Paco Gómez Escribano, “La miseria de la calle”
En la bodega del Litri conviven yonquis, jubilados, ex yonquis ya jubilados y jóvenes que opositan sin saberlo a transitar el lado salvaje de la vida. En el antro incluso hay pibas. A algunas, el amor se les escapó sin conocerlo. Otras lo buscan en cada cliente del garito, pero cobran por hacerlo, que no hay mal que por bien no venga y además la crisis no tolera las mamadas altruistas. El Litri tampoco cede el almacén para estos menesteres sexuales de urgencia de forma altruista, que los botijos dan pasta, pero no tanta.
De las paredes cuelgan calendarios de tías en bolas de los talleres de la zona y un póster del Real Madrid de la temporada 72-73. Dos jubiletas con pintas de quedarles dos telediarios discuten acaloradamente. El primero de ellos mantiene la teoría de que aquel equipo era la hostia.
-¡Qué coño va a ser la hostia! ¡Hala que te pires, Eusebio!
-García Remón, Benito, Zoco, José Luis, Touriño, Pirri, Velázquez, Grande, Santillana, Amancio, Aguilar…, ¡coño, palabras mayores, Anselmo, palabras mayores!
-Pero qué cojones… No ganamos al Barça, ni aquí ni allí. El Spórting nos eliminó de la copa del Generalísimo y el Ajax nos eliminó en la copa de Europa…
-Sí, pero en semifinales y con un equipazo…
La Puri, una chica poco agraciada, pero de tetas precoces ya desde su más tierna adolescencia, es una profesional, y es la encargada de poner fin a la charla. No porque le moleste ni porque no le guste el fútbol, sino porque sabe que dos hombres llegados a ese punto rebosan de testosterona y adrenalina, momento propicio para ofrecer sus servicios, así que propone sendas felaciones a los jubiletas que estos aceptan, pero eso sí, dos por el precio de una «y si nos dejas corrernos en las tetas», que no está el horno para bollos y los putos recortes de las pensiones «nos están jodiendo».
El Chuti, ex yonqui, ex butronero, ex carterista…, «ex», en definitiva, se descojona en la barra mientras la Puri se lleva del brazo al almacén al primero de los viejos.
-¡Tú cállate, desgraciao! -le grita la Puri-. ¡Yo por lo menos me gano la vida de manera honrá!
-¡Cállate tú, mala puta! -contesta el Chuti que, en el fondo, siempre ha sido un chaval bien educado.
Al Tiralíneas le llaman así por ostentar el récord de hacerse más rayas de coca de un gramo que ningún otro farlopero del barrio. También ostenta otros récords no menos encomiables, como el de ingerir treinta y dos whiskys con coca-cola en un día. Ya no toma los pelotes como antes. Una tarde se lo llevaron al hospital inconsciente y con la cara amarilla. Estuvo ingresado cuatro días. El Litri se sorprendió al verlo un día entrar en la bodega pidiendo un whisky con limón. Ante la cara de sorpresa del bodeguero, el Tiralíneas explicó que la coca-cola era muy mala, que se lo había dicho el médico. Desde entonces, los pelotes del Tiralíneas van con limón. De esto hace ya quince años.
Los jubiletas, ya aliviados por la profesionalidad de la Puri, toman ahora dos vinachos y vuelven a discutir. El uno dice que nunca ha habido en la historia un torero como José Tomás. El otro le replica que el Tomás no es torero, que es un loco que lo que quiere es morir en la plaza. Su interlocutor se enerva.
-Coño, parece mentira, tú que has visto torear a Belmonte…
Dos niñatos que no tienen pinta de haber cumplido los dieciséis entran con un porro sostenido por uno de ellos como si portara un Montecristo. Han aparcado en la puerta del garito una moto robada, hecho que ellos mismos se encargan de airear a voces. Piden un litro de cerveza y se van, no sin antes magrearle el culo a la Puri que en esos momentos anda distraída metiendo los euros que ha ganado con los jubiletas en la máquina. Como primera medida, la Puri se vuelve y le mete un sopapo al crío que se encuentra más adelantado.
-¡Mala puta! -dice el que se ha llevado la galla disponiéndose a darle una patada en sus partes a la Puri.
Un oportuno «click» procedente del estilete automático del Chuti al abrirse hace frenar el impulso del niñato.
-Será una puta, pero es mi colega -dice el Chuti con voz profesional-. Y como se te ocurra hacerla algo os corto los huevos. A los dos.
Los niñatos se miran entre sí y captan el mensaje subliminal del Chuti, que tiene más años que los dos juntos y un careto marcado por una cicatriz de las que acojonan, así que se suben en la moto y se abren con la humillación flotando como una cortina de niebla.
-Gracias, príncipe -le dice la Puri al Chuti. Después intenta besarle en la boca.
-¡Quita, coño! -grita el Chuti imaginándose las mamadas previas a los jubiletas. Después la abofetea. Una bofetada profesional que aleja todo deseo de agradecimiento en la Puri.
-¡Mala ruina tengas, cabrón!
-Vale -dice el Chuti-, y tu culo un futbolín.
Pablete entra en la bodega. Hoy ha sustituido su perenne sonrisa por una mueca que va desde el escepticismo hasta la tristeza. Él es hijo de los setenta, cuando su generación creyó ver el futuro dentro de una chuta de caballo. El problema fue que para conseguir las dosis que mataran el mono de su adicción, tuvo que dedicarse a robar coches para dar palos de lo más variopinto junto a sus colegas. De los estiletes pasaron a las pipas y a las chatas. De los estancos y gasolineras tuvieron que pasar a los bancos y a eso de «¡esto es un atraco y no me toquéis los huevos que estoy mu loco!». Pablete, hijo de aquella época en que los niños se llamaban Pablo, Paco o Pepe, conoció la ruina, el trullo y hasta el psiquiátrico. Ahora los niños se llaman Yónatan, Yeison y Nelson James, pero la ruina sigue siendo la misma.
Los colegas de Pablete están muertos o en la trena. De aquellos tiempos solo quedan él y el Litri en el barrio, que creyó que reconvertirse a bodeguero era mejor negocio que dejarse un trocito de alma en cada chuta. El Litri se quitó a pelo. A Pablete le costó más. Después de lo del psiquiátrico compartió un piso en Chueca con otros tres ex yonquis de barrios periféricos de Madrid tutelados por la Comunidad. La metadona y el alcohol le ayudaron a comprender que el caballo no lo era todo. De la metadona logró desengancharse con anfetas. Del alcohol prefirió no desengancharse, que tampoco tenía la vocación de ser monje cartujo. Por eso, cuando pide una birra sin alcohol, al Litri se le caen todos los palos del sombrajo.
-¿Y a ti qué coño te pasa, tronco?
-A mí na, ¿y a ti?
-Coño que no te pasa na. Entras con el careto ese de funeral y después pides una birra sin alcohol.
Pablete agacha la cabeza y enciende un pitillo, winston americano de extranjis. En la bodega del Litri todos se saltan la prohibición de fumar. Como dijo una vez el Litri: «a mí me van a venir estos a decirme lo que puedo o no puedo hacer en mi casa».
-Anda, dame una Mahou de las azules.
El Litri obedece. La imagen de Pablete tomando una sin alcohol y mirando hacia un punto indefinido de la bodega le entristece.
Los dos jubiletas discuten ahora sobre si la mejor actriz era Rita Hayworth o Ingrid Bergman. En ese momento, el Tiralíneas estrella su cabeza contra el extintor y cae redondo al suelo. El Litri ni se inmuta, sigue mirando a Pablete. Son los jubiletas quienes se agachan para atender al muchacho. La Puri le vierte en la cara los restos de un litro de cerveza, pero ni por esas.
-¿Me vas a decir que te pasa? -vuelve a preguntar el Litri. Pablete levanta la mirada. Es una mirada triste.
-Tío, que las palmo.
El Chuti escucha con respeto, casi con veneración. No en balde tiene diez años menos que los antiguos delincuentes y los respeta.
-¿Qué has dicho? -pregunta el Litri pensando que su colega es presa de una de sus habituales paranoias.
-Que las palmo, coño, que me voy pal otro barrio ¿es que estás sordo?
-Tú no estás bien de la almendra, tío.
-Que sí, coño, que sí. Vengo del médico y me ha dicho que tengo el hígado como un colador. Que me queda un mes, Litri.
Finalmente el Tiralíneas despierta. La propia Puri ha entrado en la barra, ha empapado un trapo en coñac Veterano y se lo ha puesto debajo de la nariz. Sin abrir los ojos, el Tiralíneas ha empezado a chupar el trapo obviando que tiene más mierda que el palo de un gallinero.
Al día siguiente la bodega tiene el mismo aspecto que el día anterior. La misma decoración, los mismos tipos en la barra… Todo está aparentemente normal si no fuera porque Pablete no hace acto de presencia. Y no aparece hasta el quinto día, con un jeromo que el Litri conoce muy bien, un careto que denota una felicidad que su colega no debería tener dadas las circunstancias, una jeta que solo puede propiciar el puto caballo.
-¿Tú estás tolai? -pregunta el Litri.
-Dame un Aquarius de limón y no me des la brasa, tronco -contesta Pablete.
-¡Cagüen dios, cagüen la puta, colega! ¿Cuánto llevabas sin meterte, tronco? ¿Quince años?
-¿Sabes lo que te digo, cara de higo? Que me muero, tronco, que las palmo. Así que me da igual durar un mes que quince días. Ponme el puto Aquarius si te sale del nabo, y si no, me voy a otro garito.
El Litri pone el Aquarius. Y todo el mundo mira a Pablete, por lo insólito de verle mamar un Aquarius.
Cuando han pasado quince días, y Pablete no ha vuelto a entrar a la bodega, el Litri llama a su sobrino, un niñato que no quiere estudiar ni trabajar, un chaval que nunca ha llevado un currículum a ningún lado porque dice que «pa qué». Su tío le dice que salga de la cama o que él mismo va a su casa y lo saca de allí a hostias. El crío aparece a la media hora con unas legañas de pata negra. El Litri le dice que se meta tras la barra y que ojo con guindarle un solo euro porque si no «te capo con el cuchillo del jamón».
El Litri empieza a dar órdenes como si fuera un general. Todos asienten y le siguen cuando traspasa el umbral de la puerta del antro. Las órdenes son encontrar a Pablete esté donde esté. Así que se dividen por distintas zonas. El equipo está compuesto por el Chuti, el Tiralíneas, los dos jubiletas, la Puri, tres rumanos en paro y cuatro sudamericanos cuyo oficio se desconoce, pero también clientes habituales de la bodega.
La batida dura más de dos horas. A la Puri le ha tocado la zona del parque de San Blas, y cuando ya bajaba por la acera contraria a la de subida de la Avenida de Arcentales da un berrido de los de película de terror de serie B. Pablete está tumbado entre unos matorrales de seto y arbusto. Después de quedarse sin aire en los pulmones, se atreve a tocarle. Está tieso y tan frío como un témpano de hielo. Saca su móvil y da el chivatazo al Litri entre pucheros y sollozos. Al cabo de media hora, todos acaban encontrándose en lo que se ha convertido en la tumba improvisada de Pablete. El Litri le da la vuelta para encontrarse con la cara de su colega, un rostro escoltado en lo alto del puente de la nariz con unas gafas Rayban de pastel. Allí mismo, el Litri llama a la pasma.
Al cabo de un rato, todo se llena de zetas. Los maderos acordonan la zona y un par de inspectores vestidos de paisano inician las primeras pesquisas interrogando a los presentes. Dadas las marcas recientes en la parte anterior del codo, la ausencia de violencia y que el muerto es un ex convicto, los de la policía científica no se lo curran mucho y es el secretario del juzgado el que ordena el levantamiento del cadáver. El juez debe estar bastante ocupado como para acudir a ver el cadáver de un yonqui.
-Esto es una sobredosis de heroína cantada -dice el forense al secretario.
-Otra más -responde el otro mientras enciende un cigarrillo.
Al día siguiente, en la bodega no hay música. El Litri ha instituido tres días de luto oficial, lo que no quita que cada cual se siga dedicando a sus labores.
Al día siguiente, en una lóbrega sala del Anatómico Forense, dos tipos enguantados practican la autopsia al cuerpo de Pablete. Uno, más viejo, el titular, va explicando al otro, mucho mas joven, los aspectos relativos a los tejidos internos del cadáver. El becario asiente conteniendo el vómito.
-Ves -le dice-, esto nos indica que el sujeto era politoxicómano. Los pulmones son típicos de un fumador que ha fumado algo más que tabaco.
La tapa del cráneo de Pablete está puesta sobre una mesa accesoria. El forense titular continúa extrayendo vísceras y explicándole al becario con movimientos expertos de su mano cómo se debe cortar aquí y allá con el bisturí. Lo último que ha extraído es el hígado, que deposita sobre una bandeja en la misma mesa accesoria. El forense, después de examinarlo se queda algo perplejo.
-Ves, esto sí que es extraño.
-¿El qué, don Leandro?
-Pues que… Antes hemos examinado el estómago. ¿Y qué te he dicho?
-Que el tipo era un bebedor habitual, vamos un alcohólico.
-Exacto. Sin embargo, ven aquí, observa esto -el forense ya tiene el hígado partido en cuatro mitades-. Para ser alcohólico, sorprendentemente, el sujeto tiene el hígado en unas condiciones respetables.
-Si usted lo dice…
Paco Gómez Escribano
Canillejas, 16 de septiembre de 2014
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