Bambi. L.G.Maluenda. Revista Fiat Lux. 2016.04 (2)
Libreria, Soy Novela 1

Novela en serie: Bambi. Por Maluenda

En la nueva Fiat Lux, Black & Noir, tenemos el placer de presentarte a nuestra ídola: Soy Novela.

Ella nos guía, ella nos alimenta, por ella estamos aquí, a ella le debemos (casi) todo.

Soy Novela es cimiento, muro de carga y clave de bóveda de #LaCasaDelGéneroNegro (esta casa, tu casa) que acabamos de abrir y que estamos empezando a decorar.

Soy Novela está en todos los rincones de este territorio pero aquí tiene su ventanal particular, abierto de par a par. Y si entras, vas a encontrar obras inéditas firmadas por los mejores autores y autoras de género negro. Son NOVELAS EN SERIE porque aquí las iremos publicando en serie, por entregas.

Para el estreno hemos escogido una novela de un gran escritor y un gran tipo: Luis Gutiérrez Maluenda. La novela se titula Bambi (Los muertos son malos pagadores) y es una obra inédita que pertenece a la serie Humphrey, una de las que más adeptos ha tenido y tiene. Un personaje que presenta su propio autor a modo de solapa o faja de la novela.

Que la disfrutes.

Bambi. L.G.Maluenda. Revista Fiat Lux. 2016.04 (2)

                                                                                                                                                                                                L. G. Maluenda. Ilustración de Rosa Romaguera

Humphrey es básicamente un superviviente, un pícaro poco dotado para la violencia que sobrevive en un ambiente violento, el Raval, y alrededores de Barcelona. Se gana la vida armado con una licencia de detective privado y su ingenio, no quiere ir armado porqué teme dispararse en un pie y las únicas luchas cuerpo a cuerpo las mantiene con especímenes del sexo contrario, a poder ser desnudos, algo que sucede pero no tantas veces como le gustaría.

Otros personajes que trufan sus aventuras son el «Sargento García» el verdadero tipo duro de la agencia; Billy Ray Cunqueiro, su socio, gallego americanizado y tramposo pero con aptitudes para los negocios, sin importar que sean sucios. Mercedes, es la secretaria de la agencia, una mujer estupenda con verdadera pericia para construir decorativos montoncitos de clips sobre su mesa de diseño. Mediahostia, extravagante amistad de Humphrey, rico y apetecible para las señoras por sus ojos de triste mirada. Y no nos vamos a olvidar de Maruchi «La desdentá», puta de oficio y a mucha honra, novia de Humphrey, confidente infalible para quien pague, Humphrey incluido. (A Maruchi un chulo hijoputa le saltó los dientes de una patada cuando era joven, pero ella supo triunfar a golpe de encía desnuda).

Y nos queda, como personaje vital, el casco antiguo de Barcelona, la zona que antes se llamaba el Barrio Chino aunque no hubiese un puto chino. Y ahora que está lleno de pakis, filipinos, árabes de toda procedencia, rumanos, negros de vete a saber dónde, y hasta algún inglés borracho (bueno, más de uno) aunque estén de paso…, pues hay que joderse pero no se llama Pakilandia, Barrio Negro o cualquier otra cosa, se llama Raval. Un barrio que pronto desaparecerá engullido por la voracidad inmobiliaria que lo convertirá en un parque temático para visitantes.

Y sale mucha más gente, pero estos van y vienen, aunque cada uno de ellos nos deje algo que nos hará reír, nos emocionara, nos hará temer (a cada uno según sus propios demonios) y nos acompañará en las aventuras de Humphrey.

Y esta es la serie Humphrey, algo tan de ficción como ustedes quieran creer”.

Luis Gutiérrez Maluenda.

BAMBI (LOS MUERTOS SON MALOS PAGADORES)

Una novela de Luis Gutiérrez Maluenda.

Bambi. L.G.Maluenda. Revista Fiat Lux. 2016.04 (4)

       Ilustración de Rosa Romaguera

BAMBI.

Estaba arruinado, mi ropa avergonzaría a un husmeador profesional de cubos de basura y las mujeres me ignoraban.

Aquel día estaba sentado en uno de los bancos de madera de la Avinguda del Paralel, delante de “El Molino” y repasaba mi situación personal: vivía en el antiguo cubículo de una portera. Mi derecho a estar allí era discutible, pero eso afortunadamente los vecinos del edificio no lo sabían. Compartía la vivienda con todos los ruidos que los habitantes del inmueble lanzan a las cañerías y desagües. Me acompañaban tres ratones. Me atrevo a asegurar que mis compañeros de piso son ratones y no ratas de cloaca en fase de crecimiento,  porque con el tiempo que hace que nos conocemos ya habrían dado cuenta de mis huevos.

Mi situación económica se podría definir como de equilibrio inestable con tendencia al derrumbe inminente. Hacía diez días que había cobrado el último subsidio de desempleo al que tenía derecho. Mis expectativas de encontrar un empleo decente, estaban tan lejanas como las posibilidades de que el jet privado de una top model se posase en la puerta de mi casa para que yo la consolara acunándola en mis brazos.

Los motivos de aquella situación, eran en cuatro palabras y para no cansarles: que descubrí demasiado tarde que la visión de la sangre me mareaba, y demasiado pronto que el alcohol era una manera rápida de olvidarlo. Mi primer descubrimiento lo hice a mitad de mi carrera de Medicina, las borracheras algo más tarde. A esto le han de añadir una habilidad especial para cometer errores, a la vez que una incapacidad congénita para enmendarlos.

Con este escenario solo se trataba de mejorar, empeorar era una cuestión demasiado complicada. Incluso para mí.

Esa era mi situación personal, repasarla me había costado solo unos pocos segundos.

Mis amigos me llaman Bambi, es un apodo que arrastro desde mi juventud. No se trata de que tenga unos enormes ojos redondos orlados de largas pestañas, ni de que tenga como compañero de viaje a un conejo que se pasa la vida jodiendo al personal con sus redobles de pata. Mis amigos me llaman Bambi  porque mi vida es una sucesión casi ininterrumpida de desgracias. Los simplemente conocidos, también me llaman Bambi. Hace tanto tiempo que todo el mundo me llama Bambi, que para recordar mi nombre real, debo consultar mi carnet de conducir. Y no siempre lo encuentro. Aunque para resultar preocupante, debería tener coche.

Miré con veneración a una rubia movediza que pasaba por delante de mi banco. Ella no me devolvió la mirada. El problema era que a pesar de cruzar su mirada con la mía, no me vio.

Soy Bambi el invisible ¿recuerdan?

Al cabo de un rato de pasar desapercibido sentado en aquel banco, me puse en movimiento. No había desayunado y andar distrae el hambre. Con el dinero que me quedaba, debía hacer malabarismos para comer cada día y llegar vivo a los treinta y dos años. Los cumplía en catorce días.

En la puerta de un edificio industrial de melancólico color humo, me llamó la atención una placa de latón que rezaba: Humphrey y Cunqueiro Asociados, Agencia de Investigación y Soporte a la Empresa. El exterior del edificio era de una fealdad extrema, dediqué un par de minutos tratando de imaginarme el interior, no tenía nada mejor que hacer en aquel momento.

Estaba allí parado y me sentía un poco ridículo, así que suspiré y continué andando en dirección al puerto. El olor a salitre y detritus  me quitan el apetito, y eso me convenía.

En el escaparate de una licorería, admiré con gula una selección de las mejores recetas para el olvido: whiskys de Malta de hasta diecisiete años, elegantes en sus fundas tubulares de colores llamativos, Ron Appleton jamaicano, Brandy Príncipe de Larios, los mejores cavas del Penedés, caldos de La Rioja y La Ribera del Duero. Con lo que valía alguna de aquellas botellas, yo comía una semana entera, y me emborrachaba tres siempre que no me mostrara demasiado exigente. En realidad hace tiempo que no me muestro exigente en absoluto.

No experimento una necesidad física de beber, puedo pasar sin hacerlo sin que mi cuerpo se rebele hasta un nivel que no pueda soportar. Otra cosa es la necesidad psíquica, hay momentos realmente duros sin mi receta para el olvido.

Me senté enfrente del embarcadero de Las Golondrinas y traté de adivinar los motivos por los que se llamaban así, pero me cansé pronto. Aspiré profundamente hasta que una nausea subió desde el fondo del estómago hasta la garganta y volví a respirar lentamente. Contuve la náusea que me había ayudado a olvidar el hambre. Me sentí algo mejor.

Entonces lo pensé: Si había un tipo lo suficientemente loco para declarar en una placa de latón, que su empresa se llamaba Humphrey y Cunqueiro Asociados, Agencia de Investigación y no sé qué más relativo a la empresa, también podía ser lo suficientemente loco como para proporcionarle algún tipo de trabajo a un espécimen como yo.

Mis aspiraciones eran modestas, me conformaba con comer regularmente. Con respecto a mis ratones, pocos problemas, ellos han llegado a conformarse royendo alguno de mis calcetines sucios.

Desanduve el camino hasta el feo edificio industrial color humo que antes me había llamado la atención. El interior no era, en realidad tan feo como  imaginaba, era más bien triste, aburrido. Sin embargo, la puerta de la Agencia Humphrey y Cunqueiro Asociados, transmitía una impresión de prosperidad que hizo que me  echase atrás, pensé que no estaría a la altura de aquella puerta tan bonita.

Los fulanos prósperos, acostumbran a sentir comezón de tipo alérgico en presencia de gente como yo, y se nos quitan de encima con la clase de modales que no les enseñaron en la escuela de pago. Me refiero a ese tipo de lugares donde preparan a la gente para ser fulanos prósperos.

Respiré hondo, empujé la puerta y entré.

Sentada en la recepción, estaba la tía con el par de tetas más impresionantes que yo recordaba haber visto en el último quinquenio. Se limaba las uñas, y de vez en cuando miraba soñadoramente a una caja de clips que tenía sobre la mesa de diseño tras la que se sentaba. Me miró mal.

– Quiero ver al jefe,  -le dije directamente a las tetas.

HUMPHREY.

Yo debería tener mi oficina en la ciudad de Los Ángeles. La esquina de Madison y Vine estaría bien, supongo, ya que nunca he estado en esa ciudad. Me llamaría Woodrow Ferrison o Andrew Mc Cullow por ejemplo, y trajinaría el bourbon directamente de la barrica mientras mi secretaria  sentada en mis rodillas, me acariciaba lentamente la nuca con sus dedos de uñas lacadas de color negro y esperaba ansiosa que le lanzase una proposición procaz. Lo de las uñas lacadas de color negro no es una fijación erótica, es el color que mejor le sienta a las largas cabelleras de sedosos cabellos rubios.

Sin embargo mi oficina está situada en un edificio sin gracia del barrio barcelonés del Poble Sec. Me llamo Basilio Céspedes, soy abstemio a tiempo casi completo. El casi quiere decir que me reservo una buena borrachera en aquellas ocasiones en que la vida me supera, pero eso sucede en contadas ocasiones.

Tal vez para compensar mis carencias en materia de ubicación, todo el mundo me llama Humphrey. Lo hacen debido a que son unos cachondos, y a que están convencidos de que un detective no debe llamarse Basilio, lo de Céspedes ni lo contemplan.  Tengo un socio que se llama Billy Ray Cunqueiro y es gilipollas, aunque gracias a él y a sus ideas descabelladas rozando la ilegalidad, en nuestra Agencia ganamos dinero.

¡Ah por cierto! Mi secretaria tiene toda la pinta de las secretarias que se sientan en las rodillas de los Ferrison o los Mc Cullow de la ciudad de Los Ángeles, pero ella a mis rodillas le tiene tanto cariño como a una lumbalgia.

Aquel día hacía suficiente calor para sentirse molesto, aunque no era suficiente para tener el aire acondicionado en marcha. Cosas de la primavera. La cuestión es que el malestar que sentía hacía juego con la previsión de una próxima quincena dura. Mi socio Billy Ray Cunqueiro estaba pasando unos días de vacaciones en su Orense natal, contándoles historias grandilocuentes a sus viejos. Yo tenía la esperanza de que se hartasen de él y le empaquetasen de vuelta a Barcelona, lo cual contrasta con las ganas que tengo de que se largue a Orense cuando anda por aquí.  Pero eso era solo una esperanza.

Por lo que hace referencia al Sargento García, el tipo duro de la Agencia y mi mano derecha, la cosa era algo más grave: Un fulano al que García, cuando estaba de servicio en la Brigada Criminal, había enviado a la cárcel acusado de homicidio, aprovechó uno de esos frecuentes permisos penitenciarios basados en buena conducta que nuestros jueces conceden a los más bestias, para ajustar cuentas con el ex Sargento. Como norma general, ajustar cuentas con García, es tan recomendable como intentar ligarse a un gorila hembra en presencia del macho en celo. El truco está en pillarle desprevenido, que es justo lo que hizo “El Pesadilla”, le esperó dentro de un automóvil, le disparó por la espalda y salió de estampida.

Afortunadamente, en la cárcel, las prácticas de tiro aun no forman parte de las actividades lúdicas de los internos, y no acertó de lleno. De cualquier manera García lleva dos semanas en el hospital, y  posiblemente le queden un par de semanas más. Se encuentra mejor, ya me ha comentado cuatro formas distintas en que piensa cargarse a “El Pesadilla” en cuanto le den el alta.

García obtuvo una prematura jubilación del Cuerpo Nacional de Policía debido a su costumbre de disparar primero y leer a los delincuentes sus derechos algo más tarde. Lo de Sargento viene a cuento de que él pasó directamente del ejército, donde ostentaba el grado de Sargento, a la policía. El primer día que pisó la comisaría un inspector le preguntó: ¿Y tú, quién eres?, García llevado por la costumbre contestó: Sargento García. Y con el inexistente grado, en el Cuerpo Nacional de Policía, de Sargento se quedó, por mucho que él fuese inspector.

O sea que aquellos días estaba solo con Mercedes, nuestra secretaria. Esa intimidad poco habitual con mi secretaria no me llenaba de malos pensamientos. Eso me sucede aunque estemos en medio de un jardín de infancia a la hora del recreo. Mercedes, es una de esas mujeres que piensan con todo su cuerpo permitiendo que mientras tanto su cabeza descanse. Es en ellas con quienes soñamos los hombres cansados y tristes en cuanto tenemos un momento libre.

Para estropear, de una vez por todas, mi futuro próximo, el día anterior había recibido la visita de una mujer que me pidió pruebas de la conducta inapropiada de su marido. Lo dijo así, la conducta inapropiada de mi marido. Nada de mi marido me engaña. O el cabrón de mi marido me pone los cuernos. O el hijoputa de mi marido se está follando al pendón de mi vecina.

No, nada de eso, solo quería pruebas de la conducta inapropiada de su marido.

Una tía fina, como pueden imaginar.

Verán, lo mío siempre ha sido el negocio del cuerno. Alguien te contrata, sigues a la pareja de ese alguien, le pillas beneficiándose a otro, tan necesitado de emociones como él mismo, les fotografías el culo, haces un informe tan previsible que hasta lo tengo en forma de plantilla en el ordenador, se lo entregas al alguien que te contrató, cobras y dejas que la vida siga su curso.

En algunos casos, son los jueces quienes siguen el proceso, en otros el rencor se enquista. Pero eso, a mí ya no me preocupa, la vida real es ese lugar donde no se hacen prisioneros. Yo vivo ahí.

Sencillo y rentable, pero desde hacía meses, ese era el único tipo de trabajo que se presentaba. Y estaba aburrido. Hubiese pagado de mi bolsillo para que alguien me contratara para que le devolviese a una tía abuela de ochenta años que se había fugado a las Bahamas con el ayudante de diecinueve  del tintorero del barrio. Algo así.

Pero la idea fija que tenemos los humanos de andar visitando camas ajenas, con el vano convencimiento de que eso solucionará nuestros problemas, no me permite hacer otra cosa más que fotografiar culos desnudos. Culos que acompañan a expresiones faciales que dicen “ahora sí que la hemos jodido”, en cuanto ven que acaban de ser inmortalizados por mi cámara. De hecho, a los amantes furtivos, yo les causo tantos disgustos como la prueba del embarazo.

Entonces el día comenzó a animarse.

El fulano a quien Mercedes hizo pasar a mi despacho, era una de esas personas con el aspecto de que el Mercado de Valores no se les da bien, son incapaces de idear un buen negocio aunque se lo estén susurrando al oído, y posiblemente, para compensar, conocen de memoria todos los comedores de beneficencia de la ciudad. Me recordó, de una forma lejana, a mí mismo antes de que mi socio Billy Ray convirtiera a la Agencia en algo que diese dinero.

Mi primera intención fue echarle a patadas. No lo hice, supongo que sufrí un repentino ataque de nostalgia.

-Buenos días, soy Humphrey ¿quiere hacer el favor de sentarse, señor..?.

-Bambi, -dijo el tipo tras una ligera vacilación.

-¿Perdón?

-Bambi, como el ciervo.

En esta ocasión el muy cabrón no había vacilado.

-Mire, señor… Bambi, en esta agencia tenemos por costumbre mantener la más extrema discreción acerca de nuestros clientes, o sea que no tema usted nada a este respecto.

-No, verá, el caso es que a mí la gente me llama Bambi, y mi nombre real no mejora mucho las cosas.

-Pruebe, por favor.

-Se reirá usted y acabara llamándome Bambi.

-No, no lo haré.

-Sí, lo hará, lo hará como  hace todo el mundo.

-No, no lo haré.

-¿Seguro?

-Claro, tengo un estilo muy personal de reírme, nunca lo hago como todo el mundo.

El tipo sonrió, tenía una sonrisa agradable, luego dijo.

-Marcial Niño Cabezudo.

-De acuerdo, le llamaré Bambi.

-No se ha reído usted.

-No, no me he reído, ya le dije que no lo haría. Los detectives somos tipos duros, reír nos cuesta mucho.

-He venido a que me proporcione usted un empleo.

-Ya veo. ¿Y que le hace pensar que yo le proporcionaré un empleo?

-La placa de latón. Imagínese, si yo trabajo para usted y tengo éxito, llegará un momento en que la placa dirá: Humphrey, Cunqueiro y Bambi Asociados. Sería cojonudo, un reclamo irresistible.

Entonces sí me reí. De cualquier manera hacía rato que me estaba conteniendo.

-Muybien Bambi, dime ¿qué experiencia tienes como detective privado?

-He leído muchas novelas de género negro. Soy un admirador de Marlowe y de Lew Archer, además creo que sirvo para esto. De verdad, póngame a prueba.

-Muy bien, te voy a contar un caso real, me sucedió a mí. Tú deberás resolverlo, sobre la marcha, sin moverte de esta silla. ¿O.K.?

-Estoy listo.

-Un día entró un tipo en la oficina, era un gordo de mediana edad, tendría alrededor de los cuarenta, iba bien vestido, llevaba un grueso anillo con una piedra roja en el dedo anular de la mano derecha. Vestía traje gris y corbata a rayas, abrigo de piel de camello y sombrero de ala ancha. De un solo vistazo supe que conducía un B.M.W. serie 600, dirigía una sucursal bancaria, acostumbraba a hacer excelentes operaciones en bolsa, tenía dos hijos de seis y cuatro años, y en su casa  una criada filipina. Antes de que él hablase, le dije todo esto y le adelanté que quería  que yo averiguase si las sospechas de que su esposa le estaba siendo infiel eran ciertas. Me miró asombrado y asintió con la cabeza.

-Muy bien, ahora, con los datos que te acabo de dar, debes decirme si sus sospechas eran cierta y como había llegado yo a las conclusiones que te he expuesto.

Bambi, mantenía la cabeza baja, cuando la levantó, sonreía.

-Lo único que se me ocurre es que quien se estaba follando a su mujer era usted. ¿Me equivoco?

-No Bambi, no te equivocas, la conocí un día en la cola del pan, me violó sobre el mostrador de la panadería. Ahora dime ¿qué tarifa le apliqué al marido para hacerme cargo del caso?

-¿Le hizo un descuento del 30%?

-Bambi, permite que te diga que en una convención de hijos de puta, tú serías el presidente. Rechacé el caso y avisé a su mujer que debíamos dejarlo por un tiempo, hasta que su marido se calmase.

-¿Y ahora se siguen viendo?

-No, cuando consideré que las cosas ya debían estar calmadas, ella se había buscado un nuevo amigo. Un tipo alto, guapo y fuerte. Para variar supongo.

-Una lástima, ¿no?

-Sí, pero la vida es así, un valle de lágrimas. Cuéntame algo de tu vida laboral.

-Dejé la Facultad de Medicina en el tercer curso por motivos personales, luego he hecho un montón de cosas. Fui secretario de un fulano que se ganaba la vida cometiendo pequeñas estafas. Un día, alguien que se sentía estafado, se equivocó de objetivo y me rompió la cara, entonces decidí dejarlo. Conocí luego a un tipo que trucaba pistolas de juguete para convertirlas en pistolas reales. Vendí unas cuantas. En un atraco a un estanco al ladrón el arma le falló y le trincaron, más tarde sus primos vinieron a agradecérmelo. Estuve un par de semanas en el hospital.

-Luego, con el poco dinero que tenía buscaba gangas en los Encantes de la Plaza de las Glorias, compraba cosas que me parecían de valor a bajo precio e intentaba venderlas por una cantidad razonable. Me arruiné. Lo último que hice fue de Cobrador del Frac, en mi segundo servicio me toco ir persiguiendo a un vendedor de coches usados que anteriormente había sido luchador de catch. El tío recordó tiempos pasados con mi culo.

-O sea que tu habilidad más destacable es la facilidad que tienes para que te rompan la cara.

-Sí, lo hago bastante bien.

-Pues ya tienes algo ganado, esto es algo que los detectives privados  hacemos con verdadera pericia. ¿Sabes mentir? Eso, para nosotros, es tan importante como que no le des demasiada importancia a que te pateen el esqueleto.

-¿Si se mentir? No, válgame Dios. ¡Qué cosas dice usted, señor Humphrey!

-Perfecto, veo que te las arreglas bastante bien.

-O sea que me contrata…

-Digamos que estas a prueba. ¿Cuánto quieres ganar?

-No sé,  confío en usted.

-Aquí todos nos tratamos de tú. Te ofrezco Seguridad Social, 600 Euros al mes durante el periodo de prácticas, coche de la empresa, y los gastos previa presentación del correspondiente comprobante.

-Me parece bien, pero quiero advertirte que no tengo permiso de armas, ni siquiera sé cómo funciona una pistola, yo solo las vendía.

-Ni lo necesitas, no te preocupes. Si en alguna ocasión las cosas se ponen feas, dejas que te rompan la cara y listo. A eso tú ya estás acostumbrado y ellos casi siempre se  conforman con  enviarte al hospital.

-Bueno, si tú lo dices.

-De acuerdo pues, empezaras siguiendo al marido de una clienta que nos encargó el caso ayer mismo.

-Dispuesto, jefe.

-Oye, ¿este traje que llevas, se lo has robado a un muerto?

-Bueno…

-Devuélveselo. Ahora te presentaré a Mercedes y te dará algo de dinero para que te compres algo menos lamentable. Puedes considerarlo un regalo de bienvenida. Por cierto ¿bebes?

-Todos los detectives lo hacemos ¿no?

-Todos menos yo, según parece.

-¿Quieres que lo deje?

-Tú veras, si te presentas borracho a trabajar o con una resaca que te impida hacerlo, te echo. El resto del tiempo puedes disponer de tu hígado como mejor te plazca.

-Muy bien. ¿Cuándo empiezo?

-Ahora. Primero te compras ropa, luego vienes a verme, te daré los datos que necesitas para seguir al fulano en cuestión.

-Hecho, jefe.

Miré de nuevo a Bambi. A juzgar por su aspecto y por lo que me había contado, lo convencional era pronosticarle el mismo futuro que a un bailarín aquejado de parálisis progresiva.

Quizás ustedes no lo sepan, pero los tipos duros en realidad tenemos un corazón de oro.

Aparte de… ¡Que caray! El tipo me sacaba de encima al puto golfo que se la estaba dando a su mujer. Y por 600 Euros al mes, valía la pena probar.

De hecho ahora podía mirar al futuro con un cierto optimismo.

O al menos, eso pensé yo en aquel momento.

Siguiente capítulo.

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  • Avatar
    Josevi Blender dice: 14 abril, 2016 a 16:44

    Genial relato Luis y la ilustración de Rosa fantásticos, como siempre . Un saludo.

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