Bambi. L.G.Maluenda. Revista Fiat Lux. 2016.04 (2)
Soy Novela

Novela en serie: BAMBI (IV). Por Maluenda


¡Que no pare la fiesta!

Hoy rompemos tarima en esta pista con el capítulo 4 de la Novela en Serie Bambi, de Luis Gutiérrez Maluenda, que estamos publicando en exclusiva aquí en Fiat Lux.

Damos por sentado que sabes de qué va esto y de qué fueron los tres capítulos anteriores. Si no es así, mal rollo. No queremos tener que emplear la violencia así que corre como las balas y ponte a repasar los fascículos uno, dos y tres.

 

 

BAMBI (LOS MUERTOS SON MALOS PAGADORES).

CAPÍTULO 4.

Una novela de Luis Gutiérrez Maluenda.

 

 

BAMBI (6).

Finalmente, el Comisario no nos retuvo más y pudimos salir de lo que en las novelas llaman la escena del crimen. Ya en la calle, Humphrey me dijo antes de separarnos:

-Ahora ya sabes cómo las gasta este oficio, si quieres puedes dejarlo. Piénsalo bien y mañana me contestas, decidas lo que decidas te pagaremos el mes completo.

Antes de reunirme con mis ratones, pasé por un bar cercano a la Agencia. Uno de esos lugares oscuros y húmedos, con una barra en la que conviven en perfecta armonía tapas y moscas. En una punta de la barra se sentaba un hombre achaparrado y melancólico que por su aspecto jurarías que estaba allí desde el día en que lo dejo caer un tornado que cruzó la ciudad. Me miró sin demasiado interés y continuó su melancólico paseo por recuerdos de lugares mejores.

Pedí una copa y pensé en las palabras de Humphrey. Quizás sería buena idea olvidarme del trabajo y cultivar mis conocimientos de los comedores de beneficencia, había tardado bien poco en enfrentarme a mi Némesis particular: la sangre. Mientras bebía trataba de decidirme.

Me decidí un par de copas más tarde. Mercedes pasaba frente al bar haciendo oscilar su minifalda al ritmo que marcaban sus caderas. En cuanto la vi, supe que juntos podríamos escribir un poema. En uno u otro momento.

La tentación de abandonar mi recién estrenado oficio, se desvanecía al ritmo de las caderas de Mercedes. Al fin y al cabo la muerte es algo consustancial al ser humano, pensé. El inconveniente de los balazos y la sangre ya no me parecía un argumento decisivo.

Pagué mi consumición y salí tras ella. Seguí el rastro de su perfume hasta llegar a su altura.

Me miró sin el menor rastro de la reticencia que mostraba conmigo cuando estábamos en la Agencia.

-Hola Bambi, el jefe ya me ha contado el mal rato que has pasado. Imagino que estás hecho polvo.

Me lo dijo tomándome maternalmente del brazo, lo que me provocó  un deseo demente de balarle todas mis desgracias hasta que no le quedase más remedio que sentarse en mis rodillas, aunque yo estuviese de pie. Dispuesto a darle a la conversación el tono poético más adecuado, le pregunté:

-¿Vives muy lejos de aquí?

-No, además tengo una buena combinación para llegar a casa. ¿Y tú?

-Mas lejos, en El Carmel.

Bien, no me negaran que aquello estaba tomando un aspecto francamente esperanzador. Me lancé a fondo:

-Te acompaño, si quieres, y tomamos algo cerca de tu casa.

-¡Ay, no sé! Creo que no voy a tener tiempo, aun tengo que arreglarme, dentro de un rato pasará a recogerme un amigo, creo que quiere llevarme a una exposición de arte conceptual.

-Bueno, otro día. Nos vemos mañana en la Agencia.

-Claro, hasta mañana.

Solo un espécimen humano aquejado de cretinismo agudo e irreversible sería capaz de llevar a Mercedes a una exposición de arte conceptual. Aunque eso prefería discutirlo con ella en algún momento más adecuado.

Toda la poesía del momento se alejó acompañando a  Mercedes, prendida al balanceo de su culo. Seguiría siendo detective privado en prácticas aunque tuviese que limpiar yo mismo  los charcos de sangre de todos los asesinatos de la ciudad. Había roto el hielo con una de esas mujeres a las que Mike Hammer abofeteaba antes de amar. Y para el día siguiente tenía un misterio para resolver. ¿Qué más se le podía pedir a la existencia?

El único pero era que mis ratones deberían pasar un día más sin conocer a Mercedes.

 

HUMPHREY (6).

Le conté a Mercedes los motivos por los que tal vez aquel había sido el último día de trabajo de Bambi con nosotros. Mostró la misma expresión horrorizada que si hubiese descubierto una doble carrera en sus medias de seda, justo en el momento en que el claxon de un Porsche Boxster anunciaba la llegada de un admirador para llevarla a almorzar al club de golf.

Luego ella se marchó. Yo me quedé pensando en la barbaridad que había cometido no contándole a Jareño lo que sabía acerca del paradero de “El Pesadilla” y los motivos por los cuales no lo había hecho.

La cuestión podía centrarse en que García quería que se lo dijese a él y no a la policía, y así agradecerle personalmente al fulano las balas que le habían sacado del cuerpo. Hasta ahí bien, el problema residía en que yo no estaba seguro que darle la información a García fuese una buena idea.

Conforme más vueltas le daba al asunto, más seguro estaba que hacerlo sería una idea infecta de consecuencias imprevisibles.

Tal vez, todo el problema residiera en la dificultad que a lo largo de mi vida he mostrado para tomar decisiones. Un psicólogo me aclaró que posiblemente fuera debido a una decisión que durante mi infancia no llegué a tomar. Luego me dijo que le debía 200 Euros. Y deje de preocuparme por el tema. Aunque me sigue costando tomar decisiones he ahorrado bastante dinero.

Maruchi me había anotado la dirección de Mayka en un papel. El papel estaba casualmente en mi bolsillo y no tenía otra cosa mejor que hacer aquella tarde. Así que pensé que ir a echar un vistazo no sería peor idea que ver una película made in Bollywood del video club hindú cercano a casa. Me produce un efecto raro ver a una panda de tipos de ojos caramelizados cantando sus vidas en coros de doscientos o trescientos. Cuando ellos están tristes me hacen reír, y cuando están alegres me ponen de mala uva. Y eso no está bien, parece una falta de respeto a una etnia tan simpática. Por tanto fui a ver que tal vivía Mayka.

Su piso estaba cerca. Era en una de esas calles del casco antiguo que aún conserva el aroma de las putas que han circulado por sus alrededores y del sexo empobrecido que durante tantos años ha llevado a multitud de hombres a visitarlas en busca de un remedio que ellas no les pueden proporcionar.

El edificio ya debió ser un horror arquitectónico cuando fue construido recién terminadas las Cruzadas contra los infieles (que posiblemente perdimos ya que ahora todo el barrio estaba lleno de ellos). El paso del tiempo no había contribuido a mejorar su aspecto. Sus paredes producían la misma impresión tranquilizadora que un envoltorio pringoso, y sorprendía ver a la gente pasar bajo sus balcones sin demostrar  temor a un derrumbe súbito.

Según la nota de Maruchi, la pareja vivía en el tercer y último piso. El edificio estaba adosado en su parte trasera a otra construcción más alta. Asimismo, por ambos lados, estaba constreñido por edificios de mayor altura. Aquello se convertiría en una trampa ratonera para “El Pesadilla”, si estaba en casa cuando alguien le fuera a buscar, ya que la única salida era la puerta que daba a la calle.

Mientras observaba el edificio, una mujer que olía como si se hubiese aplicado el perfume con una manguera a presión me rozó con la cadera y sonrió.

-Ya iba a retirarme, pero aún tengo tiempo de hacerte feliz durante un rato ¿quieres subir?, -dijo. Su mano extendida señalaba la puerta del mismo edificio que yo observaba.

Descubrí los primeros síntomas de una artrosis precoz en una mano de uñas mal pintadas y no quise imaginarme el resto de su anatomía.

– Acabo de pasar un proceso infeccioso, me temo que no te convengo como cliente, -le dije.

-¡Bah! Da lo mismo, nada de besos en la boca por sano que estés. O sea que si quieres sube, te haré precio de amigo.

-Veremos, pero antes quizás me puedas ayudar: estoy buscando a un amigo mío, me han dicho que igual vive aquí, en el tercer piso.

-En el tercero vive un matrimonio muy mayor, cualquier día la espicha uno de los dos y el otro se va al asilo. Ya hay cola de “paquis” esperando a que quede libre el piso. En la otra puerta vive la Mayka, una que se las da de decente. Ahora que vive con un hombre, pero que es más puta que “María Martillo”. Y no veas el tío que vive con ella, un tío raro que solo sale por las noches, debe ser un Drácula.

Se río de su propio chiste con una risa que recordaba a una taladradora que acabase de tropezar con una pared peleona.

-Oye, a lo mejor el tío que vive con la Mayka es tu amigo.

-Pues quizás sí. Mi amigo es fácil de conocer, mide metro noventa, es negro y casi siempre viste con una de esas casacas blancas de cuerpo entero.

-No, entonces no es tu amigo. El andova de la Mayka es blanco, como tú. Hasta demasiado blanco diría yo, como si acabase de salir de la trena. ¿De verdad no quieres subir un rato conmigo? Te hago lo que tú quieras por cincuenta euros.

-¿Eso es precio de amigo?

-Machote, es que te he dicho que te hago lo que tú quieras. Y te ahorras la habitación, ¡joder! No iras a creer que a mi casa sube cualquiera.

-Mira, de momento te doy veinte euros, y voy a casa a curarme. Cuando esté en forma vengo a verte y me los descuentas del servicio. Considéralo un pago a cuenta.

-Vale machote, cuando quieras encontrarme siempre ando dando vueltas por esta manzana.

El billete de veinte euros desapareció por un escote maltratado por el tiempo y las inclemencias del oficio.

-De acuerdo Duquesa, te buscaré.

Cuando me dirigí a casa para sacar a pasear a mi perra Cariño, ya la oscuridad reptaba por los rincones del barrio. Se extendía calle a calle, venciendo a una luz sin ánimos de permanencia.

Maluenda2

HUMPHREY (7).

Mi cliente, la señora de Piero Santacroce, tomó las tres hojas mecanografiadas que constituían el informe de las actividades sociales de su marido antes de ser cosido a balazos, me señaló una silla de respaldo alto con la mano y sin decir palabra leyó el informe. Mientras ella leía, yo, por hacer algo, estudiaba sus encantos.

Angelines Manjón tenía alrededor de los treinta y cinco años. Su  pelo tenía el tono de un rubio ceniciento, más propio de las dotes de alquimista de su peluquero que de la naturaleza. Era de mi estatura, o sea nada espectacular si has nacido hombre, notable para mujer. Los hombros anchos y el paso elástico recordaban a una atleta dirigiéndose a la línea de salida. Por mucho que me fijé, no pude descubrir ninguna curva o turgencia que estuviese fuera de su lugar. Me hizo pensar que por ocupado que estuviese su marido, no dedicarle un par de noches a la semana a aquella mujer sería un desperdicio.

Acabó de leer, suspiró y me miró moviendo lentamente la cabeza de un lado a otro.

-Según parece mi marido no se aburría.

-Usted ya lo temía, en caso contrario no me hubiese contratado.

-Sí, claro, pero eso no arregla nada.

-¿Y su muerte?

-Si lo que usted  pregunta es si me alegro, la respuesta es no, aunque desde luego es una solución. Ahora no tengo que pensar en  lo que debo hacer, ni pasaré los debates y recriminaciones que una situación así comporta.

-¿Tiene usted idea de quién pudo hacerlo?

-Eso ya me lo ha preguntado la policía, aunque ellos han dicho quién podía estar interesado en matarlo. Estar interesado en matar a alguien es una frase curiosa.

-¿Y conoce usted a alguien así?

-¿Aparte de mi misma quiere decir?

-Supongo que no le ha dicho eso a la policía.

-No, claro. Aunque ellos ya lo tienen en cuenta, supongo que soy la principal sospechosa. Imagínese, el cabrón de mi marido me engaña con toda mujer que le sale al paso. Muerto, yo heredo una cantidad de dinero importante. ¿A eso es a lo que ustedes le llaman tener un móvil?

-En estas circunstancias yo diría que a eso le llamamos tener un móvil sólido como los leones del Parlamento.

-O sea que aparte del duelo, voy a tener que soportar una buena cantidad de molestias.

-En el mejor de los casos.

-¿Qué quiere decir con eso de en el mejor de los casos?

-¿Tiene usted una coartada tan sólida como el móvil, para la hora en que se produjo el asesinato?

-Estar en casa, sola, viendo una película de video no debe ser muy sólido como coartada ¿no?

-¿Quiere que la anime o prefiere la verdad?

-Creo que ya me ha contestado.

-Conozco al policía que estará al cargo de la investigación, es un tipo honesto y eficiente, pero así y todo…

-¿Usted cree que podría descubrir a la persona que les mató?

-Descubrir cosas es mi negocio, pero quizás este asunto no sea el más indicado para mí.

-Hasta el momento ha hecho usted muy bien su trabajo.

-Sí, pero los asesinos acostumbran a tomar más precauciones para que no les descubran de las que toman los adúlteros. Y son menos cuidadosos a la hora de librarse de la gente.

-¿Tiene usted miedo, Humphrey?

-Siempre, señora Santacroce, pero eso no me impide salir a la calle y hacer el trabajo para el cual me han contratado. Sin contar que si no tuviese miedo, posiblemente a estas alturas ya estaría muerto.

-Creo que será mejor que me llamé señorita Manjón, o mejor Angelines, estoy más acostumbrada. Vera, Humphrey, deseo contratarle para que averigüe quien mató a mi difunto marido y porque lo hizo.

Yo debería asistir a algún cursillo para aprender a decir no. La prueba de que debería hacerlo es que acepté el caso.

Y decidí empezar a trabajar dándole a mi cliente una muestra de mi originalidad.

-Ya sé que esta pregunta se la ha hecho la policía, pero ahora contéstemela a mí: Aparte de usted ¿conoce a alguien que saliese beneficiado con la muerte de su marido?

-Mucha gente, Humphrey. Mucha gente se habrá sentido satisfecha con la muerte de Piero. Hace pocas semanas me enteré del funcionamiento, en detalle, de la agencia de préstamos rápidos de mi marido. Tuvimos una fuerte discusión por ese motivo. Me resultó repugnante que el dinero que traía a casa tuviese ese origen, pero él me tildó de pacata y un par de cosas peores.

-Cuéntemelo, por favor.

-El verdadero negocio de la empresa, no estaba en prestar dinero y cobrar los intereses, más bien estaba en no poder cobrarlos. Creo que será mejor que vaya allí y hable con la encargada de la agencia, se llama Vanesa Cuenca. Yo la llamaré ahora y le daré las instrucciones precisas para que le proporcione todos los detalles que necesite.

La agencia de préstamos rápidos estaba situada en el segundo piso de un inmueble de reciente construcción en la Ronda de San Antonio. El interior consistía en una recepción amueblada con gusto exquisito. Luces indirectas iluminaban a un revistero bien surtido, a dos sillones de piel y acero de diseño nórdico (posiblemente primer premio al diseño en la última feria monográfica de sillas, sillones y reclinatorios), y a una mesa con sobre de vidrio ahumado en la que reposaba melancólicamente una pantalla de ordenador. La recepción daba paso a un despacho de proporciones faraónicas, ocupado por una mesa de reuniones con el tamaño de la pista central del Tenis La Salut, a pesar de lo cual no conseguía evitar que la pieza transmitiese sensación de vacío.

Vanesa Cuenca era el complemento ideal de las luces indirectas y los sillones de piel y acero primer premio en la feria monográfica de sillas, sillones y reclinatorios. Era una morena escultural, con unas facciones que destilaban la clase de honradez que se adquiere en un cursillo de capacitación intensiva y que se olvida tras la segunda copa. Le calculé cuarenta años, treinta y cinco de ellos de vida dura y competitiva.

Me indicó una silla en el centro de la mesa de reuniones y se sentó a mi lado. Efectuó un movimiento gimnástico de verdadero merito ya que consiguió con un solo giro, sentarse, encararme, conseguir que su breve minifalda de cuero negro cediese hasta el punto de mostrarme el color de sus bragas y sonreír con afecto. Y ni siquiera se despeinó.

-Usted es el detective que investiga la muerte de Piero ¿no es cierto? La señora Santacroce, me ha dado instrucciones precisas para que le informe del funcionamiento de este negocio. Verá, esta es una empresa de préstamos convencional, la principal diferencia a favor del cliente que podemos presentar frente a las instituciones tradicionales, y que hace que nuestros clientes nos prefieran, básicamente, son…

-Vanesa, cariño, yo no tengo la menor intención de que me concedas un préstamo. Yo lo que necesito saber, es la razón por la que alguno de vuestros clientes podrían sentirse atraídos por la idea de pegarle dos tiros a Piero Santacroce.

-Señor Humphrey, yo…

-Mira nena, telefonea a la señora Santacroce y que acabe de ilustrarte. Si no quedas satisfecha con lo que te diga me pasas el teléfono a mí.

Como las oportunidades que se me ofrecen de ejercer de tipo duro, al estilo de mi santo patrón, Humphrey Bogart, son más bien escasas, aquel día que tenía ante mí a una muñeca que parecía salida de una residencia de lujo para hampones selectos, no pude evitar aprovechar la ocasión.

-Bien, creo que no será necesario, de hecho yo no pretendía ocultarte nada.

Curioso el cambio de tratamiento al tuteo, nos habíamos hecho amigos. Al menos me reconocía como a un hermano de camada. Lo cual no me atrevo a jurar que fuese para ir presumiendo de ello en las reuniones de buena sociedad. Pero a esas reuniones yo no voy. Y me hubiese atrevido a jurar que ella tampoco, por tanto era algo de lo que no debía preocuparme.

Tironeó leve y estérilmente de su minifalda de cuero negro, libró a su párpado izquierdo de una mota de polvo inexistente y continuó:

-Nuestro negocio consiste en prestar dinero a gente que, según todos los indicios, no será capaz de devolverlo en el plazo establecido, pero que sin embargo, tienen alguna propiedad convertible en dinero que nosotros tomamos como garantía. Mientras el cliente paga los plazos establecidos, no actuamos; en cuanto el cliente deja de pagar un plazo, sin insistir demasiado en el cobro del mismo, el bufete de abogados de Piero Santacroce se pone a trabajar para que esa propiedad que el cliente ha dejado en garantía pase a ser de nuestra propiedad. Lógicamente en el contrato que se firma entre el cliente y nuestra empresa hay una cláusula, convenientemente camuflada en una maraña de términos legales, que así lo estipula.

-Bien, pero eso es un negocio legal, los bancos también actúan de la misma manera.

-Hay una diferencia, Humphrey. Los bancos buscan clientes solventes y su negocio radica en los intereses que le cobran al cliente. Nosotros buscamos clientes insolventes y nuestro negocio es la pignoración de sus bienes. Y respondiendo a tu pregunta, efectivamente, este negocio está absolutamente dentro de la ley, nosotros cumplimos de forma estricta con la legislación vigente en nuestro país.

Pronunció pignoración sin que la lengua se le trabase. Me hizo pensar que yo no había tenido en cuenta todas las posibilidades de la chica. En otro sentido Angelines Santacroce, o Manjón, como ella prefería que la llamasen a partir de ahora, tenía razón: la muerte de su marido sería una bendición para un montón de gente, aparte de ella misma.

-¿Cuánto tiempo hace que está activa, la empresa?

-Tres años.

-¿Cuántos bienes tomados como garantía habéis requisado?

-Pignorado, Humphrey, pignorado, nosotros no requisamos nada. Calcula que puedan haber sido unos cuatro por año. Y la cifra va claramente en aumento.

-En los últimos seis meses ¿cuántos?

-Si no recuerdo mal, han sido cinco, ya te he dicho que este es un negocio en expansión, mucha gente tiene necesidad de dinero rápido y actúan con una cierta despreocupación.

-Querrás decir que era un negocio en expansión, no tengo la impresión de que Angelines quiera continuar en ello.

-Angelines, (pronunció el nombre con cierto retintín) no es la única que tiene opinión en este asunto. Ella, lógicamente, recibirá en herencia una parte importante del negocio, pero hay un socio capitalista que posee un paquete de acciones casi tan importante como el que recibirá ella. Yo misma tengo un porcentaje de acciones. Piero era el fundador y accionista mayoritario de la empresa, pero mis acciones sumadas a las del socio capitalista, podrían poner a Angelines (de nuevo una cierta burla en su tono) en un aprieto en caso de discrepancias. De hecho nosotros tendríamos la mayoría.

-¿Quién es ese capitalista?

-No sé si estoy en condiciones de decírtelo. De lo que sí estoy segura es  que en este momento no tengo ganas de decírtelo, pero te puedo adelantar que no creo que él quiera abandonar. Y por mi parte estoy segura de no querer abandonar. Este es un negocio magnifico, amigo mío.

La chica solo era sumisa cuando no le quedaba otro remedio. Y estaba procurando que yo lo tuviese en cuenta. No se podía negar que Vanesa Cuenca era una compañía estimulante. Tanto como un paseo en globo en compañía de una serpiente de cascabel.

-Creo que este punto ha quedado claro, Vanesa, volveremos a él más tarde. Ahora, si no te importa, querría que me proporcionases todos los datos que tengas  de esos cinco últimos clientes a los que habéis aplicado la cláusula especial.

Mientras hablábamos, ella debía estar pensando: si a Piero lo mató uno de nuestros clientes quiere decir que yo también puedo estar en peligro. O sea que por este lado puedes contar con toda mi colaboración.

-Una última pregunta por hoy: ¿Qué tal era como amante?

Mi intención era sorprenderla, quería conocer su reacción ante una grosería de ese tamaño. También quería saber si en realidad su relación con el muerto podía ser de carácter íntimo.

-¿Quién te ha dicho que yo y Piero fuéramos amantes?

Mi pregunta no implicaba necesariamente esa posibilidad.

-Te lo podía haber comentado alguna de sus amigas, supongo que conocerás a alguna, tal  vez te lo comentó su propia esposa.

Si se sorprendió ante mi acometida, supo disimularlo a la perfección. Cuando contestó su voz no contenía ningún matiz especial, sonaba tan relajada como hasta el momento.

-Yo no me fiaría nunca de lo que una mujer le cuenta a otra referente a esos temas, es preferible la comprobación personal. Era muy italiano, al principio obsequioso, halagador hasta el cansancio, romántico, luego como todo el mundo, más o menos.

-Ya, tú prefieres que te traten a hostias.

-Puedes intentarlo, cielo. De vez en cuando alguien lo intenta y ya secómo van esas cosas. No creo que te gustase lo que ibas a encontrar. Por cierto ¿sabes que en esta empresa gastamos una buena parte de nuestro presupuesto en remunerar el trabajo de detectives privados?

Tras la patada de karate al esternón, el caramelo ante mis ojos. La chica manejaba perfectamente los tiempos.

-Lo imaginaba. Por cierto y ya que estamos hablando de asuntos personales, ¿cómo has hecho antes, al sentarte, ese movimiento con las piernas?

-No es complicado, solo hace falta algo de práctica, te lo enseñaré despacito para que puedas ensayarlo en casa.

Tenía los tobillos cruzados cuando lo dijo, entonces comenzó. El pie derecho se despegó del tobillo, comenzó a reptar lentamente pantorrilla izquierda arriba, cuando alcanzó la rodilla inició un movimiento mitad ascendente mitad de tijera hacia el exterior…

Estaba algo intranquilo cuando abandoné la agencia de préstamos del difunto Piero Santacroce. Las mujeres que lucen bragas rojas y me permiten verlas el día que nos conocemos, acostumbran a herirme más pronto o más tarde.

Bajo el brazo llevaba una carpeta con los datos de las últimas cinco víctimas de Piero.

 

BAMBI (7).

Creo que Humphrey estuvo contento cuando le dije que quería continuar trabajando con él. Me dijo que nos habían contratado para hacer averiguaciones sobre la muerte de Piero Santacroce. La viuda tenía miedo de verse implicada, y razones tenía para ello, según Humphrey. Me contó que tenía cinco dossiers para estudiar y que nos repartiríamos el trabajo según sus indicaciones.

Más tarde, me habló de mi nuevo cometido. Alguien había herido a un tal Sargento García que trabajaba con nosotros. El tal García era un tipo duro y quería devolverle el favor a quien le agredió. Humphrey me habló de una especie de pistolón al que  llamaban “La Gran Berta”, en honor al cañón que la fabrica Krupp construyó en la Gran Guerra para machacar a los franceses.

Humphrey había averiguado donde se escondía el fulano que disparó a García a través de una amiga suya que tenía una casa de putas o algo parecido, un top less que se llamaba “El Reposo del Guerrero” concretamente. Ella era Maruchi “La Desdentá”, me contó que el apodo venía a cuenta de  que un antiguo chulo le había quitado los dientes a patadas hacía años, pero que ahora ella se las arreglaba muy bien sin ayuda. Tenía unos preciosos dientes nuevos, y solo se los quitaba de la boca cuando tenía que hacer un trabajo en la polla de algún cliente importante.

Confidencialmente, Humphrey, me ilustró acerca de la sensación única de una buena mamada a golpe de encía. Parece ser que esa es la especialidad de Maruchi. Tomé nota, de hecho esa información fue la que más me interesó de todo lo referente a su amiga. La buena vida estaba exacerbando mis instintos sexuales, hasta aquel momento agarrotados por el hambre.

“Elegía de una mamada para dientes ausentes”. Parecía el título de un poema de Charles Bukowsky. Quizás lo era y ya me había olvidado. Con tanto vino malo que había circulado a través de mi píloro, no sería extraño. Pero si Bukowsky que trajinaba tanto vino malo como yo era capaz de escribirlo yo debería ser capaz de recordarlo.

El asunto comenzó a preocuparme, así que me olvidé de la “Elegía de una mamada para dientes ausentes” y de todo el resto de implicaciones.

Interrumpí a Humphrey para preguntarle cómo demonios una puta podía saber algo que la policía no era capaz de averiguar.

-¿Que hacemos los hombres cuando sentimos deseos de una mujer y no la tenemos?

Pensé en hablarle de lo conveniente que en esos casos puede llegar a resultar la compañía de tres ratones de confianza, pero no me acabé de decidir así que respondí:

-¿Lloramos y pataleamos, nos revolcamos quejándonos amargamente de lo injusto que es el mundo con nosotros?

-Bueno sí, algo de eso hay, pero acabamos recurriendo a la compañía de una puta

Si tienes dinero, pensé yo.

-¿Y qué haces cuando vas de putas?- Mi jefe estaba lanzado, en el fondo le encanta filosofar.

Resolver acertijos medievales, seguí pensando. Pero no lo dije. En la Universidadhay una asignatura no oficial que debería llamarse “Las 1000 maneras de mostrar la debida consideración al jefe”. Esa es la razón por la que en la Universidad hacemos tantas huelgas y manifestaciones de protesta: sabemos que en cuanto salgamos al mundo, con nuestro inútil título bajo el brazo, deberemos portarnos como la buena gente que se espera que seamos, especialmente con el jefe.

-Pues teniendo en cuenta que te sientes como una piltrafa, lo que hacemos es contarle a la puta alguna historia que te haga parecer un poco menos patético de lo que, en realidad, eres. Teniendo en cuenta la poca imaginación de que hace gala el ser humano, ni siquiera somos capaces de inventar un cuento más o menos coherente, contamos la verdad, cosas de nuestra vida que nos den un poco de realce. Y las putas tienen un olfato especial para saber que informaciones merece la pena archivar, por si en algún momento valen dinero. Y las venden baratas,  por el dinero que creen que valemos, tanto nosotros, como ellas.

Lo que Humphrey quería que yo hiciese era vigilar el domicilio de aquel fulano. Le llamaban, no quise pensar los motivos, “El Pesadilla”. Debía detectar cualquier movimiento sospechoso, cambio de domicilio, actividad de la clase que fuera, etc. Era un trabajo para hacer a partir de las diez de la noche, por tanto tenía permiso para acoplar los horarios de trabajo a mi conveniencia.

Humphrey me recomendó que tuviese mucho cuidado. Sus palabras, las recuerdo perfectamente, fueron: “No dejes que se te acerque, ese tipo es tan peligroso como la mirada de una mujer hermosa”.

Así es mi jefe, tiene facilidad para hacerme sentir en el centro de una novela de detectives con esa clase de frases rimbombantes. Lástima de  la cantidad de sangre que derraman los muertos porque el ambiente general del negocio me parecía adecuado para quedarme.

Aunque pensándolo bien, es más pasable desmayarse en la escena de un asesinato que en un quirófano, allí siempre hay alguien dispuesto a denunciarte y arruinar tu carrera. Los muertos son gente de una discreción elogiable.

Además, al entrar aquella mañana, Mercedes me había sonreído como nunca lo hubiese hecho una auxiliar de quirófano. Claro que con la mascarilla puesta, uno nunca acaba de estar seguro de las intenciones de una auxiliar de quirófano.

 

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