El Diario de...

El Diario de Farlopero López. Por Claudio Cerdán.


Claudio hace doblete en este número de Fiat Lux. Y con Cerdán completamos la primera ronda de estos Diarios.

El suyo, el que firma él, es El Diario de Farlopero López, un pájaro con muchas horas de vuelo y que promete dar mucho juego.

 

Y completada la primera ronda, hemos de empezar a servir la siguiente a partir de la próxima semana. El orden en el que iremos trayendo las copas será el siguiente:

-Julián Ibáñez con El Diario de Bellón (miel y cuchillo).

-Rosa Ribas con La vida en negro.

-Manuel Barea con El Diario de Desterro.

-J.E. Álamo con El Diario de Tom Z Stone.

-David Llorente con El Diario de Madrid:frontera (2.0).

-Paco Gómez Escribano con El Diario de Canillejas.

-Graziella Moreno con El Diario de un banquillo.

-Claudio Cerdán, que hoy comienza con El Diario de Farlopero López.

Todo eso, y en ese orden, es lo que irá viniendo.  A disfrutarlo.

 

 

El Diario de Farlopero López.

Por Claudio Cerdán.

 

  1. EL MILAGRO DE LA PUTA

 

Jesucristo entró por la puerta del 24 horas y dijo:

—Joder, aquí huele a mierda.

—¡Escuchad la palabra de Dios!

Le seguía un veinteañero con la cara llena de granos. Metrosesenta, barba de tres días, higiene a base de toallitas perfumadas. Dios se paró frente al dependiente con pinta de pardillo.

—¿Tienes papel de liar?

El joven le miró con extrañeza. El discípulo se puso a su altura.

—Es Jesucristo, tío. Ha regresado de entre los muertos para salvar tu alma de pringado.

—No le insultes, Cerullo. Está trabajando.

—Hace milagros. Convierte el agua en vino, y el vino en calimocho.

—Yo no creo en Dios —contestó el currela.

—¿Qué no crees? ¡Pero si lo tienes delante! Míralo bien.

El Salvador: alto, pelo largo, barba a juego. Cara de buena persona, sonrisa cálida, ojos de yonki.

—Tú no eres Jesucristo, colega —continuó—. Sólo sois dos colgados que venís a darme la brasa.

Cerullo sacó un pañuelo lleno de mocos y esputo. Lo puso frente a la cara del cajero.

—Ésta es la Sábana Santa. ¡Bésala!

—Paso de vosotros. No os doy el papel hasta que digas que no eres Dios.

Una cucaracha los sobrevoló. Dios se acercó al chaval y le susurró al oído.

—Tienes razón. Sólo me parezco a él. Todos nos parecemos a cosas. Tú te pareces a Harry Potter y yo a Cristo. ¿Qué tiene de malo?

Sonrió. Era el puto Dios. El dependiente le tiró un librillo de papel.

—¿Algo más?

—Sí —Jesús sacó una navaja—. Dame todo lo que tengas en la caja o te bendigo.

 

*     *     *

 

Se largaron en un Peugeot 206 robado. Tresicientos euros y una botella de ginebra, no estaba mal.

Llegaron al picadero de Farlopero López. Una funeraria legal, tapadera de la venta de coca. Aparcaron sobre un charco y bajaron. López estaba en la puerta, fumando un cigarro. Tenía el pelo recogido en una cola de caballo y la perilla recién recortada.

—Ey, Jesucristo y Cerullo. ¿Queréis algo, tíos?

—Medio pollo. No, que sea un pollo entero. Hoy me siento generoso.

—¡El milagro de los pollos! —Cerullo tragaba Larios sin pestañear.

Farlopero les pasó un par de piedras enrolladas con el plástico de una bolsa del Mercadona. Su mano regresó llena de billetes arrugados.

—¿No te sentará mal beber de la botella?

—Se está entrenando —aseguró Cristo.

—Me estoy entrenando —repitió el discípulo—. La semana que viene hemos quedado con los de Colonia Requena para hacer una competición.

—¿Una competición? —López estaba intrigado.

—Nos reunimos en un bar a beber chupitos durante tres horas. Gana aquel grupo que se haya tragado más. Si vomitas pierdes puntos. Tenemos un manual con las reglas.

—¿Y tú, Jesús? —preguntó el camello—. ¿Tienes alguna parábola nueva que contarme?

—No, pero te puedo hablar de los Tres Grandes Inventos de Dios.

—¡Escuchad la voz del Maestro!

—Hay tres cosas que han cambiado el curso del mundo desde casi siempre. La primera son las tetas de las mujeres. ¿Qué sería de nosotros sin ellas?

—Yo me quiero poner dos pechotes —interrumpió Cerullo—. Me pasaré el día tocándolos. Así, mira, así. Se me pone dura de pensarlo.

—El segundo es el finiquito. Dejas de trabajar y te dan pasta. ¡Y la gente se queja de los contratos temporales! Lo mires por donde lo mires, es un milagro.

—¿Y el tercero? —preguntó López.

—Aún no lo he decidido. Pero si tuviera que escoger uno, diría que los Conguitos Blancos. Al tío que se le ocurrió pintar al negro de la bolsa de blanco es un puto genio.

Se escucharon lamentos de la funeraria.

—¿Alguien la ha palmado? —preguntó Jesús.

—¡Lázaro!

—Ojalá —se lamentó López—. Carroña ha hecho ácido casero fermentando cervezas. No he podido entrar al cuarto de baño en dos meses. Lleva tres días con un viaje de LSD. Lo podíais sacar de paseo a ver si me deja sobar.

—Sí, que se venga. Cuantos más seamos más reiremos.

—¿Dónde vais ahora?

—De putas.

—¡Magdalena! —Cerullo empinó el codo hasta vaciar la botella.

 

*     *     *

 

—Platón lo dejó muy claro en “La República” —Carroña arrastraba su acento argentino mientras miraba por la ventanilla—. Había que poner límites a la población. Empezamos a follar y ya no cabemos. Bueno, el pibe dijo que había un número máximo en la ciudad para que todo pudiese ir bien. Si se sobrepasaba, había que matar a los que molestasen, que suelen ser los más viejos. Por supuesto, todo funcionaba gracias a los esclavos. Y hoy su utopía se ha cumplido, boludo. Los inmigrantes seguimos levantando el país mientras los nacionales se hinchan a follar con sus mujeres cristianas mientras se descargan pornografía infantil. Ahora tampoco hay sitio, pero en vez de dar pasaporte a los abuelos, nos quieren tirar a nosotros, los ilegales. Y… oigan, ¿por qué la luna parece de caramelo?

—Eso son las drogas, Carroña.

Estaban aparcados cerca del puerto. Las luces interiores estaban encendidas mientras Jesús jugaba a las tres en raya.

—Ah, sí… ya no lo recordaba —encendió de nuevo el porro y le metió dos caladas—. Una cosa, Chus, loco. Siempre he querido preguntarle a vos por qué le llaman “Hijo de Dios”.

—¡Porque lo es!

—Noooooo, tío. Vos no sos el hijo del Diego.

—Estos argentinos… —Cerullo golpeó el volante—. Maradona no. Nos referimos al Dios de la Biblia. El que separó las aguas del río.

—Ese fue Noé, capullo —Jesús se metió la primera loncha apoyado sobre un CD de Camela.

—Para mí sólo existe un Dios: el Pelusa. El Diez es un iluminado.

—¿Queréis que os cuente cómo será el Apocalipsis? —El Salvador le pasó las blancas a Cerullo.

—Eso ya está escrito, ¿no?

—¡Escucha la palabra, idiota! ¡Nos va a revelar una verdad universal!

Cristo chupó la tarjeta de crédito.

—Veréis… será dentro de poco. Ya lo tengo todo planeado. A mí no me vuelven a pinchar en una cruz. Esta vez me cagaré en una caja y mandaré el ñordo a un laboratorio secreto nazi en Alemania. Hitler, que sigue vivo, aunque ahora es mitad máquina, se dará cuenta de que es la Mierda Sagrada y sacará el ADN. Hará cientos de clones míos, cada uno con un número tatuado en la frente para distinguirlos. Los educaran con el cuento de “Caperucita Aria y el Lobo Judío”. Y cuando tengan 33 años los sacarán a la calle. Los chavales resucitarán a todos los muertos. Los nazis atacarán al mundo con un ejército de zombis y…

—Espera, pibe. ¿Jesucristo Neonazi? Eso no se lo cree nadie.

—¿Y por qué no?

—Porque Cristo es judío. Y los nazis odian a los judíos.

—Um… —Jesús desenrolló el billete de 50 y lo chupó—. Eso es un giro inesperado de los acontecimientos… ¿Tú que crees, Cerullo?

—Que se jodan los nazis. Si tienen que combatir a judíos con judíos, que así sea.

—Chicos —Carroña tenía las pupilas dilatadas—, tengo al Rey masturbándose a mi lado.

—Eso son las drogas, Carroña.

—Ah, sí… las drogas…

—¿De verdad ves a Juancar? —Cerullo miró por el retrovisor—. Siempre he querido darle la mano.

—No, boludo. El Rey. Elvis. ¿Por qué no me entienden cuando hablo?

 

*     *     *

 

Era la puta más fea de toda la calle. Gorda, enana y negra.

—Veinte chupar. Treinta follar.

—Nada de eso, nena —dijo Jesús—. Veinte chupar los tres.

—¡Su polla es sagrada!

—Y si te lo tragas te curas del estómago. Incluso podrás caminar sobre las aguas durante un rato. ¿Sabes nadar?

—Veinte chupar cada uno. Yo chupo bien. Chupo bien.

—Veinte los tres. ¿Cómo te llamas?

—Sandra. Quince cada uno. Muy barato.

—¿Sandra? ¿Una angoleña que se llama Sandra? Veinte los tres y no me jodas.

La negra se acercó a sus compañeras. Una docena de putas callejeras hablando en un idioma indescifrable. Al rato volvió.

—Treinta los tres. Yo chupo bien. Chupo bien.

—¡Qué no, coño! Veinte los tres.

—Treinta. Cincuenta follar. Yo chupo bien.

—Muy caro.

—¡No caro! —gritó enfadada—. Treinta tres barato.

—Veinte o nos vamos con otra.

La puta miró a ambos lados de la calle.

—Veinte. Pero correrte rápido. Los tres correr rápido.

—Empezamos a entendernos.

Abrieron los seguros. La chica se sentó sobre el Rey.

Un negro enorme metió el brazo dentro del coche y la agarró del cuello. Juró en arameo y le soltó un puñetazo. Jesús vio por el retrovisor como sacaba una pistola grasienta.

—¡Vámonos cagando hostias, Cerullo! ¡Tiene un hierro!

El coche derrapó. La puerta se cerró sobre el negro y cayó a la calzada. Se saltaron los semáforos y atropellaron a un gato. Cerullo vomitó mientras conducía.

—¡Joder! —gritó Cristo—. ¿Qué coño le pasaba a ese tío?

—Sería su chulo —escupió Cerullo —. Le habremos regateado demasiado.

—¿Por qué no se mueve? —Carroña le tocaba las tetas a la zorra—. ¿Por qué no respira?

—Mierda. Ha palmado.

—¡Y nosotros estamos jodidos! ¡Resucítala, tío!

—¡Cállate! ¡Me tienes hasta la polla! Sabes que no sé hacer milagros. Sólo me parezco a Dios y… —El Salvador se giró hacia el asiento de atrás—. ¿Pero qué estás haciendo, insensato?

Carroña estaba sobre la chica bajándose los pantalones.

—Es una puta, ¿no? Voy a echarle el polvo de su vida.

—Ni la toques. Vamos drogados y borrachos, en un coche robado y encima con una puta muerta. Mejor que no nos pillen con una puta muerta y follada.

—¿Qué vamos a hacer? —Cerullo estaba cubierto de vómito.

—¡Hostia! —gritó Carroña.

—¿Qué te pasa?

—¡Hostia! —repitió.

—¿Qué ocurre? ¿Qué se te ha ocurrido?

Carroña tragó saliva y habló:

—Creo que esta tía es negra.

Jesús soltó un bufido. Cerullo vomitó hacia la ventanilla, pero estaba cerrada.

—Eso son las drogas, Carroña. Es blanca como tu puta madre.

—Ah, sí… las drogas.

Una sirena sonó tras ellos. Un coche de los locales les pedía el alto. El Peugeot no podía competir en velocidad.

—Ya está… De nuevo al trullo.

—Detente, tío. Algo se nos ocurrirá.

Cerullo pisó el freno. Abrió la ventanilla y el hedor del vómito se expandió. Dos uniformados se pararon frente a ellos.

—A ver, los papeles del coche.

—No sabe con quién está hablando, loco —añadió Carroña—. Hemos matado a una puta y este coche es robado.

El Salvador y su apóstol tuvieron un instinto homicida.

—Somos criminales peligrosos —continuó—. Apártense de nuestro camino si no quieren morir.

El chasquear de los seguros de las armas les bajó el colocón a los hombres de delante. Los obligaron a descender del vehículo a grito pelado. Instrucciones por radio, descripciones, refuerzos.

—Al suelo y con las manos a la vista.

Los hombres se arrodillaron en la calzada.

—Nosotros no hemos hecho nada —suplicó Cerullo— Este tío va drogado. ¡No hemos matado a nadie!

—¿Y la negra?

La negra salió del coche dando tumbos. Iba medio desnuda y hablaba en su dialecto africano. Los polis dudaron si apuntarle con las pipas o no.

—¡Qué alguien me explique lo que pasa aquí! —gritó uno de los maderos.

—Yo lo vi —Carroña señaló a ninguna parte—. Fue el Reeeey. Elvis.

—¿Elvis?

—Pregúntenselo ustedes mismos. Lo tienen detrás.

—Si te crees que nos vamos a girar es que has visto demasiadas películas.

El que les respiraba en la nuca no era un cantante muerto, sino el negro cafre que casi mata a la puta. El chulo les sacudió con la culata de la pistola en la cara. Apretó el gatillo pero el arma no disparó. Los polis se liaron a hostias contra el cipotudo oscuro. La zorra les arañaba los ojos y el macho cabrío les daba patadas. La autoridad repartía con la porra sin mirar.

Dios aprovechó para ascender al cielo y desaparecer de escena.

 

*     *     *

 

Corrieron por la playa y se escondieron tras unas rocas. Se sentaron sobre una alfombra de jeringuillas y condones pegajosos. Un mendigo los miró con asco y se volvió a dormir entre sus cartones mojados. El pastor alemán que le acompañaba se agitó.

—Puto yonki… —el perro chupaba los restos de vómito del cuerpo de Cerullo—. Casi nos pescan por su culpa.

—Por cierto, ¿dónde está?

Miraron alrededor. Nadie. El chucho se empalmó. Cerullo se limpió la boca con la Sábana Santa.

—Y la pasta se ha quedado en el coche —miró a Jesucristo—. ¿Qué conclusión podemos sacar de todo esto?

—Lo que Dios da, Dios te lo quita. Y de vez en cuando se caga en tu boca.

—¿Por eso tengo la lengua pastosa?

El animal se restregó contra la espalda de Cerullo con movimientos sexuales.

—Eso son las drogas, tío. Las drogas.

 

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