tacos, a mi lado eres un chaval.

            -Bueno, vale. Pero tío, le echaron unos huevos que te pasas robando el furgón blindao. ¿Cuánto crees que se llevaron?

            -Ni puta idea, tío. El Torre es listo, el palo salió de puta madre. Pero mira el Pitufo, el Cabezón y el Rata, tío… La verdad, yo si fuera tú me buscaría un curro y dejaría de chorar por ahí. Que la vida es muy corta, Manguta, y solo tenemos una.

            -¿Yo? ¿Currar? Y una mierda, tío. Que curren los ricos y los políticos, tronco. Yo lo que quiero es ser como el Torre y dar un buen palo y retirarme.

            -Ya. Pero para eso, aparte de huevos hay que ser mu listo. El Torre lo es, Manguta. Una cosa es hacerte un súper y un estanco y otra cosa es hacerte un blindao. El Torre lo planeó de puta madre, porque es listo.

            -Y porque había un madero en el ajo.

            -Sí, pero aun así. Si hay maderos de por medio hay que ser más listo todavía, porque a menos que te descuides te la clavan, tío.

            En ese momento entraron regañando el Tiralíneas y la Mediometro, una curiosa pareja que solo estaban sobrios cuando se levantaban, y por poco tiempo. El Tiralíneas era famoso por ser el más habilidoso del barrio a la hora de sacar más rayas de un gramo de farlopa. Ella ejerció toda su vida de puta hasta que le tocó la lotería. Los viejos borrachos de la bodega que habían sido clientes aún seguían protestando, porque antes tenían a mano a la Mediometro y ahora tenían que cascársela solos. El gitano que llevaba ahora la bodega les miró con cara de pocos amigos.

            -Oye, ¿qué tú crees que el Torre volverá algún día?

            -Me extrañaría mucho, tío. Si yo me hubiera llevado del palo todos esos millones que dicen no volvía a aparecer por aquí ni de coña.

            -Algunos dicen que ha muerto.

            -Sí. Ahora todos dicen cosas del Torre. Espera a que todos estos estén más mocos. Seguramente alguno dice que vio al Torre subir a un platillo volante.

            -Jajajaja… Eso ha estao bien, tío. Un platillo volante, dice, jajajaja…

            Le dije al gitano que le pusiera otro botijo al Manguta y pagué lo que debía. También pagué la birra del Sardina. Yo no sabía si el Torre había muerto o si había resucitao. Lo que era un milagro era que el Sardina, que se había puesto de todo por el codo, estuviera vivo. Le trinqué por los sobacos y lo levanté. Salimos del garito. Menudo cuadro: un yonqui y un ex yonqui atravesando el descampao y sorteando mierdas de perro, de gato y hasta de burro, esquivando a las ratas que luchaban entre ellas por ver quién era la primera en romper una de las muchas bolsas de basura que se distribuían por allí y darse el festín.

            Dejé al Sardina en su casa, hasta le acosté, de lao, no fuera a ser que echara la pela y se ahogara en sus propios vómitos. Luego me fui a mi keli. Me acordé del Manguta, el aspirante a Torre, el aspirante a mangui de los gordos. Encendí un truja, me abrí una birra y le deseé allí mismo una larga vida.

            El pavo duró dos años más. Aparecería en el descampao con un tiro en la cabeza. Ajuste de cuentas.

Manguis. Reseña. Paco Gómez Escribano. Fiat Lux. 2016.04 (2)

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